El
poder de osvaldo (1: obediencia absoluta)
Osvaldo nunca fue
un chico normal. Ya en el colegio se distinguía de entre el resto de niños,
además de por su inteligencia, por su carácter taciturno y reservado. No tardó
mucho en ganarse la fama de “rarito” y, a medida que se acercaba a la
adolescencia, las burlas de sus compañeros empezaron a ser algo cotidiano. El
pobre chico aguantaba todo lo que podía refugiándose en sus libros. Pensaba ser
un gran científico. Incluso podría haber sobrellevado bien las burlas
diarias de esa jauría de no ser por las chicas. Ellas eran siempre las que más
se cebaban en el pobre Osvaldo y aquello era algo que realmente le estaba
destrozando. Y más aún cuando sus hormonas empezaron a desarrollarse pidiéndole
guerra. Era una frustración continua. Y Osvaldo llegó a pensar que nunca
encontraría una chica para él. Pues el mundo que conocía le cerraba las puertas
con candado. Sin embargo su suerte pronto iba a cambiar en el lugar que menos
habría esperado, en la misma biblioteca en la que Osvaldo pasaba la mayor parte
de su tiempo libre.
Seguramente
fue una mezcla de curiosidad y aburrimiento lo que le condujo a revisar una por
una las secciones más remotas de aquella antigua biblioteca. Buscaba algo nuevo
con lo que entretenerse. Ya estaba harto de novelas y más aún de consultar
aburridos libros que le prepararan para su inminente entrada en la universidad.
Quería algo más. Y en esa búsqueda estaba cuando se encontró de bruces con una
escueta y olvidada sección de la biblioteca en la que, escrito en un desgastado
papel ocre, se leía la palaba "ocultismo".
Aquello
despertó una viva curiosidad en nuestro joven protagonista quien minuciosamente
examinó uno a uno los volúmenes que en esa sección se encontraban. De entre
ellos le llamó especialmente la atención un viejo y polvoriento libro de alguna
antigua colección científica titulado "Sugestión Hipnótica: el poder de la
dominación". Osvaldo buscó un lugar discreto en el que examinar aquel
curioso libro sin que nadie le molestara. Nada más empezar a ojearlo se dio
cuenta de que había hallado una joya. Estuvo absorto en su lectura durante
horas. Tan abstraído estaba que le sorprendió la hora del cierre sin poder
darse ni cuenta. Aún y así, antes de irse, tuvo tiempo de encontrar un
escondite adecuado para su recién adquirido tesoro entre dos viejas
estanterías. Y, una vez se hubo asegurado de que su escondite no era visible
desde ningún punto, fue directo hacia la salida. Ya en la calle, sonrió
sabiendo que su vida estaba a punto de cambiar.
Desde aquel
día pasó todas las tardes de la semana en la biblioteca. Iba directo al salir
de clase. Para no levantar sospechas traía sus apuntes y los libros del
instituto entre los cuales deslizaba su preciado tesoro. Al cabo de las
semanas, ya confiado, comenzó a sustraerlo escondido entre sus libros. Y así
empezó a pasar también largas noches en vela leyendo, estudiando y tratando de
memorizar una por una las enseñanzas de tan preciado objeto. Pronto se hizo con
los conceptos básicos sobre manipulación mental. Y no pasó mucho tiempo hasta
que al fin se decidió a poner sus conocimientos en práctica. Tenía que
encontrar a alguien con quien experimentar. Lo mejor es que fuera alguien
conocido, lo más cercano posible, para así poder analizar todas sus reacciones.
Decidió empezar por su propia familia. Y, fríamente, fue calculando una a una
sus posibilidades.
Los padres
de Osvaldo se habían divorciado muchos años atrás. De su padre nunca se volvió
a saber más salvo, por supuesto, las cuantiosas pensiones que recibían cada
mes. En cuanto a Teresa, la madre de Osvaldo, enseguida se volvió a casar con
un tal Ramón, al cual Osvaldo odiaba a muerte. En realidad fue éste el primer
blanco que se le ocurrió para sus experimentos. Quizás podría conseguir que se
largara de casa. Pero pronto se dio cuenta de que, si algo salía mal, podría
meterse en problemas serios. Tenía que empezar por algo fácil. Y enseguida
empezó a preguntarse por sus hermanas.
Osvaldo
tenía dos hermanas. Laura era la mayor y estaba en una edad en la que, de no
haber repetido varios cursos, ya habría entrado en la universidad. Ella era la
rebelde de la familia, quizás demasiado lista para su edad. Demasiado lista,
sin duda, por eso ella no era la adecuada para sus experimentos.
Así que al
fin se decidió por su hermana pequeña, Marta. Aunque ya hacía tiempo que la
pequeña Marta se había convertido en una preciosa adolescente, su mente seguía
siendo la de una niña. A veces daba la sensación de que todavía no distinguía
bien la realidad de la fantasía. Jugaba con muñecas y nunca hablaba con chicos.
De hecho era extremadamente tímida y prácticamente nunca compartía su intimidad
con nadie. Marta era perfecta para su propósito.
Esperó a que
se quedaran solos. Su madre y su padrastro acostumbraban a salir al menos una
vez al mes. Iban al cine, a cenar o al teatro y, como el pendón de su hermana
Laura se pasaba toda la noche de copas con sus amigas, le dejaban a él como amo
y señor de la casa. Osvaldo ya empezaba a ser todo un hombre, y además mostraba
un carácter maduro, así que ni su madre ni tampoco el señor Ramón veían la
necesidad de pagar una canguro estando Osvaldo perfectamente capacitado para
cuidar de su hermana menor. Confiaban en él, así que lo único que tuvo que
hacer Osvaldo fue esperar a que la ocasión se presentara.
Pronto llegó
el sábado y, como ya había previsto, sus padres se dispusieron a salir. Aunque
ésta vez no llegarían muy tarde. Salieron después de comer y llegarían poco
después de cenar. Era posible que a medianoche ya estuvieran en casa. Sin
embargo su hermana Laura estaba pasando el fin de semana en casa de su novio,
así que iba a quedarse toda la tarde a solas con su hermana pequeña. Era la
ocasión perfecta para poner su plan en marcha. El momento había llegado.
Osvaldo y su
hermana estaban viendo la televisión. Ella estaba tumbada en el sofá y él
sentado en el suelo. Hacía un momento que habían estado discutiendo por el
sofá, pues ella no quería hacerle sitio. Decía que quería dormir la siesta
aunque en realidad solo estaba viendo su serial favorito todavía con el pijama
puesto. A Osvaldo el corazón ya no le cabía en su pecho cuando escuchó el
sonido de la puerta al cerrarse. Al fin estaban solos.
Miró
fijamente a su hermana, concentrándose en todo lo que había aprendido, y con
voz decidida dijo:
“-Levántate del
sofá.”
Inmediatamente su
hermana se levantó del sofá y se quedó unos segundos de pié mirándole con cara
de boba. Osvaldo no le dio tiempo a reaccionar ni a pensar en lo que había
ocurrido e inmediatamente volvió a ordenarle:
“-Vuelve a
tumbarte en el sofá y duérmete.”
Y Marta, sin
decir ni una palabra, volvió a sentarse en aquel sofá, y se fue tumbando
mientras empezaba a sentirse cada vez más relajada. Finalmente, cayó en un
sueño profundo. Aquello estaba funcionando. Osvaldo sintió su pulso acelerarse
y cómo su joven poya empezaba a endurecerse irremediablemente.
“-¿Marta, puedes
oírme,?”
Prosiguió Osvaldo
“-Sí.”
Contestó una
lacónica Marta.
“-Bien, a partir
de ahora estás bajo mi poder. Vas a hacer todo lo que yo te diga sin
cuestionarlo. ¿Lo has entendido?”
“-Sí, estoy bajo
tu poder, haré todo lo que me digas sin cuestionármelo.”
La expresión de la
pequeña Marta no denotaba emoción alguna al repetir tan terribles palabras. La
cara de Osvaldo, por el contrario, irradiaba satisfacción.
“-Ahora eres mi
esclava y lo único que existe en tu mente es satisfacer TODOS mis deseos. Será
lo único en lo que puedas pensar siempre que nos quedemos solos.”
“-Sí.”
“-Sí, ¿qué?”
Ésta vez
tardo algo más de tiempo en responder mientras su joven cabecita se afanaba por
encontrar la respuesta adecuada, aunque enseguida respondió:
“-Sí, amo.”
“-Bien, esclava.
Ahora despierta y ejecuta todo lo que te he ordenado.”
Marta abrió
los ojos. Parecía consciente aunque algo en ella había cambiado. Su expresión
al mirar a su hermano, ya no reflejaba esa inquina propia de las peleas de
hermanos. Tampoco reflejaba cariño, iba más allá de eso. Lo que su expresión
así como todo su cuerpo mostraba era una total sumisión. Osvaldo escudriñó a su
hermana analizando con cuidado cada uno de sus gestos y expresiones. Temía que
estuviera fingiendo. Sin embargo estos pensamientos se disiparon al observar la
total entrega con que su hermana le observaba. Y decidió empezar su experimento
con una orden directa y seca con la que llevaba semanas fantaseando.
“-Desnúdate.”
Y Marta
lentamente comenzó a desabrochar los botones de la parte de arriba de su
pijama. Osvaldo observó que, aun estando totalmente subyugada por su poder, su
hermana todavía conservaba su carácter tímido. Una parte de ella seguía
consciente y. a medida que sus dos puntiagudos pezones rosados asomaban por la
abertura de su camisa, empezó a ruborizarse. Ella no dijo ni una palabra pero,
al sacarse por completo la camisa de dormir, sus pómulos adquirieron un intenso
color rojo y se le puso la piel de gallina. Se estaba acalorando. Y una pequeña
lágrima de impotencia cruzó su mejilla al deslizar por sus muslos la goma
de sus pantalones, dejando por momentos su coñito rubio expuesto ante la
lasciva mirada de su hermano mayor. Al terminar la operación, no teniendo
todavía muy claro lo que le estaba pasando, dirigió sus manos a cubrir como
mejor pudo sus recién expuestas intimidades.
“-Saca las manos y
ponte de pie. Quiero verte entera.”
Su recién
adquirida esclava no tuvo más remedio que obedecer, sintió en lo más profundo
de ella que debía hacerlo. Así que apartó sus temblorosas manos de su cuerpo y
se puso de pié a escasos centímetros de su hermano, donde éste pudiera ver con
claridad cada rincón de su cuerpo.
Osvaldo se tomó un
tiempo en contemplar la hermosa figura que ahora se revelaba ante él en todo su
esplendor. A decir verdad, Osvaldo nunca se había fijado en el cuerpo de su
hermanita. Era consciente de los cambios que había sufrido pero siempre había
estado más pendiente de su otra hermana, Laura, a la que consideraba una guarra
y con la cual se había hecho más de una paja. Pero ahora que tenía la
oportunidad de mirarla bien, se dio cuenta de que Marta no tenía nada que
envidiarle a su hermana mayor.
Aunque era
bastante pequeña de tamaño, Marta tenía unas curvas muy pronunciadas. Su fina y
delicada espalda terminaba en un delicioso culito respingón con las nalgas
ligeramente separadas. Tenía las caderas bastante pronunciadas y las piernas no
muy largas. Sus pechos, aunque más bien pequeños, eran compactos, firmes, y
redondos, coronados por dos pezones puntiagudos en forma de cono. Su cara
angelical era la de una niña buena que nunca ha roto un plato, aunque una
sonrisa picara hacía pensar que quizás se tratara de una mosquita muerta.
Además sus ojos azules y su larga melena rubia contribuían a esa imagen de
muñeca que ya de por sí daban sus facciones.
Osvaldo se
quedó unos minutos absorto contemplando el coñito de su hermana que se
encontraba a pocos centímetros de su cara. No la había visto desnuda desde que
era una niña y nunca había podido contemplar esa suave mata de pelo rubio que
ahora lo cubría. Su hermana tenía el coño no muy grande aunque algo abultado,
de forma que podía distinguirse bien el relieve de su vulva. Su pubis no estaba
muy poblado y a través de aquella pequeña mata rubia se podía distinguir una
hendidura rosada y ligeramente entreabierta. Osvaldo creyó detectar algo de
humedad en ella, detalle que le interesó bastante. Así que decidió investigar
y, tras ordenar a su hermana que no se moviera, llevó su mano hasta su rubia
cueva y comprobó que, efectivamente, estaba empapada. Aquello no estaba
previsto, así que decidió indagar en ello. Ya tendría tiempo para disfrutar.
“-Escúchame Marta,
ahora voy a hacerte toda clase de preguntas, seguirás en la misma postura como
hasta ahora a menos que yo te diga que cambies, y contestarás a todo lo que te
pregunte con la verdad sin guardarte nada. ¿Lo has entendido?”
“-Si amo.”
“Dime cómo te
sientes.”
“-No lo sé, estoy
confundida. Tengo miedo. No entiendo lo que está pasando. ¿Qué me has hecho?”
“-Yo hago las
preguntas! Dime, ¿te gusta que te mire?”
“-No, me da mucha
vergüenza. Además eres mi hermano y, la forma en que me estás mirando… me
siento mal.”
“-Pues si no es
eso… ¿por qué estas cachonda?”
Esta vez la
jovencita volvió a tomarse su tiempo para responder. Se encontraba
tan
confundida por la situación que ni siquiera había reparado en el pujante ardor
que se estaba apoderando de su entrepierna desde hacía rato. A estas alturas
del interrogatorio su desnudo coñito ya rezumaba tal cantidad de jugos que
algunos goterones se escapaban de entre sus labios exteriores y seguían
resbalando por sus muslos. Una vez fue plenamente consciente de su estado,
trató de escudriñar sus sentidos con todas sus fuerzaspara hallar una
respuesta satisfactoria. Necesitaba obedecer y ese pensamiento hizo que su
excitación fuera en aumento. Al fin encontró la respuesta:
“-Son tus ordenes.
Creo que me gusta obedecer.”
Osvaldo se
sintió algo decepcionado por no ser la fuente directa de la excitación de su
hermana, sin embargo aquella nueva perspectiva sobre la reprimida adolescente
empezó a interesarle y decidió indagar.
“-¿Alguna vez te
habías sentido así conmigo?”
“-No.”
De nuevo
Osvaldo sintió una punzada en su orgullo de varón, una punzada que llevaba
demasiado tiempo sintiendo. Aunque era ya consciente que aquello se iba a
acabar. Así que contuvo sus ganas de acción y continuo indagando sobre el
carácter oculto de su hermana.
“-¿Te habías
sentido así con alguna otra persona?”
“-Sí”
Osvaldo
sonrió al ver como su hermana bajaba la mirada, pues se dio cuenta que acababa
de dar con algo.
“-Dime quién fue y
como pasó. Quiero que me lo cuentes todo.”
Ésta vez
Marta titubeo y hasta llegó a ofrecer un conato de resistencia antes de hablar.
Cuando al final lo hizo, sus mejillas volvieron a teñirse de rojo y sus
palabras sonaron como un llanto, poniendo en evidencia que acababa de robarle
uno de sus más preciados secretos.
“-Fue con Ramón,
el marido de mama. Es muy estricto y siempre nos da órdenes, pero algunas veces
le he pillado espiándome mientras me ducho. Además, a veces aprovecha
distracciones para tocarme el culo o rozarme disimuladamente los pechos. Yo
hago ver que no me doy cuenta. Al principio lo hacía porque me daba miedo que
se enfadara conmigo. Además, veía a mama tan segura que no quería disgustarla.
Pero últimamente sus roces son cada vez más descarados y creo que empiezo a
excitarme. Hasta ahora no lo había pensado, pero es exactamente así como me
siento. Ahora me siento como cuando él me toca.”
Oír aquella
confesión de los labios de su propia y desvalida hermana, sin que ella pudiera
hacer nada por evitarlo… aquello fue demasiado para el joven Osvaldo. Se sacó
la poya a punto de reventar del pantalón que la aprisionaba y la apretó fuerte
con las manos. Se tumbó en el suelo y se dispuso a hacerse el mejor pajote de
su corta vida. No quería desvirgar a su hermanita, al menos no tan pronto. Sin
embargo se le ocurrió una última perversión para terminar su primer y muy
exitoso experimento.
“-Ahora quiero que
te sientes sobre mi boca para que te pueda comer el coño. Vas a sentir todo el
placer que te de mi lengua cien veces ampliado y, mientras tanto, te imaginarás
a Ramón haciéndote cochinadas. Pero no te correrás hasta que yo te lo diga,
solo conseguirás ponerte más cachonda.”
Antes de que
Marta llegara a asimilar las obscenidades que acababa de decirle Osvaldo, se
encontró con una pierna a cada lado de la cabeza de su hermano mientras su coño
descendía lenta pero irremediablemente hacia la perversa lengua fraternal. Una
oleada de placer la invadió cuando sintió al fin unos labios rozar suavemente
la entrada de su hendidura. Entonces le vino a la cabeza una imagen de su
padrastro. Era de un momento reciente, justo esa misma semana, al ir a
buscarles al instituto. Recordó como, al ayudarla a subir al coche, le había
tocado la parte inferior del culo como por accidente. Volvió a revivir la
escena y se dio cuenta (aunque en el fondo ya lo sabía) de que no fue ningún
accidente. Rememoró claramente como su mano se había llegado a colar unos
instantes bajo la faldita e incluso como un dedo se deslizó entre sus nalgas
hasta rozar su tierno montículo. En ese momento recordó haber visto de reojo el
enorme bulto que se formó en sus pantalones y se excitó pensando en haberle
provocado una erección al marido de su madre. La lengua de su hermano la
devolvió a la realidad. Sintió claramente como chapoteaba en su encharcado
agujero. Estaba más cachonda de lo que recordaba haber estado nunca. Sus
caderas empezaron a moverse mientras se follaba literalmente la cara de su
hermano Osvaldo, pero lo único que consiguió fue ponerse más y más caliente. Su
carita antes angelical estaba completamente roja y desencajada por el placer.
Había una chispa en sus ojos que indicaba querer más y más. Mientras tanto su
mente siguió pensando en el pene erecto de Ramón. Aunque esta vez su
imaginación fue mucho más allá. Imaginaba a su padrastro follándosela como un
salvaje, dándole por el culo. Se imaginó a sí misma mamándole la poya al
maridito de su madre y su excitación llego al límite.
No podía
más, su cuerpo le exigía guerra, así que alargó la mano en busca de la poya de
su hermano. Éste estaba muy atareado comiéndole el coñito mientras se machacaba
el nabo con fuerza, y no fue consciente de la maniobra de su hermana hasta que
ésta le agarró la poya y empezó a girar sobre sí misma sin dejar que su coñito
perdiese contacto con la boca de su hermano. Mientras Osvaldo siguió comiendo
ávidamente aquel dulce coñito. Entonces Marta, en pleno delirio de placer, fue
acercando su carita hacia el duro y palpitante miembro de su hermano y se lo
introdujo en la boca. No le cupo entero, pues estaba ya duro y en todo su
esplendor. Pero solo con darle unas chupaditas a la punta de aquél endurecido
miembro hizo que Osvaldo se corriera abundantemente. Y entonces Osvaldo le dió
entre gemidos una nueva orden:
“-Trágate toda mi
corrida, hasta la última gota y cuando te lo hayas tragado todo tendrás el
orgasmo más grande que puedas imaginar.”
Inmediatamente
su hermana comenzó a devorarle la poya limpiando todos los restos de lefa que
pudiera haber y siguió lamiéndole los restos de semen que habían ido a parar
sobre su pecho y abdomen. Después se fijo en algo de lefa que había en el suelo
y la lamió como lo haría una perra mientras comenzaba a sentir los primeros
estertores de su inminente orgasmo.
Aquella
morbosa visión hizo que el miembro de su hermano volviera a reaccionar
expulsando algo de líquido pre seminal. Su hermana no pareció pasar por alto
ese detalle, pues se lanzó rápidamente a lamer de nuevo la punta de aquel pene
mientras empezaba a correrse. Parecía que le iba la vida en ello. Ésta vez
trato de meterse todo el aparato en la boca, tarea que resultó más fácil
que la última vez puesto que aún no presentaba toda su consistencia. Sintió el
incesante goteo de aquella poya inundándole lentamente la tráquea y, cada
gota que sentía, hacían que su orgasmo pareciera más salvaje. Su coño se
frotaba espasmódicamente contra la cara de su hermano mayor buscando su lengua.
De pronto la poya de Osvaldo se volvió a poner dura de golpe y empezó a escupir
una corrida aún más abundante que la anterior mientras le sujetaba la cabeza
con fuerza a su hermana.
Tardó varios
segundos en vaciar toda su carga y Marta llegó a creer que iba a ahogarse.
Cuando finalmente logró sacarse aquel miembro goteante de la boca y tragar toda
la carga. Levantó su chorreante coño de la cara de su Osvaldo y se entretuvo en
mirarse unos segundos en los ojos de su amo. Vio en ellos una mirada de
lascivia y sintió que no reconocía a su propio hermano. En realidad tampoco se
reconocía a sí misma.
Inmediatamente
volvió su mirada al aún duro miembro de su hermano mayor y mecánicamente buscó
en él restos de semen. Aún quedaban algunas gotas así que las limpió enseguida
con la lengua hasta dejarlo reluciente. Y, una vez se hubo tragado las gotas
que quedaban, sintió el orgasmo más grande que había sentido en toda su vida.
No pudo evitar llevarse las manos a sus puntiagudos pezones y apretárselos con
fuerza mientras se aferraba febrilmente a la cabeza de Osvaldo restregando
frenéticamente su coño contra aquella ansiosa boca. Sus jugos resbalaban por
las mejillas de su hermano dejando un reguero que bajaba por su barbilla hasta
dejar varios charquitos en el suelo. Marta aullaba como una loca totalmente
fuera de sí y se imaginaba a Ramón, su padrastro, rompiéndole el culo contra la
cómoda del recibidor mientras su madre los miraba escandalizada. Sintió a su
hermano deslizarle un dedo en el recto. Entonces Marta explotó de placer.
Ambos
hermanos tardaron unos minutos en recuperarse de sus respectivas corridas. Al
fin Osvaldo pareció volver en sí y, tras percatarse de que sus padres no
tardarían mucho en volver, decidió terminar con ésta fase del experimento y se
dispuso a dar unas últimas indicaciones a su hermana:
“-A partir de
ahora y para siempre vas a ser mi esclava. Cuando haya otras personas presentes
o cuando yo no esté contigo, volverás a tu vida normal y no recordarás nada de
lo que haya ocurrido. Ejecutarás todas las órdenes que te haya dado como si
salieran de ti misma y no pudieras evitarlo. Durante el resto del tiempo no
recordarás nada de lo que hayamos hecho, pero aprovecharás cualquier momento
para tocarte pensando en la poya de tu hermano. ¿Lo has entendido?”
“-Sí, amo.”
“-Bien, ahora
ponte el pijama vete a tu habitación y hazte la dormida hasta que mama y Ramón
lleguen.”
“-Sí, amo.”
Y, como si fuera una
autómata, Marta volvió a enfundar su cuerpo sudado en aquel pijama infantil y
se dirigió a su habitación mientras su mente se mantenía completamente en
blanco. Su mirada estaba vacía. Osvaldo se quedó aún durante unos segundos
reponiéndose de todas aquellas emociones. Después cenó algo rápido y se fue a
dormir. Prefería no cruzarse con Ramón o su madre, al menos no esa misma noche.
Pues temía que pudieran notar algo raro.
Aún y así
aquella noche tuvo que hacerse varios porros y cascársela infinidad de veces
antes de poder conciliar el sueño. No podía dejar de pensar en el coño de su
hermana, en su aroma y en todo lo que había pasado. Aunque lo mejor estaba por
venir.
Y al final
se durmió aún con la poya tiesa.
El
poder de osvaldo (2: sumisión total)
Marta volvió
a despertarse en mitad de la noche. Su cuerpo estaba bañado en sudor y el
ambiente de la habitación se notaba cargado. Trató de recordar pero, por mucho
que se esforzó, no fue capaz de hacerse una idea aproximada de cuantas pajas se
había hecho en lo que llevaba de semana. Calculó que, tan solo la noche
anterior, se había corrido por lo menos cuatro veces pensando en su hermano
mayor.
Todo aquello
era nuevo para la joven Marta, cuya curiosidad por el sexo, hasta entonces,
había sido más bien limitada a unas cuantas masturbaciones semanales. Sin
embargo, la confundida adolescente llevaba varios días sumida en un estado de
excitación permanente. Aprovechaba cualquier momento en que se quedaba a solas
para masturbarse mientras todo tipo de obscenidades cruzaban por su mente. Y
siempre terminaba su orgasmo con una imagen fija en su tierna cabecita.
Aquella
visión la obsesionaba. No recordaba haber visto el pene desnudo de Osvaldo
durante muchos años, desde que dejaron de bañarles juntos. Pero en su mente se
dibujaba nítida la imagen de su hermano dándole órdenes con expresión severa
mientras sujetaba firmemente su erecto mástil entre los dedos de su puño.
El recuerdo
de aquella poya hizo que Marta sintiera de nuevo la necesidad de tocarse.
Lentamente fue deslizando la mano bajo el pantalón de su pijama hasta llegar a
su rubia mata. Encontró su pubis todavía húmedo por las abundantes corridas de
sus anteriores sesiones de masturbación. Su rajita enseguida se mostró
receptiva a las nuevas caricias y en pocos minutos aquella chiquilla empezó a
frotarse la almeja como una auténtica experta. Oleadas de placer invadían su
cuerpo mientras su mente se perdía rememorando los oscuros y aberrantes sueños
que había tenido en los últimos días. En todos ellos aparecía su hermano mayor
sometiéndola a todo tipo de vejaciones, a las cuales ella accedía sin oponer
ninguna resistencia.
Sus dedos
exploraban su cueva sin ningún pudor mientras la joven mente de la chiquilla
repasaba uno por uno aquellos extraños delirios. Se recreó especialmente
recordando uno de sus sueños más recientes en el que su hermano la sodomizaba
furiosamente contra las frías baldosas del suelo hasta llenarle el esfínter de
leche. Después se vio a sí misma limpiando con la boca la sucia herramienta de
Osvaldo y le pareció conocer muy bien su sabor. Esa idea llevó su calentura más
allá de su límite y la no tan inocente muchacha se decidió a explorar nuevos
horizontes. Dejó de acariciar sus sensibles pechos para dirigir su atención a
la entrada trasera de su cuerpo mientras los dedos de su otra mano se hundían
insistentemente en su encharcada vagina.
Exploró los
bordes de su ano con cuidado. Sabía por experiencias anteriores que era una de
las partes más sensibles de su cuerpo. Alguna de sus amigas le había hablado en
varias ocasiones de las maravillas de la masturbación anal. Pero, aunque ya lo
había probado, su agujero era demasiado estrecho y eso le hacía sentir más
dolor que otra cosa. Sin embargo su excitación no dejaba de crecer y había
llegado al punto de hacer cualquier cosa con tal de correrse. Su dedo índice
comenzó a explorar su ano y la pequeña comprobó, algo confusa, que su culito
estaba mucho más dilatado de lo que creía recordar. Con solo intentarlo,
consiguió alojar en su interior dos e incluso tres dedos de su pequeña y
regordeta mano. Entonces sintió que debía reprimir sus gemidos, justo a tiempo
para ahogar contra la almohada un poderoso orgasmo apretando los dientes con
fuerza y mantuvo sus dedos clavados en ambas entradas de su cuerpo mientras una
abundante corrida estallaba, atrapada entre las paredes de su ardiente volcán y
los frenéticos manejos de sus dos veloces manitas. La pequeña Marta estaba de
rodillas sobre su propia cama, el pantalón de su pijama permanecía a medio
bajar de manera que aún cubría sus rodillas y parte de sus muslos, dejando
justo el espacio suficiente para que la ardiente chiquilla pudiera hurgar
libremente en sus dos orificios. Su postura encorvada daba un especial relieve
a sus pezones oprimidos dentro de la sudada camisa de su pijama, mientras el
intermitente roce de la superficie de la cama en sus pechos hacía que se
endureciesen aún más.
Permaneció
inmóvil, en aquella obscena postura hasta que el último eco de su intensa
corrida abandonó sus sentidos. Durante aquellos largos segundos creyó alcanzar
el éxtasis a la vez que su imaginación se perdía repasando con deleite aquellas
oscuras visiones. Aquel orgasmo no se parecía a nada de lo que había sentido
con anterioridad, al menos nada que ella recordara, así que la dulce chiquilla
se concentró en sus recién descubiertas nuevas sensaciones tanto como pudo,
abandonada a su placer, hasta caer por fin rendida sobre la húmeda colcha de su
cama.
Tardó unos
instantes en volver en sí misma después de aquel terremoto. Por unos momentos,
creyó recuperar la consciencia y examinó por primera vez la situación. El
pantalón de su pijama permanecía aún puesto, aunque la violencia de la
masturbación lo había arrastrado piernas abajo hasta llegar a los tobillos en los
que seguía enganchado. De su coño todavía manaba flujo sin parar y una enorme
mancha se había formado en las sabanas, justo entre sus piernas. La curiosidad
llevó a Marta a examinar con cuidado los restos de su cama. Pronto encontró,
además del rastro de sus flujos recientes, los restos de hasta ocho corridas
anteriores de parecida intensidad.
Hubo algo en
aquellos restos que inquietó a Marta e hizo que se levantara de la cama para
encender una luz con la que ver mejor la fuente de sus inquietudes. Pues,
aunque a su tierna edad no recordaba haber visto nunca eyacular a un hombre, no
tuvo ninguna duda de que aquella pasta blanquecina, viscosa y maloliente que
adornaba sus sabanas cerca de su propia corrida eran restos de semen.
Y aquella
dulce niña volvió a sentir el miedo.
La primera
persona en quien pensó fue en su padrastro, Ramón. Aquel era el punto que más
asustaba a Marta de los cambios que recientemente había sufrido su risueña
personalidad. Tan solo unas semanas atrás, los roces ocasionales con su
padrastro se limitaban a ligeros toquecitos, aparentemente casuales, que éste
siempre trataba de disimular como podía. Ella no era del todo ajena a sus
intenciones y, aunque en parte aquello la excitaba, nunca había pensado en ir
más allá de estos simples juegos, lo cual procuraba dejar bien claro con su
actitud de niña tonta y remilgada.
Sin embargo
la actitud de su padrastro había cambiado en los últimos días. Se mostraba cada
vez más atrevido y descuidaba sus coartadas y disimulos con demasiada facilidad.
Esa misma semana, con la excusa de llevar el coche al mecánico, había
aprovechado para acompañarla e irla a buscar al colegio en transporte público,
utilizando el abarrotado tranvía que cubría el largo trayecto hasta su casa.
Su estricto
padrastro aprovechaba cada uno de aquellos viajes para manosear a gusto a la
joven sin ningún remilgo. En su delirio, aquel hombre, llegó a restregar su
duro paquete a punto de estallar por entre las nalgas de su joven hijastra
mientras sobaba a discreción los más oscuros secretos de su anatomía. Poco le
faltó a aquél carroza estirado para dar un espectáculo ahí mismo, entre toda
aquella gente.
Necesitó
concentrar toda la cordura que aún le quedaba para detenerse y volver a
adquirir una postura más natural antes de que el resto de los pasajeros se
percataran del salvaje roce que aquel hombre le estaba propinando a su
hijastra. Gracias a aquel destello de claridad, Ramón volvió a sus cabales y se
limitó a tocarle el culo de nuevo con disimulo. De vez en cuando iba deslizando
un dedo entre las piernas, más allá de su trasero, para rozar la entrada de su
almejita por encima de sus blancas braguitas de niña las cuales, por supuesto,
encontró ya empapadas.
Aquello
preocupaba a Marta. Aunque no era la actitud de Ramón lo que realmente la
incomodaba. Conforme iba repasando los hechos, constató que, en gran medida,
ella los había provocado. Es cierto que a la chiquilla no le eran del todo
ajenos los tocamientos casuales de su padrastro, se había excitado con ellos
más de una vez, e incluso en alguna ocasión lo había rememorado durante alguna
de sus esporádicas masturbaciones. Pero su mente, en el fondo inocente, nunca
había pasado de ahí. Y todo había cambiado de unas semanas a esta parte. Sin
llegar a entender que la llevaba a comportarse así, muy a su pesar, aquella
muchacha cayó en la cuenta de que se había estado comportando como una perra en
celo.
Recordó las
sensuales prendas que vestía en los momentos que había compartido con su
padrastro en la última semana. Ella sabía de antemano qué días iba a venir
Ramón a buscarla. Se sorprendió a sí misma eligiendo minuciosamente las faldas
y vestidos más cortos e incluso llegó a ponerse unos tejanos, tan apretados,
que siempre se había negado a llevarlos; puesto que le avergonzaba la forma en
que marcaban los relieves de su vulva, potenciados por la forma del pantalón. No
le importó acudir al colegio con aquellas y otras incitantes prendas siempre
que era su padrastro quien la acompañaba, exponiendo, cuando tenía oportunidad,
sus curvas y su breve escote a las miradas de aquel cuarentón reprimido.
Marta se dio
cuenta de que lo había hecho conscientemente, como si no pudiera evitarlo. Y
aquello era lo que realmente la asustaba. Hizo un esfuerzo de memoria y recordó
cómo había sido ella misma quien inició el acercamiento pocos días antes,
buscando los roces y respondiendo a las caricias con pícaras miradas de niña
traviesa.
También había sido
ella la que, en el curso de alguno de aquellos breves roces ocasionales, estiró
la mano para lanzarse a manosear el paquete a su padrastro sin ningún resquicio
de disimulo. Necesitaba saber si la tenía dura y, efectivamente, comprobó que
la herramienta del adulto, atrapada dentro de su pantalón, mostraba la dureza
propia de una roca.
Pocos días después
su padrastro se presentó en el colegio sin llevar el coche con el que
acostumbraba a acompañarla y, aunque las reparaciones en el taller de costumbre
nunca habían tardado más de 24 horas, estuvo los tres días siguientes
acompañándola en tranvía, siendo cada uno de esos trayectos más tórrido que el
anterior.
Lo que de
verdad le preocupaba de su propia actitud era la sensación de no poder
dominarse a sí misma. Se sentía atrapada por sus propias acciones mientras todo
se desarrollaba al margen de su voluntad. Y lo peor de todo es que eso le hacía
sentir una enorme excitación. Sentía vergüenza y desprecio hacia sí misma al
recordar su comportamiento, pero era incapaz de dominarse. Al final cayó en la
cuenta de que había sido ella solita la que, nada más subirse al tranvía,
apretó conscientemente sus tersas nalgas contra el desprevenido paquete de su
acompañante, buscando sus caricias e iniciando lentamente un enloquecedor
vaivén contra la verga del adulto que años atrás pretendió hacerse llamar
“papá”.
No conseguía
entender el porqué de su comportamiento. ¿Qué le estaba pasando? Intentó
recordar el primero de aquellos deslices que había estado cometiendo con él.
Fue unas semanas atrás, tan solo llevaba una camiseta larga y unas braguitas de
algodón. Bajó a la cocina y ahí se encontró con su padrastro. Recordó también
que no muy lejos andaba su hermano, Osvaldo. Entonces notó como, de pronto, una
de las manos de aquel hombre de familia rozaba sus nalgas por accidente e
instintivamente su mirada busco la de su hermano mayor.
Vio a
Osvaldo con los ojos fijos en ella y le pareció comprender una orden en su
mirada. Entonces supo lo que tenía que hacer y movió su cuerpo hacia atrás
buscando de nuevo el roce contra sus nalgas, mientras alargaba su propia mano
sin ningún disimulo para comprobar el grado de excitación en que estaba el
paquete de aquel desconcertado adulto. Toda la operación se produjo ante la
atenta mirada de Osvaldo, lo cual inquietó enormemente a Ramón, todavía
aturdido por la magnitud que habían tomado los acontecimientos. Éste aún tardo
varios días en atreverse a volver a acercarse a su querida hijastra.
La inexperta
Marta, recordó como tan solo con ver a su idolatrado hermano, había sabido en
una fracción de segundo todo lo que debía hacer para contentarle. Entonces supo
que, desde un principio, en el fondo de su alma conocía todas las respuestas
que estaba buscando. Él único motivo que la había impulsado a cometer todas
aquellas acciones impuras era porque sabía que, tanto si podía verla como sí
no, aquello agradaba a su amo, por eso ahora quería corromper a su viejo
padrastro, por eso debía mantenerse cachonda y tocarse continuamente. Su amo la
prefería así. Y al constatar éste dato sus indagaciones cesaron en seco y su
miedo desapareció.
Estaba
volviendo a excitarse y su mente fue de nuevo invadida por el recuerdo de
aquella venerada poya con la que su amo había decidido perturbar sus sueños.
Imágenes de las aberrantes escenas que habían vivido durante las últimas
semanas fueron de pronto visibles en su memoria. Aquello la excitó tanto que
creyó que su coño iba a estallar. Sintió que debía correrse, tener un orgasmo
de verdad. Y entonces supo que sus manos no serían suficientes para lograrlo.
Sintió que debía obedecer.
Un fuerte
impulso la condujo a salir de su habitación y recorrer el tramo de pasillo que
la separaba de la habitación de su hermano. Ejecutó con sumo cuidado esta
operación, poniendo tal sigilo en cada uno de sus pasos que habría sido
imposible oírlos aún teniendo la cabeza pegada al suelo. Sin embargo, el estado
de ansiedad en que actuaba la pequeña Marta hizo que se olvidara de colocar de
nuevo su pantalón de pijama.
El frio en
sus desnudas piernas hizo que se percatara a medio camino de su parcial
desnudez, pero tan irrefrenable era el ansia que sentía por ver a su amo que
sencillamente redobló sus esfuerzos por ser sigilosa, pero en ningún momento se
planteó el volverse atrás. Aquella madrugada, la joven Marta se encontró
deambulando por la casa familiar con su dulce culito y su matita de pelo
expuestos a la luz ante cualquier mirada inoportuna.
Osvaldo
tenía el sueño ligero y el leve chirrido de la puerta de su habitación al
abrirse fue suficiente para ponerle en guardia. Enseguida distinguió a su
hermana a través de la luz que se filtraba por la rendija de la puerta
entreabierta, proveniente del pasillo. Tuvo también tiempo de fijarse también en
sus finas nalgas expuestas a la luz cuya pálida piel se erizaba por la fría
corriente de aire que se colaba a través de la puerta. Antes de que ésta se
cerrara, Osvaldo entrevió la pequeña montañita de su hermana asomando entre las
sombras, adornada por una hermosa mata de vellos rubios.
Aquella
visión fue suficiente para poner su poya al rojo vivo. Pero la dejadez de su
hermana preocupó a Osvaldo y decidió que debía castigarla. Esperó a que la
pequeña avanzara los pasos justos para colocarse al alcance de su mano y palpó
sin reparo su intimidad desnuda. Después pasó las manos a su trasero,
estrujando con fuerza los firmes glúteos de su hermanita, mientras la
interrogaba en tono firme.
“-¿Por qué no
llevas los pantalones?”
“-Lo siento,
amo. Sentí una necesidad tan fuerte de verte que creo que me he olvidado por
completo de mi persona”
El joven
estudiante se tomó unos minutos para analizar la respuesta. Su primer
experimento estaba resultando mucho más exitoso de lo que había imaginado. Al
estudiar aquel libro creyó llegar a poder manipular los actos de algunas
personas a través de la sugestión, pero los cambios tan profundos que estaban
teniendo lugar en la personalidad de su hermana iban más allá de sus mejores
expectativas. Necesitaba perfeccionarlo, comprendió que podía llegar a
modificar su carácter a voluntad, tan solo necesitaba saber más, investigar. Y
se dio cuenta de que el castigo sobre su hermana era inevitable.
“-¡Esa no es
excusa! Tienes que obedecerme, pero sabes que la seguridad es algo que NUNCA
debes descuidar. Ésta vez serás castigada.”
Aquello
produjo una gran inquietud en la sumisa víctima que apenas se atrevió a
preguntar cuál sería su castigo. Estaba inmóvil, absorta en medio de la
oscuridad que se cernía sobre la maloliente habitación de su hermano, mientras
sentía aquellos rudos dedos explorando su cuerpo con un descaro casi animal.
“-Éstas próximas semanas
considérate bajo castigo. Puedes sentir placer pero te está totalmente
prohibido alcanzar el orgasmo hasta que cumplas una por una todas las
humillantes tareas que tú amo te imponga. Ahora ponte contra el respaldo y
ofréceme el culo, putita, voy a follarte.”
Cuando la
indefensa esclava escuchó aquellas palabras dos pesadas lágrimas de amargura
cruzaron sus mejillas. La idea de no poder correrse en días irrumpió en su
ánimo como una pesada losa y se sintió invadida por la desesperanza. Pero la
necesidad de obedecer era mucho más fuerte así que aquella dulce criatura, aún
apenada por el castigo, subió sus rodillas sobre la cama, se colocó de espaldas
a su amo y, flexionando su cuerpo contra la pared de forma que la trayectoria
de su trasero fuera perfecta, se preparo para que su hermano violara su antes
estrecho culito. Sin necesidad de volver la vista, Marta era consciente de
todos los movimientos que su amante realizaba en la oscuridad y aprovechó los
escasos segundos que tardó éste en colocarse detrás suyo para facilitarle el
camino separándose cuanto pudo ambas nalgas con sus propias manos.
“-Ahora, mientras
te doy por el culo, quiero que te centres en la que será la primera de tus
tareas. Vas a conseguir que el cerdo de Ramón se corra en los pantalones. Pero
tu misión no estará cumplida hasta que te asegures que realmente se ha corrido.
Quiero que pruebes su semen. Para facilitar tu tarea a partir de ahora, también
te estará prohibido usar ropa interior, aunque seguirás eligiendo las mismas falditas
con las que le vuelves loco. Sí cumples bien tu cometido, te estará permitido
tener un único orgasmo, aunque solo si es Ramón quien te lo provoca.”
Y al
terminar sus instrucciones tiró con fuerza de la larga cabellera de su hermana
y le clavó de un solo empujón la poya, directa hasta el fondo del culo. Su
tierna hermana tuvo que hacer un enorme esfuerzo para contener un grito de
dolor al sentir la intrusión. Pero ni un solo sonido escapó de su garganta.
Ahora conocía el valor de la responsabilidad. Su obediencia era sagrada, y la
discreción era una parte fundamental de ella. Se concentró en aquel trozo de
carne dura que penetraba implacable en su tierno culito. Sabía que no iba a
poder correrse y aquella idea la entristecía, pero pronto el placer se adueñó de
su cuerpo haciéndola disfrutar de varios momentos cercanos al orgasmo.
Tanto estaba
disfrutando la niñata que no se dio cuenta de que a través de su boca
entreabierta escapaba un hilillo de baba que estaba formando un reguero hasta
sus pechos. Mientras aquel incesante placer la invadía, interrumpido por las
punzadas de dolor que le propinaba su hermano con sus continuos pellizcos y
tirones de pelo. Trató de memorizar las últimas palabras de su amo y
concienciarse de cual iba a ser su nueva tarea. Al fin notó como las embestidas
de su hermano se aceleraban y se preparó para recibir el fruto de su corrida
mientras sentía el placer más cercano al orgasmo que le estaba permitido. Y se
mantuvo de nuevo inmóvil en esa postura hasta que su hermano, después de soltar
toda la viscosa carga en su culo, deslizó su miembro fuera del dolorido recto
de la chiquilla y se dejó caer sobre el lecho.
“-Ya sabes lo que
tienes que hacer, esclava.”
Y Osvaldo
cerró los ojos para concentrarse en sentir el delicioso tacto de los labios de
su hermanita, mientras la inexperta lengua se afanaba en limpiar toda la
suciedad de su nabo. Marta realizó su tarea con esmero, deleitándose a cada
instante en aquel preciado sabor que tan bien conocía. El olor de aquella poya
sucia a media erección volvió a excitarla de nuevo y con la mano que tenía
libre acarició suavemente su tierna rajita, mientras engullía aquel miembro
hasta la raíz. Cuando hubo limpiado por completo la herramienta de su hermano,
entró en una especie de trance. Volvió en silencio a su habitación y, mientras
caía en un sueño profundo, fue olvidando uno por uno todos los actos que había
ejecutado esa noche.
Osvaldo
sonrió satisfecho, oculto en la oscuridad de su habitación y acariciando de
nuevo su poya se dispuso a dormir satisfecho con su nuevo descubrimiento.
El poder de osvaldo (3:
extendiendo la corrupción)
Don
Ramón durante toda su vida se había considerado una persona recta. Sus
costumbres eran sencillas y su moral firme. Su disciplina, inquebrantable. O al
menos eso era lo que siempre había pensado. Pero, al margen de su negocio, que
siempre funcionó como un reloj, lo cierto es que la vida nunca le fue como él
habría querido. Su primer matrimonio había sido un terrible fracaso del que no
se recuperó hasta conocer a Teresa, su segunda mujer. De la cual estaba
ciegamente enamorado. A Ramón siempre le habían gustado las mujeres elegantes y
creyó descubrir en ella la auténtica clase. Pero ella era fría como el hielo y
siempre se mantuvo distante, incluso después de la boda.
Ramón vivía
mortificado por la idea de que su mujer no estaba enamorada de él. Sospechaba
que solo había accedido a casarse debido al despecho que sentía por su anterior
ruptura. O quizás tan solo buscaba el amparo y la comodidad de su sólida
posición. El hecho es que nunca había logrado vislumbrar ni el más mínimo
brillo de pasión en los ojos de su bella esposa. Y los escuetos y poco
convincentes polvos que mantenían esporádicamente no hacían más que aumentar su
amargura.
La actitud
de sus hijastros tampoco contribuía mucho a mejorar su situación. Al principio
había tratado de comportarse con ellos como si fueran sus propios hijos. Quiso
ser un padre modelo y, probablemente, ese fue su error. Pues, al tratar de suplantar
tan rápidamente a su padre, lo único que consiguió fue que los chicos le
culparan a él de su situación.
La peor de
todos ellos era la mayor, Laura. Desde el principio replicaba a sus
órdenes con frases del estilo de “-¡Tú no eres mi padre!” o “-No eres
nadie para castigarme.”. Y en sus momentos de cólera le había llegado a llamar
“cerdo reprimido”, “viejo asqueroso” y “picha-corta”. Osvaldo era algo más
reservado, pero también le había dejado muy claro en alguna ocasión cuanto le
detestaba.
Con la única
que Ramón siempre había mantenido una buena relación era con Marta, la pequeña
de la familia. Quizás porque la conoció en su más tierna infancia y había
podido influir más directamente en su educación. Entre otras cosas, consiguió
evitar que estudiara en el mismo colegio elitista del centro como sus hermanos
mayores. En lugar de eso la envió a un estricto colegio de monjas de los de
toda la vida. Realmente su relación con aquella chiquilla era lo que más le
llenaba de su vida actual. Pero últimamente aquella relación estaba dando un
giro que le preocupaba por encima de cualquier otra cosa que pudiera pasarle.
En su cabeza
aún conservaba clara la escena de aquella misma tarde, al traer a la pequeña de
la escuela. En lugar de sentarse en el asiento del acompañante, a su lado, como
acostumbraba a hacer, le había dicho a Ramón que estaba cansada y prefería ir
atrás. Sin embargo le extrañó comprobar a través del retrovisor que su pequeña
princesita se mantenía sentada justo en el centro del asiento en lugar de
tumbarse como había dicho que haría. Recordó haber arrancado el motor sin darle
más importancia y cómo, tras circular unos minutos, una imagen llamó su
atención helando la sangre en el interior de sus venas. Fue algo que vio a
través del espejo retrovisor. Su hijastra, Marta, había colocado uno de sus
pies descalzos sobre el asiento trasero y abrazaba su rodilla desnuda mientras
su mirada se perdía despistada a través de la ventanilla del coche. Su otra
pierna oscilaba a uno y otro lado levantando aún más su falda hasta descubrir
sus muslos y parte de la entrepierna.
Pero no fue
la poco delicada postura de la chiquilla lo que sobresaltó a su padrastro sino
la hermosa mata de pelo rubio que apareció claramente en el retrovisor expuesta
a sus miradas. Y el saber que su joven hijastra no llevaba bragas debajo de
aquella faldita escolar hizo que su poya despertara de pronto.
Ramón
intentaba inútilmente mantener la mirada fija en la carretera cuando, aquella
impúdica niña, colocó su otro pié en el asiento levantando a su vez la rodilla
y separó las piernas, mostrando su dulce coñito abierto a través del
retrovisor. De repente los vivos ojos de la chiquilla escrutaron descaradamente
el espejo en busca de la mirada de su padrastro, la cual halló aún atrapada entre
los pliegues de su vulva. Entonces sus vistas se cruzaron tan solo un instante
y Ramón descubrió una pícara y nada inocente expresión en el rostro de la
pequeña. La cual, acto seguido, bajó sus pies del asiento, colocó con remilgo
su falda y se puso de nuevo a mirar por la ventanilla con actitud distraída.
Cualquiera que la viera en ese momento la habría creído incapaz de cualquier
acto impuro. No parecía la misma que segundos atrás lanzaba una incitante
mirada a su padrastro mientras exhibía generosamente su coño juvenil. Pero
Ramón lo recordaba muy bien y eso mantuvo su poya dura hasta que llegaron a su
destino.
Aunque su
mujer dormía plácidamente a su lado, a Ramón le era imposible conciliar el
sueño. Además de la lógica preocupación que le producían los cambios en la
personalidad de su hijastra. Lo que realmente le horrorizaba era comprobar la
incontestable excitación que aquellas aberrantes situaciones le habían
producido. No solo se había excitado, sino que en más de una ocasión había
llegado a participar activamente en aquella locura. Aquel no era un hecho
aislado y su mente no dejaba de dar vueltas sobre ello. Si llegara a saberse
todo, su reputación estaría acabada.
Una cosa
eran las cariñosas caricias que ocasionalmente le regalaba a su hijastra, las
cuales, aunque en algún momento habían ido más allá de lo debido, siempre se
mantuvieron en el límite de lo racional. Pero el rumbo que estaban tomando los
acontecimientos iba más allá de toda cordura. Recordó los recientes viajes en
tranvía, cuando a punto estuvo de correrse frotándose contra el trasero de su
nenita y se dio cuenta de que tenía la poya como una roca. Necesitaba
desahogarse urgentemente y volvió la mirada en busca de su mujer.
Su atractiva
mujer seguía a su lado, durmiendo en una postura estática. Parte de su cuerpo
estaba destapado y podían apreciarse sus elegantes curvas cubiertas por un fino
camisón de seda negra. Algunas noches su idolatrada esposa utilizaba una venda
para cubrirse los ojos la cual, con la ayuda de un somnífero, le permitía
dormir mientras su marido se quedaba leyendo hasta altas horas de la noche con
la luz de la mesita encendida. Y Ramón se dio cuenta de lo mucho que necesitaba
follarse a su mujer.
Querría
poder hacerlo ahí mismo, sin importarle los chicos. Le gustaría hacérselo
salvajemente, sin sacarle la venda de los ojos, oírla gritar. Pero sabía que,
si la despertaba o intentaba algo, lo más seguro es que terminasen enzarzándose
en una pelea y quizás él acabara durmiendo en el sofá. En lugar de eso se limitó
a acariciar con cuidado los duros glúteos de su mujer por encima del camisón.
Lo hizo con cuidado para no despertarla, mientras levantaba las sabanas para
deleitarse con su figura. Pero sabía que no podía pasar de ahí. Y su poya cada
vez estaba más dura.
Pronto
invadieron su mente pensamientos más oscuros. Pensó en salir en busca de su
hijastra y se estremeció al darse cuenta de que no sería la primera vez que lo
hacía. Recordó avergonzado cómo, en alguna ocasión, había llegado a correrse en
las sabanas de aquella pequeña ninfa a escasos centímetros de su cuerpecito.
Exploraba sus encantos rozando suavemente sus curvas con la palma de su mano,
procurando no despertarla, igual que hacía con su mujer. Se despreciaba por
ello, pero se estaba volviendo un adicto al morbo que le producía esa
situación. Como le venía sucediendo cada vez con más frecuencia, al final su
instinto se impuso a su razón. Se levantó de la cama poniendo el máximo cuidado
en no alertar a su esposa. Y se dirigió en silencio hacía aquella habitación
prohibida, vencido al fin por su calentura.
Desde que
Marta tenía prohibido correrse, sus ya muy frecuentes masturbaciones habían
dado paso a unas largas y sostenidas sesiones de frotamiento constante que tan
solo interrumpía para realizar sus tareas más imprescindibles. El castigo
impuesto por su hermano pocos días atrás había permitido a la ardiente niñita
descubrir nuevos horizontes de placer. Aquella misma tarde, tras una intensiva
gestión de su clítoris, había conseguido prolongar durante casi una hora una
sensación de inmenso placer que distaba poco del tan ansiado orgasmo.
Pero la
necesidad de alcanzar el clímax empezaba a volverse enfermiza. Y lo único que
la pobre chica lograba con sus tocamientos era sentirse cada vez más caliente.
Se dio
cuenta enseguida de que alguien la estaba espiando. Por muy concentrada que
estuviera en sus propios manejos, no pudo pasar por alto la alargada sombra que
el intruso proyectaba en la pared delatando su posición, oculto tras la rendija
de la puerta. Fue consciente de que sus travesuras estaban dando resultado, tal
y como su amo quería. Y no tuvo ninguna duda sobre quién se escondía tras
aquella puerta.
Los alegres
pijamas con los que la pequeña Marta acostumbraba a dormir habían sido sustituidos
por una camiseta ancha, sin mangas, más cómoda y fácil de quitar. Además no
llevaba braguitas, pues sabía que esa prenda le estaba prohibida. En realidad
para ella era un atuendo perfecto, pues lo único que hacía desde el mismo
momento en que se encerraba en su habitación era meterse los dedos hasta quedar
agotada.
El hecho de
sentirse observada hizo que la pequeña se sintiera algo más excitada y decidió
que debía darle al intruso un buen espectáculo. Así que volvió su cuerpo hacia
la puerta y se colocó de espaldas a ella, situando sus encantos al alcance de
la poca luz que entraba por ella. Una vez se hubo asegurado que tanto su culo
como su coño quedaban expuestos a la atenta mirada de aquella sombra
expectante, empezó a masturbarse ostentosamente moviendo sus caderas de forma
impúdica.
Marta se
sentía invadida por el morbo. Sabía que aquel sentimiento no se debía a las
sugestiones de su hermano. Conocía muy bien sus órdenes y tener aquellos
morbosos pensamientos no estaba aún entre ellas. Así que su joven cabecita
enseguida comprendió que aquel placer añadido provenía de su propia mente. Se
trataba de todos los oscuros pensamientos que siempre había reprimido en lo más
profundo de su ser. Ahora trataban de aflorar, conscientes de cuál era la verdadera
naturaleza de la “nueva” Marta. Y por primera vez se sintió liberada, entregada
por completo a su dulce esclavitud.
La abundante
luz que ahora iluminaba todo su cuerpo hizo saber a la pequeña exhibicionista
que se encontraba totalmente expuesta ante el mirón. De un tirón se arrancó la
camiseta y empezó a tocarse los pequeños pechos con descaro, mientras retorcía
sus hinchados pezones. Después decidió darle más emoción al espectáculo
deslizando un dedo en su culo y siguió dándose placer en las más obscenas
posturas que su nutrida imaginación pudo crear.
Tras un
largo rato en que tan solo podía escucharse el chapoteo de aquellos dedos
infantiles al hundirse en sus inflamados orificios, se oyó un quejido ahogado
proveniente del marco de la puerta. Y Marta pudo ver por el rabillo del ojo
como su padrastro se agarraba la poya con fuerza a través del pantalón del
pijama, en el que se distinguía una enorme mancha fruto de la reciente corrida
del excitado espectador.
La pequeña
esclava deseó poder saborear aquel semen y librarse así de su maldición. Pero
sabía que el momento aún no había llegado, debía esperar. Así que quiso dar un
nuevo giro al grotesco espectáculo que estaba dando y se volvió hacia la luz,
mostrando su cuerpo de frente, mientras abría las piernas con descaro mirando a
su estupefacto padrastro directamente a los ojos. Éste permanecía inmóvil,
superado por la situación mientras la chiquilla acariciaba sensualmente sus
pechos para después llevarse ambas manos al chocho y separarse los labios, ofreciendo
sus más secretos encantos ante la absorta mirada de su objetivo. Finalmente,
tras hundir un dedo en su húmeda gruta, se lo llevó a la boca y se deleitó
saboreando su propia excitación sin desviar la mirada ni un solo instante de la
de su aterrado padrastro.
Ramón seguía
sin moverse, como una estatua de piedra. La mente de aquel adulto, una vez
liberada de su excitación, volvía a encontrarse presa del pánico y la
confusión. Y todavía más al saberse descubierto. Así que, tan pronto como
recuperó el dominio de su propio cuerpo, decidió alejarse de ahí lo antes que
pudo. Necesitaba tiempo para pensar fríamente. Pero, antes de poder salir de la
habitación, una nueva imagen perturbó su consciencia cuando aquella dulce
niñita, con una pícara y nada inocente mirada le dijo:
“-Buenas noches,
papá”
A la mañana
siguiente Ramón fue el primero en levantarse. Seguía inquieto por los oscuros
pensamientos que le habían estado persiguiendo durante toda la madrugada. Y aún
tenía que llevar a la niña al colegio, lo cual le aterraba. No hacerlo, sin
embargo, habría sido una temeridad. Él debía ir en aquella peligrosa dirección.
Su esposa, por el contrario, iría a su oficina del centro acompañando, de
camino, a sus otros dos hijos tal y como acostumbraba a hacer. Era consciente
de que no tenía ningún motivo razonable para negarse a acompañar a su hijastra.
Y lo último que quería era levantar alguna suspicacia.
Se sintió
más relajado al ver transcurrir la mañana como la de cualquier día normal. Su
esposa estaba atareada arreglándose a toda prisa, tan estresada como de
costumbre. Mientras tanto las dos niñas peleaban por ver quien se comía la
última madalena. Ganó Laura, como de costumbre. En el extremo de la mesa estaba
Osvaldo, cada vez más retraído. Parecía absorbido por sus propios pensamientos.
Al fin Ramón reunió el valor suficiente para mirar directamente a su pequeña
hijastra y no vio nada en ella que se saliera de lo normal. Parecía la niña
buena y obediente que siempre había sido.
Aunque
enseguida empezó a preguntarse si estaría desnuda debajo de aquella faldita tan
corta. Al quedarse a solas con la pequeña, Ramón procuró comportarse de la
forma más normal que pudo. Ayudó a la chiquilla a recoger sus cosas y se
dispuso a acompañarla al colegio. Pero su tranquilidad se quebró de pronto
cuando su princesita le preguntó con una encantadora voz inocente y algo
traviesa:
“-Papi, porfa,
¿podemos ir en tranvía?”
El poder de osvaldo (4: el
castigo)
El
viejo tranvía que cubría el trayecto hasta la escuela siempre estaba
abarrotado, especialmente a primera hora de la mañana. Algunas veces ni tan
siquiera había donde agarrarse, por lo que era imposible evitar los frecuentes
empujones y magreos que se producían en el interior del transporte.
Ambos
sabían a lo que se exponían desde un primer momento, cuando aún esperaban en
silencio la llegada del tranvía. A cada minuto que pasaba, Ramón se sentía más
arrepentido, a merced de aquella criatura. Sabía desde el principio que no
debía haber accedido a los caprichos de aquella niña perversa de oscuras
intenciones. Pero la creciente presión que sentía en su entrepierna le impidió
rectificar.
A la
llegada del tranvía, más abarrotado que de costumbre, el desorientado adulto se
limitó a seguir como un autómata a su hijastra a través del vagón. No
fueron pocos los roces y sucios tocamientos a que la chiquilla fue sometida,
además de por su propio padrastro, por el resto de pasajeros. Algunos de ellos
quizás fueran involuntarios. Pero no faltó quien, oculto en la multitud, aprovechó
su ventaja para inspeccionar los secretos de aquella tierna criatura. Hubo
quien incluso llegó a aventurarse bajo su falda, sorprendiéndose al hallar su
intimidad desnuda mientras Marta guiaba a su acompañante con paso decidido
entre toda aquella gente. Lo llevo hasta un espacio que hay en la cola
del transporte, encajonado entre una fila elevada de asientos y las ventanas
traseras. Si ella se situaba entre la pared y su padrastro, permanecería oculta
ante las miradas, por muy cercanas que fueran.
Durante el
desplazamiento puso especial atención en irse deteniendo a cada paso e inclinar
su cuerpo ligeramente hacia atrás para sentir aquel bulto estrellándose
irremediablemente contra su espalda y su culo. De esta forma la pequeña pudo
asegurarse que el miembro de su padrastro adquiría la consistencia necesaria
para que ella pudiera al fin cumplir con su particular castigo. Cuando llegaron
al lugar indicado, una vez la pequeña se hubo cerciorado de estar en la
posición correcta, cogió sin dilación la mano de su falso padre y la puso
directamente sobre su coño desnudo y mojado.
Si todavía
quedaba algo de prudencia en el interior de aquel hombre de apariencia
respetable, ésta desapareció al sentir el contacto con aquél cálido coñito
palpitante que se restregaba contra su mano mojándole la yema de los dedos. Al
inspeccionar con la mano aquél cuerpecito, descubrió que la calentura que
ocultaba la chiquilla, cuya humedad impregnaba ya la parte superior de sus
muslos, era aún mayor de lo que había imaginado. Marta exponía su cuerpo a los
tocamientos mientras sus manos agarraban el miembro erecto de su padrastro
sobre el pantalón. Cuando consideró que su objetivo tenía la poya lo bastante
dura, con un rápido movimiento, bajo su bragueta y libero aquel rígido miembro
de su prisión. Eso sobresaltó al adulto que, antes de poder reaccionar, se
encontró con la poya metida dentro de la cálida boquita de su hijastra, que
chupaba con esmero.
La sensación
fue indescriptible, a medio camino entre el placer y el terror. Sabía que
aquello estaba yendo demasiado lejos, pero también era consciente que en el
punto en el que estaban lo mejor era no resistirse y acabar lo antes posible.
De lo contrario se arriesgaba a ser descubierto, y esa idea le aterraba.
El primer
orgasmo le llegó de repente, como una explosión, y a punto estuvo de alertar a
todo el pasaje con un alarido que a duras penas logró reprimir. Pero aquello no
era suficiente para la pequeña diablilla que, tras tragarse toda su corrida si
rechistar, seguía comiéndole la poya sin descanso en busca de prolongar su
erección. En la posición en la que estaban parecía como si Ramón estuviera
sencillamente inclinado sobre la pared mirando por la ventanilla. Nadie habría
podido adivinar que, tras el largo abrigo de aquel hombre, se ocultaba el
menudo cuerpecito de la niña, ocupada en sus tares preferidas. Y pronto esa
dedicación con la que chupaba la pequeña empezó a dar resultado y aquél rabo
volvió a verse tieso como un palo.
Entonces
Marta supo que había llegado el momento de recibir su tan ansiado regalo y,
ayudándose en las barras laterales del tranvía, elevó su cuerpo sobre el suelo,
situando su vagina al alcance de tan tremenda erección, y se dispuso a
encaramarse sobre el inflamado tronco de su querido papaíto. Ramón, sorprendido
de nuevo por los rápidos movimientos de la criatura, trató en el último momento
de impedir la penetración retrocediendo el cuerpo. Por desgracia un movimiento
brusco en el vagón hizo que perdiera el equilibrio y se precipitara contra la
pared ensartando a la pequeña en su poya durante la caída. Sin embargo, la
penetración no fue completa debido a la resistencia que presentaba su himen.
Sentir su
poya deslizándose en la húmeda estrechez virginal de su princesa fue mucho más
de lo que la debilitada conciencia de Ramón podía aguantar. Y se entregó
definitivamente a la locura. Ni siquiera la idea de estar robando la virginidad
de su pequeña le detuvo. Al contrario, esa idea le encendió aún más. Sacó su
miembro de la estrecha cueva, chorreando flujo, y, con una furiosa embestida,
volvió a hundir violentamente su espada en ella, esta vez hasta la empuñadura,
arrancando definitivamente el último rasgo de niñez del cuerpo de aquella
criatura, que se retorcía y babeaba enloquecida por el placer.
Marta sabía
que su anhelado premio estaba ya muy cerca. Tuvo que contener un gemido al
sentir su virginidad quebrarse. Aquél dolor tan intensó y agradable de sus
entrañas al rasgarse la enloqueció, creyó que iba a desmayarse de placer. Se
concentró en la masa de carne que exploraba por primera vez las profundidades
de su vagina, enterrada en lo más hondo de su cuerpo, llenándola por completo.
Y la pequeña, definitivamente abandonada al placer, inició con su cuerpo una
danza lujuriosa en la que pronto se vería involucrado su amante, presa de la
misma frenética locura. El adulto sujetaba los muslos de la chiquilla
manteniéndola elevada, con la piernas pegadas al cuerpo y el coño abierto,
mientras la empotraba rudamente contra la esquina del vagón.
Se la estaba
follando como un animal, enloquecido, y sus cada vez más ostentosos movimientos
empezaban a ser visibles para los demás pasajeros. También les delataba el
constante sonido de la cabeza de la chiquilla al golpear el cristal y, a medida
que el crimen se volvía más salvaje, también el del culito de la niña al
estrellarse violentamente contra la chapa.
Pero lo que
finalmente dejó a la pareja en evidencia fue el salvaje orgasmo de Marta. Poco
antes, un enloquecido Ramón había vaciando toda su carga en el interior de la
pequeña, estrujando con fuerza sus jóvenes nalgas, mientras mantenía su poya
clavada hasta los huevos. Al sentir aquel liquido caliente salir disparado
golpeando las paredes de su limpia y recién estrenada vagina, la pequeña Marta
estalló al fin en un potente orgasmo y empezó a contonearse, saltando sobre la
poya paterna.
Finalmente
la niña no pudo reprimir una larga serie de gemidos, seguidos por un grito
agudo, alertando así a los pasajeros de aquel tranvía sobre las placenteras
actividades que se estaban desarrollando en la parte de atrás. El saberse
descubiertos hizo que los amantes volvieran a la realidad. Y Marta, al sentir
aquella poya deslizarse fuera de su satisfecha vagina, fue invadida por un
escalofrío que le recorrió la columna y, tras lamerle la cara, miró a su
padrastro a los ojos y, con la respiración aún acelerada le dijo al oído:
“-Me ha gustado
mucho.”
Esperaron a
que el tranvía llegara a la siguiente estación antes de salir de su escondite
y, al hacerlo, trataron de ocultar sus rostros de las miradas indiscretas. El
escándalo fue descomunal cuando los pasajeros vieron salir aquella niñita de
detrás del abrigo de un adulto. Por suerte consiguieron alcanzar la salida
antes de que la cosa fuera a mayores. Pero el bochorno que pasaron fue
considerable. Después de aquello aún tuvieron que caminar durante un rato.
Pues, durante su arrebato, habían pasado de largo la estación en la que estaba
el colegio.
Durante todo
el camino estuvieron en silencio sin que sus miradas se cruzaran ni una sola
vez. Ramón estaba aterrado con la idea de haber sido reconocidos por alguien
del colegio. La vergüenza y el remordimiento comenzaban ya a hacer mella en su
ánimo. Marta, por su parte, sonreía feliz al saberse libre de su castigo y se
preguntó cual sería su siguiente tarea. Al llegar al colegio se despidió de su
acongojado padrastro con un pulcro beso en la mejilla. Y, tras despedirse como
cada día, se encaminó apresuradamente hacia su aula.
Justo cuando
se disponía a entrar en clase notó como un reguero de semen escapaba de su
coño, resbalando por su muslo en dirección a la rodilla. Y, tras recoger aquel
rastro en su dedo, se lo metió en la boca y saboreo el fruto de su castigo
mientras se encaminaba a su pupitre todavía con el dedo entre los labios.
Ramón, por
su parte, tuvo que decir en la oficina que alguien le habia lanzado una bebida
por accidente. Pues era imposible ocultar la enorme mancha que su hijastra al
correrse había dejado en su camisa y pantalones.
El poder de
osvaldo (5: nuevos objetivos)
En pocas
semanas los avances de Osvaldo sobre su hermana pequeña eran más que evidentes.
Todos sus experimentos habían resultado ser un éxito. Y el perverso muchacho
decidió que había llegado el momento de expandir sus horizontes. Sus manejos
sobre Marta empezaron a resultarle aburridos. Así que, en lo más profundo de su
mente, comenzó a gestarse un oscuro plan. Le estuvo dando vueltas durante días,
mientras seguía espiando a escondidas a su hermana Laura como antes de iniciar
su particular odisea. Aunque ésta vez con las intenciones bastante más claras.
De entre
todos ellos, su hermana Laura era sin duda la que más se parecía a su madre, su
viva imagen. Tenían el mismo estilo, el mismo pelo moreno y liso que a menudo
ambas se recogían en un moño, los mismos ojos oscuros y altivos; el mismo
cuerpo esculpido a cincel, la misma elegancia. Tan solo se distinguían en el
carácter.
Laura era la
clásica pija rebelde, inestable y caprichosa. Seguramente su personalidad se
debía en gran parte al sonado divorcio de sus padres y a lo malcriada que había
sido desde entonces. Y el colegio elitista al que iban ella y su hermano
terminó de torcer su carácter. Ahora creía que el mundo había sido creado para
satisfacer sus caprichos y se comportaba con los demás como una auténtica
déspota. Su padrastro ya había desistido en su educación, y su madre, muy
parecida en el fondo, le seguía permitiendo todos esos desmanes achacándolos a
“cosas de la juventud”. Así que había llegado un momento en que nada se oponía
en el camino de Laura. Y Osvaldo estaba decidido a cambiar eso.
Puso su plan
en marcha de la manera más cuidadosa. Sabía que Laura era una presa mucho más
difícil que su sumisa hermanita pequeña, así que debía extremar las
precauciones. Empezó a espiarla a todas horas, estudiándola a fondo. E
intentaba no ser visto mediante el sigilo y la sugestión. Una tarde, estando
solos en la casa, Laura tomaba una ducha sin ser consciente que, tras la
rendija de la puerta, su hermano la espiaba a través del cristal. Osvaldo se deleitaba
contemplando aquel ansiado cuerpo a placer. El chico espiaba a su hermana desde
su más temprana pubertad, quizás desde antes incluso. Conocía bien sus
secretos, sus curvas y los tangas que usaba.
Probablemente
aquel era el origen de sus constantes peleas, pues el joven Osvaldo había sido
descubierto por su hermana en más de una ocasión. Y desde entonces ella se
comportaba con su hermano de un modo cruel. Eso tenía que cambiar, así que el
chico decidió probar algo nuevo. Se concentró en el desnudo cuerpo de su
hermana y trató de lanzar en silencio una sugestión sobre su mente.
“Estas caliente,
muy caliente”
Y pronto
pudo ver en el espejo como los hermosos pechos de su hermana empezaban a
adquirir firmeza, elevándose ligeramente sobre su posición, mientras sus
pezones crecían formando dos esferas perfectas. Sus conclusiones se confirmaron
al ver a su hermana palpar su vagina, extrañada por su repentina humedad. E
inmediatamente Osvaldo se decidió a lanzarle una nueva sugestión.
“Tócate”
Y Laura empezó
a tocarse inmediatamente, convencida de que aquella idea había surgido de su
propia mente. Se entretuvo acariciando con suavidad los labios externos de su
rajita, paso previo indispensable a sus nada infrecuentes masturbaciones.
Sin embargo
Osvaldo, desde el ángulo en que estaba no tenía una buena visión de los manejos
de su hermana. Así que el chico empezó a impacientarse y se dispuso a mandarle
otra sugestión.
“Date la vuelta de
cara al espejo y separa las piernas mientras te tocas. Estás muy caliente.”
Y al fin
Osvaldo pudo tener una visión directa del coño de su hermana mayor. Su pubis
oscuro estaba cuidadosamente rasurado, dejando tan solo una estilizada línea
que descendía de su vientre y llegaba a cubrir mínimamente los bordes de su
rajita.
Laura seguía
tocándose suavemente, sin ninguna prisa. Acariciaba sus bien torneados y firmes
pechos, mientras con su otra mano hurgaba delicadamente en las cercanías de su
vagina, acariciando también a ratos los alrededores de su hinchado clítoris.
Ignoraba estar siendo espiada, pues creía haber dejado a su hermano durmiendo
una siesta justo antes de empezar a ducharse. Así que no dudó en masturbarse
ahí mismo, en la intimidad de la ducha, bajo aquella agradable lluvia de agua
caliente. Y ahora el chico se deleitaba viendo al fin el ansiado espectáculo.
Su excitación llegó a tal punto que dejó a un lado toda prudencia y se dispuso
a abrir un palmo la puerta mientras mentalmente le enviaba a su hermana una
última sugestión.
“No mires al
espejo”
De este modo
Osvaldo pretendía permanecer oculto a su mirada, pues la abertura de la puerta
estaba orientada en dirección opuesta a la ducha. Y tan solo a través del
espejo podía verse lo que había tras ella. El chico sostenía su exultante
miembro en la mano dispuesto a hacerse un glorioso pajote. Sin embargo esta vez
no había calculado bien los efectos de su sugestión en la mente de su hermana.
Ésta no pasó
por alto la repentina variación en la apertura de la puerta. E interpretó
aquella idea que su hermano había lanzado a su mente como una señal de alarma.
Así que inmediatamente levantó su mirada para escrutar el espejo del baño,
descubriendo en él al espía con el nabo aún en la mano. El enfado de su hermana
fue tan severo que toda su excitación se esfumó y, tras cubrirse rápidamente
con una toalla, se dirigió hacia la puerta hecha una furia. Fuera estaba su
hermano, quien a duras penas tuvo tiempo a guardarse la poya de vuelta en su
pantalón. Laura empezó a gritarle insultos mientras le amenazaba violentamente
con un bote de champú. Ya le tenía agarrado del cuello cuando el chico logró
calmarse y juntando sus fuerzas le dijo en tono firme:
“-¡Suéltame y
déjame en paz!”
Consiguió
únicamente que su hermana le soltara y se fuera a su cuarto sin gritarle más, cerrando
la puerta con un sonoro portazo. Osvaldo fue tras ella y, en un último intento
por arreglar la situación, entró en la habitación de su hermano e intentó darle
una orden:
“-Vas a olvidar lo
que ha pasado.”
Creyó
haberlo logrado, pues parte del odio y la rabia que desprendía el rostro de
Laura se desvanecieron. Aún y así se mostró incomoda ante su presencia y le
obligó a salir a gritos.
“¡-Maldito cerdo!
¡¿Qué haces en mi habitación?!”
Osvaldo
decidió no forzar más la cuerda y se encaminó cabizbajo a su habitación
mientras meditaba acerca de los motivos de su reciente fracaso. Decidió que
debía redoblar sus cuidados y desde ese momento se mantuvo a distancia,
controlando a su hermana sin acercarse más de la cuenta. Y esperó confiado a
que llegara el momento propicio. Pronto llegó el fin de semana. Y a Osvaldo no
le fue nada difícil descubrir el nombre del club al que su hermana, en secreto,
pretendía ir con sus amigas. Aunque, al indicar dónde pasaría la noche, Laura
mintió como hacia siempre sin saber que su hermano conocía sus verdaderas
intenciones.
Osvaldo
espero pacientemente a que anocheciera. Sus padres, como de costumbre, salían.
Era la ocasión perfecta pues, al tener a la pequeña Marta bajo control, tendría
plena libertad de movimiento. Esperó a que avanzara la noche y, tras dejar a su
hermanita profundamente dormida, se encaminó hacia la parada del tranvía,
dispuesto a tomar el último vagón que iba hacia el centro.
Entrar en el
local fue mucho más sencillo de lo que había previsto. Tan solo tuvo que
manipular la mente de los gorilas de la puerta. Tarea que le resultó más
sencilla incluso de lo que fue con su hermana pequeña. Una vez dentro, se
dedicó a inspeccionar discretamente el garito, procurando siempre no exponerse
demasiado para no ser descubierto. Se trataba de un club de tecno bastante
selecto y, aunque Osvaldo se había vestido con esmero, no por eso llamaba menos
la atención. Así que, al darse cuenta, trató de mantenerse siempre oculto en
las sombras.
Pronto
localizó a su hermana en una zona de sofás, cerca de la barra. Eso tranquilizó
a Osvaldo que, al tenerla localizada, pudo al fin estar seguro de no ser
descubierto. Además, él no conocía a las compañeras de fiesta con las que salía
ahora su hermana así que tampoco podía ser reconocido por ellas. Ésta vez fue
más sutil en sus sugestiones y mantuvo la vista de su hermana lejos de él,
impulsándola a mirar en otras direcciones para no ser visto por ella. Se dio
cuenta de que su hermana no estaba en aquel rincón de manera inocente. Osvaldo
vio claramente como sus amigas volcaban una bolsita en el vaso, vertiendo una
substancia amarillenta y cristalina en su interior.
Aunque aquel
chico nunca había probado el éxtasis, conocía bien sus efectos. Y, conforme vio
progresar la ebriedad en su hermana, supo que no hallaría una ocasión mejor. Se
dejó caer discretamente en un sofá donde, oculto entre la gente, podía ver con
claridad la pista de baile y observó como los efectos del psicotrópico se iban
apoderando de su hermana. Ésta se comportaba como una calientapoyas, totalmente
ciega, bailando de forma sensual. Pero en ningún momento dejó acercarse a
ninguno de los ansiosos tios que la rodeaban. Se acercaba solo para provocarles
y después se alejaba, dejándoles con las ganas. Aunque pronto la droga empezó a
nublar su mente y se limito a bailar concentrada en la música. Fue el momento
en que Osvaldo se decidió a probar nuevamente con la misma sugestión.
“Estás excitada,
muy excitada”
Y enseguida
vio como los bailes de Laura se volvían cada vez más sensuales. Sus labios
carnosos se contraían y apretaban en su rostro, dando a su cara una expresión
extraña, la cual se veía incrementada por la rigidez de sus facciones, algo
deformadas por la droga. La chica llevaba un fino vestido negro de tirantes sin
sujetador, lo cual se hizo evidente al empezar a marcarse en él su dos pezones
erectos. Osvaldo aún esperó durante unos instantes, permitiendo que la
excitación se fuera apoderando de la joven pastillera. Tras ello envió a su
mente un impulso algo más arriesgado.
“Rózate con todos
los tios que encuentres a tu paso.”
Aquello no
dejó lugar a dudas, pues pronto vio como su hermana, perdida en su viaje,
empezaba a deambular por la pista rozando su cuerpo inconscientemente con todos
los chicos que se cruzaba. A algunos chicos les rozaba levemente el paquete,
mientras que a otros les posaba el culo o el coño sobre la mano. Pronto se
formó un revuelo e incluso hubo un conato de pelea cuando Laura provocó en su
danza a un chico que venía acompañado por su novia. Pero la vieron tan drogada
que la cosa quedó ahí.
Osvaldo
decidió que ya se había divertido suficiente y, antes de que la cosa se
complicara, se dispuso a hacer su jugada. En primer lugar comprobó que las
acompañantes de su víctima estuvieran distraídas, bien flirteando con otros,
bien absorbidas con la música, aunque todas ellas en igual o peor estado que
Laura. Tras estar seguro, se acercó por detrás a su hermana, obligándola en
todo momento mediante sugestiones a mantener la vista fija en el frente. Cuando
al fin se encontró pegado a su espalda, empezó a susurrarle las meditadas
órdenes al oído. Y empezó con un tajante:
“-Me obedecerás en
todo.”
Y su
hermana entró directamente en ese estado de sopor que Osvaldo tan bien conocía.
Aprovechó esos instantes para manosear discretamente a su hermana. Le estuvo
manoseando las tetas con descaro mientras con su mente la obligaba a permanecer
inmóvil. Más tarde bajó sus manos hasta el trasero palpando sus duros glúteos,
frutos de largas tardes invertidas en el gimnasio. Finalmente llevó sus manos
bajo el vestido y pasó un dedo a su hermana por la raja a lo largo del
recorrido de su fino tanga. Al fin convencido de su éxito, el perverso
hermanito se dispuso triunfante a introducir en la mente de su hermana las órdenes
definitivas.
“-Escúchame bien,
Laura. La vida que has conocido hasta hoy termina en éste momento. A partir de
ahora no podrás oponerte a ninguna de las órdenes y deseos de tu hermano
Osvaldo. Has sido una hija y una hermana terribles y te has comportado como una
puta rebelde y desconsiderada. Por eso serás castigada y tu hermano te va a dar
lo que te mereces. Cuando yo acabe de hablar olvidarás lo que te he dicho, pero
mis órdenes quedaran en tu subconsciente y sentirás la necesidad de cumplirlas
sin poder oponerte. Esta misma noche, cuando yo me vaya, quiero que te roces
con todos los hombres que hay en la pista. Vas a hacer todo lo posible por que
se corran y, cada vez que uno de ellos lo consiga, sentirás un fuerte orgasmo
imposible de controlar. Ahora ejecuta las órdenes y olvida que me has visto.”
A Osvaldo le
habría gustado poder ver a su hermana ejecutando las perversas órdenes que
acababa de dictarle. Sin embargo sabía que todavía le quedaba tiempo suficiente
para regresar a casa antes de que volvieran sus padres. Ahora sabía cómo dar el
último paso y creyó poder situar, esa misma noche, todas las piezas en su
lugar, dentro del perverso engranaje que había ideado.
Empezaba a
tener un cierto dominio sobre su poder y, aún llevando dinero, pudo fácilmente
engañar al taxista para que le acompañara a casa sin cobrarle e incluso hizo
que olvidara la dirección y su rostro al marcharse. Al llegar a casa tuvo el
tiempo suficiente para encerrarse en su cuarto y hacerse el dormido antes de
que sus padres llegaran. Pudo oír como subían la escalera y, tras comprobar que
Osvaldo y su hermana estaban durmiendo, se dirigían a la habitación. No tardó
mucho en hacerse el silencio y, tras aproximadamente una hora, volvió a oír la
puerta de sus padres al abrirse y cómo unos pasos, discretos aunque
perfectamente audibles, se dirigían a la habitación de su hermanita, tal y como
Osvaldo ya había previsto. Sonrió al ver que su plan se desarrollaba según lo
previsto y se regocijó en la manera en que, aunque indirectamente, había
conseguido esclavizar a su padrastro. Y se encaminó en silencio a la habitación
en la que aún dormía su madre.
El chico
sabía que su madre tomaba píldoras para dormir todas las noches aún estando
ebria y que esa noche, al haber bebido, sería aún más vulnerable de lo normal.
Así que aquella noche, mientras su padrastro yacía atrapado en los encantos de
su pequeña esclava, Osvaldo se deslizó en la oscuridad de la habitación. Y,
tras observar a su madre por última vez tal y como la conocía, se dispuso a
dictarle al oído toda clase de órdenes y directrices. Completando así la
primera fase de su plan.
Cuando Laura
volvió, a la mañana siguiente, no quedaba ya ningún rastro en aquella casa de
los terribles designios del joven Osvaldo. Era un domingo por la mañana y todos
dormían. Así que Laura, aún confusa por la terrible experiencia de la noche
anterior, se encerró en silencio en su cuarto y se puso a llorar. Su vestido
estaba destrozado.
El poder de
osvaldo (6:confesiones de una esclava)
Laura había estado
llorando toda la mañana. El recuerdo de la noche anterior la atormentaba,
desgarrándole el alma desde las entrañas. Se sentía ultrajada, humillada por
sus propios actos y en el fondo se veía a sí misma como un ser despreciable.
No comprendía cómo
había podido caer tan bajo. Aquella no era la primera vez que tomaba drogas y
nunca había perdido el control de sus actos, no hasta ese punto. Sin embargo
los terribles recuerdos seguían fijos en su memoria como una maldición. Y,
aunque estaba segura que nadie de su círculo la podía haber visto en aquel
antro, a la altiva Laura se le hacía imposible aceptar el haberse degradado
hasta ese punto.
Se duchó varias
veces aquella mañana, pero aún y así se seguía sintiendo sucia. Algo en su
interior se quebraba. Y lentamente empezó a nacer en ella la idea de que todo
por lo que había vivido hasta entonces había dejado de tener sentido. Recordaba
sus anteriores aspiraciones, sus objetivos y motivaciones, sin embargo los veía
ahora como algo carente de significado. Se sentía ya muy lejos de las que
habían sido durante un tiempo sus inseparables compañeras. Nunca podría volver
a mirarlas a la cara. Tampoco sus amigas más íntimas debían saber lo que había
pasado. Ni siquiera podría contárselo a su novio, David. Tenía que romper con
todos ellos.
De pronto
comprendió que únicamente podía contar con su familia, con ellos se sentía
segura. Ahora era consciente de lo mal que se había comportado con su madre,
con su padrastro y, sobretodo, con su hermano Osvaldo. No podía entender cómo
pudo estar tan ciega. Y de nuevo se sintió despreciable.
Al fin decidió que
debía hablar con ellos, decirles lo que sentía. Le sorprendió que nadie la
hubiera avisado para comer. Y aún se sorprendió más al hallar la casa vacía.
Tan solo encontró a Osvaldo sentado en el salón estudiando un viejo libro. A
Laura le dio la impresión de que la estaba esperando. Osvaldo, al verla, sonrió
y con voz dulce le dijo:
“-Ven, Laura,
siéntate a mi lado.”
El encontrarse de
pronto con su hermano había causado un enorme impacto en el ánimo de Laura. De
pronto volvió a sentirse despreciable y las lágrimas brotaron amargamente de
sus ojos. Antes no habría permitido que nadie la viera en aquel estado. Sin
embargo en ese momento la presencia de su hermano la reconfortaba más de lo que
nunca habría creído. Así que Laura se sentó junto a su él tal y cómo le había
dicho que hiciera.
“-Laura, tienes
que calmarte. Relájate y cuéntamelo todo.”
Y la acongojada
muchacha sintió de pronto la necesidad de desahogarse en los atentos oídos de
su hermano. Había dejado de llorar y empezaba a sentirse invadida por una gran
paz que contrastaba con su reciente inquietud y la impulsaba a dejarse llevar.
Una vez se sintió más tranquila empezó a contar la terrible experiencia a su
hermano sin entender muy bien de dónde sacaba el valor para hacerlo. Sin
embargo no olvidó ni un solo detalle. Se sentía cada vez más relajada a medida
que le narraba los terribles acontecimientos de la noche anterior.
Le explicó, algo
acongojada, que había tomado drogas y cómo ésta vez se le fue de las manos. Lo
primero que recordaba de su locura era estar mirando fijamente la pista de
baile, analizando minuciosamente todas las personas que ahí se encontraban.
Tras eso perdió completamente el control de sus actos. Empezó a deambular como
una zombi por el centro de la pista rozándose de forma muy sensual con todos
los que encontraba a su paso. Cuando se quiso dar cuenta le estaba metiendo
mano media pista. Y, aunque aquello la horrorizaba, su cuerpo no parecía responderle,
exponiéndola cada vez más a los tocamientos.
Laura siempre
había sido más bien estrecha. Le gustaba el sexo, pero en pequeñas dosis y de
manera “normal”. Además tenía su reputación en muy alta estima. Por eso la
situación le resultaba de todo menos excitante. Se veía impotente ofreciéndose
ella misma a los roces de aquellos degenerados. Pero de pronto todo cambió.
Sintió en su mano el tacto rugoso de unos tejanos y, al palparlo, descubrió
bajo ellos la firmeza de un paquete que estaba a punto de estallar. Sin poder
evitarlo, llevo su culo hacia ese paquete y lo apretó contra él iniciando un
furioso vaivén al ritmo de la música.
Al ver a aquella
pija con un cuerpo de infarto rozándose como una posesa contra su poya, el
chaval se corrió en sus propios pantalones mientras metía las manos por debajo
del vestido para sobar aquellas tetas de niña bonita. Y entonces ocurrió algo
que cambió por completo la percepción que de la situación Laura había tenido
hasta ese momento. Pues al sentir aquel paquete palpitando entre sus glúteos,
comprendió que el chico acababa de correrse y un monumental orgasmo sacudió su
cuerpo desprevenido.
Acabó de rodillas
en la pista de baile con ambas manos entre las piernas y se dio cuenta que los
tirantes de su vestido habían resbalado en sus hombros y tenía los pechos al
aire. Todos la estaban mirando. Llegado a éste punto de la narración Osvaldo ya
no pudo contenerse y, sacándose la poya del pantalón, empezó a masturbarse
suavemente.
“-¡Maldita sea,
Osvaldo! ¡¿Qué se supone que estás haciendo?!”
Su hermana había
parado en seco su relato, escandalizada por el indigno comportamiento de su
hermano. Se sintió traicionada. Él, su hermano, su protector, al que le estaba
confesando los más dolorosos secretos, tan solo pretendía vejarla aún más.
Quiso escapar, pero algo se lo impedía. Y de pronto la voz de su hermano la
arranco de sus pensamientos devolviéndola a la cruda realidad.
“-No te he dado
permiso para que pares, niñata. Ahora vas a seguir contando tu
historia pero
quiero que te encargues de mantenerme excitado en todo momento.”
Laura iba vestida
de domingo, con una camiseta ancha de hockey y unos pantalones de chándal.
Podría decirse que no se trataba de una vestimenta muy sexi. Pero las curvas
que se insinuaban bajo la ropa seguían siendo de lo más excitante. Aunque no lo
suficiente en la opinión de Laura que, muy obediente, empezó a desprenderse de
ella, primero los pantalones, después la sudadera, dejando a la vista sus
preciosos pechos y un apretado tanga en el que se marcaban las formas de su
vulva. Tras la operación, miró pícaramente a su hermano y siguió narrándole su
experiencia, sintiendo una enorme paz al hacerlo.
“-El siguiente tío
que se me acercó lo hizo directamente con la poya fuera. Ni siquiera le vi la
cara. Supongo que aquella droga me impedía pensar con claridad y, al ver esa
poya tan dura, sentí que debía saciarla. Y me la metí en la boca mientras el
fruto de mi reciente orgasmo aún resbalaba por mis piernas. Cada vez me sentía
más avergonzada, pero algo en mí me impedía parar. Este chico se corrió aún más
rápidamente que el anterior y, al sentir toda aquella leche golpeando mi
paladar, volví a correrme de nuevo”
Laura había
substituido la mano con la que Osvaldo se acariciaba la poya por la suya propia
y, mientras seguía contándole a su hermanito su noche de fiesta, le masturbaba
lentamente. A medida que avanzaba en su relato éste se volvió más oscuro.
“-Cuando conseguí
levantarme del suelo, mi cuerpo aún se sacudía con aquellas sensaciones
brutales. Sentía mi tanga empapado hasta los bordes, goteando sobre mis muslos.
Y, antes de que pudiera darme cuenta, me vi rodeada por una avalancha de
hombres que metieron sus manos bajo mi vestido sobando sin clemencia cada
rincón de mi cuerpo. Me subieron el vestido por encima de la cintura y alguien
me arrancó las bragas con un fuerte tirón. Después me llevaron a empujones
hasta el lavabo de hombres sin dejar de meterme mano en ningún momento.”
Osvaldo estaba
exultante. Su plan no sólo había tenido un éxito rotundo, sino que había
superado todas sus expectativas. El muchacho escuchaba satisfecho la narración
mientras se entretenía sobando a conciencia las tetas de su hermana. Cuando se
hubo hartado de manosear esos dos globos, deslizó su mano hasta el vientre,
metiéndola bajo su tanga, y la puso directamente en su monte de Venus. Laura
tenía el coño bastante abultado, aunque no había en ella ni rastro de humedad.
El chiquillo se entretuvo deleitándose en el suave tacto de su vulva. Pasó sus
dedos por la fina piel de los labios externos de su rajita, rasurados
prácticamente hasta el borde, mientras su hermana explicaba detalladamente cómo
fue llevada hasta el maloliente servicio de “caballeros”. Y entonces a Osvaldo
se le ocurrió una idea perversa para darle otra vuelta de tuerca a la
situación.
“-Ahora quiero
que, conforme cuentas tu historia, tengas las mismas sensaciones que sentías
cuando lo estabas viviendo.”
E inmediatamente
Osvaldo vio como Laura estiraba sus facciones en una mueca de desconcierto
mientras su rostro se enrojecía. En su mirada había una infinita vergüenza. Sus
pechos se habían endurecido por la tensión, estirando sus pezones mientras su
piel se erizaba. Sin embargo el chico siguió sin hallar ni rastro de humedad en
sus bragas.
Una vez dentro de
los urinarios, la desvalida chica se había visto rodeada de salidos que
empezaron a sacarse ante ella sus duras poyas, obligándola a hacer todo tipo de
cosas. A la excitada tropa que la había llevado en volandas hasta el servicio,
pronto se unieron los que en él se encontraban. Y, tras someterla a un amplio
abanico de vejaciones indignas, empezaron a escupir sus corridas sobre ella. La
primera de ellas le alcanzó los muslos y, tras ella, vinieron otras tantas que
cayeron sobre sus piernas y tobillos, alcanzándola incluso en los bordes del
vestido.
De pronto aquel
abultado coñazo empezó a palpitar bajo la mano de Osvaldo escupiendo con fuerza
una intensa corrida. Aquello no era un simple orgasmo. Parecía más bien una
larga serie que encadenaba una explosión con la siguiente, combinándolas entre
ellas hasta multiplicar sus efectos. Laura se retorcía de gusto, levantando sus
caderas sobre el sofá, apoyánda sobre sus tobillos mientras se sujetaba con
fuerza al respaldo. Las sacudidas fueron tan violentas que Osvaldo tuvo que acercarse
a su hermana para no perder el contacto con aquel ardiente coñito. Antes de
dejarla continuar la obligó a desnudarse del todo y ponerse a cuatro patas
ofreciéndole el coño a su hermano. Laura obedeció inmediatamente, dejando caer
su tanga empapado al suelo, donde pronto dejó un pequeño charquito.
Acto seguido le
siguió explicando cómo había seguido haciendo de puta en la pista de baile
durante toda la noche. Osvaldo estaba tumbado boca abajo en el sofá, con la
barbilla sobre las manos, manteniendo su cara a pocos centímetros de la
intimidad de su hermana. A cada orgasmo que sacudía su cuerpo, podía ver su
vagina contraerse para expulsar de nuevo una catarata de jugos. A medida que su
narración se acercaba al final, Laura enloquecía, saturada por la abundancia de
sensaciones, y empezó a frotarse inconscientemente la raja con una furia
insospechada.
La avergonzada
esclava continuó explicando cómo, tras cerrar el garito, había seguido rondando
a varios de los chicos que había visto en la pista. Los cuales terminaron
petándola tras unos arbustos, penetrándola por los dos agujeros. Los tres
llegaron al clímax simultáneamente creando en Laura una sensación de placer
imposible de comparar a nada de lo que pudo sentir anteriormente.
De nuevo Osvaldo
se vio contemplando un orgasmo descomunal. Ésta vez no quiso desaprovecharlo y,
levantándose sobre sus rodillas, se abalanzó sobre su hermana y la penetró de
una estocada a mitad del orgasmo provocando un sonoro gemido. La cascada de
flujos que pugnaban aún por salir de aquel cálido coño producía una
indescriptible sensación en su poya.
Siguió follándose
a su hermana, con cuidado de no correrse, mientras ella confesaba su humillante
regreso en taxi, con su vestido lleno de manchas y un fuerte olor a poya. Su vergüenza
era tanta que dio al taxista una falsa dirección y recorrió las últimas calles
con cuidado de no ser vista. Cuando terminó con su historia, permaneció en
silencio permitiendo a su hermano terminar de follársela. Justo antes de sentir
su corrida inundarla por dentro, Laura levantó la mirada, descubriendo a su
madre que los miraba en silencio desde la puerta de entrada.
El poder de
osvaldo (7: una familia obediente)
Maite pasó
todo el día esquivando a sus hijos, no podía olvidar la escena que había
presenciado esa misma mañana. Cada vez que miraba a su hija recordaba la
perversa expresión que había visto en su cara mientras su hermano la follaba. Y
su mente conservadora no asimilaba la idea de haberles visto fornicar como
animales en el salón de su propia casa.
Tampoco se
explicaba su propia actitud, cómo en lugar de reaccionar a tiempo se había
quedado en el marco de la puerta observando en silencio a la incestuosa pareja.
Aún al saberse descubierta por Laura había permanecido inmóvil escrutando su
mirada, llena de vicio. Hasta que, al fin vencida por el pudor, se retiró de la
escena y fue a encerrarse en su cuarto.
Se sintió
impotente, incapaz de detener esa locura. Y se avergonzó aún más al descubrir
lo mucho que aquello la había excitado. Sus bragas de encaje estaban empapadas.
Así que trató de calmar sus nervios con una ducha de agua fría. Sin embargo
terminó tocándose bajo el helado chorro con un fervor que no había conocido en
meses.
Lo cierto es
que Maite no solía masturbarse a menudo. Teniendo a Ramón a su lado lo
consideraba un desperdicio. Aunque tampoco podría decirse que con éste
mantuviera una intensa vida sexual. En realidad para Maite el sexo había pasado
a ser una cuestión de mero trámite. Tras su matrimonio fallido se volvió una mujer
fría e incluso había llegado a pensar que sufría de frigidez. Su marido le
sugirió en más de una ocasión que fuera a terapia, aunque eso únicamente había
servido para agriar aún más la relación.
Ahora Maite
tenía la brutal escena que había presenciado incrustada en la mente y ese
recuerdo la mantuvo excitada durante todo el día. De nuevo en su habitación,
estuvo largo rato tumbada sobre sus finas sabanas, dándose placer con sus manos
mientras se preguntaba si sus hijos seguirían jugando en el piso de abajo.
Varias veces estuvo tentada de acercarse a espiar, aunque finalmente abandonó
la idea más por el miedo a ser descubierta que por el pudor de lo que pudiera
encontrar. Y, aunque puso en ello sus cinco sentidos, no consiguió alcanzar el
orgasmo en ningún momento.
Cuando
escuchó la puerta de entrada al abrirse habían pasado ya varias horas y el sol
estaba cerca de ponerse. Maite tenía tres dedos metidos en el culo y su rostro
reflejaba la frustración. Tras despertar de su delirio, descubrió que las sabanas
estaban encharcadas en una mezcla de sudor y flujos. Tuvo el tiempo justo de
echarlas en el cesto de la ropa sucia y encerrarse en el cuarto de baño antes
de escuchar a su marido subir la escalera.
“-¡Hola cariño!
¿Dónde estás? Ya hemos llegado.”
Por un
momento se preguntó si lo que había visto era un producto de su imaginación.
Todo parecía tan normal que dudó por un instante de su propia cordura. Su mente
estaba tan confundida que ni siquiera se cuestionó lo que podría haber estado
haciendo su marido con aquella chiquilla durante toda la tarde.
Tampoco ésta
vez pudo evitar la tentación y de nuevo Maite exploró su cuerpo bajo el
agradable chorrito de agua caliente buscando un orgasmo que nunca llegaba. Sus
dedos hurgaban en su coño peludo mientras con su otra mano sostenía su cuerpo
inclinado sobre la pared de la ducha. Aún podía ver a su hija, con una mueca de
placer deformándole la cara por completo, y sus pechos bamboleándose al ritmo
de las embestidas de su hermano.
Maite no
recordaba haberse sentido nunca tan excitada y se dio cuenta que, aun estando
bajo el agua, podía apreciar como se le erizaban todos los pelos del coño. Ya
no sabía que más hacer para calmar sus ansias y, en un arrebato de lujuria, se
metió el surtidor de la ducha hasta el mango en su húmedo agujero. Estuvo a
punto de desmayarse al sentir aquel potente chorro golpeando en las paredes de
su vagina. Pero pronto consiguió estabilizar su postura y empezó a penetrarse
con ese instrumento volviéndose loca de placer. Aunque tampoco entonces logró
el orgasmo.
Tras aquello
se sentía incapaz de enfrentarse a sus hijos. Rehuía su presencia en todo
momento y, al verlos, no podía evitar sentir la humedad desbordarse bajo su
ropa interior. A la hora de cenar tuvo al fin que compartir la mesa con ellos
dos. Le temblaban las piernas al sentarse. Sabía que Laura la había descubierto
espiándoles y, sin embargo, su hija actuaba con absoluta normalidad, como si
nada de aquello hubiera pasado. Y a medida que avanzó la velada, Maite se
sintió cada vez más incómoda.
Laura,
desde un extremo de la mesa, hablaba con desparpajo sobre alguno de sus temas
banales, algo que había visto en televisión y que a nadie más parecía
interesarle, al menos a juzgar por sus caras. Tan solo la pequeña Marta
prestaba algo de atención a la verborrea de su hermana mayor mientras sorbía la
sopa de su tazón. Ramón estaba como ausente. Llevaba ya unos días abstraído en
sus pensamientos y, solo de vez en cuando, dirigía discretas miradas a su
idolatrada hijastra, pues ya no podía pensar en otra cosa.
Pero era la
insistente mirada de Osvaldo lo que realmente estaba empezando a sacarla de
quicio. El chico había estado toda la cena mirando descaradamente a su madre
mientras comía en silencio. Daba la impresión de estarla desnudando con la
mirada. Y, aunque nadie más en aquella mesa pareció darse cuenta, la pudorosa
mujer podía sentir los ojos de su propio hijo escrutando las profundidades de
su escote.
Maite era
consciente de que no llevaba ropa interior. Por algún motivo olvidó ponérsela
al salir de la ducha y ahora su excitación empezaba a ser evidente. Pues
bajo el fino vestido se dibujaban ya claramente dos duros pezones que
amenazaban con atravesarlo. La compungida madre levantó al fin la vista
anhelando no haber sido descubierta pero, aunque el resto de la familia seguía
sin darle importancia, su hijo la miraba fijamente mientras una extraña sonrisa
se dibujaba en los labios.
Ya habían
retirado la mesa cuando, de pronto, sintió la necesidad de mostrarse ante él.
Estiró suavemente de los bordes de su vestido y, con cuidado de no llamar la
atención, deslizó lentamente su escote hacia abajo ofreciendo una mejor
perspectiva de sus curvas e incluso asomarse a sus puntiagudos pezones. Su
excitación aumentaba sin parar. Nunca creyó que pudiera sentirse atraída por
una sensación tan oscura y morbosa. Se preguntaba si su hijito tendría ya la
poya dura bajo el pantalón y empezó a desear probar aquel miembro con el que
tanto había visto disfrutar a Laura esa misma mañana.
Estaba tan
excitada que llevó sus manos bajo la mesa y empezó a acariciarse la peluda
raja. No se reconocía a sí misma. Su humedad había impregnado la silla en la
que estaba sentada y sus dedos chapoteaban en una incesante cascada de flujos.
Ya no le importaba que su familia pudiera verla. No podía pensar en nada que no
fuese su propio placer.
Definitivamente
vencida por el vicio, Maite colocó ambas piernas sobre la mesa y comenzó a
masturbarse ruidosamente ante la atónita mirada de su marido y sus dos hijas.
En esa postura, la separación que había quedado entre la mesa y su silla
permitía tener una perfecta visión de su coño. El morbo de la situación se
había apoderado de ella por completo y sintió al fin la cercanía del ansiado
orgasmo.
La primera
en reaccionar fue la pequeña Marta que, comprendiendo enseguida cual era su
función, aprovechó la confusión del momento para meterse bajo la mesa e ir en
busca de su padrastro. Laura estaba embobada viendo a su madre. No comprendía
bien lo que estaba pasando pero empezaba a excitarse, e inconscientemente
dirigió una mano bajo el pantalón de su chándal buscando su húmedo secreto.
Su madre se
había abandonado por completo al placer. Con una mano frotaba frenéticamente su
clítoris mientras hundía en su gruta dos dedos de su otra mano. El vestido se
había ido subiendo con el vaivén de sus caderas hasta quedar arremangado en su
cintura, dejando al descubierto sus caderas, nalgas, coño y ombligo. La
violencia de su masturbación también hizo que ambos pechos y sus erectos
pezones asomaran sobre su escote.
De pronto
Maite sintió estremecerse a su esposo y, al posar la mirada en su regazo,
descubrió la cabeza de su hijita que, escondida bajo la mesa, tragaba
glotonamente la poya de su marido. Lejos de horrorizarla, aquella visión fascinó
a la ardiente madre que, interrumpiendo su apasionada masturbación, se acercó a
contemplar la morbosa escena que se desarrollaba a su lado. Sus ojos, antaño
fríos, reflejaban ahora el fuego de la corrupción.
Cuando vio a
su mujer mirándole de cerca, Ramón creyó que el corazón iba a estallarle en el
pecho. Ella siempre se había mostrado con él tan distante y ahora, en el límite
de su depravación, la oía al fin jadear con la mirada fija en su poya y en
aquella joven boca que le estaba haciendo enloquecer Sin embargo no reconocía
en ella a la mujer de la que una vez se enamoró. Su mirada estaba ausente,
vacía, y podía vislumbrar tras ella el sufrimiento de una mente perdida.
Aquella situación era tan impensable, tan perversa e irracional, que su mente se
resistió a aceptarla y, por un momento, recobró el control de sus actos.
Apartó a su
hijastra de un empujón y, guardando su erecto miembro de vuelta en los
pantalones, trató de sobreponerse a sus impulsos. Sin embargo la voz de Osvaldo
le detuvo.
“-Quédate quieto
dónde estás. ¿Por qué me tienes que complicar las cosas?”
Ramón no
había prestado atención a sus otros dos hijastros que permanecían sentados
contemplando en silencio la escena mientras se tocaban mutuamente. Vio como
Osvaldo susurraba algo al oído de su hermana mayor y, acto seguido, ésta hizo
el gesto de subirse los pantalones para, acto seguido, levantarse para ir a su
encuentro. Y de pronto comprendió que el huraño adolescente tenía mucho que ver
en lo que estaba pasando.
Pero, aunque
trató de moverse, fue incapaz de dar un solo paso. Su mujer seguía absorta,
mirando la escena, parecía haber recuperado algo de consciencia, pero se
encontraba aún en estado de shock. Su marido luchaba por liberarse de aquella
extraña fuerza cuando la voz de Laura en su oído volvió de nuevo a sumirle en
las sombras.
“-Siempre has
querido que te llame padre y que te obedezca. Bien, papá, ahora estoy aquí y
puedes hacer conmigo lo que desees”
Y acto
seguido tomó la mano de Ramón entre las suyas y la posó sobre uno de sus firmes
pechos mientras le acariciaba el paquete que seguía duro como una olla a
presión a punto de estallar. Y siguió guiando su temblorosa mano a lo largo de
sus curvas, entreteniéndose en sus nalgas, para al fin llevarla bajo sus
pantalones, directamente sobre su coño mojado.
“-Papá, sé que
siempre has querido hacer esto.”
Entonces la
joven se alejó de Ramón y, dándole la espalda, inclinó su cuerpo sobre la mesa
provocando la caída de las copas que aún quedaban en ella. Tras acomodarse
apoyando sus pechos sobre la madera, bajó el pantalón de su chándal y,
poniéndose en pompa, ofreció a su padrastro la visión de su raja y su culo
cubiertos tan sólo por un fino y apretado tanga de hilo.
En un último
intento por aferrarse a la cordura, Ramón volvió sus ojos en busca de su amada
mujer. Sin embargo tan solo halló en ella una nueva dosis de locura. Osvaldo se
había colocado tras ella y restregaba groseramente el miembro entre sus nalgas
mientras con ambas manos le manoseaba las tetas. El chico interrumpió por un
instante sus manejos y le dio a Ramón la orden definitiva.
“-Ahora vas a
follarte a Laura. Y no pares de hacerlo hasta que yo te lo ordene.”
Aquella
orden venció al fin las defensas del adulto. El chiquillo había llegado a los
confines más oscuros y secretos de su ser. Recordó todas las miradas
indiscretas que le había dirigido a su hijastra desde la adolescencia. Cómo
dejó de ir con ellas a la playa para no delatarse cuando las curvas de la mayor
empezaron a ser demasiado voluptuosas. Hubo una época en que habría dado su
vida por poder follarse a esa belleza rebelde. Pero siempre había creído que él
la repugnaba. Y ahora estaba a su merced.
Pensó
también en todas las veces que le había ofendido, en todas las humillaciones
que aquella niñata le había obligado a vivir. La idea de la venganza le hizo
aún más agradable cumplir con su cometido y, tras sacarse el cinturón, liberó
su duro pene y se lo clavó de una embestida a su hijastra iniciando un violento
coito con ella.
Sus
embestidas se volvieron cada vez más salvajes. Presa de la locura, Ramón empezó
a golpear a la joven con su cinturón mientras la poseía brutalmente. Sus golpes
dejaban unas marcas moradas que pronto se multiplicaron a lo largo de su
espalda, sus nalgas y la parte posterior de sus pechos. Sin embargo la joven se
retorcía de placer al sentir aquel duro trozo de carne hundiéndose en sus
entrañas y los violentos golpes que se estrellaban contra su delicada piel no
conseguían más que aumentar el volumen de sus gemidos.
“-Fíjate bien en
lo que el cerdo de tu maridito le está haciendo a tu hija."
Osvaldo
seguía obligando a su madre a contemplar la escena mientras se deleitaba
explorando con sus manos el cuerpo materno. Marta seguía bajo la mesa
contemplando la escena con su manita entre las piernas, esperando que hubiera
algo de diversión para ella. Osvaldo, manoseando a su madre, le susurraba al
oído.
“-¿Te gusta lo que
ves?”
“-Sí, me gusta
mirarles.”
El chico le
había quitado ya completamente el vestido y ahora acariciaba directamente su
coño desnudo pasando el brazo desde atrás por encima de sus caderas. Ella gemía
y se retorcía de placer, inclinando sus nalgas atrás en busca del duro paquete
de su hijo. Cuando ya no pudo más, ordenó a su madre tumbarse sobre la mesa, en
la misma postura que Laura y se abalanzó sobre ella con la poya en la mano,
dispuesto a penetrarla. Y hundió de un solo golpe su miembro en el mismo hoyo
del que un día nació. Mientras el chiquillo se la follaba, la ardiente mamá,
definitivamente abandonada al morbo, empezó a gritar.
“-¡Sí, así!
¡Fóllame, hijito! ¡Fóllame así! ¡Qué bien! ¡Así, así, mi pequeño! ¡Fóllame!”
Maite sentía
a su joven hijo moverse dentro de su cuerpo. Nunca se habría atrevido a pensar
en hacer algo tan depravado y sin embargo ahí estaba, degustando el incesto en
el comedor de su propia casa. Al fin el cuerpo de Maite colapso y sintió el
ansiado orgasmo apoderarse de su cuerpo.
Osvaldo
llevaba demasiado tiempo conteniendo su excitación y, al sentir el coño de su
madre contraerse alrededor de su, no pudo evitar correrse abundantemente en el
interior de su gruta. Y, tras sacar la poya empapada de flujos y semen, le
ordenó a Martita que se tumbara en la mesa y, mirándola fijamente a los ojos,
dio a su madre instrucciones precisas.
“-Ahora que has
tenido tu premio haz que se corra tu hijita y acabemos con esto de una vez.”
Maite
arrastró a su hija de los pies hasta colocarla a su altura de la mesa. Al
levantar su falda descubrió que su delicado coñito rubio no estaba cubierto.
Así que tan solo tuvo que separar un poco sus piernas para meter la cabeza
entre sus muslos y empezar cumplir la perversa misión que su hijo acababa
de encomendarle.
Laura quedó
prendada con la visión del coño de su hermanita y, sin dejar de acompañar las
rudas embestidas de su padrastro, inclinó su cuerpo para explorar los suaves
muslos de la pequeña, paseando su lengua por ellos en dirección a la
entrepierna Quería probar el sabor de su hermanita, así que su lengua peleó con
la de su madre por saborear aquel manjar
La pequeña
Marta gemía y se deleitaba con los nuevos placeres, feliz por recibir al fin
las atenciones que hasta el momento le habían negado. El sonido de la lengua de
su madre chapoteando en su humedad se confundía con los secos impactos de las
embestidas de su padrastro al estrellarse contra la mesa y los encendidos
gemidos de su hermana que rompían el silencio de la habitación.
Aquella
perturbadora visión hizo que la sangre fluyera de nuevo a la entrepierna de
Osvaldo devolviendo la rigidez a su herramienta. Su madre estaba inclinada
sobre la mesa lamiendo los delicados pliegues de la intimidad de su hijita
mientras su desnudo trasero se balanceaba ante él. Junto a ella, Laurita se
afanaba por lamer los muslos de la pequeña tratando de alcanzar la fuente de su
humedad.
De vez en
cuando apartaba la boca de la piel de su hermanita para dejar escapar un
ahogado bufido, fruto del intenso trabajo que las embestidas de Ramón estaban
realizando en su entrada trasera. Mientras con una de sus manos mantenía bien
abierta la rajita de su hermanita, la otra había ido a parar a su propio coño.
Y mantenía dos deditos clavados en su cueva estrechando aún más su castigado
recto ante las embestidas de papaíto.
Exultante
por su sonado éxito, Osvaldo se dispuso a violar de nuevo a su madre. Estaba
decidida a probar todo su potencial así que apoyó su glande en la entrada de su
ano y, sujetando firmemente sus caderas, empezó a penetrar su estrecho culito
con dificultad.
Nadie había
osado nunca entrar en aquella entrada que su hijo estaba invadiendo y el morbo
se sumó al placer anulando por completo el dolor que sentía. Y comenzó a mover
sus caderas saliendo al encuentro de esa poya adolescente que le estaba
rompiendo el culo. Pronto se dejó llevar y sus lametones pasaron a ser latigazos
sobre el clítoris de la pequeña cuya humedad estaba aún devorando.
Pronto Marta
empezó a gemir sonoramente anunciando su orgasmo y los esfuerzos de todos se
vieron redoblados para alcanzar un clímax conjunto. Maite estaba en el paraíso,
recibiendo más placer del que nunca hubiera soñado y, mirara donde mirara, solo
encontraba imágenes morbosas que perturbaban su lívido hasta hacerla
enloquecer.
Sintió que
siempre había deseado aquello, sentirse realmente sucia y saborear el dulce
néctar de la corrupción. Aunque nunca se había atrevido ni tan siquiera a
pensarlo. Y en el fondo de su alma sentía un enorme agradecimiento.
Su lengua se
entrelazaba a ratos con la de Laura, alternando sus juegos con las caricias que
seguían asediando el sexo de la chiquilla. Ramón embestía salvajemente a su
hijastra aumentando su furia a cada momento. Finalmente Osvaldo logró
derramarse en el trasero de su madre dando con ello a los demás permiso para
correrse.
El efecto no
se hizo esperar y Marta empezó a soltar su néctar sobre la mesa mientras su
madre y hermana se retorcían como locas tratando de recibir en sus bocas todo
lo que soltaba su inflamada vagina. Pronto los orgasmos se encadenaron y Ramón
vació una enorme cantidad de semen en el culito de su encantadora hijastra, que
se retorcía y temblaba de placer mientras un potente fogonazo recorría su
espina dorsal poniendo toda su piel de gallina. Su cara estaba roja, sus ojos
cerrados, y sus labios sangraban debido a la fuerza con que se los había
mordido durante el orgasmo.
Aunque el
clímax más potente fue el de su madre. Fue la última en venirse y lo hizo tras
sentir la poya de su hijo retirarse de su agujero, sucia de semen y mierda. Lo
hizo mientras se derrumbaba sobre la alfombra, hurgando con varios dedos de
ambas manos en su dilatada gruta, hasta dejar en el suelo un abundante rastro
de humedad.
Tras
terminar de correrse, tuvo una idea propia y, volviéndose hacia su hijito, tomó
su flácido miembro con la mano y se dispuso a limpiarlo en su boca. Lo chupó con
delicadeza hasta dejarlo inmaculado. Sin embargo puso tanta atención en ello
que pronto se encontró con una poya dura entre los labios.
El chico
estaba aprovechando la ocasión para follar su boquita, muy satisfecho con la
ocurrencia de su madre. Sabía que lo había hecho por iniciativa propia y eso lo
hacía aun más excitante. Así que dejó que su madre siguiera afilándole el sable
hasta que sus huevos se contrajeron anunciando una nueva descarga.
Entonces el
chaval cogió a su madre del pelo obligándola a tragarse todo su miembro
mientras inundaba de lefa el interior de su boca. Cuando hubo vaciado en ella
toda su carga se incorporó y le dictó una última orden.
“-Mami, tienes que
tragártelo todo.”
Y observó
satisfecho como su madre, tras tragar toda su corrida, atrapaba en su dedo un
hilillo de semen que había escapado por la comisura de sus labios para después
volver a llevar con su dedo el blanco frut+o al interior de su boca.
Osvaldo se
quedó ahí de pié, con la poya aún por fuera, contemplando la escena. Su
padrastro seguía derrumbado sobre su hermana, que estaba tumbada en la mesa con
la cabeza aún entre las piernas de la pequeña. Frente a ellos estaba su madre,
de rodillas a los pies de Osvaldo. Que le miraba con cara de adoración mientras
su cuerpo desnudo se posaba en la húmeda alfombra.
Ella había
sido sin duda su mayor logro. Sumida por arte de magia en las tenebrosas
perversiones de su corrupta manipulación. Y se dio cuenta de lo fácil que en
realidad había sido dominar a su madre. Más sencillo aún de lo que fue con su
hermana pequeña.
Y Osvaldo
fue al fin consciente de los nuevos horizontes que se extendían ante él. El
momento de su venganza había llegado y pronto su poder alcanzaría los últimos
rincones de su reducido mundo.
El poder de osvaldo
(8: dulce hogar)
Osvaldo se despertó a la mañana siguiente con
una agradable sensación en la poya. Al principio creyó que seguía soñando, pero
las sensaciones en su miembro eran evidentes, alguien le estaba regalando una
mamada sensacional. Sentía una lengua recorriendo tímidamente el tronco de su
mástil, jugueteando esporádicamente con su capullo, para después retirarse
dando paso a los labios que, rodeando suavemente aquel miembro, lo iban
engullendo lentamente hasta acogerlo dentro de su cálido interior.
Su visitante iba acercando su cuerpo al del
chico, apoyando sus pechos desnudos sobre el vientre del muchacho, que podía
sentir los pezones endurecidos rozándose contra su piel. Cuando el chico al fin
abrió los ojos descubrió a su hermana mayor, Laura, con la poya aún metida en
la boca. Su hermana se encontraba completamente desnuda a excepción del
minúsculo tanga con que cubría su intimidad y en la postura en la que estaba,
de espaldas a él y con el cuerpo reclinado sobre la cama, le ofrecía una vista
inmejorable de su culo, surcado por una fina tira de tela que se hundía en él,
clavándose entre sus firmes glúteos, para volver a aparecer bajo ellos,
resaltando el paquetito que formaban los labios de su abultada rajita.
Tras las formas de su delicada espalda, se
perfilaba también el contorno de sus voluptuosos pechos aplastados sobre el
cuerpo del muchacho, vibrando con cada movimiento; la imagen la completaban las
elegantes facciones de su rostro y unos labios carnosos, entre los que mantenía
atrapada la poya de su hermano. Cada vez que retiraba el miembro de su boca
para volverlo a engullir otra vez, sus labios resbalaban a lo largo del tronco
mostrando el hermoso lunar que se ocultaba bajo su nariz.
“Está preciosa!”- Pensó el muchacho mientras la
miraba detenidamente.
Pronto Osvaldo no pudo contenerse y alargo una
mano para empezar a sobarle el culo de su hermana. Ésta sin embargo, en lugar
de interrumpir su faena, empezó a chuparle la poya aún con mayor intensidad y
se limitó a ladear ligeramente la cabeza para comprobar que su hermano
efectivamente estaba despierto.
El chiquillo había deslizado una mano entre los
glúteos de la chica y estaba empezando a sobarle el coño, descubriendo que su
humedad había bañado completamente la parte interior de su tanga. Al percatarse
de esto, apartó la fina tira del tanga e introdujo tres dedos en el coño de
Laura, que estaba chorreando; al sentir la intrusión, Laura ahogó un
gemido contra el miembro que estaba devorando, produciendo un obsceno sonido
que resonó en toda la habitación mientras seguía chupando aquel mástil con
renovado entusiasmo.
Ninguno de los dos pronunció una sola palabra,
lo único que podía oírse en aquella habitación eran los sonidos producidos por
la intensa mamada que Laura le estaba realizando a su hermano, junto con el
chapoteo de los deditos de su hermano al clavarse en su húmeda cueva y las
repentinas arcadas que asaltaban a la muchacha cada vez que sentía aquel
miembro incrustarse en su garganta.
A ésta perversa sinfonía pronto se unieron los
jadeos de Osvaldo, que no tardó mucho en descargar una enorme cantidad de leche
en la boquita de su hermana. Ésta al recibir la corrida en su boca, se sintió
arrastrada hacia un poderoso orgasmo que crecía con cada una de las
palpitaciones con que la poya de su hermano golpeaba su paladar. Finalmente las
piernas le fallaron y la chica se derrumbó en el suelo mientras se sujetaba
fuertemente la entrepierna con ambas manos y se corrió ruidosamente, aullando y
jadeando entre convulsiones, mientras yacía espatarrada en el centro de la
habitación.
Y de pronto la chica pareció volver en sí y se
quedó mirando a su alrededor por unos instantes con la mirada perdida, estaba
en estado de shock. No recordaba cómo había llegado hasta ahí, lo último que
recordaba era salir de la ducha en dirección a su cuarto, sin embargo ahora
estaba desnuda, tirada en el suelo de la habitación de su hermano. La toalla
con la que se había cubierto al salir del baño, ahora estaba cuidadosamente
doblada a un extremo de la cama, pero ¿cómo había llegado ahí? Además tenía el
coño mojado y ese liquido pringoso por todas partes… el sabor agrio en su
boca... entonces miró a su hermano y, comprendiendo que algo terrible
estaba pasando, algo que escapaba a su control, rompió a llorar como una niña.
“-¡¿Qué me has hecho, maldito?!”
Lentamente Laura iba recuperando la memoria
acerca de lo que acababa de pasarle y, a medida que recordaba, su desesperación
fue en aumento. Osvaldo la miraba fríamente desde la cama, analizando cada una
de sus reacciones, pero el verla ahí desnuda, todavía con restos evidentes de
ambas corridas sobre su cuerpo y esa mirada desvalida en su bello rostro, hizo
que la poya del muchacho despertara de nuevo.
Por algún extraño motivo, Laura mantenía su
vista clavada en el miembro de su hermano y, por mucho que trataba de desviar
la mirada, sus ojos volvían a posarse una y otra vez sobre aquella poya que
rezumaba su propia saliva. La repentina erección no pasó pues por alto a su
atenta vigilancia y, como impulsada por una fuerza superior, de pronto sintió
la necesidad de ofrecerse a su amo. Lentamente se fue incorporando hasta
tumbarse de nuevo en la cama, recostando su cuerpo de forma que su culo quedará
elevado y listo para ser follado.
Quería resistirse, concentró todas las fuerzas
en detener lo inevitable, pero aún y así se vio a sí misma metiendo los dedos
bajo las tiras de su tanga y deslizando la prenda a lo largo de sus muslos para
dejar al fin su húmedo coño expuesto a la atenta mirada de su hermano. A cada
paso que daba hacía su humillación se sentía más y más excitada. Y se odiaba
por ello.
“-Veo que todavía te quedan fuerzas para luchar, pero
dime una cosa; ¿qué es lo que quieres que haga ahora mismo?”
Las ideas se amontonaban en la cabeza de la joven.
Pensó en decirle a su hermano que la dejara en paz, que aquello estaba yendo
demasiado lejos, sin embargo cuando habló las palabras que salieron de su boca
fueron bien distintas.
“-¡Fóllame, hermanito! Lo necesito.”
Y lo que más la horrorizó fue el descubrir que
sus palabras habían sido sinceras. Realmente necesitaba ser follada y tenía que
ser él, su propio hermano, quien lo hiciera; lo deseaba con todas sus fuerzas,
estaba tan excitada que su coño empezó a liberar una secreción espesa que
resbalaba por sus piernas, poniendo la piel de gallina a su paso y haciéndola
estremecer.
“-Ésta vez no te voy a follar, serás tú quien me
folle. Quiero que te montes sobre mi polla y que pongas toda tu alma en
follarme.”
Ya casi no le quedaban fuerzas para seguir luchando
y aquella orden hizo que Laura al fin se rindiera al morbo que empezaba a
sentir por la situación. Esta vez no opuso ninguna resistencia, se incorporó de
nuevo y, tras subirse a la cama, se colocó en cuclillas sobre su hermano y fue
descendiendo hasta enterrar por completo su poya en el encharcado agujero,
cabalgando sobre ella como una amazona, mientras miraba en todo momento a su
hermano directamente a los ojos.
La pericia de su hermana mayor pilló a Osvaldo
totalmente por sorpresa, últimamente se había acostumbrado a los sencillos
polvos de su hermanita Marta que, aunque muy ardiente, continuaba siendo más
inexperta que él y aún no había tenido la oportunidad de probar a fondo una
folladora experimentada como estaba demostrando ser su hermana. Quiso llevar la
situación al límite y, tomando a Laura violentamente por el pelo, la atrajo
hacia él para susurrarle una nueva orden al oído.
“-A partir de ahora, cuando folles conmigo, vas a
sentir más placer del que puedas soportar. Quiero que a cada embestida de mi
poya sientas el placer apoderarse de tí, eliminando todo lo demás y llenándote
por completo.”
Y de pronto Laura empezó a sentir su cuerpo
estremecerse, mientras sentía aquél miembro penetrar en ella, quemándola por
dentro con cada embestida. Aquella nueva sensación era apabullante, sentía un
placer tan intenso que, en algunos momentos, rallaba el dolor. Era más de lo
que podía resistir, sin embargo aunque intentó detenerse, su cuerpo no le
respondía y seguía embistiendo una y otra vez aquél mástil que se clavaba en
sus entrañas haciéndola enloquecer. Pronto perdió por completo la consciencia
de sus actos y empezó a decir cosas sin sentido mientras hundía en su agujero
el hinchado miembro de su hermano.
“¡Ufff, joder! ¡qué gusto! ¿ya tienes lo que querías,
maldito cabrón? mmmmmm ¡joder, qué poya! me estás matando de gusto, cabrón,
mmmmm, ¡ufffff! ¿te gusta cómo folla tu hermanita, hijoputa? ¡dime! ¿te gusta
así cabrón? arffff, uuffff ¡cabrón, qué poya tienes! Mmmmmm, no sé como lo has
conseguido, mmmmmm, no sé que me has hecho, mmmmmm, pero siempre lo había
querido, ¡ah! ¡sí! ¡así, hermanito, así, sigue! mmmmm ¡oh, qué gusto! ¡ah,
joder! ¡sí! ¿te gusta eso verdad? ¡asiiiiiiii, qué gustooooooo! ¿te gusta
follarte a tu hermana? Ufff ¡joder! Mmmmmm Eres un cerdo.”
Laura decía todas esas obscenidades mientras
seguía moviéndose sin parar sobre la poya de su hermano, follándose al muchacho
con un movimiento circular que mantenía en todo momento su miembro aprisionado
en el interior de su vientre para, de vez en cuando, cambiar el ritmo con una
serie de sentadillas que le proporcionaban una penetración salvaje, subiendo y
bajando sus caderas de forma que la poya casi llegaba a asomar la cabeza fuera
de su gruta antes de que volviera a hundírsela de un solo golpe, quedando
sentada de nuevo sobre los huevos de su excitado hermanito.
Cada vez que aquel duro miembro se hundía en sus
entrañas la muchacha dejaba escapar un sonido gutural. Ya no eran obscenidades,
ni tan siquiera gemidos, lo que salía de sus labios, sino más bien una serie de
gruñidos propios de un animal. Laura parecía estar perdiendo la razón; tenía la
cara roja y desencajada, y su mirada, aunque ausente, seguía fija en su
hermano. Su coño estaba hinchado y los pocos pelillos que mantenía cerca de la
rajita se habían puesto de punta y relucían a causa de la humedad.
Pronto la muchacha tuvo su segundo orgasmo,
mucho más intenso que el anterior. Laura se relamía de placer, disfrutando de
cada largo instante, mientras seguía cabalgando con furia la poya de su
hermanito, haciendo que la herramienta entrara y saliera cada vez con más
violencia de su inflamado coñito. Ya en el clímax, llevó ambas manos a sus
pechos y empezó a pellizcarse con fuerza los pezones mientras gruñía y berreaba
de placer. Ambos estaban tan concentrados en la espectacular follada, que
no se dieron cuenta de que alguien les había estado espiando desde la puerta.
Era la pequeña Marta. Se sentía frustrada,
puesto que aquella mañana no había recibido la visita que acostumbraba a hacerle
su padrastro desde hacía semanas. Tampoco le había visitado en toda la noche,
así que la pobre chiquilla no había tenido a su alcance nada parecido a una
poya desde la cena de la noche anterior. Ni siquiera entonces llegó a probar
una poya en condiciones, todo se lo habían llevado su madre y su hermana,
aunque al menos le habían dado una buena dosis de lengua. Sin embargo la
pequeña no se sentía en absoluto saciada y había pasado toda la noche
metiéndose los deditos con furia, esperando que llegara su salvador a
ensartarla con su duro sable.
Pero su padrastro nunca llegó, por eso la
pequeña esclava, tras una larga sesión de pajas matinales, había ido a ver a su
amo en busca de instrucciones. Al llegar, sin embargo, le encontró ocupado en
su hermana mayor y pensó que a su amo no le agradaría ser interrumpido en ese
momento, así que se detuvo en la puerta. Sin embargo, ver la manera en que
Laura estaba cabalgando sobre su poya excitó todavía más a la pequeña
diablilla, que tuvo que llevarse la mano a la ingle para empezar a acariciarse
otra vez, pues ya lo había convertido en una mala costumbre.
Tras las espectaculares corridas que Laura fue
encadenando con su hermano una tras otra, ambos se derrumbaron sobre la cama
fundiéndose en un cálido y largo beso, todavía con la poya palpitando en su
vagina. Estaban agotados y el silencio volvió a apoderarse de la estancia.
Fue entonces cuando la pequeña Marta, que aún
seguía en el pasillo, pudo escuchar los sonidos que escapaban de la habitación
de su madre, pues hasta ahora no los había oído. Y, viendo que sus hermanos no
se movían de su postura, la chiquilla decidió ir a curiosear tras la puerta de
sus padres.
La escena que ahí se estaba desarrollando no era
demasiado distinta de la que acababa de presenciar. Su madre llevaba puesto un
conjunto de lencería de encaje. Marta no recordaba haberla visto nunca con algo
tan sexy, sin embargo el conjunto estaba destrozado. Su marido lo había rasgado
para liberar sus senos y también para acceder a su coño, follándola con fuerza,
mientras la empotraba sin piedad contra la cama.
“-¡Ahaaaaa, qué puta eres Maite! ¡Joder, qué ganas
tenía de follarte cómo Dios manda! Eres un frígida calienta poyas y me has
tenido a dos velas todo éste tiempo. Pero ya has escuchado a tu hijito, a
partir de ahora vas a tener que doblegarte a las órdenes de todos. ¡¿Entiendes
eso so puta?! ¡Ha dicho de todos! ¡Y eso incluye al cabrón de tu marido que a
partir de ahora te va a partir el chocho a diario!¡Y me da igual si tengo que
compartirte con todo el vecindario! ¡¿Has oído zorra?! ¡A partir de ahora vas a
ser nuestra puta!”
La pequeña Marta se frotaba ansiosamente la
rajita. Desde donde estaba se veía claramente la cara enrojecida e hinchada de
su padrastro que, tumbado sobre la espalda de su madre, la embestía sin piedad.
También podía ver la expresión de su madre que, consciente de su humillación,
cumplía concienzudamente con su cometido aunque se resistía aún a sentir el
evidente placer que le estaba causando, lo cual añadía una considerable dosis
de morbo a su expresión.
Aquello la estaba excitando más de lo que podía
soportar, así que finalmente la ardiente niña se armó de valor y, entrando en
la habitación de sus padres, fue directa a la cama, separó sus piernas y
levantó su camiseta, mostrando claramente su excitado coño rubio a la vista de
sus padres. Entonces miró fríamente a su madre y le habló en tono estricto.
“-Cómeme el coño, esclava.”
Maite no pudo reaccionar, sintió que debía
cumplir la orden, apenas tuvo tiempo de balbucear un ruego inaudible antes de
que su cara se encontrara con el coño de su hija, el cual empezó a lamer
inmediatamente mientras dos lágrimas de impotencia surcaban sus mejillas.
Ramón, por su parte, se limitó a incrementar la
violencia de sus embestidas, manteniendo en todo momento su vista clavada en el
coñito de la pequeña y su mujer, que lo trabajaba a consciencia con la lengua.
Maite estaba empezando a sucumbir al morbo de la situación y pronto los tímidos
tanteos con que había empezado a explorar la tierna rajita de su pequeña se
fueron convirtiendo en generosos lengüetazos que iba alternando con sonoros
chupetones.
A medida que la poya de su marido se abría
camino más salvajemente en su interior, ella fue aumentando la intensidad del
cunnilingus, hasta terminar devorando textualmente todos los rincones de la
intimidad de su dulce hijita logrando que se corriera escandalosamente a los
pocos minutos. Una vez lo hubo logrado, se concentró seguir follando sin tregua
hasta que su marido hubo vaciado toda su carga en el interior de su coño.
Solo entonces se sintió libre de obligaciones y,
con el coño aún palpitando, se levantó de la cama y se dispuso a vestirse como
cualquier otro día. Era lunes y la hora de levantarse había llegado, así que,
aunque todavía podía sentir los restos de semen escapando de su cueva, trató de
aparentar la más absoluta normalidad y, con la voz más tranquila que pudo
encontrar, le dijo a su hija.
“-Marta, lávate y ves a despertar a tu hermano, ya
debe ser muy tarde.”
Pero Osvaldo ya estaba despierto, planeando
cuidadosamente la prometedora jornada que aún le quedaba por delante, mientras
acariciaba suavemente el coñito de su hermana mayor que aún seguía tumbada a su
lado.
Aún tuvo tiempo de pegarle un último polvo a la
pequeña Martita cuando vino a buscarle, lo cual la niña le agradeció con una
abundante corrida. Laura a su lado, seguía metiéndose los dedos, resistiéndose
aún a ponerse en marcha.
Y finalmente fueron a desayunar, reuniéndose
toda la familia de nuevo alrededor de la mesa de la cocina, dispuestos a
afrontar el comienzo de sus nuevas vidas.
El poder de osvaldo (9: dia de clase)
El desayuno
transcurrió como en cualquiera de los días anteriores, aunque quizás algo más
silencioso. En las miradas de todos se percibía que algo había cambiado. En sus
mentes seguían aun presentes los recientes acontecimientos y, por mucho que
quisieran negarlo, todos conocían ya la nueva realidad.
Tan solo
Maite, en un último intento por mantener la vida que siempre había llevado,
trataba de dar una imagen de normalidad. Aunque su coño se estremecía cada vez
que su mirada se encontraba con la de su hijo, Osvaldo. Éste se limitaba a
observarla fríamente, analizando cada uno de sus movimientos. Se divertía al
comprobar la estéril lucha que su madre mantenía consigo misma, pues sabía que
sus defensas ya habían caído definitivamente. Ella estaba bajo su poder, por
mucho que se resistiera a aceptarlo.
Ramón, por
su parte, seguía pensando en la maratoniana sesión de sexo que había vivido,
coronada por la irrupción de su pequeña hijastra en su orgía particular.
Recordó como había plantado sin ningún reparo ese dulce coñito rubio que tan
bien conocía en la boca de su madre, retorciendo su cuerpecito saturado de
placer, y, antes de que pudiera terminarse el desayuno, su poya volvía a estar
dura como una roca.
Cuando llegó
el momento de irse, el bulto en sus pantalones era descomunal, detalle que no
pasó desapercibido a la pequeña Marta, la cual, acercándose a su padrastro con
la actitud de una niña traviesa, llevó la mano a su paquete y, mirando
pícaramente a su falso padre a los ojos, le dijo con voz inocente:
“-¡Jo, papi, cómo
estás! ¿No pretenderás salir así a la calle? Espera, voy a ayudarte.”
Y, ni corta
ni perezosa, se dispuso a abrir la bragueta del adulto y, tras liberar el
rígido falo de su prisión, empezó a chuparlo ostentosamente sin importarle lo
más mínimo tener a toda su familia delante, mirando. Al poco rato la pequeña, a
quien el sabor de las poyas empezaba a excitarla casi tanto como la obediencia,
decidió dar un nuevo paso en su depravación y, bajando su pantaloncito apretado
hasta las rodillas, se arrimó de espaldas a su padrastro, pegando su culito
desnudo al excitado miembro.
Sintió unas
manos que exploraban su cuerpo, deteniéndose en las duras montañitas que
formaban sus pechos, estrujándolos a consciencia, mientras aquella estaca se
enterraba entre sus nalgas. Excitada como estaba, la chiquilla decidió darle
una agradable sorpresa a su papaíto e interrumpió bruscamente aquél agradable
roce para dirigirse torpemente hacia un rincón de la estancia.
Una vez ahí
reclinó su cuerpo sobre el mármol de la cocina y, sujetando firmemente sus
nalgas con ambas manos, procedió a separar lo más que pudo los cachetes de su culo
hasta conseguir que, sobre su excitada rajita, emergiera la imagen de un ojete
enrojecido y redondo, claramente visible para todos los presentes. Y entonces
le hizo una oferta que no podía rechazar.
“-Papi, hoy me
apetece por detrás. ¿Te gustaría probar mi culito?”
Ramón, como
única respuesta, se abalanzó inmediatamente sobre la pequeña, poya en mano, y
empezó a encularla con fuerza ante la absorta mirada de todos los presentes.
Aunque la única que daba muestras de escandalizarse era Maite.
La desorientada
madre no había recibido ninguna orden directa, de manera que, en ese momento,
podía decirse que su mente era en cierta medida libre. Sin embargo se sentía
obligada a actuar con normalidad y siguió recogiendo la mesa como si nada
estuviera sucediendo aunque con el rostro compungido.
Los jadeos
resonaban en su cabeza y, cuando miró a sus hijos, encontró a Laura que,
apoyada sobre la mesa, se ofrecía a su hermano en actitud sumisa mientras éste
manoseaba su cuerpo a consciencia, llevando sus manos bajo la ropa, y mantenía
la mirada fija en la salvaje enculada que Ramón le estaba propinando a la
pequeña.
Lo que más
incomodaba a Maite era sentirse consciente de la humedad que empezaba a abrirse
camino a través de sus finas bragas de encaje. Pronto la situación se le hizo
insostenible y, sabiéndose al menos dueña de sus actos, decidió que había
llegado el momento de irse y se dirigió a sus hijos ignorando los obscenos
juegos en que se habían enzarzado.
“-¡Osvaldo!
¡Laura! Vámonos ya que llegaremos tarde.”
Osvaldo
sopesó por unos instantes la idea de obligar a su madre a esperarse hasta el
final de la función. No obstante, terminó inclinándose por la idea de continuar
dándole algo de libertad. Empezaba a darse cuenta de que jugar con el libre
albedrío de sus víctimas era uno de los aspectos más estimulantes de su
investigación. De todos modos, aunque ella lo ignorara, su madre no dejaba de
ser otro ratoncito atrapado en su laberinto particular.
Nada impidió
que, de camino al instituto, Osvaldo empezara a follarse a Laura sin previo
aviso en el asiento de atrás de su coche. Se habían colocado justo en el
centro, de forma que el coito era perfectamente visible para su madre en el
retrovisor, además del amplio abanico de expresiones obscenas que reflejaba el
rostro de su hija, presa de la lascivia.
Laura estaba
sentada a horcajadas sobre la poya de su hermano, de espaldas a él. Sus manos
sujetaban con fuerza los agarraderos de ambos extremos del vehículo, mientras
su cuerpo aprovechaba cada una de las sacudidas del trayecto para hundir la
dura herramienta de su hermano en lo más profundo de su cuerpo de un solo
golpe.
Osvaldo, en
cambio, se preocupaba de mantener el culito de su hermana bien centrado en el
asiento, de forma que su madre tuviera en todo momento una clara visión de su
coito en el espejo.
Maite se
esforzaba inútilmente en desviar la mirada. Su excitación había llegado ya a
límites extremos y no paraba de aumentar. El constante chapoteo de la poya de
su hijo entrando y saliendo de la húmeda vagina de su hermana, resonaba en su
mente, martilleándole los oídos hasta anular su razón.
Al poco rato
perdió por sí misma los pocos escrúpulos que le quedaban y empezó a acelerar y
a dar pequeños volantazos o hasta algún golpe de freno. Lo hacía presa de una
febril excitación, ansiosa por ver en el espejo cómo aquel hermoso pene se
hundía con violencia en el inflamado coño de su primogénita.
La
urbanización en la que vivían estaba algo alejada de la ciudad y, en la
dirección en la que iban, debían cruzar una pequeña extensión de bosque. Fue en
ese punto cuando Maite decidió ceder a sus instintos y, tomando un camino
lateral, llevó el coche hasta un lugar donde quedaba oculto entre los árboles y
detuvo el motor.
Tras esta
maniobra se volvió ansiosamente hacia la parte de atrás del vehículo y trató de
acceder a ella pasando entre los asientos. Sin embargo la ansiedad hizo que
calculara mal sus movimientos, quedando atrapada entre los dos respaldos con la
mitad de su cuerpo aún en la en la cabina del conductor y sus piernas colgando
en la parte trasera.
Aquella
maniobra divirtió enormemente a sus hijos que, interrumpiendo por momentos su
enésimo incesto, se dispusieron a levantarle el vestido a su madre, empujando
su cuerpo aún más entre los asientos hasta dejarla definitivamente atrapada, y
empezaron a manosearla inmediatamente.
Maite había
perdido la cordura largo rato atrás y lo único que salía de su boca eran
suspiros y algún gemido de placer cuando las expertas manos se posaba en el
lugar adecuado. Con tan solo una mirada Laura comprendió lo que tenía que hacer
para contentar a su amo y, sin dejar de deslizar su lengua a lo largo de los
muslos de su madre, le fue bajando las braguitas hasta quitárselas del todo.
Una vez sostuvo esa prenda en la mano se sorprendió por lo húmeda que estaba y,
entregándosela a su hermano, se lo hizo saber.
“-Mira amo, está
putita se ha puesto muy cachonda.”
Laura
hurgaba groseramente en la gruta de su madre mientras mantenía su vulva bien
abierta, mostrándole a su hermano la humedad que escondía. De vez en cuando
acercaba su cara a aquél coñito supurante y le regalaba unos cuantos
lengüetazos, lo cual era respondido con un largo gemido que sonaba tras los
asientos.
Una señal de
su hermano hizo que la chica dejara de jugar por unos momentos con el coñito de
su madre, que a estas alturas ya jadeaba escandalosamente, y, sujetando la poya
de Osvaldo en su mano, fue empujando el cuerpo de su madre hasta ensartarlo en
ella, dejándola tan encajonada que la presión de los asientos apenas le
permitía respirar.
El torrente
de sensaciones que Maite estaba recibiendo era abrumador. Se encontraba al
borde de la asfixia, atrapada en la agobiante gomaespuma de la tapicería
mientras su propio hijo la embestía por detrás haciendo que su cuerpo se
hundiera aún más entre los asientos. Su cuerpo había llegado ya hasta la base y
el freno de mano se clavaba contra uno de sus pechos, rozando su duro pezón en
cada una de las salvajes embestidas de su hijo. Atrapada como estaba, esa poya
estaba llegando a los lugares más remotos de su interior, dándole placer sin
límites.
Laura seguía
acompañando cada una de las embestidas de su hermano, sujetando firmemente el
culo de su madre, mientras jugueteaba con sus deditos en los alrededores de su
ano. Cuando finalmente sintió que la mujer se acercaba al orgasmo, introdujo de
golpe su dedo corazón en el recto de su madre, provocándole al instante un
brutal orgasmo que se prolongó durante casi un minuto.
Osvaldo
todavía tardó unos segundos en correrse, descargando toda su leche en el
interior de su madre. Una vez hubo vaciado su carga, extrajo su miembro
pringoso de flujos y restos de semen y dejó que su hermana se lo limpiara
cuidadosamente con la boca.
Laura, tras
dejar reluciente la herramienta de su hermano, empezó a recoger con su lengua
los abundantes restos de sexo que había en el cuerpo de su madre. Empezó por
sus muslos y fue subiendo lentamente hasta alcanzar su coño. Una vez ahí estuvo
largo rato chupando, lamiendo y sorbiendo todos los restos de semen que habían
quedado en su madre.
Le estaba
comiendo el coño con tanta intensidad, que su madre volvió a correrse, aunque
está vez todo el producto de su corrida fue a parar íntegramente al interior de
la hambrienta boquita de Laura, que tragó satisfecha hasta la última gota del
flujo que soltó igual como antes había hecho con el semen de su hermano. Cuando
hubo terminado su cometido, se volvió de nuevo hacia su hermano y le besó en
los labios, introduciendo la lengua en su boca para que pudiera saborear el
interior de su madre.
Después la
ayudaron a salir del lugar en que había quedado atrapada. Uno de sus pechos
había escapado de los bordes de su escote y en él se apreciaba claramente la
marca del freno de mano atravesando su borde inferior, hasta llegar a cruzar su
enrojecido pezón. Su cuerpo aún se estremecía con la intensidad de los orgasmos
que acababa de sentir.
Maite otra
vez sintió la necesidad de actuar como si nada hubiera ocurrido y, abrochándose
el cinturón, se dispuso a emprender de nuevo el camino hacia la escuela
mientras acababa aún de colocarse la ropa. Sin embargo olvidó ponerse las
braguitas de nuevo por lo que, irremediablemente, una grotesca mancha de
humedad empezó a formarse en la parte trasera de su vestido, justo a la altura
de su coñito, sin que ella pudiera darse cuenta.
Cuando
llegaron a su destino, se despidió fríamente de sus dos hijos y se alejó del
lugar lo más deprisa que pudo. Seguía sin aceptar los cambios que estaba
sufriendo su vida. Los acontecimientos que se habían desarrollado en las
últimas semanas la horrorizaban y, sin embargo, cuanto más pensaba en ello, más
sentía humedecerse su entrepierna, hasta que finalmente tuvo que detener de
nuevo el coche para saciar su calentura.
Fue
entonces, tras correrse de nuevo, cuando descubrió la mancha de humedad que
había quedado estampada en la falda de su vestido. Por desgracia ya no estaba a
tiempo de ir a cambiarse y no le quedó más remedio que presentarse en la
oficina esperando que nadie reparara en su falda.
Osvaldo y su
hermana, por su parte, se dirigieron tranquilamente a sus respectivas clases.
Laura ya ni siquiera recordaba lo sucedido.
Ambos
llegaban con retraso y los pasillos estaban desiertos. Antes de entrar en
clase, Osvaldo extrajo las braguitas de encaje que guardaba en su bolsillo y
aspiró el aroma de su madre que aún permanecía en la humedad de aquella prenda.
Olía a victoria.
El poder de osvaldo (10: bonita história de amor)
Cuando
Osvaldo entró en la clase todavía sostenía en su mano las húmedas braguitas de
su madre, aunque no las mostró tanto como para lograr que se formara un
verdadero escándalo. Sin embargo sí las expuso lo suficiente como para
llegar a escuchar algún comentario hiriente y que más de uno le mirara con el
ceño fruncido.
A Osvaldo todo
aquello no hacía otra cosa que divertirle, era como un gato jugando con sus
presas, pues sabía que, en poco tiempo, todos ellos estarían bajo su control.
Les observaba murmurar y mirarle por encima del hombro mientras él, en sus
adentros, ya estaba planeando lo que haría con cada uno de ellos.
En realidad
podía perdonar a la mayoría de sus compañeros. En su magnanimidad, Osvaldo se
conformaba tan solo con tomar sus vidas y apoderarse de todo su mundo. Pero
sería clemente, ellos nunca sabrían lo que ocurre. Sin embargo había tres
personas en aquella aula a quienes Osvaldo no estaba dispuesto a perdonar.
Las llamaban
las tres Marías aunque ese no era en realidad el nombre de ninguna de ellas.
Inés, Sandra y Helena eran tres de las bellezas más espectaculares de todo el
instituto, además de formar parte de algunas de las familias más ricas y
poderosas de la ciudad. Lo cual, unido a la educación elitista que habían
recibido desde pequeñas, las convertía en tres niñatas estiradas y muy
engreídas. Y ellas eran las culpables de que los últimos años de Osvaldo en
aquel centro se hubieran convertido en un auténtico infierno.
Helena era
la peor de todas, su padre era un conocido político de derechas y ella, aunque
se las daba de liberal, había heredado la misma mentalidad egoísta y
retrograda. Su físico también había influido decisivamente en formar su
carácter altivo. Tenía el pelo rubio y unos bonitos ojos azules, además de un
cuerpazo de escándalo; sus suaves curvas, aunque no fueran demasiado voluminosas,
resultaban terriblemente excitantes y Helena, consciente de ello, se esmeraba
en realzarlas mediante su vestimenta, marcas caras que siempre elegía lo más
apretadas posible, marcando escandalosamente sus pequeños pechos puntiagudos,
su culito redondo y los labios de su apretado coñito.
Muchos
habían perdido la cabeza por ella, sin embargo Helena despreciaba todo lo que
estuvieran fuera de su reducido círculo de amistades y aprovechaba cualquier
momento para demostrarlo ridiculizando a los demás con sus crueles comentarios
hirientes para los que Osvaldo siempre había sido uno de sus objetivos
preferidos.
Junto a ella
siempre se sentaba Sandra, la cual era mucho más parecida a su amiga de lo que
pudiera parecer a simple vista. Sandra era la hija de un importante contratista
deportivo y, desde muy niña, había sido consentida hasta un nivel inaudito. Era
por tanto exageradamente caprichosa y tenía la convicción de que nada podía
interferir en sus deseos, como si los demás tuvieran la obligación de
complacerla en todo momento.
Su
vestimenta era mucho más atrevida que la de sus compañeras e incluso llevaba
varios piercings en el labio y las cejas. Su pelo teñido color caoba, unido a
unos ojos verdes que solía maquillarse como una gatita y unos labios amplios y
carnosos, daba a su carita una de las expresiones más sensuales que podían
encontrarse en toda la ciudad.
El grupo lo
completaba Inés, la más bonita de las tres. Además de poseer una belleza sin
par, Inés era bastante más bondadosa que sus compañeras y poseía un corazón
puro. Aunque también es cierto que se había dejado influir muy negativamente
por sus amigas y su mentalidad no dejaba de ser terriblemente superficial.
Antes de dar
ningún paso, Osvaldo necesitaba saber lo que había en el corazón de esa chica.
Nunca antes había tenido el valor suficiente para confesarle sus sentimientos,
pero entonces todo era distinto y ese precisamente iba a ser el primer paso de
su retorcido plan.
Osvaldo se
esforzaba en sugestionarla mentalmente para lograr que la chica saliera del
aula. Sin embargo Inés era demasiado formal como para salir de la clase sin
tener un buen motivo y esa sugestión tan solo logró aumentar su impaciencia por
acabar la lección, aunque sin ningún resultado.
El hecho de
no tener contacto visual directo, además, dificultaba enormemente su tarea,
puesto que únicamente podía utilizar su poder mentalmente; lo cual, hasta el
momento, solo había funcionado con las sugestiones más primarias. Tras darle
varias vueltas empezó a concentrar todas sus fuerzas en un único objetivo,
excitarla.
Pronto pudo
percibir en ella los primeros resultados visibles, aunque aún bastante
discretos. En realidad, aunque desde su posición Osvaldo no alcanzaba a verlo,
las mejillas de Inés hacía ya tiempo que habían adoptado un intenso color
carmín. Y ahora la confundida muchacha empezaba a revolverse en su silla
sorprendida aún por las sensaciones que la estaban asaltando.
Inés tuvo
que morderse los labios para contener un suspiro cuando su mano llegó a rozar
por accidente su vulva a través del pantalón. Ella solo había pretendido
colocar bien sus braguitas, las cuales habían empezado a clavarse entre los
labios de su rajita pegándose a su piel a causa de su humedad y de la fuerza
con la que, desde hacía rato, mantenía ambos muslos apretados entre sí como si,
de este modo, pudiera contener su desbordante excitación.
Sin embargo
nada más sentir la yema de sus propios dedos acercarse a su montañita, aunque
fuera sobre la tela de su pantalón tejano, hizo que Inés se estremeciera de
placer.
Osvaldo era
plenamente consciente de los apuros que estaba pasando su idolatrada compañera
y coronó su estrategia consiguiendo al fin que Inés se volviera hacia su
pupitre, clavando en él sus enormes ojos azules, e introdujo una sugestión
directa en su mente: debía salir de ahí inmediatamente e ir a calmar su
calentura o, al menos, a limpiar el desastre que se estaba formando en sus
braguitas antes de que traspasara el pantalón.
Y, aunque
aún no acababa de comprender de donde venía toda esa excitación, finalmente la
muchacha se decidió a pedir permiso para abandonar el aula.
“-Disculpe,
profesora, ¿me permite ir al lavabo? No me encuentro muy bien.”
La profesora
Reyes era muy estricta con sus alumnos, pero esta vez no le fue difícil acceder
a la petición, pues realmente la chiquilla hacía mala cara y tenía el rostro
enrojecido y sudoroso lo cual, unido a las discretas sugestiones que Osvaldo
había introducido en su mente, consiguió que decidiera hacer una excepción con
la ella.
E Inés salió
precipitadamente del aula sin llegar siquiera a mirar a su compañera, Helena,
que la observaba con expresión de incredulidad.
Una vez en
el pasillo tuvo que llevarse las manos a la entrepierna y un nuevo escalofrío
recorrió su columna vertebral. ¡Dios, cómo le ardía! Inés palpó suavemente sus
braguitas por encima del pantalón tratando de comprobar el grado de su humedad,
estaba empapada. Al sentir el contacto de sus dedos sobre su sexo, por leve que
éste fuera, no pudo evitar dejar escapar un profundo suspiro.
Le
preocupaba que alguien la sorprendiera en tan comprometida situación; así que,
aunque el pasillo estaba desierto, Inés se encaminó apresuradamente hacia un
lugar en el que nadie pudiera sorprenderla y, tras entrar en los servicios de
chicas, se encerró en el último de los departamentos y, sentándose sobre la
tapa del inodoro, se dispuso a explorar su propio cuerpo.
Inés estaba
aún sorprendida por el grado de excitación que había alcanzado. Sus redondos
pechos estaban duros y erguidos como dos rocas y, cada vez que sus manos
rozaban la piel de su cuerpo, un estremecimiento la recorría de los pies a la
cabeza erizándole la piel.
No
comprendía bien cuál era la causa de su calentón, sin embargo fue bajándose los
tejanos hasta dejar el terreno libre a su mano para explorar el desaguisado que
se había formado en sus braguitas. Pronto se había dejado llevar, abandonándose
a sus sensaciones, y paseaba los dedos a lo largo de su rajita con los ojos
entrecerrados.
Sus bragas
habían acumulado tal cantidad de humedad en aquella zona que podía sentir el
tacto de su hinchado clítoris directamente sobre la yema de su dedo índice.
Inés no recordaba haber estado nunca tan excitada y pronto se bajó las bragas y
empezó a escarbar con sus dedos en su encharcada gruta.
Se sentía
algo culpable por haberse escabullido de clase únicamente para ir al servicio a
hacerse una paja. Aquell-o no era propio de ella y, sin embargo, sus dedos
seguían actuando por cuenta propia, totalmente al margen de sus pensamientos,
hurgando en su intimidad hasta alcanzar su propio camino hacia la gloria.
Cuando creía
que iba a conseguirlo, escuchó varios golpes en la puerta de su compartimento y
cómo una voz conocida la invitaba a dejarle entrar.
“-Soy yo,
Osvaldo. Por favor, ábreme, necesito hablar contigo”
La muchacha,
que cada vez comprendía menos el porqué de sus propias acciones, observó
sorprendida como ella misma se subía las braguitas y, tras abrocharse de nuevo
los pantalones, descorría el cerrojo de la puerta dejando entrar al inesperado
visitante.
Sus miradas
volvieron a encontrarse como minutos atrás cuando estaban en clase y, tal y
como había sucedido entonces, Inés sintió que algo no iba bien. Aunque no
alcanzaba a comprender la magnitud de lo que se le venía encima.
Osvaldo,
esta vez, tan solo deseaba tener esa charla a solas con su amada que tanto
tiempo había anhelado, aunque los métodos que se había visto forzado a utilizar
para ello estaban muy lejos de lo que él habría deseado.
Aquél
compartimento mantenía un fuerte olor a sexo y los signos de excitación eran
aún visibles en el rostro de la muchacha cuyos pezones se marcaban claramente a
través de la camiseta. El chico tuvo que hacer un esfuerzo para sobreponerse al
morbo que le producía la situación, pues, aunque la bella Inés no fuera
consciente de ello, él sabía perfectamente lo que había estado haciendo oculta
tras aquella puerta. Y, tratando de mostrar algo de gallardía, el muchacho se
dispuso a abrir su corazón.
“-Inés, hay algo
que debería haberte dicho hace tiempo: Verás, es que resulta que yo… tú…
emmmm... éstooo… a veces eres tan amable conmigo… y eres tan bonita que… yo… a
veces… me siento tan sólo que…”
El pobre
chico estaba empezando a sudar como si hubiera entrado a una sauna. Su corazón
latía con fuerza tratando de escapar de su pecho a medida que iba acelerando
sus pulsaciones.
Osvaldo
había estado planeando ese momento durante años y sin embargo, ahora que al fin
tenía la ocasión de decirle a su amada lo que sentía, las palabras quedaban
atrapadas en su pecho, incapaces de superar el nudo que se le había formado en
la garganta.
Estaba
bloqueado y fue la propia Inés quién, poniendo una mano sobre su hombro, trató
de calmarle para que pudiera continuar.
“-Tranquilo,
Osvaldo, a mí puedes contármelo, no tengas miedo.”
Las confusas
palabras del muchacho habían logrado despertar una viva curiosidad en el ánimo
de Inés que esperaba ansiosa por saber lo que su tímido compañero tenía que
decirle.
Osvaldo se
miraba directamente en sus bonitos ojos azules y sintió por un momento que
realmente podía confiar en ella. Finalmente se armó de valor y, masticando una
a una sus palabras, le expresó a su amiga el secreto que durante tanto tiempo
había guardado en su interior.
“-Te quiero, Inés.
Siempre te he querido. Estoy enamorado de ti desde el primer momento que te
conocí.”
Osvaldo
llevaba en aquél maldito colegio desde el mismo momento en que sus padres se
habían separado, siendo prácticamente un niño y, desde el primer momento, había
encontrado en Inés el sol que alumbraba su cielo. Aunque nunca hasta aquel
momento se había atrevido a contárselo a nadie. Y, con los años, su secreto
terminó convirtiéndose en una pesada carga a medida que las burlas de sus
compañeras se volvieron más crueles.
Ahora que al
fin había confesado su más preciado secreto se sentía fuerte y, presa de una
extraña euforia, acercó sus labios al rostro de su amada tratando de sellar con
un beso su propia confesión. Pero entonces ella, aún sorprendida por la
repentina confesión que acababa de escuchar, alejó rápidamente su cara, presa
de un sobresalto, al ver de pronto invadido su espacio vital.
“-¡¿Qué haces?! Lo
siento, yo no sabía que… Tienes que entenderlo, Osvaldo, todo esto me pilla por
sorpresa, necesito tiempo para pensar. ¡Vas demasiado deprisa!”
Osvaldo estaba
petrificado, aquella inesperada reacción había conseguido helarle la sangre en
las venas. Estaba dispuesto a afrontar cualquier respuesta directa, por
dolorosa que ésta fuera. Pero, ahora que había dado el paso, se veía incapaz de
sufrir esa angustiosa indeterminación así que, aunque le dolía volver a
hacerlo, decidió usar de nuevo su poder para sonsacarle a su amada una
respuesta que resolviese sus dudas de una vez por todas.
“-Escúchame bien,
Inés. Ahora vas a contestarme. Quiero que me digas de una vez por todas lo que
sientes por mí. Vas a ser sincera y clara: me lo dirás todo sin olvidarte de
nada”
Inés empezó
a sentir de nuevo una fuerza extraña que la impulsaba a hacer las cosas al
margen de su voluntad y, sin que pudiera evitarlo, de su boca empezaron a
brotar palabras sinceras.
“-Yo no siento
nada por ti, Osvaldo, sólo hablo contigo porque me das lástima y no quiero que
nadie piense que soy despiadada, pero la sola idea de que estemos juntos me
parece ridícula. Tú y yo estamos en dos niveles distintos, eres demasiado
insignificante para mí. Parece mentira que no te des cuenta, yo nunca me
fijaría en ti. El único motivo de que no te lo haya dicho antes es que no
quiero sentirme culpable por haber herido tus sentimientos.”
Inés había
quedado horrorizada por la crudeza de sus propias palabras, nunca había osado
ser tan sincera y descarnada con nadie. Ella, que siempre había tratado de
mantener una actitud hipócrita y ambigua, ahora tenía que afrontar sus propias
palabras sin saber aún cuál sería la reacción de su interlocutor.
“-Lo siento,
Osvaldo, no sé por qué te he hablado de esa manera. Por favor, perdóname, no
quería hacerte daño.”
Sin embargo
el daño ya estaba hecho. Y Osvaldo sabía muy bien que todo lo que había oído
era la pura verdad, él mismo la había obligado. Y era precisamente la absoluta
certeza que tenía en la sinceridad de aquellas palabras lo que más dolor le
causó.
El muchacho
creía estar preparado para cualquier respuesta, sin embargo nunca había
imaginado que la realidad fuera tan terrible. Lástima, ridículo,
insignificante… aquellas hirientes palabras se clavaban en la mente del
adolescente, dinamitando sus sueños más queridos, mientras una lágrima de
amargura cruzaba su mejilla.
Pronto su
desolación dejó paso al odio y sintió oscuras ansias de venganza apoderarse de
su alma. La muchacha, que se encontraba todavía en shock, vislumbró el furor en
los ojos de su compañero y trató de alcanzar la puerta en un último intento
desesperado por huir de la situación. Sin embargo una voz firme la detuvo en el
acto.
“-¡Quieta! Quédate
dónde estabas y no te muevas.”
De pronto
Inés sintió que su cuerpo no le respondía y, por mucho que anhelaba salir de
aquél lugar, permaneció inmóvil a la espera de lo que pudiera pasar.
Empezaba a
estar realmente asustada y la perversa mirada de su captor no avecinaba nada
bueno para ella. Durante todo este tiempo Osvaldo la había estado colocando en
un pedestal, sin embargo ahora la veía tal y como era, una niña mimada e
hipócrita.
Libre al fin
de la pesada carga de sus remordimientos, Osvaldo empezó a ser consciente de
las verdaderas posibilidades que le ofrecía la situación. La princesa que
durante años le había parecido poco más que un sueño lejano e inalcanzable se
encontraba ahora totalmente a su merced, dispuesta a cumplir cualquier cosa que
le ordenara aún en contra de su voluntad.
El
chico volvió a alzar la mirada contemplando de arriba a abajo el voluptuoso
cuerpo de la muchacha sin sentir ya ni el menor asomo de escrúpulos. Estaba
decidido a tomar por la fuerza lo que durante tanto tiempo le había sido negado
y sus manos se abalanzaron sin ningún pudor sobre los desprevenidos pechos de
la muchacha.
Inés trataba
de luchar enérgicamente, sin embargo su cuerpo permaneció inmóvil exponiéndola
sin remedio a los tocamientos. Entonces empezó a gritar.
“-¡Déjame,
Osvaldo! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Detente por favor!”
Sin embargo
Osvaldo no se detenía y siguió explorando con sus manos el cuerpo de la
indefensa muchacha que empezó a llorar desconsoladamente.
Con tan solo
mirarla a los ojos, Osvaldo consiguió que la chica enmudeciera e Inés
contemplaba en silencio como su cuerpo era mancillado por las manos de aquel
mocoso. Lo único que le quedaba en esos momentos era mantener la cabeza erguida
y aferrarse a su dignidad, así que mantuvo en todo momento el semblante serio y
la mirada fija en su agresor.
Pero su
moral se quebró definitivamente cuando Osvaldo metió la mano bajo el pantalón y
empezó a reírse de ella al encontrar sus braguitas empapadas.
“-¡Menuda
sorpresa! Supongo que me estabas esperando… ¿o es que estabas haciendo algo feo
cuando he llegado?”
A pesar de
sentirse completamente atrapada, aún quedaba algo de fortaleza en aquella chica
que se resistía a contestar las sucias y malintencionadas preguntas de su
compañero.
Pero Osvaldo
estaba decidido a destruir hasta el más remoto vestigio de resistencia y, con
intención de humillarla, se sacó la poya del pantalón y empezó a pajearse ante
los desorbitados ojos de la chiquilla mientras con la otra mano le sobaba
groseramente el coño por debajo de las bragas.
“-Ahora contesta a
la pregunta que te he hecho ante, dime, ¿qué estabas haciendo cuando he
llegado?”
Osvaldo
clavaba en ella sus ojos endemoniados, convencido en todo momento de su triunfo
y la indefensa muchacha empezó a sentir cómo su voluntad se resquebrajaba en
mil pedazos hasta abandonarla definitivamente.
Y finalmente
respondió a la pregunta entre sollozos.
“-Estaba excitada
y me he escondido aquí para meterme los dedos.”
Al decir
estas palabras Inés no pudo contener la mirada por más tiempo y tuvo que
apartar los ojos, avergonzada por lo que estaba diciendo. Él había vencido y,
con una sonrisa triunfal en el rostro, se dispuso a sentenciar a su víctima.
“-Todavía no
entiendes lo que está pasando, ¿verdad? Tu vida acaba de terminar. Ahora eres
mía; conservaras tu personalidad y emociones pero, a partir de ahora, te
mantendrás a mi lado y me obedecerás en todo momento, pues tu único objetivo en
la vida será saciar mis deseos.”
Osvaldo seguía
acariciando su poya con una mano mientras la otra exploraba sin piedad el
cuerpo de su bella víctima. Sentía los cojones a punto de reventar.
“-Ahora ponte de
rodillas en el suelo y chúpame la poya. Mientras me la comes quiero que te
toques como hacías antes de que yo llegase.”
Inés comprobó
incrédula cómo su cuerpo se doblegaba ante la orden, hincando sus rodillas en
el húmedo suelo de aquel inmundo wáter. Pronto empezó a degustar el agrio sabor
a poya, entrando y saliendo de su boca, mientras sus labios se cerraban
alrededor del grueso aparato del muchacho.
Ésta vez
Osvaldo se abstuvo de usar sus poderes para influir en el lívido de la
muchacha, dejando que sus dedos trabajasen en seco. Aún con la poya en la boca,
Inés había desabrochado sus pantalones tejanos y enterraba su mano en ellos en
busca de su adormecido sexo.
Por muy
humillante que la situación le resultara, Inés no pudo evitar que sus expertas
manitas siguieran recorriendo su coñito, aventurándose entre sus más escondidos
rincones, hasta conseguir que poco a poco fuera recuperando la calentura que lo
había inundado hacía apenas unos minutos.
Pronto
Osvaldo pudo sentir como aumentaba la presión que la chiquilla ejercía con los
labios alrededor de su poya. Inés empezaba a sucumbir a sus propias caricias,
trasladando su creciente excitación al duro tronco que estaba chupando.
En realidad
la chica era inexperta, sobre todo teniendo en cuenta las expertas mamadas que
Osvaldo había estado recibiendo en boca de sus dos hermanas, sin embargo
Osvaldo la estaba disfrutando al máximo; pues el morbo de ver a su ángel
degradándose ante él en los suelos de un mugriento servicio compensaba con
mucho la falta de pericia con que manejaba su lengua.
Veía su
herramienta desaparecer en la boquita de la desconsolada muchacha que se
esforzaba en chuparle la poya, aunque fuera contra su propia voluntad. Inés ya
ni siquiera se quejaba, no podía. Su voluntad había quedado anulada por
completo y ahora solo chupaba y gemía mientras sus propios dedos escarbaban en
su húmeda gruta.
Cada momento
que pasaba en esa situación la hacía sentir más perdida y humillada. En un
último intento desesperado, Inés alzó su mirada implorante en busca de la
piedad de su captor, pero en sus ojos solo había oscuridad.
Cuando
Osvaldo se hubo cansado de aquella chapucera mamada, ordenó a su esclava que se
pusiera contra la pared y se bajara los pantalones, ofreciéndole su culo
redondo y perfecto. Inés comprendió enseguida las intenciones de su amo cuando
sintió un dedo hundirse en el interior de su estrecho ano sin ninguna
delicadeza.
Quería
llorar pero las lágrimas nunca llegaron a sus ojos. Ni siquiera fue capaz de
gritar cuando aquel hinchado miembro invadió sin previo aviso su esfínter,
violando impunemente su culito virgen sin otra lubricación que su propia
saliva.
Aquella
intrusión le ardía por dentro y, cuanto más luchaba por zafarse, más dolor le
producía. Pronto comprendió que era mejor rendirse y, al relajar su cuerpo,
descubrió que la sensación podía llegar a ser placentera.
Osvaldo,
ésta vez, le había dejado a su voluntad un cierto margen para que pudiera
resistirse un poco, disfrutaba viéndola retorcerse a cada una de sus
embestidas. Por eso, cuando vio que su esclava se estaba dejando llevar, su excitación
alcanzó su punto máximo.
El muchacho
había metido ambas manos bajo la camiseta de la muchacha y estrujaba sus duros
y bien formados pechos, entreteniéndose martirizando sus doloridos pezones.
Al sentir a
su esclava acompasando la respiración con sus embestidas, consciente de que
ella lo estaba disfrutando, desvió una de sus manos hacia el monte de Venus que
se escondía entre los temblorosos muslos de la chiquilla.
Encontrarlo
empapado fue más de lo que podía resistir. Sabía que su víctima estaba
empezando a disfrutar, pero no había imaginado que su entrepierna hubiera
sufrido una inundación como la que encontró al posar su mano en ella.
El golpe de
morbo que le sacudió en ese momento hizo que sintiera un chispazo en su columna
vertebral, corriéndose entre espasmos en el culito de la muchacha, presa del
orgasmo más intenso que recordaba haber tenido en toda su vida.
Aún necesito
unos segundos para recuperarse antes de sacar su pene ya flácido del estrecho
culito de Inés, aprovechando la ocasión para mantener sus glúteos separados y
contemplar como un reguero de semen escapaba de su ano resbalando por su culito
hasta mezclarse con los jugos de su rajita.
“-Lo has hecho muy
bien, Inés. Ahora date la vuelta y bésame.”
La muchacha
seguía avergonzada y su mirada no osaba cruzarse con la de Osvaldo. Sin embargo
al besarle, aventuró su lengua en la boca de su agresor, buscando ansiosamente
encontrarse con la suya.
Sus lenguas
estuvieron jugando largo rato entre ellas, entrelazándose en el interior de sus
bocas, confirmando lo que Osvaldo ya sabía: ella había disfrutado.
Y,
satisfecho con su nueva adquisición, acariciaba aquel hermoso trasero, todavía
desnudo, el mismo que durante tanto tiempo había deseado en secreto.
El poder de osvaldo (11: la clase)
Al volver a
clase Inés parecía una persona distinta a la que había salido unos minutos
antes. Su rostro había perdido todo rastro de esa seguridad en sí misma que
tanto la caracterizaba. Entró cabizbaja en el aula, andando mecánicamente tras
los pasos de Osvaldo, con la mirada fija en el suelo.
Puede que la
mayoría de sus compañeros no repararan en su extraño comportamiento, pero
ninguna de sus amigas pasó por alto los repentinos cambios en su actitud. Daba
la impresión de estar evitando sus miradas, como si algún oscuro secreto la
estuviera atormentado.
La profesora
Reyes continuaba dando la lección totalmente ajena a lo que pudiera estar
sucediendo en la mente de Inés. El tiempo se agotaba rápidamente y todavía
tenía que dar paso a los alumnos para que expusieran sus trabajos, así que tuvo
que posponer su clase para hacer subir al primero de ellos a la palestra.
Se trataba
de Vicente, el cachitas de la clase, que expuso tartamudeando un ridículo
trabajo sobre el equipo de futbol local. Al poco rato se sentó dejando un
aprobado justito anotado en la libreta de la sra. Reyes.
La siguiente
en exponer fue Lorena, una chica menuda y más bien tímida que presentó un
trabajo sobre ballenas algo más interesante que el anterior, aunque no
demasiado. Y así se fueron sucediendo una tras otra una serie de insulsas
intervenciones hasta que, finalmente llegó el turno de Osvaldo.
Las primeras
risas y comentarios impertinentes llegaron nada más anunciar cual iba a ser el
tema de su explicación, el control mental. Al oírlo, Helena, siempre dispuesta
a humillar a Osvaldo, lanzó una de sus clásicas puyas provocando las risas
cómplices de gran parte de sus compañeros.
“-¡¿Control
mental?! ¿No había un tema más extraño? Sra. Reyes, ¿por qué tenemos que
quedarnos a escuchar al friki? ¿No le da pereza?”
En realidad
la profesora no tenía tampoco ningún interés en escuchar las pueriles fantasías
de un adolescente fanático de la ciencia ficción y eso del “control mental” le
sonaba lo mismo que si le estuvieran hablando de abducciones. Sin embargo
reprimió a Helena por deslenguada, aunque sin excederse, pues conocía las
influencias que el padre de aquel demonio tenía en el claustro.
“-¡Haz el favor de
respetar a tu compañero! No es así cómo te han educado tus padres.”
Al chico,
sin embargo, esa falta de respeto no había hecho más que endulzarle el momento.
Se le ponía dura tan solo con pensar en lo que estaba a punto de suceder y su
rostro no podía ocultar la satisfacción. Antes de empezar a hablar, se
entretuvo en mirar una por una las caras de todos aquellos que durante tanto
tiempo le habían estado martirizando, sabía que nunca volverían a ser tal y
como les había conocido.
Con voz
pausada y mirada tranquila Osvaldo empezó a narrar con todo detalle cómo había
logrado someter a su familia y lo que había estado haciendo con ellos desde
entonces. No olvidó ningún punto: el hallazgo de su libro, las pruebas con su
hermanita, la sumisión incondicional de su madre… No le importaba estar
rebelando su más preciado secreto, pues sabía que cuando terminara su
explicación los tendría a todos bajo control.
Y, a medida
que desarrollaba su relato, fue extendiendo su poder sobre todos los que le
escuchaban, induciéndoles a permanecer atentos a la vez que evitaba que nadie
pudiera interrumpirle o tratar de abandonar el aula.
Una vez lo
tuvo todo bajo control, obligó a Inés a subir con él a la palestra y se dispuso
a culminar su explicación con una demostración final. La muchacha no podía
evitar que su voluntad se doblegara ante cualquier deseo de su nuevo amo y,
ante la sorpresa de sus amigas, se dirigió cabizbaja hacía la tarima a la
espera de las órdenes de Osvaldo.
“-Inés, cuéntales
lo que hemos estado haciendo hace un momento en el lavabo.”
Y la chica empezó
a contar avergonzada cómo había salido de clase para ir al baño a masturbarse y
su posterior encuentro con Osvaldo, sin olvidar la ración de poya que le había
suministrado tanto en su boca como en su culo. Cada palabra que pronunciaba se
clavaba en su garganta como un cuchillo y lo más terrible aún estaba por
llegar.
“-Al principio me
dolía, pero pronto he empezado a sentir placer. Me ha producido más morbo del
que os podéis llegar a imaginar.”
Mientras
decía esto, Osvaldo se entretenía sobando descaradamente las zonas más íntimas
de su anatomía, sin que la chica diera muestras de oponer la más mínima
resistencia. Nadie podía dar crédito a lo que estaba sucediendo y, sin embargo,
todos permanecieron inmóviles en sus pupitres, contemplando en silencio la
terrible escena.
Inés seguía
atrapada en el interior de su cuerpo, mientras se exponía a los sucios
tocamientos de su amo ante toda la clase. Su mirada errante pronto se encontró
con la de sus dos amigas, las cuales, al igual que el resto de sus compañeros,
seguían mirándola fijamente, incapaces de apartar los ojos de ella.
Los ojos de
Osvaldo irradiaban satisfacción cuando vio a su esclava volverse de espaldas al
auditorio para empezar a quitarse los pantalones mostrando sus nalgas ante el
silencioso auditorio. Después bajó sus braguitas dejándolas a medio muslo y
empezó a separarse las nalgas con ambas manos mientras inclinaba su cuerpo
hacia delante, tratando de que su ano fuera lo más visible posible.
Deseaba
mostrarle a sus compañeros con detalle lo que su amo había hecho con ella. Se
esforzó lo más que podía en mantener su culo bien abierto, intentando que algún
rastro de semen en la parte interior de sus glúteos pudiera ilustrar a la clase
acerca de lo sucedido. Pero ya no quedaba nada de lefa en su interior, todo
había ido a parar a sus braguitas. Aunque eso no suavizó en nada la humillación
que sentía.
Hasta
ahora Inés siempre había sido un modelo de conducta para sus compañeros,
una chica responsable, educada y muy buena estudiante. Y sin embargo ahí estaba
ella, separando bien sus nalgas para que todos pudieran ver claramente su ojete
inflamado asomando por encima de su coño abierto.
Lo más duro
para ella fue constatar que estaba volviendo a excitarse y, sin quererlo,
empezó a preguntarse a cuantos de sus compañeros habría conseguido ya ponérsela
dura. Durante unos largos segundos no pudo oírse ni una mosca volar en aquella
aula, mientras todos permanecían enmudecidos con la vista clavada en los
orificios de su angelical compañera.
Pronto hubo
quien no pudo contenerse y algunos alumnos empezaron a tocarse la poya con más
o menos disimulo. Osvaldo estaba caldeando el ambiente, tratando con su poder
de mantener a toda la clase en un estado de excitación constante, pues sabía
que de este modo le resultarían más manejables. El chico era consciente de cómo
sus miradas ansiosas se clavaban en los orificios de la muchacha pidiendo más
carne.
También sus
compañeras empezaban a sentir en sus propias carnes los efectos de la sugestión
y, aunque algo mas discretamente que en sus compañeros varones, su excitación
comenzaba a ser visible en cada uno de sus movimientos.
Algunas de
ellas se revolvían nerviosamente en sus asientos tratando de contener la
pujante humedad que se iba apoderando irremediablemente de sus entrepiernas.
Llegados a
este punto, Osvaldo se decidió a dar una última vuelta de tuerca a la
situación.
“-Inés, ¿a qué
esperas? ¡Enséñanos lo mucho que te gusta darte placer!”
Tras oír la
orden, Inés, cuya voluntad se había evaporado ya definitivamente, permaneció en
la misma postura en la que estaba, expuesta ante sus compañeros, limitándose a
deslizar una de sus manos entre sus muslos para acariciar su coñito.
Lo encontró
ya completamente mojado y, al meter el primero de sus deditos, un fuerte
gemido escapó de sus labios rompiendo el silencio ceremonial que se había
apoderado de la clase.
Su otra mano
no permaneció ociosa por mucho tiempo y enseguida fue a encontrarse con su
pareja en los sucios manejos con que la muchacha regalaba exploraba su
intimidad. La bella Inés no tardó en perder por completo el control y empezó a
penetrar ambos orificios con sus dedos, procurando en todo momento que su
masturbación fuera perfectamente visible de la primera hasta la última fila.
Ya eran
pocos los compañeros que mantenían la compostura; la mayoría de ellos,
incapaces de contener sus impulsos, se habían sacado la poya y se masturbaban
de forma grosera. La situación resultaba incomoda para todos. Aunque lo era
especialmente para las chicas, que veían impasibles cómo sus compañeros,
convertidos en auténticos sátiros, aprovechaban el escabroso espectáculo para
masturbarse, transformando el aula en sórdido sex shop.
Aquello
resultaba desagradable e irreal a partes iguales y estaba degenerando a una
velocidad vertiginosa. Pero, a pesar de que muchas desearon poder escapar de
aquel lugar, ninguna consiguió moverse del lugar en que se encontraba.
El primero
en cruzar la línea fue uno de los chiquillos de la última fila. Se llamaba
Andrés y era el típico pajillero; usaba unas horribles gafas de culo de baso y
tenía un serio problema de acné.
Andresito
llevaba ya un buen rato machacándose la poya, en realidad había sido uno de los
primeros en dejarse llevar por el espectáculo. Hacía largo tiempo que el
chiquillo suspiraba también por Inés al igual que tantos otros compañeros. Y
ahora estaba ahí, exhibiéndose ante todos como en sus más oscuros sueños.
La
excitación que aquel chaval sentía se había vuelto incontrolable y, de pronto,
hizo algo inesperado. Inclinó su cuerpo hacía el costado y, acercándose a su
compañera, posó una mano sobre su espalda y trató de meterla bajo sus tejanos,
en busca de sus nalgas.
Nuria, su
compañera de pupitre, era una chica rubia, delgada y tímida. Aunque era
bastante bonita, siempre vestía de una forma más bien discreta, como si tratara
de disimular con ello su belleza. Al igual que sus compañeras, Nuria no
comprendía nada de lo que estaba sucediendo, sin embargo no podía apartar la
mirada del perverso espectáculo que Inés les estaba ofreciendo. Y cada vez se
sentía más excitada.
Las blancas
braguitas de niña buena que Nuria vestía se habían pegado a su cuerpo a causa
de la humedad y hacía ya un rato que la dulce muchacha apretaba su entrepierna
contra la silla sin conseguir calmar con ello sus ardores. Por eso, aunque
siempre había guardado la distancia con los chicos, esa vez no opuso ninguna
resistencia cuando su compañero de pupitre trató de tocarle el culo. Al
contrario, inclinó su cuerpo hacia delante facilitándole el camino.
Ésta actitud
envalentonó al joven que al fin se soltó la poya para sobar sus tetas con la
misma mano con la que se había estado pajeando durante todo ese rato. Nuria no
tenía los pechos muy grandes pero, al tocarlos, los encontró duros como dos
rocas, con los pezones de punta. Y, aunque el chico los manoseaba a placer,
ella siguió sin inmutarse lo más mínimo.
Sintió el
olor a poya que emanaba de las manos de aquel sucio frikie, que no paraba de
sobarla por todo el cuerpo, y su mente empezó a nublarse. Finalmente se vio
incapaz de resistir el impulso y, llevando su mano al vientre de aquel
muchacho, le agarró el miembro y empezó a sacudírselo con fuerza. Al poco
tiempo se inclinó hacia él y se lo introdujo en la boca regalando así a su
compañero la primera mamada de su vida.
Aquello fue
la espoleta que puso en marcha el perverso mecanismo que Osvaldo había
construido y todos sus compañeros, que hasta el momento habían permanecido
inmóviles en sus asientos, se enzarzaron entre ellos en las más diversas
posturas sin que pareciera importarles lo más mínimo la persona con quién lo
hicieran.
Cada uno de
ellos trataba de saciar su calentura con el compañero que estuviera más a mano.
Y así fue como, sin haberlo querido ni buscado, muchos de ellos se encontraron
intimando más de la cuenta.
Había una
zona en la esquina trasera del aula donde siempre se habían sentado los chicos,
agrupándose entre ellos para poder comentar la jugada. Éstos, sin poder hacer
nada para evitarlo, empezaron a chuparse las poyas entre ellos, fundiéndose aún
en contra de su voluntad en una salvaje orgía homosexual. Hubo quién incluso,
arrastrado por la emoción del momento, acabó sodomizando con fuerza a su amigo
del alma.
Vicente,
liberando su enorme pene erecto, se había abalanzado sobre la gordita que se
sentaba en el pupitre que había frente a suyo y se la estaba follando
salvajemente, envistiéndola por debajo de su enorme trasero mientras mantenía
su vestido levantado. Y Felicia, pues así se llamaba la gordita, gritaba y
gemía de placer sintiendo al fin su virginidad quebrarse.
Osvaldo
disfrutaba del espectáculo, especialmente cuando se fijo en las amigas de Inés,
las cuales habían empezado a dejarse llevar. Helena le sobaba el coño a su
amiga por debajo de las bragas mientras ésta le paseaba una mano por debajo del
apretado vestido, acariciando con suavidad sus nalgas y los bordes de su
rajita.
Ambas se
mantenían abrazadas con fuerza la una contra la otra, aplastando sus pechos
entre sí, mientras mantenían la mirada aún clavada en el chorreante coño de su
íntima amiga, que seguía masturbándose groseramente ante todos.
Cada segundo
que transcurría las ponía más cachondas. Y, aunque ninguna de ellas dos había
mostrado antes la más mínima tendencia al lesbianismo, ambas terminaron por
fundirse en un húmedo beso, aumentando exponencialmente la excitación que
sentían hasta transformarlas en dos perras en celo.
Tampoco la
profesora Reyes logró mantenerse al margen de aquel estallido de locura
colectiva. La maestra se había colocado en cuclillas sobre uno de los extremos
de la tarima, con las bragas por los tobillos, y frotaba con fuerza su clítoris
mientras con la otra mano mantenía su falda levantada, de forma que su peludo
coño cuarentón quedaba totalmente expuesto ante sus alumnos.
Llegados a
éste punto Osvaldo sintió que ya no podía aguantar su erección ni un instante
más y, obligando a Inés a tenderse sobre la mesa de la maestra, se dispuso a
penetrar su preciado coñito.
Quería
disfrutar aquel momento al máximo, así que se tomó un tiempo en colocar su
herramienta en posición, paseando su capullo a lo largo de la húmeda rajita,
como si tratara de advertirla de la inminente follada que iba a recibir. Su
satisfacción llegó al límite cuando, al empezar a penetrar a su amada, sintió
una resistencia en su interior.
Éste
descubrimiento hizo que su poya alcanzara la consistencia de una viga y, antes
de arrebatarle a la esclava su virginidad, se inclinó a lamerle la nuca
mientras le susurraba unas últimas palabras al oído.
“-Voy a follarte.
Relájate y disfruta.”
Acto seguido,
Osvaldo hundió en ella su herramienta de un único empujón. Inés estaba tan
mojada que no percibió ningún dolor y, al sentir su virginidad quebrarse, dejó
escapar un perverso alarido de placer tan sonoro que llegó a escucharse
claramente desde las aulas contiguas mientras Osvaldo seguía clavando en ella
su duro miembro sin darle el más mínimo respiro.
Sus caderas
pronto se habían habituado al ritmo de las embestidas de su amo y ambos se
fundían entre sí como hacen los animales al acoplarse. Al levantar la mirada
entre jadeos, todo lo que su vista alcanzaba a ver eran las grotescas imágenes
de sus compañeros, apareándose entre ellos en una salvaje orgía que se extendía
hasta el último de los alumnos que se encontraban dentro del aula de aquel
elegante instituto.
El poder de osvaldo (12: alumna modelo)
La dulce Inés era
incapaz de asimilar todo lo que estaba sucediendo. Su mente confusa todavía
trataba de analizar la sucesión de extraños acontecimientos que la habían
llevado a dejarse follar delante de sus compañeros. Y, por mucho que luchaba
por resistirse al placer que sentía, su coño palpitante chorreaba flujos sin
parar.
Apenas hacía un
mes desde que Osvaldo había empezado a desarrollar sus poderes y ya se había
convertido en todo un experto. Para él hacer gozar a una mosquita muerta como
ella no representaba ningún reto. Osvaldo hundía su poya en el resbaladizo
agujero de la chiquilla sin ningún miramiento, tratando a la rubia princesita
como si fuera un objeto, mientras arrancaba a poyazos hasta el último rastro de
su aparente inocencia.
Inés, superada por
la situación, se limitó a dejarse follar por su compañero, reclinando su cuerpo
sobre el escritorio del maestro en actitud sumisa. Nunca antes había sentido un
placer tan intenso como el que le estaba proporcionando aquel compacto pedazo
de carne que por primera vez exploraba sus entrañas. Y, por mucho que tratase
de no mirar, en cualquier lugar donde sus ojos se posaban, descubría las más
perversas imágenes que nunca hubiera podido imaginar.
Osvaldo seguía
manteniendo bajo control hasta el último rincón del aula, obligando a todos
aquellos niños pijos a realizar los más impensables actos. Disfrutaba paseando
la mirada de uno a otra, llevando sus mentes en contra de su razón, mientras
seguía hundiendo implacable su inflamado miembro en el dulce coño de su amada.
Ya nadie mantenía
la compostura. El resto de los alumnos se dedicaban a darse placer, bien por sí
mismos, bien con la ayuda de sus compañeras. Algunas se limitaban a dejar libre
el camino que llevaba bajo sus vestidos, permitiendo a cualquier mano
indiscreta aventurarse en busca de sus ardientes secretos. Otras, más lanzadas,
sujetaban con sus manos las duras herramientas de quienes las rodeaban e
incluso, inclinadas sobre ellos, saboreaban sus miembros dispuestas a recibir
el agrio néctar en el interior de sus bocas.
Armando y los
demás chicos mayores estaban de rodillas mamando una tras otra las poyas de sus
compañeros más jóvenes, hasta hacer que se corrieran en sus bocas. Nunca habían
sido demasiado amables con el joven Osvaldo y éste no tuvo piedad de ninguno de
ellos, induciéndoles a una homosexualidad forzada mientras sus confundidas
mentes eran manipuladas.
Osvaldo disfrutaba
visiblemente del espectáculo mientras en su oído resonaban los gemidos de la
profesora Reyes que seguía masturbándose a sus espaldas con la mirada fija en
lo que estaba ocurriendo dentro de aquella aula infernal. La atareada profesora
tampoco había sido capaz de mantenerse ajena a la influencia del perverso
muchacho y contemplaba de cerca el coito de aquellos dos adolescentes mientras
frotaba su peluda raja con insistencia.
Cerca de la
primera fila, Vicente sodomizaba brutalmente a la tímida Lorena, quién se
encontraba totalmente abstraída por un sinfín de sensaciones que nunca antes
había conocido. Su expresión bondadosa se veía deformada por una grosera
mueca de placer infinito mientras sentía su esfínter quebrarse por la presión
que ejercía el imponente miembro de Vicente, un chico al que nunca antes se
había dignado a dirigir la palabra.
Cuando Osvaldo
sintió que iba a correrse, agarró a Inés con fuerza del pelo y susurrando una
orden en su oído, la obligó a ir encadenando una larga serie de orgasmos
mientras el chiquillo se preparaba para soltar una abundante carga en su
interior.
Aún espero unos
segundos antes de deslizar su poya fuera del interior de su amada. Lo hizo con
suavidad, alargando todo lo posible el contacto con aquel preciado útero
inundado por la reciente mezcla de fluidos, hasta que su miembro al salir
produjo un erótico sonido.
Después de
correrse, se recreó contemplando a su amada cuyo rostro ya no reflejaba ningún
sentimiento más allá del agotamiento y la más completa sumisión. Seguía en la
misma postura en la que acababa de ser follada, con las braguitas por los
tobillos y la reciente corrida aún resbalando por sus muslos.
Por unos instantes
Osvaldo creyó vislumbrar en sus ojos el tenue brillo de la perversión y,
sujetando firmemente a la chiquilla, la obligó a volver el rostro para
contemplar la escena que seguía desarrollándose en el aula mientras susurraba
en su oído.
“-¿Te gusta lo que
ves?”
Inés aún estaba
aturdida por los implacables orgasmos que acababan de sacudir su cuerpo y no
pudo evitar fijarse en la morbosa escena que se desarrollaba ante ella. Pronto
se encontró deleitándose con los detalles de aquella bacanal mientras sentía
crecer en ella un oscuro sentimiento que creía haber desterrado de su ser.
Entonces se volvió de nuevo para mirar a su amo y le respondió mientras una
perversa sonrisa ensombrecía su bello rostro.
“-¡Me encanta,
amo! ¿Es obra tuya?”
La suspicacia de
su esclava alagó tanto a Osvaldo que, por toda respuesta, deslizó su lengua
sobre el costado de su rostro, lamiendo su bonita cara en señal de aprobación.
Nunca habría imaginado que su amada pudiera reaccionar de forma tan positiva en
tan poco tiempo. Así que, en vista del inesperado éxito, Osvaldo decidió
comprobar hasta dónde llegaba la depravación que escondía aquella muchacha supuestamente
ejemplar.
“-Son todos tuyos,
puedes hacer con ellos lo que quieras. Veremos de lo que eres capaz.”
Puede que lo
primero que le viniera a Inés a la mente fueran nobles pensamientos acerca de
liberar a sus compañeros de los perversos designios de su amo. Sin embargo su
imaginación pronto se vio invadida por los más sucios pensamientos.
Al fin era
consciente del verdadero poder de su amo y fue incapaz de sustraerse a la
tentación de tener a toda la clase bajo su propio control. Presa de una morbosa
excitación avanzó unos pasos hasta colocarse de pié en el extremo de la tarima
frente al resto de la clase con los brazos en jarra y las piernas ligeramente
entreabiertas.
Ni siquiera se
molestó en volver a colocar sus braguitas que quedaron tiradas en el suelo de
la tarima justo en el mismo lugar donde, hacia un momento, acababa de serle
robada la virginidad. No parecía importarle estar exhibiendo su coño desnudo
ante sus compañeros y el aire fresco que recorría el aula acariciaba los pelillos
morenos de su pubis trasladando a su coño una agradable sensación de libertad.
Cada vez más
excitada, Inés recorría la escena con su mirada, ansiosa por descubrir algo que
estimulara su imaginación. Pronto se fijó en Nuria, la chica más mojigata de su
curso, que seguía engullendo glotonamente la poya de su tímido compañero
Andresito, el cual resoplaba visiblemente alterado mientras trataba de retrasar
lo más posible su inminente orgasmo.
Contemplar el
rostro enrojecido y desencajado del muchacho mientras la cabeza de aquella
santita descendía una y otra vez sobre su bragueta hizo que Inés se decidiera a
poner en práctica el don que su amo acababa de concederle y ,con paso firme,
Inés se dirigió a la última fila de la clase paseando su coño desnudo entre sus
compañeros, todos ellos enzarzados en las más variadas y obscenas actividades.
Algunos de ellos
aprovecharon la cercanía para alargar la mano a su paso palpando con descaro
las partes más suculentas de su ser. Sin embargo Inés avanzó sin inmutarse
hasta alcanzar el lugar en que se encontraba su objetivo.
Al llegar a ellos,
agarró a Nuria del pelo y la obligó a levantarse sin ningún miramiento,
interrumpiendo de golpe la estimulante mamada que le estaba regalando a su
compañero. La brusca interrupción hizo que Andrés derramara sobre ella la
intensa corrida que había estado tratando de contener, llenando de blancos
chorretones su cara, su pelo y los bordes de su camiseta.
Sin soltarla del
pelo, Inés forzó a la inocente muchacha a tumbarse sobre el pupitre de su
compañero de forma que su trasero, aún cubierto por unos sencillos tejanos,
quedara totalmente expuesto ante él. Andrés, aún aturdido por la reciente
corrida, no pudo evitar fijarse en el preciso coñito desnudo que Inés lucía sin
ningún pudor.
La visión de
aquella diosa medio desnuda que trataba de someter a su cada vez más sumisa
compañera hizo que la poya de Andrés volviera a levantarse como si hubiera sido
activada con un resorte. Inés, mientras tanto susurraba al oído de su indefensa
muñequita.
“-Ahora vas a ser
mi muñequita. Estás caliente, ¿verdad, muñequita?”
Nuria mantenía sus
ojos entrecerrados mientras recostaba su cuerpo sobre el pupitre, aplastando
sus firmes pechos contra la mesa. Su expresión denotaba una evidente excitación
y, al responder, lo hizo con un tenue hilo de voz repleto de sensualidad.
“-Sí, ama, estoy
muy caliente.”
Como tratando de
comprobar que su compañera decía la verdad, Inés deslizó su mano bajo la parte
posterior de sus pantalones, recorriendo sus nalgas hasta encontrar la
montañita de su vulva. A pesar de las gruesas bragas de algodón que cubrían la
intimidad de la chiquilla, su humedad era ya más que evidente. Inés tan sólo
paseó durante unos segundos sus dedos a lo largo de aquella rajita por encima
de las bragas y los sacó empapados.
Trataba a su
compañera como si fuera un simple juguete y el hallar tanta sumisión en ella
estaba comenzando a excitarla hasta límites insospechados. De un tirón le bajó
los pantalones hasta la rodilla arrastrando con ellos sus braguitas. En la
postura en la que se encontraba, su coño quedó claramente expuesto ante la
atónita mirada de Andrés, que sujetaba con fuerza su endurecido miembro.
Inés todavía dudó
un instante antes de dar la orden definitiva. Pero ya era muy tarde para ella,
se había dejado llevar definitivamente por la corrupción que flotaba en el
ambiente y podía percibirse el brillo de la perversión iluminando sus pupilas.
Al fin vencida por el morbo, Inés se volvió hacia su compañero y le miró
fijamente.
“-¡Hazlo, Andrés!
Y no tengas miramientos.”
Al terminar de oír
la frase, el chiquillo se abalanzó sobre su compañera aún con la poya en su
mano y la penetró de una sola estocada. A pesar de lo mojada que estaba, Nuria
sintió un agudo dolor al rasgarse su himen con tanta violencia y empezó a
sollozar, sin que eso calmara en nada las embestidas de su jadeante compañero.
Pronto Inés llevó
sus labios junto a los de su llorosa muñequita y, metiendo la lengua en el
interior de su boca, trato de silenciar primero sus quejas y más tarde sus
gemidos, a medida que la poya de aquel friki fue haciendo en ella su trabajo.
Participar en
aquella retorcida escena estaba llevando a la bella Inés más allá de cualquier
límite. Su mirada recorría el aula en busca de nuevas víctimas cuando al
fin se fijó en la escena lésbica que estaban protagonizando sus queridas
compañeras de pupitre. De pronto una nueva idea empezó a
abrirse a paso en su mente e Inés se sorprendió fantaseando con someter a sus mas
preciadas amistades.
Sandra y Helena
seguían enzarzadas entre ellas, totalmente ajenas a lo que estaba sucediendo a
su alrededor. Osvaldo las mantenía en un febril estado de excitación más
radical incluso que el del resto de sus compañeros. Ambas tenían sus sexos
húmedos y exploraban sus cuerpos con descaro mientras sus lenguas seguían
entrelazándose en una danza interminable y llena de erotismo. Muy a su pesar,
esta visión logró estimular en Inés sus más bajos instintos.
Ella realmente
apreciaba a sus amigas, siempre habían estado juntas desde que entraron en el
instituto. Ellas eran su apoyo, su fuerza y su sustento dentro de aquel
ambiente tan competitivo y, aunque no les deseaba ningún mal, la tentación de
verlas sometidas fue ganando peso en su cada vez más debilitada consciencia y
no tardó en caer rendida bajo sus propios impulsos, recorriendo de nuevo la
clase hacia el lugar donde se encontraba su pupitre.
Estaba tan
excitada que esta vez no esperó a que sus compañeros se esforzaran en meterle
mano y fue ofreciendo su cuerpo a cada paso, deleitándose al sentir las
ansiosas manos explorando su desnudez. Tan intenso fue el roce al que la tierna
muchacha fue sometida que, al llegar a su pupitre, tenía el cuerpo lleno de
marcas.
Inés se sentía
fascinada por el erótico espectáculo que sus amigas estaban ofreciendo ante sus
ojos y sintió la necesidad de llevar la situación hasta el límite. Nunca antes
se había fijado en sus amigas de esa manera pero, en aquel momento, el apretado
culito de Helena se le hizo de lo más apetitoso.
Casi sin pensar,
alargó su mano para acariciar las tersas nalgas de su mejor amiga. Al poco rato
ya le había levantada la faldita de su vestido y su mano se perdía bajo las
inocentes braguitas, jugando con la yema de sus dedos en la parte
posterior de la rajita inundada de su amiga del alma.
Helena seguía
concentrada en comerle la boca a Sandra hasta que, de pronto, sintió como Inés
le hundía el dedo corazón en el ano de un solo golpe hasta la
articulación. Helena no estaba acostumbrada a jugar con su culito y la
impresión fue tan fuerte que logró volver en sí misma por unos instantes y
trató de librarse del estrecho contacto de sus sudorosas y jadeantes amigas.
Pero este conato
de resistencia fue rápidamente aplacado por Inés, dispuesta ya a cualquier cosa
con tal de ver a sus amigas tan sometidas como lo había sido ella misma, si no
más. Presa de una febril excitación, agarró a Helena con fuerza por el pelo y
la obligó a postrarse de rodillas ante ella.
Su coño ardía con
una intensidad que nunca antes había conocido e Inés sintió que había llegado
el momento de desfogarse. Entonces miró a su amiga a los ojos fríamente y le
dirigió una orden seca y tajante en un tono que sonaba algo más ansioso que
autoritario.
“-Cómeme el coño
lo mejor que sepas, esclava.”
Acto seguido, sin
dejar de sujetar firmemente la rubia melena de su amiga, aplastó su cara entre
sus piernas a la espera de sentir el contacto de su lengua en su inflamado
coño. Éste no se hizo esperar y pronto Helena estaba devorando ansiosamente su
almejita. Inés empezó a gemir prácticamente al instante.
Desde la tarima,
Osvaldo contemplaba la escena asombrado por las facultades que estaba
demostrando su nueva esclava. La situación era tan salvaje que el chico, a
pesar de su experiencia, no pudo evitar empezar a sacudirse el nabo con fuerza
presa de una descomunal erección. No cabía duda, ella era su mejor alumna.
El poder de osvaldo (13: una nueva vida)
Hacia poco más de
seis meses desde que Ines comenzó su rol cómo esclava, sin embargo ya apenas
recordaba nada de su vida anterior. No comprendía cómo habia podido mantener
una existencia tan insulsa y vacía durante todo ese tiempo sin nisiquiera ser
consciente de ello.
Durante aquellos
meses Osvaldo habia logrado someter a todo el personal del instituto y ella era
la unica de entre todos sus compañeros a la que le estaba permitido recordar lo
sucedido. Sin embargo, no podía hablar de ello con nadie, su amo la estaba
poniendo a prueba y por eso habia permitido a su esclava conservar gran parte
de su libre alvedrío.
Los primeros meses
los pasó aislada, apartandose de los demás, esperando que en cualquier momento
su amo viniera a castigarla, aunque eso nunca sucedió. Le incomodaba ver a todo
el mundo actuando como si nada hubiera ocurrido, se sentía culpable por su
forma de actuar y la impotencia de no poder hacer nada por impedirlo la corroía
por dentro.
Pero las escenas
morbosas entre sus compañeros se iban sucediendo ante los ojos de Inés,
despertando en ella los rincones mas oscuros de su líbido. Pues, aunque sus
compañeros nunca parecían recordar ninguno de aquellos episodios, todos ellos
quedaron profundamente grabados en su joven e impresionable mente.
El resultado de
todo aquel ámbiente que la rodeaba fué que Inés se masturbó más veces durante
aquellos primeros meses de lo que lo había hecho en toda su vida, sin que para
ello Osvaldo tuviera que mandarle ni la más mínima sugestión. Pues las
grotescas imágenes que presenciaba a diario hicieron el trabajo en su lugar.Y
asi transcurrieron los primeros meses hasta que un día Osvaldo decidió darle
otra vuelta de tuerca a la educación de su nueva aprendiz.
Fué un Jueves por
la tarde. Inés salía algo turbada de una clase de ciencias en la cual el
profesor se había dedicado a sodomizar uno por uno a todos los estudiantes que
hubieran conseguido una nota superior al Notable en el examen trimestral. Su
amiga Helena, además, por ser la alumna que había conseguido la nota más alta
en el examen, tuvo el dudoso privilegio de limpiarle la poya al profesor a
lengüetazos despues de que enculara a cada uno de sus compañeros.
Inés, ultimamente,
aprovechaba el anonimato que le garantizaban los continuos olvidos de sus
compañeros para masturbarse ahí mismo, a la vista de todos, convencida de que a
la salida nadie recordaría lo que habia visto. Pero aún y así el espectaculo la
había puesto tan caliente que no creía poder llegar a su casa sin tener que
hacerse un último dedo rápido en los labavos del instituto. Fue justo antes de
llegar a ellos cuando el amo se acercó por su espalda y le susurró algo al oído
que la hizo estremecer.
"- Te he
estado observando durante todo este tiempo y aún creo que podrías ser mi reina.
A partir de ahora seguiras sometida a mi voluntad pero haré que todos en este
instituto obedezcan tus órdenes como si fueran las mías. De tí depende lo que
hagas con ese poder."
Y tras pronunciar
aquellas oscuras palabras se alejó por donde había venido dejando a Inés al
borde del colapso. La confundida estudiante entró azoradamente en los servicios
más cercanos y se encerró en uno de sus cubículos. Sentía una enorme presión
sobre sus hombros, aplastandola bajo tanta responsabilidad.
Se había
acostumbrado al anonimato que había estado llevando hasta el momento y, en
cierta medida, estaba empezando a disfrutar de los continuos espectaculos que
Osvaldo le ofrecía a traves de sus compañeros. Pero una cosa era disfrutar de
ello sabiendo que no podía hacer nada por evitarlo y otra muy distinta ser la
causa de tanta perversión.
Ahora tenía la
posibilidad de parar todo aquello y lo que realmente la dejó sin respiración
fué darse cuenta de que, en el fondo de su ser, ella no deseaba detenerlo. Esa
idea le puso tan caliente que aún tuvo que pajearse unas cuantas veces más
antes de abandonar el cubículo. Y se corrió pensando en su negro futuro.
En un principio
trató de contener sus impulsos aferrandose tanto como pudo a su voluntad. Pero
las tentaciones eran cada vez mayores y el hecho de que las estimulantes orgías
que había estado presenciando a diario se hubieran visto interrumpidas de golpe
no hacía más que aumentar su ansiedad.
Todo había vuelto
de pronto a la más absoluta normalidad y, si ya le había resultado antes
difícil prestar atención a aquellas soporiferas clases, el recuerdo de lo que
había estado sucediendo desde entonces en ellas lo hacían del todo imposible.
Apenás había
resistido unas semanas a base de masturbaciones clandestinas, pero por mucho
que hubiera aumentado su frecuencia, no fueron suficientes para detener la
locomotora de sus sentidos, a punto de descarrilar. Y finalmente cayó presa de
sus instintos sin previo aviso.
Fué durante una
clase de matematicas. La profesora se dirigió a ella preguntandole el resultado
de una operación, però Inés no sabía la respuesta. A esa pequeña frustración se
añadió todo lo que llevaba acumulado y, sin poder evitarlo, todo se desencadeno
tras su respuesta.
"- No sé lo
que debemos hacer con la ecuación, pero usted ahora va a tener que chupar una
por una todas las poyas que hay en la clase. Les hará eyacular y se tragará
toda su leche. Cuando haya terminado empiece a lamernos el coño a todas por
orden. No se detendrá hasta sentir el orgasmo en su boca y después volverá a
lamer hasta dejarnos bien limpitas. Y no pare de tocarse ni un solo segundo.
Todos queremos ver lo puta que es, señorita. Cuando termine olvidaremos
lo que ha sucedido y usted nunca más volverá a molestarme con preguntas
impertinentes."
Inés había actuado
prácticamente sin pensar, fué una de aquellas veces en que nuestros impulsos se
desbordan aflorando antes de que nuestras mentes puedan hacerse cargo de la
situación. Al oir el sonido de sus palabras, se quedó helada. Y en ese momento
se dió al fin cuenta de la oscuridad que se había instalado definitivamente en
su alma.
El resultado de
sus instrucciones fue, sin embargo, inmediato. Tan pronto como la última
palabra fué pronunciada, la profesora depositó sus gafas sobre la mesa y se
dirigió con paso firme hasta uno de los pupitres que había en la primera fila.
Su rostro expresaba sorpresa y horror al descubrir que su cuerpo estaba
actuando por cuenta propia.
Y ese horror se
convirtió en pánico al ver como el alumno que estaba sentado en él desabrochaba
mecanicamente sus pantalones liberando su flácido pene. Ella cayó de rodillas
junto al lugar en que se sentaba su alumno y, sin más miramientos, se introdujo
la joven poya en la boca mientras con una mano recogia su cabello en una
improvisada coleta.
La profesora Paz
todavía no terminaba de comprender lo que estaba sucediendo pero, al sentir
como aquel miembro comenzaba a crecer en el interior de su boca, su sexo empezó
a palpitar y sus mejillas se tiñeron del color de la vergüenza.
Estaba comenzando
a excitarse como no lo hacía en mucho tiempo y decidió que iba a dar a sus
alumnos una clase magistral, reemprendiendo con fuerza su mamada mientras
dirigía la mano que aún le quedaba libre a saciar su humeda entrepierna tal y
como le habia sido ordenado.
Pronto el aula se
vió invadida por los humedos chasquidos de la lengua de la maestra que
succionaba con furia. A éstos pronto se unieron los resoplidos de su alumno
que, con el rostro sudoroso y enrojecido, comenzaba a retorcerse en su asiento
indicando la cercanía del orgasmo. No tardó más que unos pocos minutos en
correrse, vaciandolo todo en la boca de la joven profesora.
Victoria Paz
tendría poco más de treinta años, aunque para su alumnos era una de las que más
respeto imponía. Su rostro enjuto y su mirada severa rara vez dejaban entrever
una sonrisa, al menos cuando estaba frente a sus alumnos. Sus elegantes gafas y
su vestimenta siempre tan formal completaban esa imagen de respetabilidad que
tanto efecto tenia en los estudiantes.
Pero ahora esa
imagen se veía empañada por los rastros de lefa que recorrían su barbilla
mientras sus pasos se dirigian al siguiente pupitre. Más aún cuando, ya con
otra poya en la boca, empezó a remangarse la flalda, dejando ver bajo sus
medias la forma de unas braguitas de algodón cuyo rastro de humedad empezaba a
ser más que evidente.
Ya había hecho
correrse a tres o cuatro de sus alumnos cuando decidió quitarse la falda de su
traje chaqueta para poder urgar en su sexo sin problemas. Pronto le siguieron
las medias a las cuales, más tarde, se unirian sus braguitas empapadas. En esos
momentos habría deseado que cualquiera de aquellos chicos le metiera su dura
verga de una estocada sin avisar. Pero las ordenes habian sido muy claras y
ella no podia hacer otra cosa que obedecer.
Cuando hubo
terminado con todos los chicos, empezó a arrastrarse bajo los pupitres de las
chicas. Había tragado tanto semen que al principio le fue imposible distinguir
los sabores de ellos y los de ellas. Uno de los chiquillos se habia corrido con
tanta fuerza que un hilillo blanco resbalaba por su nariz. Pero pronto un sabor
agridulze y metálico se abrió paso por su garganta manchando de flujos su
camisa y su chaqueta. A la vista de las escandalosas corridas de sus
estudiantas, Victoria decidió sacarse también estas prendas y recorría la clase
a gatas de coño en coño con tan solo un sujetador.
Inés estaba
disfrutando más de lo que nunca había imaginado. Le divertía ver a su maestra
andando a trompicones con la mano metida entre sus piernas mientras cumplía a
rajatabla sus ordenes. Se excitó al contar uno por uno los multiples orgasmos
que tuvo la profesora mientras tragaba obedientemente todas las corridas de sus
compañeros y, más tarde, también de sus compañeras.
Se deleitó
especialmente viendo cómo lamía con esmero los sexos de Sandra y de Helena y
cómo el orgasmo llegaba invariablemente a los rostros de ambas. Había un morbo
especial para ella en el sometimiento de sus amigas, otra más de las notas
oscuras que se estaban rebelando en su alma. Y cuando llegó el turno de que la
profesora Paz hundiera su rostro bajo su propio pupitre, las braguitas de Inés
estaban tan húmedas que podían confundirse con la piel que cubrían.
Sentir la lengua
de su profesora fué mucho más placentero de lo que Inés esperaba y le hizo
gemir desde el primer lengüetazo. Oleadas de fuego recorrían su cuerpo desde su
coño hasta la espina dorsal y de su columna a los pechos. Inés, fuera de sí, se
pellizcaba con fuerza los duros pezones a traves de la camiseta mientras su
cuerpo se retorcía restregando con furia su ardiente sexo contra los labios de
su profesora.
El orgasmo no se
hizo esperar e Inés explotó como un volcán derramando su lava en los sedientos
labios de la docente convertida en sirvienta. Entonces supo que nada podría
substituir a aquella sensación. Estaba atrapada, pues por mucho que tratara de
llevar una vida normal o aunque intentara saciarse a base de masturbaciones
continuas, nunca podria igualar los labios de su maestra o la poya de su amo; y
menos aún el abrumador morbo de someter y verse sometida.
Desde aquel
momento ya no volvió a resistirse a su propia naturaleza. Todos sus valores y
principios anteriores se habían evaporado y de ellos no quedaba ni un tenue
recuerdo. En su lugar quedaron todos los pensamientos oscuros que alguna vez
habia tenido, ocultandolos en su negro corazon. Ahora esos pensamientos
olvidados eran los que regían sus actos, esclavizados por completo a sus mas
bajos caprichos.
Sus íntimas amigas
se convirtieron en los blancos más habituales de sus morbosas perversiones.
Descubrió, por ejemplo, que le excitaba mucho obligarlas a follar entre ellas.
En sus numerosos experimentos averiguó que el punto debil de Sandra era que le
martirizaran sus grandes pechos, cuanto más violentamente mejor, y que a Helena
le encantaba que le metieran objetos por el culo, aunque ella siempre lo había
negado. Ambas enseguida se conviertieron en expertas lamedoras de coños lo cual
Inés aprovechaba practicamente a diario.
Tambiéns las
obligaba a prostituirse entre sus compañeros de clase a cambio de precios
irrisorios. Todos en aquel instituto sabián que podían encular a la bella
Helena a cambio de una simple goma de borrar y que Sandra ofrecía sexo en los
labavos a cambio de cigarrillos. Ésta última una vez tuvo tanta asistencia
entre los alumnos de primer curso que tuvo que hacerles entrar de tres en tres
para poder atenderles a todos.
Pronto empezó a
incluir también en sus juegos a los novios de ámbas. Le tenía especiales ganas
a Victor, el novio de Helena, al cual siempre había deseado en secreto. Pero
pronto descubrió que en realidad sufria de eyaculacion precoz, en alguno de
aquellos polvos forzados llegó a durar menos de 14 segundos. Así que decidió
prohibirle que se corriera. Y el pobre chico fue desde entonces con la poya
tiesa las veinticuatro horas del dia.
Cada dia que
pasaba, Inés descubría nuevas posibilidades para ejercitar el don que le había
sido concedido. Aprovechó la erección permanente de Victor para practicar con
él sesiones maratonianas de sexo mientras obligaba a Helena a masturbarse
mirandoles. Les obligó a violar entre los dos a Sandra y a su novio. Y se
estremeció al ver como Alex, el novio de Sandra, se corría entre alaridos al
sentir su ano violado por la ferrea herramienta de Victor.
Pero sus juegos no
se limitaron a su círculo de amistades. Pocas eran las poyas que Inés no
conociera ya en aquel instituto y también había hecho frecuentes incursiones
entre sus compañeras. Le tenía especial aprecio a la poya de Diego, un chico
del último curso al que nadie osaría llamar atractivo pero cuyo grueso cilindro
tenía una forma especial que se adpataba perfectamente a la vagina de Inés
produciendole un placer indescriptible.
Perdió la cuenta
de cuantas veces aprovechó tiempos muertos para obligar al chaval a follarla
von fuerza. Sin embargo lo que más ansiaba en el mundo era volver a sentir la
poya de su amo. Se sentía en deuda con él y, ahora que conocía su propia
naturaleza, sentía en lo más hondo de su ser la necesidad de ser castigada. Y
quería que fuera su amo quien decidiera su destino.
Lo más duro de su
nueva vida era lo que sucedía fuera del instituto, cuando tenía que fingir ser
una chica normal de su edad. Algunas veces aprovechaba la excusa de pasar la
tarde con sus amigas para encerrarse en algún lugar solitario con Sandra o
Helena, a veces con ambas, y las obligaba a lamerle el coño durante horas. Pero
no podia hacerlo todos los días y el resto del tiempo era para ella un terrible
suplicio.
Odiaba
especialmente el tiempo que debía pasar con su familia por la mezcla de sentimientos
que le producía estar con ellos. Seguía sintiendo por ellos cariño, pero los
sentimientos para Inés entonces tenían poco peso frente a sus desenfrenadas
perversiones. Y, sin embargo, se veía obligada a cumplir sus insulsas órdenes o
atender a sus vacíos intereses y preocupaciones fingiendo un respeto que ya se
había esfumado.
La mayor parte del
tiempo la pasaba en su cuarto, tratando de saciar sus ardores con sus propias
manos mientras planeaba nuevas maldades para el día siguiente. Había llegado a
un punto en que ya practicamente ni se escondía al hacerlo. Poco le importaba
lo que pudieran pensar de ella su padre y su hermano mayor. Tan sólo empleaba
el disimulo necesario para que nadie sospechara que algo raro estaba ocurriendo
en el instituto. Y que una chica como ella fuera una cerda que no hacía otra
cosa que meterse los dedos no era algo demasiado extraño.
Sus padres
achacaban el cambio a su nuevo novio, un tal Osvaldo, del su pequeña Inés les
había hablado maravillas. Aunque a ellos no les hacía mucha gracia que tuviera
un novio y menos aún lo poco que habían logrado saber sobre él. Sin embargo,
pronto le conocerían.
El poder de osvaldo (14: los padres de ella)
No eran aún ni las
siete de la tarde, pero Inés se sentía ya incapaz de aguantar la espera. En
toda la tarde no se había movido de la habitación y permanecía estática,
recostada en la cama sin variar apenas su postura, enterrando su mano bajo el
pantalón del pijama mientras mantenía su mirada fija en el minutero del reloj.
De no ser por
aquel reloj despertador se habría visto incapaz de decir cuanto llevaba
encerrada en su cuarto. Había perdido por completo la noción del tiempo, pues
en su mente tan sólo existía una cosa. Y cada vez que pensaba en lo que iba a
suceder esa misma noche su vientre se contraía atrapando el dedo que mantenía
en el interior de su gruta cómo una boca hambrienta.
En realidad ella
no había planeado aquella velada, fueron sus propios padres quienes le
propusieron que invitaran a su “nuevo amiguito” a cenar. Obviamente ellos
desconocían por completo lo que estaba sucediendo en la vida de su pequeña. Sin
embargo si habían percibido un notable cambio en su carácter y actitud.
Hacía ya unos
meses que Inés había variado sus hábitos por completo. Antaño era una chica
risueña y parlanchina que, aunque a menudo tenía la cabeza en las nubes,
siempre trataba de ser agradable a los demás. Sin embargo, de un tiempo a esta
parte, se había vuelto taciturna y reservada.
Pero aquellos no
fueron los únicos cambios que detectaron en la pequeña. Su madre, Leticia,
había descubierto también al hacer la colada las terribles manchas de humedad
que aparecían últimamente en la ropa interior de su hija.
No era la primera
vez que descubría rastros de excitación en la ropa de su pequeña, algo natural
a esa edad. Sin embargo aquellas manchas iban más allá de lo esperable en una
adolescente y su frecuencia fue en aumento con el paso de los días. Aquella fue
la primera vez que Leticia sospechó que algo extraño sucedía.
Pronto aquellas
manchas remitieron y la madre de Inés dejó de darle importancia, al menos hasta
el siguiente descubrimiento. Ocurrió mientras recogía el caos que se había
formado en la habitación de su hija. Estaba haciendo la cama de Inés,
murmurando entre dientes lo descuidada que se había vuelto su hija, cuando de
pronto, al agacharse a recoger un cojín, descubrió unas braguitas ocultas bajo
la cama.
En un primer
momento no les dio ninguna importancia. Pero al sostenerlas en la mano para
llevarlas al cesto de la ropa sucia se dio cuenta de un detalle que la dejó
helada. Pues esas eran las discretas braguitas que le había dejado preparadas
la noche anterior, con la ropa limpia. Pero, ¿por qué iba a esconder unas
braguitas limpias debajo de la cama? Aquello desconcertó a Leticia que, de
nuevo, empezó a estar atenta a el extraño comportamiento de su hija.
Pronto descubrió
que aquel no había sido un hecho aislado. Cada mañana, al examinar la
habitación de su hija, encontraba unas braguitas limpias escondidas bajo su
cama. Y por la noche su hija le traía esas mismas braguitas junto con la ropa
sucia. Y así es como descubrió que su hija no usaba ropa interior, confirmando
sus peores temores.
Descubrió también
que aquellas manchas de humedad no habían desaparecido, sencillamente se habían
trasladado de prenda. Había rastros de excitación en la parte interior de todos
sus vestidos, pantalones y pijamas. Aquellas manchas, lejos de desaparecer,
parecían multiplicarse con el paso de los días y las semanas.
Leticia llegó a
pensar que su hija tenía problemas de orina, pero al comprobar el aroma de
aquellas prendas siempre hallaba el inconfundible olor de la excitación
femenina. No cabía duda, su hija estaba cada día más excitada, y empezó a
sospechar lo que hacía durante todas esas horas que pasaba encerrada en su
habitación.
No es que Leticia
pensara que había nada malo en el sexo, pero sabía por propia experiencia los
problemas que el sexo incontrolado podían causarle a alguien tan joven. Pronto
iban a tener que hablar con ella al respecto. Pero había algo en aquella
conversación que aterraba a Leticia; pues sabía que para hacerlo iba a tener
que enfrentarse a su propio pasado.
Era lo que siempre
había temido, que su dulce hija heredara lo más oscuro de su propia
personalidad. Aquello le recordaba a su inconsciente juventud y las terribles
humillaciones a las que se había visto arrastrada en un torbellino de drogas y
sexo. Para hablar con su hija, primero debía enfrentarse a todos esos recuerdos
que habían permanecido ocultos ante si misma y ante su entorno.
Ni siquiera
Alfredo, su marido, conocía su pasado más oscuro. Aquellos recuerdos habían
quedado enterrados junto con su vida anterior al mudarse a la ciudad y ahora
Leticia era una madre serena y responsable. Pero se sentía incapaz de afrontar
sola de nuevo ese problema, aunque esta vez fuera en las carnes de su hija.
Por eso finalmente
acudió a Alfredo, su marido. Ésta vez tampoco fue capaz de hablarle de su
pasado, aunque si supo trasladarle las sospechas que tenía sobre su pequeña.
Sin embargo Alfredo no pareció darle tanta importancia y, tras mucho insistir,
accedió a desgana a ser él quién tuviera con la pequeña.
A Alfredo no le
agradaba en absoluto aquella misión. No entendía por qué su mujer se había
empeñado tanto. Aquello le incomodaba terriblemente, especialmente el tenerse
que imaginar a su tierna hijita masturbándose en su habitación durante horas o
paseando entre sus compañeros de instituto con su faldita corta y sin bragas.
Estaba claro que su mujer exageraba y, aún y así, sintió una punzada en su
entrepierna que hizo que se sintiera culpable.
Aunque pronto esa
culpa dio paso al enfado hacia su mujer, por no comprender lo duro que para un
hombre podía resultar una situación como esa. Finalmente se armó de valor y se
dirigió a la habitación de la pequeña para tener una pequeña charla. Aunque,
con los nervios de la situación, olvidó llamar a la puerta.
Lo que encontró en
la habitación de su hija fue del todo desmoralizante. Inés estaba tendida en la
cama con las piernas abiertas y el pantalón del pijama por los tobillos
mientras sus dedos índice y anular se hundían con furia en el interior de su
gruta.
Aunque la chica
fue rápida de reflejos, el aturullado padre aún pudo ver el reflejo de la
humedad en su pubis antes de que su hija lograra cubrir sus vergüenzas y de que
él mismo pudiera reaccionar cerrando de nuevo la puerta con una disculpa.
“-Perdona, hija,
no sabía que estabas… ¡ejem!”
Y permaneció tras
la puerta aún unos minutos en estado de shock. Su rostro estaba pálido por la impresión
y, aunque él no era consciente, una enorme mancha se había formado en su
pantalones. Finalmente se dispuso a volver a entrar con el mismo propósito
aunque esta vez llamó antes de hacerlo.
“-Entra, papá. No
pasa nada”
Se la veía
nerviosa, y Alfredo se sintió culpable por haberla interrumpido en un momento
tan íntimo. No se había dado cuenta de la erección que permanecía
inalterablemente esculpida en sus pantalones. Así que entró y se disculpó
serenamente como haria cualquier padre normal.
“-Lo siento, hija
mía, sé que debería haber preguntado antes de entrar. Ha sido culpa mía.”
Inés no pasó por
alto el tremendo bulto ni la mancha que lucían en los pantalones de su amado
padre y pronto fue asaltada por los más oscuros y morbosos pensamientos que nunca
hubiera imaginado. Sin embargo sabía que una de las pocas órdenes directas que
había recibido de su amo era precisamente no llamar la atención. No podía
permitir que nadie sospechara que algo extraño estaba sucediendo así que debía
comportarse siempre como una chica normal. Por eso trató de sacarle importancia
a la situación para tranquilizar a su padre.
“-No te preocupes,
no estaba haciendo nada.”
Pero su padre no
estaba dispuesto a ceder tan fácilmente. Sabía que lo contrario podría costarle
otra bronca con su mujer, así que fue directo al grano. Pues en realidad era lo
que le resultaba menos embarazoso.
“-Sé perfectamente
lo que estabas haciendo. Precisamente de eso quería hablarte. Ya eres una
mujercita y es normal que hagas esas cosas. Pero tienes que controlarte. No es
bueno que estés todo el día pensando en eso o nunca serás feliz.”
A Inés empezaba a
arderle el coño de una forma irracional. Pensaba en la poya dura de su padre y
en el morbo que le daría que la follara con su verga dura y supurante mientras
su madre miraba la televisión en la habitación contigua. Pero sabía que debía
comportarse como una chica normal, además temía la reacción de su padre, sobre
quien no tenía ningún tipo de control. Así que siguió interpretando su papel de
hija modélica.
“-Lo sé papa, pero
a veces me gusta hacerlo. ¿Es algo malo?”
A Alfredo aquella
conversación cada vez se le hacía más difícil y absurda. Aún se sentía incomodo
por la situación de hacía apenas unos minutos y, además, aquella conversación
no tenía mucho sentido para él. Así que decidió atajarla lo más rápido que
pudo.
“-No, hija, no hay
nada malo en hacerlo. Sólo ves con cuidado. ¿Entendido?”
Inés miró al suelo
buscando reunir toda la seguridad posible y finalmente miró a su padre con
seriedad. Fue una interpretación perfecta de la chica sincera y responsable que
siempre había sido.
“-Entendido, papa.
No hace falta que os preocupéis.”
Y con aquellas
sencillas palabras, Alfredo consideró al fin zanjada tan incomoda cuestión. Dio
un inocente beso a su pequeña en la mejilla y salió disparado de la habitación
tan rápidamente como pudo. Después le contó a su mujer lo ocurrido omitiendo,
obviamente, algunos detalles que no tenía por qué saber.
Aquel incidente no
apaciguó en absoluto Leticia, que siguió preocupada por el comportamiento de su
hija. Se dio cuenta de que la pequeña había empezado a poner más cuidado en no
dejar rastros. Pero las manchas en su ropa seguían siendo más que evidentes.
Decidió, en parte
debido a las largas conversaciones con su marido, que se estaba obsesionando
más de la cuenta. Y que aquello era lo normal en las chicas de su edad. Pero al
cabo de unos meses, junto a las manchas de humedad, empezaron a aparecer otras
manchas.
Leticia no tenía
duda de lo que aquel liquido blanquecino significaba y decidió al fin tomar
cartas en el asunto. Se dirigió a la habitación de la pequeña y se puso a
registrarla, pero no encontró nada extraño.
Sabía que tenía
que haber alguna prueba, algo que la delatara. y finalmente, en un cajón de su
mesilla de noche. Encontró la foto de un chico recortada de algún álbum de
fotos. Y entonces ató cabos.
Aquella tarde
cuando Inés llegó sonriente, satisfecha tras su ajetreada jornada escolar, sus
padres la estaban esperando en el salón, dispuestos a tener una meditada charla
familiar. Nada más entrar en la sala la hicieron sentarse y, sin más rodeos,
entraron directos al tema.
“-Sabemos que
estás viéndote con un chico.”
Llevaban largas
horas discutiendo sobre ello y habían llegado a la conclusión de que debían,
ante todo, tratar de comprenderla. Sin embargo no podían pasar por alto el
hecho de que ella se lo hubiera ocultado y, más aún, que tan joven tuviera sexo
con alguien que ni siquiera conocían.
“-Al menos
queremos saber cómo se llama.”
Inés se vio
sorprendida por la situación. No esperaba que sus padres se dieran cuenta de su
doble vida, al menos no tan deprisa. Sin embargo enseguida fue consciente de
que sólo habían descubierto la punta del iceberg. Así que decidió que su
mentira fuera lo más ajustada posible a la verdad.
“-Se llama
Osvaldo, es un compañero de clase.”
Alfredo y Leticia
se miraron satisfechos entre ellos, su estrategia estaba dando resultado. Esta
vez fue Leticia quién habló como si tratara de ahuyentar sus propios fantasmas
internos.
“-¿Le quieres?”
Esta vez Inés no
tuvo ni la más mínima dificultad en contestar, pues sabía ya en su interior que
nunca podría ser fiel a ningún otro hombre más que a su amo. Incluso se sonrojó
al contestar.
“-Sí, le quiero.”
Sus padres
estuvieron un tiempo en silencio como meditando cual era la frase más adecuada
para el momento aunque, finalmente, fue Leticia de nuevo quien se adelanto en
la palabra, algo ansiosa por coronar el momento.
“-Bien, Inés, hija
mía. No hay nada malo en ello. Es sólo que nos gustaría conocerlo.”
Un cálido
escalofrío recorrió el cuerpo de Inés de los pies hasta la coronilla. La sola
idea de poner en contacto al amo con su propia familia hizo que todo su cuerpo
se estremeciera de morbo. Pero, a pesar de ello, consiguió con esfuerzo que su
cara tan solo transluciera una tierna sonrisa. Y aún fue capaz de mantener su
serena interpretación cuando su padre volvió a insistir en la idea.
“-Sí, hijita. Dile
que estaremos encantados de que venga a cenar.”
Leticia lanzó una
mirada de desaprobación a su marido, creía que había ido demasiado lejos en su
invitación. Una cosa era comprender que su hija tuviera una relación a tan
temprana edad, y otra muy distinta era darle alas a la situación.
Aunque finalmente
Alfredo logró convencerla de que esa era la mejor solución. Y al fin Leticia
pudo dormir tranquila, no sin antes dejarse pegar unos cuantos polvos por su
marido, el cual curiosamente tenia la poya más dura que de costumbre.
Inés sin embargo
ya no pudo pensar en otra cosa a partir de ese momento. Se sentía terriblemente
culpable con ello pero, cada vez que en su mente cruzaba la idea de ver a su
propia familia sometida a las órdenes del amo, una oleada de calor invadía sus
entrañas provocando que su coño comenzara a esparcir flujos cómo un surtidor. Y
siempre tenía que terminar por meterse el dedo.
El poder de osvaldo (15: el invitado)
Todo estaba
preparado en la casa de Inés para recibir al invitado. Incluso había venido su
hermano Fernando desde la ciudad con Andrea, su novia. Al verles llegar Inés
sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral y a punto estuvo de tener
que encerrarse de nuevo en su cuarto para saciar el repentino calentón.
Cuando sonó el
timbre de la puerta, su vagina estaba ya húmeda desde hacia rato. De nada había
servido la ducha que acababa de darse hacía apenas una hora. Durante todo ese
rato se había estado fijando en el paquete de su hermano mayor y en la mojigata
de su novia. Y no podía esperar hasta gozar de ellos a voluntad.
Todos se habían
vestido con esmero para la ocasión. Andrea era la que llamaba más la atención.
Vestía de forma elegante y algo ostentosa, sobretodo en comparación a Fernando
que vestía bastante discreto. Leticia llevaba un traje chaqueta gris con una
falda que le daban un aspecto de lo más formal.
Le gustaba
mostrarse como una persona seria y autoritaria, temerosa quizás de que la gente
descubriera su verdadera personalidad. Aún y así, cuidaba su figura y mantenía
a sus cuarenta años un cuerpo más que deseable.
Alfredo, un poco
perturbado por la seriedad de la ocasión, había pasado directamente a ponerse
corbata. Pues estaba acostumbrado a reservar las formalidades para el trabajo y
no sabía como actuar cuando estas se trasladaban a su poco más que escasa vida
privada.
Inés, se había puesto
un sencillo vestido negro, muy corto y muy ceñido y, por ordenes expresas de su
amo, no llevaba nada debajo. Había estado esperando con ansía durante toda la
semana la llegada de Osvaldo y, ahora que al fin la puerta se habría, empezó a
sentir como si le faltara el aire.
A todos les
sorprendió la forma en la que Osvaldo se presentó a aquella cena. Daba la
impresión de no haberse esforzado lo más mínimo en agradar a sus anfitriones.
Se presentó en su casa vistiendo un chándal y la camiseta de un equipo de
futbol.
La decepción y el
enfado en los rostros de los padres de Inés fue evidente desde el primer
momento. Sin embargo fue empeorando a medida que avanzaba la noche y la actitud
de su invitado se iba mostrando cada vez más grosera.
Durante el aperitivo
Osvaldo no dejó de manosear en todo momento los muslos de su esclava ante la
atónita mirada de sus padres y su hermano. Incluso, en más de una ocasión, la
obligó a separar sus piernas mostrando fugazmente sus secretos a su propia
familia. Sus movimientos llegaron a ser tan descarados que se hizo un tenso
silencio en la habitación.
Después vino la
cena. Desde que se sentaron a la mesa, Osvaldo pasó a sobar directamente la
entrepierna desnuda de Inés, descubriéndola tan mojada que pronto dejaría una
mancha en la silla difícil de limpiar. Inés, por su parte, no pudo resistir la
tentación y, aunque nadie se lo había ordenado, llevó su mano a la entrepierna
de Osvaldo y palpó al fin la poya de su amo después de tantos meses de
penitencia.
En la posición en
la que estaban, la única que podía ver lo que estaban haciendo era Andrea. Y
estaba tan escandalizada por lo que veía que no se atrevió a decir ni una
palabra. Al fin y al cabo, aquella no era su casa.
Sin embargo algo
extraño se notaba en el ambiente que cada vez se volvía más tenso. La
indignación contraía el rostro de Alfredo que no sabía como reaccionar ante
aquella situación. Finalmente se decidió a hablar y optó por romper el hielo
yendo directamente al grano como era habitual en él.
“-Así que Inés y
tú sois novios, ¿no?”
Se hizo un tenso
silencio en la habitación. Leticia se disponía a terciar para quitarle hierro a
la situación cuando Osvaldo, de pronto, rompió a hablar dejando a todos helados
con su respuesta.
“-No exactamente.
Ella es mi esclava.”
Nadie tuvo tiempo
a reaccionar, estaban todavía asimilando la dura respuesta cuando Osvaldo
volvió de nuevo a sorprenderles con su perversa frialdad. Sujetó de la cabeza a
su esclava y le ordenó ante todos que hiciera una demostración.
“-Muéstrales lo
que eres.”
Inés se inclinó
ante su amo como movida por un resorte invisible y se lanzó a devorar
ávidamente su suculenta poya. Excepto Andrea, nadie podía ver exactamente lo
que estaba sucediendo, aunque veía perfectamente la cabeza de Inés desaparecer
una y otra vez bajo la mesa a la altura de la entrepierna de Osvaldo. No había
que ser un genio para saber lo que estaba pasando bajo la mesa.
Sin embargo aun
tardaron unos segundos en reaccionar. El primero en revolverse fue Fernando que
se levantó en actitud agresiva y con expresión de enfado. Casi al momento su
padre, Alfredo, estalló con furia dejando a los demás parados.
“-¡Esto es
inaceptable!”
Pero Osvaldo,
lejos de sentirse intimidado, les dirigió una serena sonrisa cargada de maldad
y les habló de nuevo en un tono tranquilo.
“-Todavía no lo
habéis entendido, ¿verdad? Ahora todos vosotros sois mis esclavos. Puedo hacer
con vosotros lo que me plazca.”
Los presentes se
miraron entre sí con extrañeza. A Leticia la situación estaba empezando a
asustarla, entre otras cosas, porque cada vez se sentía más excitada. Para
Alfredo, en cambio, aquellas palabras no hicieron más que aumentar su
irritación.
“-¡¿Pero tú quién
te has creído que eres, niñato?! ¡A mí nadie me habla así en mi propia casa!
¡Vete ahora mismo o llamo a la policía!”
A Osvaldo aquella
situación le estaba produciendo un placer indescriptible, no sólo por la
intensa felación que Inés le seguía practicando ansiosa por ocupar al fin su
anhelado lugar. Era el sentir la cercanía de su conquista lo que mantenía su
poya dura e inalterable ante las atenciones de su esclava.
“-¿No me crees
aún, verdad? Será para mí un placer demostrártelo. O, mejor dicho, hacer que te
lo demuestres a ti mismo. Así que, ahora mismo quiero que cojas a la puta de tu
mujer y le arranques la falda. Luego sujétala fuertemente para que tu hijo la
viole, si protesta, pégale. ¿Lo has entendido?”
Alfredo se
resistía como pudo a aquella extraña fuerza que le obligó a levantarse y
abalanzarse sobre su mujer. Su rostro reflejaba horror mientras se veía a sí
mismo arrancándole la falda y la medias a girones. Sintió una horrible
impotencia al no poder evitar golpeaba cada vez que la oía gritar o gemir.
Finalmente, cuando
la tuvo sujeta de pelo con el cuerpo tumbado sobre la mesa, dirigió una mirada
furiosa a su enemigo y concentró todas las fuerzas que le quedaban en decirle
lo que pensaba de él. Sin embargo todo lo que salió fue una frase monocorde que
sonó cómo una letanía.
“-Si, amo. Lo he
entendido. La puta está preparada.”
A Fernando le
hervía la sangre al ver todo lo que estaba sucediendo. Sin embargo el pánico no
le había dejado actuar. Al igual que a su novia, que permanecía como congelada
en su asiento desde que había visto asomar la poya de Osvaldo. Pero finalmente
se vio obligado a hablar al ver lo que estaba sucediendo con sus padres.
“-¡No puedes
hacernos esto!”
Pero su cuerpo ya
no le respondía y vio con espanto como sus manos empezaban a aflojar su propio
cinturón. Enseguida deslizó su pantalones a lo largo de sus piernas para dejar
pasa a sus calzoncillos y descubrir una tremenda erección. Su novia, Andrea, le
miraba incrédula mientras se aproximaba inevitablemente a su madre con la poya
en la mano.
Alfredo observaba
impotente la escena sujetando con fuerza a su esposa. Leticia, al ver a su hijo
acercarse con su duro mástil en ristre, rompió a llorar desconsoladamente. Lo
cual provocó que, antes de ser penetrada con fuerza por su hijo, su marido
tuviera que golpearla una vez más.
Fernando se
sorprendió al encontrar el coño de su madre tan caliente y mojado. Y, como al
segundo o tercer empujón, le pareció escuchar a su querida madre emitir un
profundo gemido. Aunque deseó haberse equivocado.
“-¡Mama?, ¿estás
bien?”
Pero Leticia
prefirió no contestar. Era demasiado humillante sentir tanto placer al ser
violada por su propio hijo. Por vergüenza trató de acallar un segundo gemido,
pero su hijo envestía con tanta fuerza que sólo consiguió gemir aún con más
intensidad.
Ahora era Alfredo
quien lloraba de la impotencia, viendo como violaban a su mujer ante sus ojos y
siendo él mismo quién la mantenía sujeta contra la mesa, golpeando de vez en
cuando con furia la parte superior de sus nalgas.
La escena era tan
grotesca que Andrea se vio incapaz de seguir mirando y llevó sus manos a la
cara. Lo cual divirtió a Osvaldo dándole nuevas ideas para mejorar la situación
mientras Inés le seguía exprimiendo la poya.
“-¡¿Quién te ha
dicho que podías cerrar los ojos?! ¡Quiero que mires atentamente y te masturbes
viendo las porquerías que hace tu novio!”
Andrea apenas tuvo
tiempo de gruñir algún taco antes de que su propia mano alcanzara su humedad.
En realidad hacia ya unos minutos que el tono de la situación se había
apoderado de ella, pero si algo sabía hacer bien, eso era aparentar.
Aunque poco podía
ya aparentar ahora, con la falda de su caro vestido arremangada hasta la
cintura y sus dignas y elegantes manos trabajando bajo sus braguitas de
algodón. En realidad aquella niña rica era pura fachada y, al poco de que sus
manos hurgaran en su coñito depilado, su mente se relajó y empezó a dar pasó al
placer.
El embrujo de la
perversa escena que se desarrollaba ante sus ojos hizo el resto. Y, al poco,
aquella dulce señorita empezó a frotar con furia su inflamado chochito mientras
se recreaba observando las vejaciones a las que estaban sometiendo a su querida
suegra.
Inés estaba
deseando poder ver al fin a su propia familia sometida pero debía ante todo ser
la primera en saciar al amo. Por eso se esmeró en usar su joven boquita y su
lengua, cómo había aprendido a hacer practicando con sus muchos esclavos.
Finalmente logró
que Osvaldo vaciara su carga de lleno en su boquita y se trago con gusto todo
aquel néctar, limpiando con esmero el miembro de su amo. Cuando hubo terminado
se incorporó y pudo al fin recrearse mirando la perversa escena que Osvaldo
había preparado para ella.
Su madre se
encontraba inclinada sobre la mesa, con los brazos hacia atrás y la falda
partida por la mitad. Su chaqueta, en cambio, permanecía perfectamente
abotonada. Desde donde estaba, Inés no alcanzaba a ver la poya de su hermano
hundiéndose en su madre.
Sin embargo, podía
ver a cambió el rostro sudoroso y enrojecido de Leticia, cuyos ojos parecía
pedir auxilio mientras sus labios quebrados no paraban de emitir ahogados
gemidos. La mirada de Fernando se perdía en el vació mientras apretaba los
dientes tratando de contener el placer que estaba sintiendo.
Le horrorizaba la
posibilidad de correrse dentro de su propia madre, pero su cuerpo no le
respondía y, por mucho que tratara de evitarlo, seguía envistiendo la intimidad
Leticia una y otra vez. Alfredo sujetaba a su mujer del brazo con su firme
mano, mientras con la otra le agarraba el pelo, atrayéndola hacia sí de forma
que la penetración se hiciera más intensa.
Junto a ellos,
Andrea seguía frotándose el sexo, ya con las braguitas a la altura de sus
rodillas, sin perder detalle de lo que estaba sucediendo ante ella. Su rostro
expresaba una mezcla de miedo y vergüenza que hacían aún más erótica la mueca
de placer que se había dibujado en sus labios.
Osvaldo llevo su
mano hacia el perfecto trasero de su esclava, que permanecía inmóvil
deleitándose en el grotesco espectáculo. Pronto descubrió que su sexo estaba
húmedo y caliente como un volcán y decidió hacer algo por su amada.
“-¿Te gusta lo que
ves?”
“-Sí, amo. Es todo
lo que deseaba.”
“-Si quieres
puedes desfogarte con la putita de tu cuñada.”
“-¡Gracias, amo!”
E Inés se dirigió
a su asustada consorte y le obligó a arrodillarse bruscamente. La pobre Andrea
estaba cada vez más asustada mientras sus dedos seguían chapoteando en su gruta
como si no le pertenecieran. Inés estaba ya muy caliente y no tardó en
plantarle el coño en la boca a su cuñadita que estaba empezando a sollozar.
“-Comételo todo.
No dejes ningún rincón por explorar con tu lengua o con tu boca. Quiero
correrme en tu cara.”
Y aunque a la
digna Andrea, de mente cerrada y muy conservadora, el lesbianismo siempre le
había parecido algo asqueroso; ahora se veía saboreando el coño inflamado y
supurante de una niñata que aún estaba en el instituto. Saboreó cada centímetro
del rubio coñito de su cuñada, estaba muy húmedo y algo salado.
Quería sentir asco
por la situación, pero su mano no había cesado de manipular su entrepierna y
estaba realizando un excelente trabajo. Había además algo nuevo en todo
aquello, pues no recordaba haber sentido nunca tanto placer con una
masturbación. Y pronto empezó a sorber de buena gana todo lo que emanaba de
aquel coño dominante.
No era la única
que empezaba a sentir un placer añadido. Los gemidos de Leticia eran ya tan
sonoros que retumbaban por toda la habitación y eran tan sólo interrumpidos por
los secos chasquidos de la poya de su hijo al hundirse en su interior haciendo
que su cuerpo golpeara contra la mesa.
Aquella mujer
estaba empezando a sentir tanto placer que se había abandonado completamente a
la depravación de su cuerpo y salía al encuentro de las envestidas de su propio
hijo, convirtiendo aquella violación en un polvo salvaje.
Pero Alfredo no
fue consciente del cambio que se había operado en su mujer. Su mirada se
encontraba perdida, prendada en el coño de su tierna hijita y el brillo de la
humedad que se apreciaba bajo la ardiente lengua de su nuera. De vez en cuando
variaba y se recreaba contemplando el elegante coño de su nuera que seguía
masturbándose frenéticamente.
Pronto fue
consciente de la pujante erección que crecía bajo sus pantalones. Pero ya no
fue capaz de sentirse culpable. Había caído definitivamente bajo la voluntad de
aquel oscuro visitante. Y ahora lo único que quería era ver hasta dónde llegaba
su depravación.
Fernando seguía
embistiendo a su madre cómo un salvaje. Nunca había follado así, normalmente
prefería ser suave, cariñoso. Pero era como si todos sus instintos animales se
hubieran concentrado en castigar a quien más amaba en el mundo.
El placer que
sentía tampoco era normal. Cada vez que su poya se hundía en aquel ardiente
agujero lo sentía oprimirle, caliente y mojado, hasta hacer que perdiera la
razón por momentos. Sentía a su madre gemir y retorcerse bajo su vientre.
Aquello era una locura.
En un intento
desesperado por no correrse, Fernando trató de distraerse mirando lo que había
a su alrededor. Pero su mirada acabó posándose por accidente sobre el perfecto
culo de su madre y en su poya entrando sin remedio en aquel coño abierto. Unos
densos flujos blanquecinos resbalaban a lo largo de sus muslos, enredándose en
sus medias desgarradas. Y, al levantar la vista, se encontró con la mirada
suplicante de su madre.
El maquillaje se
le había corrido a causa de las lágrimas, sin embargo ya no lloraba. Y sus
labios se contraían una y otra vez formando una mueca de infinito placer.
Aquello fue demasiado para él. Pues, a pesar de la evidente llamada de auxilio
que se leía en los ojos de su madre, pudo ver la perversión que se escondía
tras aquella mirada. Y Fernando al fin se corrió resoplando e inundó con su
semilla el profundo hoyo de su madre.
El poder de osvaldo (16: niña bien)
Ya era bien
entrada la madrugada cuando Andrea consiguió salir de aquella casa de locos, no
sin antes haber sido brutalmente follada por los tres machos de la familia: su
marido, su suegro y el que acababa de convertirse para ella en el AMO.
Se habían ensañado
con la niña bien, obligándola a pedir poya como una poseída. En su boca aún se
confundía el sabor los tres miembros con los jugos de su cuñadita y el sucio
coño de su suegra, el cual le habían obligado a lamer entre polvo y polvo. Y lo
peor es que había disfrutado.
Aquello violaba
los firmes principios conservadores por los que siempre se había regido y, si
algún día llegara a saberse, estaría acabada. Por eso le había suplicado al amo
con los ojos llorosos que la dejara marchar. Pero, aunque su deseo había sido
concedido, había algo en las palabras que le había dirigido aquel sucio niñato
que la atemorizaba más que cualquier cosa que hubiera podido ocurrir durante
aquella oscura y larga noche.
“-¿De verdad
quieres irte, mosquita muerta? ¿Crees que no nos hemos dado cuenta de lo puta
que eres? ¿De la cantidad de veces que te has corrido follando delante de tu
maridito? Tú vida ya nunca va a ser la misma desde este día y cuanto más te
resistas al cambio, peor será la caída. Siempre te has creído por encima de los
demás sólo por llevar la vida de una reprimida pudiendo disfrutar de la vida.
Por eso voy a liberarte de tí misma. A partir de ahora vas a ser tu propia
esclava, incapaz de detener tus impulsos más oscuros. Tendrás la necesidad de
cumplir todas las ideas perversas que se te ocurran sin medir las
consecuencias. Estoy seguro que te asombrarás de lo lejos que puede llegar tu
imaginación.”
Después de
aquellas siniestras palabras, Osvaldo le había dejado salir de la casa, aunque
fue imposible llevarse consigo a Fernando.
Todos los miembros
de la que hasta ahora había considerado una familia ejemplar seguían
enfrascados en su particular orgía. Fernando se había cansado de sodomizar a su
madre, tarea a la que dedicó varias horas, y ahora estaba empalando a su
hermanita Inés a cuatro patas mientras la chiquilla se la mamaba a su propio
padre.
Junto a ellos
Leticia yacía semiinconsciente mientras las abundantes corridas que aún había
en su interior emanaban de todos sus orificios. Todos ellos parecían autómatas
y ni siquiera le respondieron cuando ella trató de hacerles reaccionar.
Y antes de que
pudiera marcharse, Osvaldo volvió a decirle algo que aumentó aún más su
inquietud, si es que eso era posible.
“-Aún no has
entendido la situación, verdad. Ellos no recordaran nada de lo que ha sucedido
y ni siquiera son dueños de su propia voluntad. Pero tu vas a ser la
responsable de todo lo que te pase. Espero que disfrutes de el regalo que te he
hecho.”
Y tras decir esto,
el amo sonrió y se dio la vuelta dispuesto a follarse de nuevo a su suegra como
si fuera una muñeca. Alfredo hacia movimientos desesperados tratando de encular
a su hija mientras ésta seguía concentrada cabalgando el duro miembro de su
hermano. Y nadie se despidió de ella cuando salió por la puerta.
La conmocionada
niña bien aún conservaba aquella imagen en su retina mientras bajaba andando la
solitaria colina enfundada en su caro vestido en busca de una parada de metro.
Estaba amaneciendo y no se veía ni un alma en aquella zona residencial de las
afueras. Cuando ya estaba como a mitad del camino, se dio cuenta de que había
olvidado ponerse de nuevo sus suaves braguitas y que aquel precioso vestido
además de muy caro y elegante, aunque no era exageradamente escotado, sí que
era muy corto en la falda.
Aquello la hizo
incomodarse un poco, pero aún era muy temprano y las posibilidades de
encontrarse a alguien, escasas. Si se daba prisa, llegaría a su casa sin
haberse cruzado apenas a nadie. Mientras apretaba el paso sintió como un
reguero de semen escapaba de su culito resbalando a lo largo de sus nalgas y,
después por sus muslos.
Ni siquiera fue
capaz de recordar cual de aquellos machos había sido el último en correrse en
su culo y la sola idea hizo que se estremeciera y acelerara todavía más el
paso, impaciente por llegar a la estación de metro. La brisa matinal golpeaba
suavemente sobre sus muslos poniéndole la carne de gallina en un escalofrío
debido a la humedad de la zona. Y, por mucho que se esforzara en ocultárselo a
sí misma, Andrea seguía excitada como una perra en celo.
Tal y como ella
había esperado, la estación estaba desierta y la muchacha se colocó bien en el
vestido dispuesta a cruzar la ciudad sin mayores incidentes. No contaba con la
horda de trabajadores que asaltaron su vagón a mitad de trayecto, probablemente
buscando el transbordo que lleva al polígono cercano a su urbanización. Un
nutrido grupo de ellos, al ver a aquel bombón sola en el metro, le dedicaron
todo tipo de piropos e incluso hubo algunos que se sentaron en los asientos que
había justo enfrente de la atribulada muchacha.
Andrea, bastante
acostumbrada a estas situaciones, se dispuso a mostrarles su expresión de
desdén habitual y, colocándose los auriculares para que fuera patente su
aislamiento, desvió la mirada hacia su lado. Sin embargo en el reflejo de la
ventana podía ver como se daban codazos y cuchicheaban entre ellos. De pronto
alguien dijo algo y todos se quedaron inmóviles y callados.
Primero creyó que
se habían dado cuenta de que les observaba a través del reflejo. Pero no era
hacia ahí hacia donde se dirigían su miradas. Y de pronto se alarmó, ¿le
estarían viendo el coño? Aquella idea la asustó, no por la posibilidad de ser
observada, sino porque empezó a sentir muy dentro de ella la necesidad de
mostrarse ante aquellos hombres. Y de pronto se dio cuenta de que tenía las
piernas abiertas de par en par. Desde aquella perspectiva seguro que los tres
chicos que tenía sentados enfrente tenían una visión perfecta de su mata de
pelo perfectamente depilada en forma de línea.
Aquello la alarmó,
es cierto, pero nada en comparación a cuando constató que, en lugar de
cubrirse, levantaba su vestido hasta el ombligo separando completamente las
piernas para que pudieran contemplar todos los rincones de su elegante coñito
mientras volvía su mirada anhelante en dirección a aquellos hombres.
Y empezó a
masturbarse como una poseída mientras esos tipejos le decían todo tipo de
groserías.
“-¿Por que no
vienes aquí, putita? Siéntate en mi regazo, que tengo un regalito para ti…”
Uno de ellos se
levantó del asiento y la agarró del brazo atrayéndola hacia donde estaban
sentados. Ella le detuvo, por miedo a manchar su vestido así que, tras pedir
que la dejaran un momento, se lo quito ella misma, guardándolo cuidadosamente
en su bolso y sin que pareciera importarle lo más mínimo haber quedado
completamente desnuda en un vagón repleto de obreros.
Tras hacer eso se
dirigió hacia donde estaban éstos y se sentó sobre las rodillas del que la
había puesto más cachonda, sintiendo el tacto de aquellos tejanos directamente
sobre su húmedo y delicado coñito. Su cara reflejaba el asombro que ella misma
sentía al presenciar sus propias acciones, de las que ya no era dueña. No había
forma de detenerse, y aquello cada vez le estaba gustando más y más.
Inmediatamente
empezaron a manosearla por todo el cuerpo. Sintió como unas manos se apoderaban
de su chochito, sobándolo a consciencia, mientras los demás seguían estrujando
sus firmes pechos. Se sentía tan excitada que comenzó a restregar su trasero
sobre el creciente paquete del tipo que le servía de asiento.
Entonces sintió
como aquel hombre, tras liberar su hinchado miembro del pantalón que lo
mantenía aprisionado, trataba de metérsela desde atrás con más bien poca
destreza. A aquellas alturas, nuestra remilgada amiga se moría por ser
penetrada. Sin embargo, con un brusco gesto interrumpió la operación del
apurado operario.
“-¡No, todavía no!
No de ésta manera. Quiero que todos lo vean.”
Y tras decir ésto,
camino hasta el centro del vagón y, colocándose entre las dos filas de
asientos, a la vista de todo el pasaje, inclinó ligeramente sus caderas y se
sujetó ambas nalgas con las manos, abriendo al máximo su coño a la espera de
que cualquiera de aquellos degenerados le diera la primera estocada. Ni
siquiera se volvió para ver el rostro que acompañaba las distintas poyas que,
una tras otra, estuvieron bombeando en ella durante todo el trayecto a la vista
del resto de pasajeros.
Ya había perdido
la cuenta de los polvos que llevaba cuando se percató de que había un hombre de
unos cuarenta años que la estaba mirando fijamente, así que le mantuvo la
mirada. Al cabo de unos minutos, aquel hombre se levantó de su asiento y se
dirigió de frente hacia el lugar donde aquellos chicos seguían dándole candela
a la muchacha. Vestía el clásico mono azul de obrero y, bajo su mirada cansada,
lucia un mostacho canoso y pasado de moda.
Al plantarse
frente a ella, Andrea pudo apreciar el enorme bulto que se había formado bajo
el mono de trabajo. Aquel hombre se desabrochó la cremallera, dejando al
descubierto una camisa de tirantes bajo la que asomaba una densa mata de pelo
moreno.
Y siguió bajando
la cremallera hasta liberar aquel miembro monstruosos que hizo que los ojos de
Andrea se abrieran como platos. De nuevo la supuesta mojigata se sintió incapaz
de contener la tentación y se lanzó como una poseída a devorar aquel miembro,
dejando a medio polvo al desconcertado chico que se la había estado trajinando
por detrás.
Muchos estaban
impacientes por volver a meterla en aquel coño tan estrechito que parecía aun
por estrenar. La mayoría de ellos se habían corrido ya en apenas unos minutos
de juego con aquella fiera salvaje. Pero ella no les permitió volver a
intentarlo, estaba como loca con su nuevo descubrimiento.
“-Necesito probar
este poyote. ¡Lo necesito ya!”
Algunos de
aquellos hombres no pudieron ocultar su decepción pero, a pesar de ello,
decidieron echar una mano a su nueva amiga y, tomándola en volandas, la
mantuvieron sujeta en posición horizontal para que aquel macho pudiera
penetrarla a placer mientras los demás la animaban, aprovechando para meterle mano
a su presa a placer en todas las zonas que habían quedado disponibles.
La sensación era
abrumadora, la prudente Andrea estaba siendo empalada mientras una docena de
manos exploraban sin pudor todos los rincones de su cuerpo. No tardó mucho en
perder el poco control que tenía sobre sus emociones y empezar a aullar de
placer como si estuviera poseída. Los hombres que la sujetaban, al verla
retorcerse de placer, comenzaron a acompañar sus movimientos empujándola contra
aquel hombre como si se tratara de un ariete.
Pronto sus
embestidas fueron tan fuertes que aquel tipo del mono azul tuvo que sujetarse a
las barras laterales de los asientos para no salir despedido en su intento de
seguir empalando a aquella jovencita en su descomunal falo. A cada rato variaban
la posición en la que mantenían sujeta a la chica, como si de una muñeca se
tratara, permitiendo que pudiera ser penetrada de todas las formas posibles y,
de paso, obteniendo acceso a nuevas zonas que seguir manoseando.
Tras la operación,
retomaban con fuerza sus envites incrustando a la niñita en el duro falo una y
otra vez en repetidos golpes secos.
Andrea estaba boca
abajo, siendo empalada desde atrás mientras alguien la tenía sujeta por las
piernas, tirando de ella, y haciendo que la penetración resultase incluso más
violenta cuando sintió una fuerte convulsión en la columna y una explosión en
su vientre que hizo que se derramara una abundante cantidad de flujo sobre el
frio suelo del vagón mientras Andrea gritaba, aullaba y babeaba como una loca.
Nunca había creído
que fuera capaz de correrse de ese modo y lo que sintió, para su sorpresa, fue
un enorme agradecimiento.
Uno de los tipos
que la mantenían sujeta, se había sacado la poya y lo primero que Andrea hizo,
tan pronto como volvieron a depositarla en el suelo, fue comenzar a chupar esa
poya con esmero. Quería devolverles el favor. Tan intenso había sido su orgasmo
que ya ni recordaba al hombre del bigote que acababa de empalarla sin piedad
hasta que éste vació sobre ella toda la carga que aún tenia acumulada.
Pero Andrea,
desnuda y cubierta de semen, siguió chupando agradecida aquella poya hasta que
hubo vaciado todo su contenido en su inexperta boca.
Pronto llegaron a
la parada en la que se tomaba el transbordo al polígono y el vagón quedó otra
vez vacío al completo. Únicamente restaban en su interior Andrea, que se
esmeraba en limpiarse los restos de leche con unos clínex que había encontrado
en su bolso y un chico que la observaba encogido desde una esquina del vagón.
La muchacha en un
principio no reparó en él. No lo hizo hasta que ya había completado su
operación de limpieza y se colocaba de nuevo su vestido, comprobando que no
quedara en él ningún resto sospechoso. De pronto se fijó en aquél chiquillo que
la observaba tímidamente desde la otra esquina del vagón.
Era consciente que
acababa de ver la humillación a la que ella misma se había sometido y los
tremendos poyazos que acababa de recibir. Sin embargo aquel muchacho seguía
mostrando su timidez. Y muy a pesar suyo, sintió de nuevo la punzada del morbo.
El chico tendría
poco más de 17 años y seguramente se dirigiría a una aula de estudio, a juzgar
por la carpeta cargada de apuntes que traía agarrada del brazo. Cerca de su
urbanización había una residencia para estudiantes universitarios y, probablemente,
esa era el destino de aquel desconcertado adolescente.
Sin poder
evitarlo, Andrea se acercó a aquél inocente chiquillo con una picara sonrisa en
su rostro y, sin siquiera mediar palabra, le bajó el short y empezó a mamar su
poya hasta ponerla dura como una estaca. El muchacho permanecía en shock,
viendo como aquella chica elegante y bien formada engullía su poya sin
miramientos enfundada en un caro vestido. Por un momento creyó estar soñando.
Andrea consiguió
en un tiempo record que aquel niñato se corriera en su boca y volviera a tener
la poya lista antes de llegar a su parada, con lo que aún pudo hacer unas
cuantas sentadillas sobre el alucinado estudiante que la embestía como presa de
una fiebre extraña. Cuando el metro se detuvo en su estación, interrumpió de
pronto la follada y salió del vagón a toda prisa dejando a su amante
completamente desconcertado. El morbo impulso a Andrea a volverse y pudo ver a
como aquel chico se seguía machacando la poya a través de la ventanilla
mientras el tren se alejaba.
No fue hasta poco
antes de llegar a su casa cuando la muchacha comenzó a ser plenamente
consciente de lo que había sucedido y a plantearse en qué podía llegar a
convertirse su vida a partir de aquel momento. A medida que se acercaba a su
casa, su miedo seguía aumentando. Se temía a sí misma y los tremendos horrores
que aún podría albergar su febril imaginación. Pero no fue sino al llegar a su
portal, cuando al fin las lagrimas acudieron a sus ojos y rompió a sollozar.
Aún no sabía en qué se había convertido.
El poder de osvaldo (17: la tentación)
Aún era muy
temprano cuando Andrea llegó a su casa y, tras comprobar que su hermanito aún
dormía, fue directamente a su habitación a cambiarse mientras trataba de
ordenar sus pensamientos. Enseguida fue consciente de que su coño ardía de
nuevo, cada vez con más intensidad. Tenía toda la mañana por delante, así que
trató de saciar su calentura mientras rememoraba los momentos que acababa de
vivir en el metro.
Seguía sin
comprender la fuerza que la había impulsado a comportarse de aquel modo. Aquel
recuerdo la aterraba y, sin embargo, descubrió que aquella experiencia le había
excitado más que ninguna otra que hubiera tenido a lo largo de su vida. Su mano
hurgaba en sus secretos de un modo casi inconsciente aunque implacable y pronto
empezó a abandonarse a sus sentidos.
Sus pensamientos
se volvieron un magma incontrolable y su mente fue pasando de un recuerdo a
otro hasta detenerse en las terribles escenas de incesto que aquel mocoso le
había obligado a presenciar la noche anterior. De pronto su coño se vio
desbordado de flujos mientras ella se recreaba en todo lo que había visto.
Recordó a su
novio, con la expresión trastornada, embistiendo el coño de su propia madre y
bramando mientras una densa espuma le brotaba a borbotones por la comisura de
sus labios. Sus ojos reflejaban el frenesí de una mente que no está en sus
cabales. Su poya, dura como la propia Andrea nunca antes la había visto,
entrando y saliendo sin descanso de aquella temblorosa mujer con un frenesí más
propio animales salvajes que de ningún ser humano.
Andrea todavía no
era capaz de asimilar todas las escenas que estaba rememorando y, sin embargo,
de su sexo seguía emanando flujo como si se tratara de un volcán a punto de
estallar. Su mente revivió las humillaciones a las que su cuñada la había
sometido, el intenso sabor de su coño y la sensación de sentir su propia mano
hurgando en su intimidad como si de un extraño se tratara.
Estos recuerdos la
aterraban pero, mientras pensaba en ello, su coño parecía licuarse entre sus
dedos. Ante sus ojos volvió a mostrarse aquella perversa adolescente, a quién
antaño llegó a considerar una niña modelo. Recordó como, después de correrse en
su boca y obligarla a sorber hasta la ultima gota, aquella sucia niñata se
había tumbado lánguidamente sobre el respaldo de la butaca para, sin necesidad
de exigírselo, esperar a que su padre y, más tarde, su hermano dieran buena
cuenta de todos sus ansiosos orificios.
Andrea fue
obligada a contemplar atentamente la escena mientras frotaba su mojado chochito
con las mismas ansias con las que ahora revivía aquel húmedo recuerdo.
Recordaba que ella también acabó siendo brutalmente follada por los tres machos
de aquella casa.
Pero, por algún
motivo que desconocía, nada la excitaba tanto como los repetidos incestos que
su cuñada había ejecutado impávidamente ante su atenta mirada. Y de pronto le
sobrevino un pensamiento que hizo que su coño estallara en un salvaje orgasmo.
Tras aquella
intensa explosión, Andrea volvió al fin en sí y, retirando su mano derecha de
su palpitante entrepierna, observó los regueros de flujo que escapaban entre
sus dedos, aún impactada por el pensamiento que había logrado arrancarle
semejante explosión.
Pues la simple
idea de que su hermanito estuviera inocentemente dormido a tan sólo unos metros
de dónde ella seguía frotando su inflamado chochito había conseguido sacarla de
sus cabales. Fue entonces cuando al fin comprendió las palabras de su amo.
Sabía que lo que iba a hacer a continuación no se debía a las sugestiones de
aquel niñato, él tan sólo había abierto la puerta, y ahora era su propia mente
quién la impulsaba a cometer el peor de los pecados.
Y siendo al fin
consciente de ello, se dirigió a la habitación de su hermano cubierta tan sólo
por un minúsculo tanga y una camiseta ancha sin mangas que dejaba entrever sus
pechos a cada movimiento. Pues ya no le importaba el desprecio que sentía hacia
si misma, sólo contaba para ella las ansias por apagar el incendio que ardía en
su entrepierna erizando toda la piel de su cuerpo.
Apenas eran las 8
de la mañana cuando nuestra joven amiga se deslizó en la habitación de su
hermanito que seguía durmiendo a pierna suelta. Seguía sin estar convencida de
lo que iba a hacer, como si no terminara de creérselo. Y sin embargo, oculta
por la penumbra que reinaba en la habitación, se fue acercando lentamente al
lecho en el que dormía su angelito.
No es que se
saliera de lo normal el hecho de entrar en braguitas a la habitación de su
hermano, ni siquiera estando él dormido. A menudo solían gastarse bromas y no
sería la primera vez que irrumpía en su cuarto para despertarle de las formas
más impensables. Pero esa mañana había algo en el ambiente que denotaba la
diferencia entre aquella y cualquier otra visita que pudiera haber hecho a la
habitación de su hermano, algo perverso.
A medida que
Andrea se fue aproximando al lecho, escuchando de cerca la respiración pausada
de su hermano, sintió como su pulso se aceleraba y su coño empezó a mojarse de
verdad. Aún no había decidido como iba a actuar, así que se tumbó con suavidad
en la cama, junto a su hermano pequeño, cuidando de no despertarle; quería
aprovechar ese momento.
Se metió bajo las
sabanas, acurrucándose contra aquel cuerpo dormido y sus manos pronto
exploraron la suavidad de su piel adolescente. Sus caricias se aventuraban bajo
el pijama del muchacho, recorriendo su espalda y el pecho, sorprendiéndose al
sentir el tacto de una pujante musculatura aún en formación.
Pronto sus manos
alcanzaron el pantalón del pijama y, tras inspeccionar cuidadosamente las
firmes nalgas del chiquillo, se lanzaron finalmente a capturar su suculenta
poya la cual, aunque dormida, ya había comenzado a reaccionar ante aquellos
estímulos.
El coño de Andrea,
para aquellos momentos, era un volcán en erupción y, al sentir el tacto de la
poya fraternal entre sus dedos, sintió que su corazón iba a estallar y por poco
le faltó la respiración.
Desde aquel
momento sólo pudo pensar en poner dura aquella masa de carne que tenia entre
manos, perdiendo la poca razón que le quedaba. Así fue como sumergió su cuerpo
bajo las sabanas y empezó a chupar con esmero la tranca de su hermanito que
seguía durmiendo plácidamente a su lado mientras su poya crecía y crecía.
Comenzó por
succionar el capullo con suavidad, acariciando el glande con su lengua ya en el
interior de su cálida boca y, a medida que fue adquiriendo consistencia,
comenzó a recorrer con su lengua aquel miembro adolescente en toda su
extensión. Pronto Andrea se encontró lamiendo una dura estaca que nada tenia
que envidiar a la de un adulto.
Se sorprendió por
lo mucho que se había desarrollado su hermanito sin que ella se diera cuenta,
quizás demasiado ocupada en las superficialidades de su vida. Pero ahora todo
había cambiado para ella y todo lo referente a su vida anterior le sonaba como
poco más que un recuerdo lejano.
Cachonda como
estaba, ya cerca del limite, Andrea siguió chupando con esmero aquella poya
adolescente hasta que sintió como el semen de su hermano salía a borbotones
inundando su boca y su garganta.
Aquel chiquillo
debió creer que se encontraba en medio de un sueño erótico y, mientras soltaba
toda su carga en la húmeda boca de su hermanita, dirigió inconsciente una de
sus manos a la cabeza de su hermana sujetándola con fuerza mientras follaba
violentamente su boquita de niña buena. A los pocos segundos se corrió
abundantemente obligando inconscientemente a su violadora a tragarse hasta la
última gota de lo que soltó. Tras esto dio media vuelta y se dispuso a seguir
durmiendo.
Pero aquella joven
diablesa no estaba dispuesta a que la situación quedara en tan poco y se
abalanzo sobre el muchacho para despertarle de forma aparentemente inocente,
como tantas veces habia hecho anteriormente. Empezó a hacerle cosquillas por
todo el cuerpo, en las axilas, vientre y ombligo, dándole de vez en cuando
algún toquecito a su miembro para comprobar que aún conservaba algo de su
consistencia anterior.
El muchacho no
tardó en despertar de un sobresalto y lo primero que vio al abrir los ojos
fueron los firmes pechos de su hermana escapando a través de los laterales de
su camiseta. Podía ver casi la totalidad de sus hermosas tetas y los pezones,
apenas cubiertos por la fina tela, estaban tan erectos que se transparentaban a
través de las misma como si pretendieran atravesarla.
Ante aquel
imponente espectáculo, no pudo evitar que su poya saltara como un resorte ante
la atenta mirada de su hermana. Quién no tardó un momento en agarrársela a
través del pijama y sostenerla en su mano mientras le miraba directamente a los
ojos con una expresión que no supo interpretar. Tardó aun unos instantes en
reaccionar, demasiado impactado por la situación y, aunque intentó sacarse a su
hermana de encima, no lo hizo con demasiada convicción.
Andrea, por su
parte, aprovechó los movimientos producidos por aquel forcejeo para
posicionarse mejor sobre el cuerpo de su hermano y, apoyando ambas manos en su
pecho, fue escalando su cuerpo hasta sentir el duro miembro del adolescente
presionando en su entrepierna. Entonces empezó un lento vaivén a lo largo de
aquel tronco, sintiendo como resbalaba recorriendo su rajita, separada tan sólo
por dos finas tiras de tela.
Pronto fue
acelerando la cadencia de sus movimientos a medida que iba aumentando su
presión sobre aquella dura poya que tanto ansiaba tener en su interior. Pronto
el movimiento hizo que el miembro se saliera del pantalón a través de una
abertura que tenía en el lugar de la bragueta, quedando directamente apoyada en
las encharcadas braguitas de su hermana mayor que seguía restregándose como una
perra en celo.
Su joven hermanito
seguía paralizado por la mezcla de emociones que le producía aquella aberrante
situación. Nunca antes había estado con una mujer que no fuera su hermana y el
contacto con ella, hasta el momento, se limitaba a sus juegos infantiles.
Ahora, sin embargo, sólo podía pensar en el tacto de aquel coñito que se
apretaba contra su mástil, rezumando un embriagador aroma desconocido para él,
mientras su mirada seguía fija en los dos globos erectos de su hermana saltando
desafiantes a pocos centímetros de su cara.
Finalmente perdió
el control y lanzó sus inexpertas manos sobre las duras tetitas de Andrea y
comenzó a estrujarlas torpemente. Aquello fue la señal que su hermanita estaba
esperando, con un rápido movimiento, apartó sus braguitas a un lado, se sentó
sobre el vientre del joven ensartándose en su erección de una sola embestida y
empezó a cabalgar sobre él como una verdadera amazona.
La poye de su
hermanito no era especialmente grande, sin embargo Andrea experimentaba un
placer desconocido hasta el momento. Nunca antes había sentido el cálido
abrazo del morbo y ahora sentía al fin liberarse sus mas oscuros instintos
sumiéndola en un placentero infierno de sensaciones.
Las torpes manos
de su hermano seguían martirizando sus sensibles pechos, haciéndola enloquecer
por el morbo. Dirigió al joven una oscura mirada cargada de lascivia y,
sujetando su escote con ambas manos, liberó sus duras tetitas ante la absorta
mirada del adolescente que se lanzó a devorarlas sin piedad.
Andrea estaba en
la gloria, completamente abandonada al morbo de la situación mientras sometía a
su hermanito de las formas más obscenas que nunca se hubiera atrevido a soñar.
Sin darse cuenta, empezaba a perder por completo los papeles. Su rostro
contraído y sus ojos entornados habían transformado su expresión altiva en una
grotesca mueca de placer mientras de la comisura de sus labios brotaba un denso
reguero de saliva.
Enseguida supo
cuando su hermano iba a correrse, sintió cómo su cuerpo se tensaba antes de
eyacular y abrió los ojos para encontrarse con su mirada anhelante. Parecía
asustado, como si aún no comprendiera bien lo que estaba sucediendo. Y aún y
así su hermana no tuvo piedad. Puso ambas manos en sus nalgas y empujo su
cuerpo con fuerza obligándole a penetrarla hasta lo más profundo.
Cuando estuvo
completamente empalada, sujetó a su hermano por la barbilla y le besó en los
labios invadiendo con su lengua la cálida boca del adolescente. Fue un beso
húmedo, lascivo, que terminó de corromper la mente del menor. Y en pocos
segundos se corría entre alaridos, vaciando su abundante carga en el interior
de su hermanita que se relamía presa de un orgasmo monumental.
El poder de osvaldo (18: la
familia crece)
Ya había
oscurecido cuando salieron de la casa y, aunque no había demasiados vecinos en
los alrededores, a Alfredo le incomodaba andar por la calle en pijama. No
comprendía como no había visto ningún reparo en ello antes de salir ataviado de
esa forma y, sin embargo, no se detuvo y continuo caminando en dirección a su
coche.
No se dio la
vuelta hasta llegar al vehículo y, al hacerlo, se sorprendió al ver la
extravagante imagen que ofrecía su familia. La visión más extrema la ofrecía su
mujer, Leticia, quién había salido de casa cubierta tan solo pon una fina bata
de seda y un camisón que dejaba al descubierto una gran parte de su generoso
escote.
Su hija Inés,
vestía un pantaloncito corto de pijama que marcaba claramente los gruesos
labios de su coño. Y su hijo, Fernando, quién ni tan siquiera parecía haberse
molestado en abrocharse la cremallera del pantalón o la camisa, dejando al
descubierto su pecho desnudo.
A pesar de la
vergüenza que sentían, ninguno de ellos hizo el más mínimo comentario. No
podían recordar lo que había sucedido hacia apenas unos minutos y su inquietud
crecía a medida que aumentaban sus esfuerzos por recordar el más mínimo detalle
de las últimas horas.
Tan sólo Inés era
consciente de lo que estaba pasando. Y andaba en silencio junto a su familia
con una perversa sonrisa en la boca como quién acompaña a los terneros al
matadero, consciente de un final que ellos ignoran. Alfredo no pasó por alto
aquella sonrisa, aunque seguía siendo incapaz de descifrar su significado.
Siguió conduciendo
como un autómata, ni siquiera tuvo la necesidad de preguntar a dónde se
dirigían, era como si por algún extraño motivo supiera ya de antemano dónde
vivía ese tal Osvaldo al que acababa de conocer. Sentía que la situación se le
escapaba de las manos cuando, de pronto, percibió un extraño movimiento en los
asientos traseros.
Lo primero que vio
fue la cara de su hijo reflejada en el retrovisor. Su expresión estaba
descompuesta y parecía evidente su nerviosismo así como sus vanos intentos por
disimular que algo estaba pasando. Ajustó el retrovisor en busca de su hija y
sin embargo no la encontró. Fue necesario dirigirlo a la parte baja de los
asientos para hallar a su hija agazapada devorando la poya de su propio
hermano.
Quiso poner fin a
la situación, pero se vio incapaz de formular palabra y, en lugar de eso, tan
sólo sintió como su poya se endurecía formando un enorme bulto en su pijama. Y,
a pesar de la frustración que sentía, no pudo siquiera ocultar su erección y se
limitó a seguir conduciendo. Una última mirada al retrovisor le hizo toparse
con la maléfica sonrisa de su AMO e hizo que su sangre se helara.
Con el paso de los
minutos la situación se fue haciendo insostenible, se sentía incapaz de apartar
la mirada del retrovisor y como su miembro se hinchaba hasta querer explotar y,
aunque era incapaz de tocarse. Pronto se dio cuenta de que no era el único
pendiente de la escena. Su mujer, Leticia, tampoco sacaba ojo del retrovisor y,
a pesar de permanecer en silencio, su rostro pálido y sus mejillas enrojecidas
hacían que su turbación fuera evidente para cualquiera.
Observó también
cómo Leticia mantenía una mano enterrada entre sus piernas y, aunque esa zona
permanecía oculta a la vista por los pliegues de su bata, no tuvo duda de que
su mujer se estaba masturbando delante de todos. Ajustó de nuevo el espejo y
fue entonces cuando vio con claridad como aquel tal Osvaldo no perdía
oportunidad para sobar a su hija por todo el cuerpo.
Es posible que en
otro momento aquella imagen le hubiera indignado, pero entonces hizo que su
poya diera un respingo y deseo ser el quién estuviera manoseando a esa sucia
adolescente. Y se odiaba a sí mismo por ello.
Cuando bajaron del
coche, padre e hijo tenían las poyas tan duras que resultaban un espectáculo
hasta para el que les viera de lejos. Fernando ni siquiera se había acordado de
guardarse la poya, la cual lucia una impresionante erección, puesto que su
traviesa hermanita se había esforzado en evitar que se corriera tan pronto.
En cuanto a
Alfredo, ni siquiera había podido tocarse y su bragueta lucía ya una mancha del
tamaño de Australia, a pesar de lo cual mantenía una erección del tamaño de una
catedral, más que evidente por el bulto de su llamativo pijama. Se reconfortó
con el hecho de que a esas horas no parecía haber nadie deambulando por aquella
alejada urbanización. A pesar de lo cual , nada podía garantizarle que algún
vecino no estuviera disfrutando de la llamativa escena desde la comodidad de su
ventana.
Su sorpresa fue
mayúscula cuando salió a recibirles aquella adolescente de dieciocho años que
dijo ser la hermana de Osvaldo. Estaba desnuda de cintura para abajo, luciendo
su rubio coñito ante la sorprendida mirada de sus invitados. Tan solo vestía un
top apretado que marcaba de forma escandalosa sus puntiagudos pezones todavía
en erección. El olor a sexo que emanaba del interior de la casa era evidente y
pronto pudieron oír los gemidos que procedían de algún lugar tras los muros.
A Osvaldo le
preocupó aquel cúmulo de imprudencias y, sin embargo, se deleito viendo como
sus nuevos títeres entraban a regañadientes en su casa sin poder evitarlo,
mientras trataban de mantener sus apariencias a pesar de lo extraño de aquella
situación. Acompañó a sus invitados hasta el salón de su casa y les hizo
acomodarse.
Desde lo alto de
la escalera se escuchaba el inconfundible sonido del sexo, compuesto por el
quejido de los muelles de la cama y un amplio abanico de golpes secos y
gemidos. Todos actuaban como si nada extraño estuviera sucediendo y, sin
embargo, la tensión se podía palpar en el ambiente. Muy a su pesar, a Leticia
todo aquello estaba empezando a excitarla más allá de lo conveniente.
No comprendía como
podían sus anfitriones ser tan descuidados. Era evidente que en aquella casa se
estaba desarrollando una autentica orgia y todo en presencia de una menor a
quién no parecía importarle pasearse desnuda en presencia de unos completos
desconocidos. Lo que más le inquietaba era que todo el mundo siguiera actuando
con la más absoluta normalidad. Y empezó a sentirse realmente incomoda.
Sus manos
sujetaban inconscientemente el cierre de su bata, como si con ello pudiera
ocultar los puntiagudos pezones que, muy a su pesar, se clavaban en la tela
como tratando de perforarla. Su respiración se entrecortaba y, entre sus muslos
apretados, un volcán se derramaba soltando lava como si estuviera a punto de
estallar. Si al menos pudiera ver lo que ocurría en aquella habitación…
Su marido,
Alfredo, no podía apartar la mirada del coñito virginal que la hermanita de
Osvaldo mostraba impúdicamente. Cualquiera habría dicho que la chiquilla le
tenía hipnotizado y lo cierto es que no se habría equivocado. Estaba tan
absorto que ni tan solo se había molestado en disimular la escandalosa erección
que pugnaba por romper los pantalones de su pijama. Osvaldo, enseguida se
percató de ello y no perdió la ocasión para tensar aún más la morbosa velada:
"-Marta, creo
que le has gustado a nuestro invitado. ¿Por qué no le haces un poco de
compañía?”
E inmediatamente,
la pequeña Marta, con la sonrisa de quién hace una travesura, atravesó la alfombra
hasta el sofá y sentó su suave culito desnudo sobre el regazo del estupefacto
adulto que permaneció inmóvil, preso de un terror irracional. Pero la chiquilla
no perdía el tiempo y enseguida empezó a manosear la inflamada bragueta de
Alfredo de la que pronto extrajo un duro falo que empezó a lamer de forma
ostentosa a la vista de todos.
Padre e hija
intercambiaron miradas durante unos segundos antes de que Alfredo perdiera de
nuevo el control. La de este era una mirada suplicante, como tratando de
suplicar el perdón de su hija por lo que iba a suceder. Y en ella había sin
embargo una sonrisa lasciva y triunfal. Inés disfrutaba viendo a su padre,
siempre tan serio y obtuso, caer irremediablemente en las oscuras redes de su
perverso amo y saber que a partir de entonces seria por siempre un esclavo del
vicio y la degeneración.
Su hermano,
Fernando, no se sentía capaz de articular palabra y permanecía inmóvil, sentado
junto a su madre sin comprender nada de lo que estaba sucediendo a su alrededor.
A Osvaldo le agradaba ver a aquel pijo engreído completamente desarmado y a su
merced.
No podía dejar de
pensar en lo mucho que iba a disfrutar de su nuevo cuñado. Y le lanzaba miradas
furtivas como si se tratara de un juguete aún sin estrenar. Por eso le dejó
estar consciente durante toda la velada. Quizás así comenzara a hacerse una
idea de lo que iba a ser su vida a partir de ese día.
Osvaldo permaneció
inmóvil hasta ver como su hermanita tragaba la larga corrida del adulto. Quería
ver si quedaba algún resto de culpabilidad en la mirada de su suegro pero en
ella solo halló perversión. Sólo entonces sonrió satisfecho y, cogiendo a Inés
de la mano la arrastro violentamente hasta las escaleras.
“-Ven, hay algo
que quiero que veas.”
Osvaldo sintió la
mirada anhelante de Leticia, quien cada vez tenia mas dificultades por ocultar
su excitación. Sabia que ardía en deseos de ver lo que sucedía en el piso
superior, pero no pensaba permitírselo, al menos no tan pronto.
“-Vosotros quedaos
aquí y dejaros llevar.”
Y acompañó a Inés
escaleras arriba hasta el umbral del que procedía la sinfonía de gemidos que
les había acompañado desde que entraron a aquella casa. Lo que la joven
encontró tras la puerta la dejó temblando de excitación. Como si de una fiesta
sorpresa se tratará, allí estaban sus mejores amigas, Sandra y Helena
esperándola con un gran regalo, aunque en este caso el regalo fueran ellas
mismas.
Helena tenia un
vibrador enorme metido en su recto mientras devoraba con ganas la poya de
Antonio, el padrastro de Osvaldo. Una de sus manos frotaba con fuerza su coño
mientras con la otra sujetaba aquel vibrador monstruosos manteniéndolo bien
incrustado en culo. Parecía tan abstraída por el placer que ni siquiera vio
entrar a su amiga.
A su lado Sandra,
boca abajo, hundía su rostro entre las piernas de Maite. Al fijarse, pudo
percibir algo que se movía debajo de su amiga hasta distinguir a un chiquillo
que se aferraba goloso a su grandes tetas. Era Juanillo, el hermano pequeño de
Sandra, quién al parecer también había sido invitado a la fiesta.
Frente a ellos
estaba Laura, recostada en una butaca con el pantalón de su pijama a la altura
de los tobillos mientras frotaba con fuerza su inflamado coñito. Parecía muy
concentrada en el espectáculo y, sin embargo, fue la primera en percatarse de
la llegada de su hermano y enseguida cayó a sus pies.
“-¡Oh, amo, por
favor, necesito probar tu poya! Llevo ya días sin poder correrme de verdad”
Osvaldo se sentía
exultante y no quiso decepcionar a su esclava quién, por otro lado, no le había
dado ningún motivo para ser castigada. Así que sin mediar palabra, saco su poya
y penetro a su hermana con un firme envestida a los pies de la cama.
No tardó mucho en
correrse pero lo hizo de forma abundante y sin retirar la poya de su hermana quién,
al sentir aquel liquido caliente y viscoso derramarse en su interior, tuvo una
sacudida tan brutal que a punto estuvo de terminar soltando espuma por la boca.
Cuando hubo
terminado con su hermana, se volvió hacia Inés y le ordenó con voz firme que se
entregara a su padrastro. La joven sufrió un ligero shock, pues aún creía que
iba a recibir algún trato especial. Lo cierto es que ya no creía tener orgullo,
pero aquella última orden había conseguido hacerle sentir de nuevo la punzada
de la humillación. Y eso la excitaba todavía más.
“-Acércate y
ofrécete a él como la sucia puta que eres”
La punzada en su
orgullo cada vez se hacía más intensa, pero Inés no pudo evitar insinuarse ante
aquel cincuentón nada atractivo. Después, con paso lento, se acerco al
sillón que se encontraba junto a la cama y, dando la espalda a la audiencia, se
inclinó completamente ofreciendo su tierno culito en pompa ante la ansiosa
mirada de su suegro.
Acto seguido fue
bajando su pantaloncito y arrastrando con él sus blancas braguitas hasta que
dejó al descubierto su brillante y rubia rajita vista por detrás. La visión era
verdaderamente tentadora y no tuvo que esperar mucho hasta sentir movimiento en
sus espaldas.
Antonio apartó a
Helena de un manotazo para que soltara su poya, realmente le apetecía correrse
en el interior de aquella preciosidad. Se acercó a ella con cautela, pues sabía
que ella no era como las demás.
“-¿De verdad puedo
usar a tu novia, amo?”
“-Haz con ella lo
que quieras, esta zorra aun tiene mucho que aprender.”
Aquellas palabras
le dolían como puñales y, sin embargo, Inés permaneció estática en la misma
postura hasta que sintió que unas manos sudorosas empezaban a explorar su parte
posterior. Pronto fueron reemplazadas por una poya, no demasiado grande, pero
dura como una piedra que empezó a abrirse camino en su encharcada gruta. Por el
rabillo del ojo pudo ver como Osvaldo salía de la habitación dejándola a merced
de aquel depravado.
Se quería morir
aunque, a la vez, sentía mucho mas placer de lo que habría estado dispuesta a
admitir. Y tan solo hicieron falta unas pocas envestidas más para que empezara
a babear como la puta que siempre había sido en realidad. Comprendió que a
partir de entonces no iba a ser más que una mascota en manos de cualquiera que
su amo le ordenara y se corrió de una forma salvaje y brutal como nunca antes
había experimentado.
A su lado, Maite
gemía y ladraba mientras dos súcubos que antaño fueran las amigas de Inés,
devoraban su coño como leonas. Mientras tanto, Juanillo había salido de debajo
de su hermana y estaba trajinando su trasero con su pollita dura como una
estaca.
Parecía tratar de
penetrar a su hermana mayor, pero entre los nervios y la postura en la que
estaba Sandra, no acertaba a encontrar el agujero y se limitaba a
frotarse en ella. Cuando al fin consiguió meter su rabito, no lo hizo por
el lugar que pretendía y, sin embargo, el sentir el estrecho y caliente culito
de su hermana se sintió feliz de haber encontrado la cavidad perfecta.
Tampoco a Sandra
pareció molestarle, se limitó a levantar la cabeza de aquel coño supurante para
emitir un largo y grave quejido mientras deslizaba su mano derecha entre sus
piernas para frotarse con fuerza su propia e hinchada raja.
Después volvió a
hundir su cabeza entre las piernas de Maite y siguió lamiendo los jugos que
emanaba a diestro y siniestro, mientras competía con la lengua de su amiga al
capturar su clítoris o al hundirla en su gruta. Y no dejó de masturbarse con
fuerza mientras su hermanito metía y sacaba la estrecha poya de su ano.
En el piso de
abajo la escena no era muy distinta. En uno de los sofás, Alfredo sostenía a la
pequeña Marta en volandas, envistiendo con su poya una y otra vez
mientras la dejaba caer a pulso mientras apretaba aquellas finas nalgas. A la
pequeña le encantaba ser follada por adultos y gemía como una fiera mientras se
retorcía sus pequeños pezones puntiagudos.
Frente a ellos
estaba Leticia, completamente espatarrada mientras su hijo, Fernando le comía
el coño con fruición. Todo había ocurrido progresivamente. Los nervios les
llevaron al acercamiento y el acercamiento al roce. Las ordenes del perverso
hicieron el resto.
Pero Osvaldo había
llegado en el momento clave cuando Fernando, incapaz de contenerse ni un
segundo más, se abalanzó sobre su madre y le hundió la poya con una sola y
profunda estocada.
Nuestro amigo no
podría estar disfrutando más cuando, de pronto, sonó el teléfono y, por algún
motivo, tuvo el presentimiento de que serían buenas noticias, al menos buenas
para él. Cuando descolgó el teléfono y escucho la voz al otro lado, una
perversa sonrisa iluminó de nuevo su rostro. Era Andrea, estaba
llorando…
El poder de osvaldo 19: amigas
íntimas
Helena llegó a su
casa algo aturdida. Últimamente le resultaba imposible recordar dónde había estado
o lo que había hecho, lo cual la tenía sumida en un estado de confusión
perpetua. Es por ello que, a pesar de haberse convertido en la mayor zorra de
todo el instituto, su mente seguía creyendo que nada había cambiado en su vida.
Helena saludó
escuetamente a sus padres y corrió a encerrarse en su habitación. Al cambiarse
le sorprendió encontrar una gran mancha de humedad en sus braguitas, pero por
mucho que trató de esforzarse, no pudo recordar en que momento se había podido
excitar tanto como para manchar la fina prenda.
Decidió no darle
más importancia y, tras dejarlas con el resto de ropa, extrajo un nuevo tanga
del cajón y se lo puso. A Helena le gustaba usar braguitas de niña, consideraba
que los tangas y las bragas de encaje eran vulgares y hacían parecer a las
mujeres unas putas. Pero hacia meses que únicamente usaba ese tipo de ropa
interior que se clavaba en su rajita y en su culo haciéndola sentir incomoda a
cada paso, incomoda pero también… excitada. Sobre aquel ajustado tanga
únicamente se puso una camiseta de talla ancha que le servía de camisón.
Tras acomodarse,
se dispuso a sentarse en el ordenador para mirar las redes sociales. Fue
precisamente al abrir el Facebook cuando se encontró la primera sorpresa.
Parecía como si alguien hubiera estado manipulando su computadora y, en lugar
de su cuenta, en su pantalla se abrió un extraño perfil lleno de pornografía.
Lo primero que
pensó es que se trataba de algún tipo de virus. Sin embargo, algo en el nombre
del perfil llamó su atención: Putita H. “H”, como “Helena”, no podía ser una
casualidad. Alguien le estaba gastando algún tipo de broma. Y de pronto uno de
los enlaces llamó su curiosidad.
Se trataba de un
video porno en el que se veía a una jovencita mientras era sometida a una
salvaje sodomización. No fue capaz de reconocerse a sí misma en las imágenes,
pero algo en aquella escena le resultaba terriblemente familiar. Y sin darse
cuenta empezó a excitarse mientras se revolvía en la silla de su escritorio.
Paso un video tras
otro viendo las mas variadas obscenidades, muchas de las cuales estaban
protagonizadas por ella misma y, sin embargo, era incapaz de reconocerse. Su
cuerpo empezaba a responder a la pornografía. Sus duros pezones se clavaban en
la camiseta y tenia las braguitas tan mojadas que se le habían pegado a la piel
dejando que se transparentaran los labios de su pequeño y abultado coño. Sus
manos empezaban a explorar inconscientemente su cuerpo ansioso. Fue entonces
cuando la vio.
Lo primero que
llamó su atención fueron esos dos grandes pechos y la larga melena pelirroja.
Mas tarde le vio la cara y la reconoció. ¡Era su amiga, Sandra! Le estaba
comiendo el coño salvajemente a otra chica en aquel video. Helena no podía
creer que su amiga fuera lesbiana. Fue entonces cuando sintió como su coño se
incendiaba.
Su mano izquierda
se había detenido en uno de sus pechos y lo mantenía apretado
inconscientemente. La otra mano siguió divagando por su cuerpo hasta dar con su
encharcada vagina. Se entretuvo un rato jugando con sus pringosas braguitas
hasta que finalmente las apartó a un lado para poder chapotear alegremente en
su coño.
Era incapaz de
desviar la mirada de la pantalla mientras veía a su mejor amiga sorbiendo
ansiosamente el coño de una desconocida. Su mano se había perdido ya bajo sus braguitas
y dos deditos hurgaban insistentemente en su estrecha y supurante hendidura.
No perdió detalle
del cuerpo de su amiga cuando ésta cambió de postura en la grabación, mostrando
a la cámara sin ningún pudor su culo y su voluptuosa vulva peluda. A Helena se
le hizo la boca agua al contemplar ese coñito, deleitándose con un primer plano
de la rajita abierta de Sandra mientras hundía dos deditos en su propio coño
encharcado.
Estaba a punto de
correrse cuando alguien llamó a la puerta de su habitación. Se arregló como
pudo, poniéndose de un tirón el pantalón de chándal que había dejado tirado
sobre la cama, y se levantó para abrir la puerta sintiendo sus ya mojadas
braguitas sobre su vientre.
“-Helena, cariño,
tienes visita.”
Apenas pudo
contener las respiración cuando vio aparecer a su amiga Sandra, con cuya imagen
acababa de masturbarse. Todavía tenía las bragas calentitas y húmedas cuando
invitó a su amiga a entrar en la habitación.
“-No… no te
esperaba esta tarde.”- Helena sentía su lengua pastosa y una creciente
incomodidad se fue apoderando de ella mientras sentaba a su amiga ante la misma
pantalla que apenas unos minutos atrás había reflejado la escena lésbica que no
conseguía olvidar.
“-Lo siento. ¿es
que he interrumpido algo.”- Dijo Sandra, ajena a la turbación que estaba
experimentando su amiga.”-¿Qué hacías?”
“-Na… nada… estaba
mirando unos videos.”- La pobre Helena estaba tan turbada que no supo que decir
más allá de disimular un poco la verdad. Notaba las braguitas adheridas a su
coño causándole una sensación cálida y extraña, pero muy agradable.
Helena no podía
dejar de mirar los dos grandes globos de su amiga que pendían bajo su fino
vestido de tirantes. Se dio cuenta de que Sandra no llevaba sujetador y un
extraño calor empezó a subir desde su entrepierna. Sandra, ajena a las lascivas
miradas de su amiga, se había sentado ante el ordenador y, para el horror de su
anfitriona, empezó a curiosear el escritorio de su Pc.
No tardó en
encontrar las paginas porno que aún seguían abiertas en una ventana, se
sorprendió al descubrir las guarradas que había estado mirando la mojigata de
su amiga. Helena estaba paralizada por el temor a ser descubierta y fue incapaz
de reaccionar cuando su amiga puso el primero de los videos. Aunque,
extrañamente, Sandra no fue capaz de reconocerse en las imágenes.
El comportamiento
de Sandra paso a volverse algo extraño, limitándose a mirar fijamente la
pantalla mientras iba pasando uno por uno todos aquellos videos guarros hasta
que apareció en la pantalla uno con una etiqueta en rojo donde se leía “nuevo”.
Sandra, pulsó
sobre el video de forma mecánica y en la pantalla apareció su amiga, Helena,
sentada en el mismo lugar donde ahora lo estaba ella misma. Helena enseguida
reconoció la escena. ¡Eran las imágenes de hacía un momento! Y sin embargo, de
nuevo fue incapaz de reaccionar. Se limitó a quedarse de pié, junto a su amiga,
esperando que la pantalla mostrara lo inevitable.
Su vista seguía
clavada en los impresionantes pechos de Sandra. A medida que la escena de su masturbación
avanzaba en la pantalla, Helena vio como los pezones de su amiga empezaban a
marcarse claramente en su vestido, grandes y redondos como dos cerezas.
De pronto Sandra,
sin dejar de mirar la pantalla, empezó a revolverse en su silla, levantándose
el vestido lentamente hasta descubrir su tanga negro. Esa visión encendió tanto
a Helena que se lanzó desesperadamente sobre el escote de su amiga para empezar
a mamar de sus grandes melones. Sandra por toda respuesta, se bajo el tanguita
de un tirón y empezó a frotarse el coñito mientras gruñía, murmurando algunas
cosas sin sentido.
Las manos de la
rubia se confundieron con las suyas, ansiosas por explorar el cuerpo de su
amiga. Y Helena empezó a masajear con vehemencia el chochito de su amiga,
arrancándole pequeños gemidos a cada embestida. Pronto rodaron a la cama
mientras sus lenguas se fundían en un húmedo y lascivo juego. Siguieron los
besos y los abrazos hasta que la cabeza de la rubia fue a parar entre las
piernas de la pelirroja.
Helena se fijo en
la hermosa rajita que tenia frente a ella, cubierta tan sólo por una fina línea
de vello pelirrojo. Pensó que aquel coñito le resultaba extrañamente familiar.
Entonces, movida por un resorte invisible, sintió la necesidad de probar aquel
manjar exquisito y empezó a devorar el coño de su amiga como si su vida
dependiera de ello, arrancándole a Sandra un profundo gemido.
Siguió maniobrando
en la cama mientras sorbía el supurante coño de su amiga hasta que su propio
coño estuvo al alcance de la ansiosa boca de Sandra. La pelirroja de las
grandes tetas no perdió la ocasión y, tras arrancar de un tirón el tanga de
Helena, empezó a pasarle también la lengua a lo largo de la mojada rajita,
deteniéndose de vez en cuando para besar su piel.
Helena sentía su
cabeza dando vueltas por toda la habitación mientras un placer desconocido
invadía su cuerpo con largas oleadas de fuego que la asaltaban desde su coño a
cada lengüetazo que le propinaba su mejor amiga. De pronto sintió una descarga
eléctrica atravesar su columna vertebral seguida de una excitación sin límites.
La suave lengua de
Sandra había empezado a explorar su ano mientras mantenía su culito abierto con
ambas manos. Se sentía flotar, como en un sueño. Y cuando, sin previo aviso,
Sandra deslizó una mano entre sus piernas para meterle de golpe dos dedos bien
hondo en su vagina, fue demasiado para ella y, sin poder contenerse, se corrió
salvajemente retorciéndose sobre el cuerpo de su amiga que seguía lamiendo su
culito con fruición.
El orgasmo de
Helena fue largo y muy intenso. A punto estuvo de olvidar que sus padres
tomaban tranquilamente el café en el piso de abajo y ponerse a gritar como una
poseída, impulso del que a duras penas puso sobreponerse mientras una tras otra
le sacudían las tremendas oleadas de un orgasmo único en su memoria.
Tras aquella
agotadora sucesión de placenteras convulsiones, Helena abrió de nuevo sus ojos
y vio ante ella el precioso coño abierto de su amiga. Sus gruesos y suaves
labios se habían entreabierto ligeramente para dejar emerger un grueso e
hinchado clítoris que apuntaba a su nariz exigiéndole atención. Así que Helena,
cuando aún temblaba con los últimos estertores de su brutal orgasmo, se lanzó
de nuevo a comer aquel coñito pelirrojo, atrapando en su labios la suave
protuberancia de su amiga, quién seguía lamiendo tiernamente su ano, haciéndola
estremecer de placer a cada rato.
No tardó en sentir
como su amiga arqueaba la espalda bajo ella, señalando que su orgasmo se
aproximaba. Entonces, movida por el instinto, hundió tres dedos en aquel coño
hinchado mientras con su otra mano le pellizcaba con fuerza los pezones
provocando en su amiga un orgasmo sólo comparable al que había sentido ella
misma hacia apenas unos instantes. Cuando los espasmos de su amiga se volvieron
incontrolables, Helena sacó al fin los tres dedos que mantenía incrustados en
el jugoso coño de la pelirroja y pegó su boca a aquella vagina chorreante
tratando de atrapar los fluidos que emanaban de ella sin ningún control.
Aquel sabor
viscoso y dulzón en su boca no le desagradaba en absoluto y, aunque no se
parecía en nada al semen de su novio, le resultó de nuevo extrañamente
familiar.
Siguió lamiendo
con cuidado todos los restos de aquel espeso fluido que habían quedado
diseminados sobre los labios del coño de su amiguita y después la besó en los
labios sintiendo en su lengua el sabor de su propio coño. Aquello las estaba
calentando de nuevo y no tardaron en magrearse hasta volver a correrse mientras
se pajeaban la una a la otra sin que sus lenguas cesaran de danzar entre ellas,
La tarde dio paso
a la noche y la voz de los padres de Helena avisando a cenar pareció sacarlas
de un sueño. Pronto no recordarían ni siquiera el haberse besado y, por
supuesto, ninguna de las dos reparo en el piloto de la cámara web que seguía
encendido desde que Sandra había entrado a la habitación, perfectamente
enfocado a la cama que quedaba justo detrás de la silla del ordenador,
produciendo un nuevo video de gran éxito en la red.
Durante la cena,
ellas fueron de nuevo dos amigas convencionales como habían sido durante tanto
tiempo. Antes de despedirse, hablaron de chicos e incluso tuvieron tiempo para
criticar a sus compañeros de pupitre. Tan sólo al ir a besarse, ambas se
extrañaron por lo peligrosamente cerca que sus labios se rozaron en ambas
ocasiones. Aunque lo que sin duda más las turbaba fue la punzada que ambas
sintieron en su entrepierna.
Aquella noche
Helena volvió a masturbarse pensando en su amiga. Por desgracia para ella, no
era capaz de recordar todo lo ocurrido durante aquella tarde. Únicamente
recordaba esa dos enormes e increíbles tetas marcándose bajo el vestido de
su amiga del alma.
Finalmente se
corrió pensando en su amiga mientras clavaba sus dedos en su aún estrecha
vagina. Le preocupaban sus nuevos sentimientos, pues sabía que no tenia
posibilidades con ella (o al menos eso creía), así que se prometió no volver a
pensar en ello.
Promesa que ya en
el fondo sabía que no iba a poder cumplir.
Y mientras tanto
Sandra, en su casa, pellizcaba fuertemente sus pezones mientras imaginaba que
era la cabeza de Helena y no su propia mano la que estaba maniobrando entre sus
piernas.
El poder de osvaldo 20: hermano
consentido
Sandra llegaba
tarde a casa una vez más. Hacia días que procuraba cenar fuera y alargaba lo
más que podía la hora de regreso. Nunca había tenido problemas en casa pero
últimamente prefería no coincidir con su hermano.
Juan, el hermano
de Sandra, era unos años menor que ella y siempre habían mantenido una relación
especial. Era pelirrojo igual que su hermana y tenía la cara cubierta de pecas,
lo cual le daba una aspecto infantil a pesar de haber entrado ya en la
adolescencia.
Siempre había sido
un niño mimado y eso hacia que Juanito fuera un autentico dictador.Su hermana
le idolatraba y él sacaba provecho de su buena disposición siempre que podía.
Lo cual era muy a menudo, puesto que su hermana era la encargada de llevarle al
cole, recoger sus notas y hacer de canguro. Sin embargo su relación en las
últimas semanas había dado un giro extraño y oscuro. De la buena voluntad a la
sumisión hay un paso, pero por mucho que pensaba, Sandra no era capaz de
recordar cuando dio ese paso funesto.
Empezó por lavarle
la ropa y hacer sus deberes como algo natural, un simple favor que su hermanito
le pedía. Pronto era ella quién cumplía con todas las tareas domesticas del
pequeño de la casa mientras éste jugaba a la consola sin preocuparse por nada.
Al cabo del tiempo Sandra empezó a ser consciente de su incapacidad para
oponerse a los deseos de su hermanito. Las veces que se quedaban solos, su
hermano la obligaba a ir al videoclub para alquilar películas pornográficas a
las que él, por su edad, no debería haber tenido acceso. Y Sandra cumplía sus
órdenes sin rechistar.
Comenzó por
alquilar las películas al azar, pero pronto empezó a elegirlas por las
caratulas buscando las que le parecían más excitantes. Y siempre terminaba
alquilando películas sobre lesbianismo y dominación. Al principio su hermano,
que era muy tímido, se encerraba en su habitación para masturbarse viendo la
película en la pequeña tele que tenia en su habitación. Se encerraba durante
horas dándole a la zambomba y después le entregaba a su hermana el pijama lleno
de lefa para que lo lavara.
Algunas veces
había tenido que lavar hasta las sabanas por las manchas que dejabande las
enormes corridas de su hermano. Era evidente que aquello no era adecuado para
su edad y, a pesar de ello, se veía impelida a traerle, un día tras otro,
aquellas películas llenas de morbo y perversión con las que pasaba las horas
muertas. Y al fin llegó el día que Sandra esperaba y a la vez tanto temía en
que su hermano le hizo una petición funesta.
“-Hermanita,
quédate a ver la película conmigo.”
Y como tantas
otras veces Sandra fue incapaz de resistirse a la voluntad de su hermano. Entro
en silencio a aquella habitación pequeña y abigarrada, llena de posters y
discos desordenados y se sentó en el único espacio que había libre, en una cama
deshecha, junto a su hermano. No sabía bien lo que iba a pasar a continuación y
podía oír sus latidos compitiendo en estruendo con su propia respiración
acelerada.
Su hermanito
también parecía nervioso y, tras poner tembloroso el DVD que Sandra había
traído en la pletina de su consola, se sentó tímidamente algo encogido junto a
su hermana y cogió el mando para darle al botón que iba a desatar aquella
locura. Ambos hermanos permanecían inmóviles en la penumbra de la habitación,
atentos a una pantalla en la que se sucedían las escenas grotescas.
Sandra, sin
saberlo, había tenido buen gusto al elegir la película, provocando la sonrisa
del dependiente del videoclub, que en ningún momento había apartado la vista de
sus enormes tetas. Se trataba de un film sadomasoquista con cierto buen gusto
en su depravación e incluso un cierto sentido del argumento con toques
morbosos. Pero el contenido era mucho más extremo de lo que la pelirroja a
simple vista hubiera podido imaginar.
Su coño se estaba
empapando y el nerviosismo de su hermanito aumentaba a medida que el bulto en
sus pantalones amenazaba con estallar. Al cabo del rato el pequeño Juanito fue
perdiendo la vergüenza y empezó a masturbarse de forma ostensible apenas a unos
centímetros de donde ella se encontraba. Comenzó a hacerlo de forma tímida,
pero pronto fue ganando confianza, sacudiendo su poya delante de su atónita
hermana, que permanecía inmóvil.
A pesar de
sus esfuerzos, Sandra era incapaz de moverse. Quería acabar con su penosa
situación y salir huyendo de aquella habitación sombría y maldita. Y, sin
embargo, se veía incapaz de levantarse de la cama sudada y mugrienta de su
hermanito adolescente. Pero eso no era lo que de verdad le preocupaba, pues
sabía que no eran aquellas perversas imágenes reflejadas en el televisor lo que
mantenían la humedad bajo su pijama sino la cercanía de la poya hinchada y venosa
que su hermanito sostenía en la mano.
No podía apartar
la mirada de aquella dura poya y se odiaba por ello. Su mirada iba divagando
entre el enrojecido capullo que se agitaba entre los delgados dedos de su
hermanito y esa expresión de placer llena de ternura que iluminaba su carita,
entrecerrando los ojitos mientras se acariciaba su ya bien formado mastil.
Sandra trató de
evitar que sus miradas se cruzaran, pero pronto unos ojos dieron con otros y
entonces el pequeño, casi en un susurro, le pidió a su hermanita un nuevo favor
con el que ésta, ni en sus peores pesadillas, jamás hubiera soñado.
“-Hazme una paja,
por favor”
Aquello fue la
gota que colmo el baso y Sandra se dispuso a poner fin de forma abrupta a
aquella locura. No entendía como habían llegado a ese punto pero era evidente
que la situación se les había ido de las manos. Le hervía la sangre y se
dispuso a marcharse de allí al instante, pero antes pensó en abofetear a su
hermano por su atrevimiento. Ya llevaba demasiado tiempo siendo un niño mimado
y aquello le había hecho rebasar todos los límites.
Era innegable que
ella tenía parte de culpa, pero ya tendría tiempo más tarde para recabar en
ello, ahora era el momento de frenar a su hermano. Incluso llegó a alargar el
brazo para estamparla en la mejilla de aquel pequeño depravado pero, en lugar
de eso, vio horrorizada como su propia mano se afanaba en sujetar el duro falo,
que empezó a masturbar suavemente logrando que derramara las primeras gotas de
líquido preseminal.
Juanito manoseaba
los grandes pechos de su hermana quien, tras vanos intentos de zafarse con la
única mano que tenía libre, resignada, le dejaba hacer. Era como si estuviera
demasiado concentrada en su tarea de masturbarle como para esforzar en detener
sus ávidos tocamientos. Con el transcurso de los largos minutos, al fin
derrotada, su propia mano fue a buscar los secretos de su encharcado pijama y
empezó a frotarse ya sin disimulos.
Aquel no fue en
absoluto un asunto aislado sino el comienzo de una serie de abusos y
humillaciones a los que su hermano la sometía a cada momento en que tenía
ocasión. De cara a los demás, era un ser encantador e inocente, un angelito al
que nadie hubiera creído capaz de todas aquellas sucias acciones. Pero, cuando
se quedaban solos, no perdía ocasión para sobarla, restregarse contra ella y
muchas otras cosas que se habría visto incapaz de confesarle a nadie.
Y después vino
aquella fiesta. No sabia porque había traído a su hermanito menor al cumpleaños
de su amiga, aunque ella misma lo había pedido. Apenas recordaba nada de
aquella fiesta infernal, había llegado a sospechar que alguien le hubiera
puesto algo en la bebida. Y los pocos flashbacks que le llegaban, más propios
de un sueño o una pesadilla que de la realidad, le daban escalofríos.
Ella procuraba no
pensar en ello, pero era evidente que la actitud de su hermano desde entonces
había cambiado. Antes era un mimado pero no tan perverso. Pero ahora explotaba
cada segundo a solas para dar rienda suelta a sus mas oscuros pensamientos.
No podía negar que
aquello la excitaba, pero el hecho de que fuera su propio hermano, con el que
había convivido desde pequeña, el que le provocara todas esas deliciosas
sensaciones la hacía sentir la más sucia entre las mujeres. Por eso, aunque era
incapaz de negarse a las peticiones del pequeño, decidió pasar en su casa el
menor tiempo posible para poder mantenerse alejada de sus deseos.
Se trataba tan
sólo de una solución peregrina pero, a estas alturas, Sandra se veía incapaz de
pensar con claridad. Y su determinación precaria parecía haber dado buen
resultado hasta el momento. Pues las ultimas noches, cuando había llegado, su
hermanito estaba distraído o durmiendo.
Sin embargo
aquella última noche no tuvo la misma suerte que las anteriores y, nada
más entrar, pudo ver que su hermano estaba despierto por la luz que la puerta
entreabierta proyectaba sobre la pared del pasillo. Era imposible llegar a su
cuarto sin pasar ante aquella rendija así que, de forma decidida trato de
escabullirse haciendo el mínimo ruido posible. Pero al pasar ante la puerta del
pequeño, éste pareció darse cuenta y todo se fue al traste.
“-¿Sandra? ¿Eres
tú? …entra!”
Se sentía
impotente ante las exigencias del más pequeño y entró con actitud sumisa.
Sandra mantenía la mirada en el suelo y sus mejillas se habían enrojecido
preguntándose lo que vendría a continuación.
“-Hola Juan. ¿Qué
quieres?”
La pelirroja,
avergonzada, hablaba con un hilillo de voz sin atreverse a alzar la mirada por
temor a toparse con la de su hermano.
“-¿Tú qué crees? ¡Enséñame
las tetas!”
Y Sandra, de nuevo
impotente, tuvo sólo la autonomía suficiente para cerrar la puerta con pestillo
antes de bajar los tirantes de su vestido para exhibir sus grandes melones
antes la atenta mirada de l adolescente, quién ya se había sacado la poya para
disfrutar a fondo del espectáculo. No podía negar que se estaba
excitando ante el morbo de ver a su tierno hermanito meneándose la poya
con la mirada fija en sus duros pezones y no pudo evitar preguntarse cual de
los dos era el verdadero depravado. Entonces una pregunta la sacó de sus
pensamientos.
“-¿Qué son esos
moratones?”
Sandra fue la
primera sorprendida al hallar aquellas claras señales que delataban los
recientes lametones de su amiga que ella misma era incapaz de recordar. Y sin embargo
respondió al instante como si de una autómata se tratara.
“-Parecen
chupetones.”
“-¿Y quién te lo
ha hecho?”
La voluntad de
Sandra, cada vez más plegada a los caprichos de su hermanito, de pronto sintió
la necesidad de escarbar en su memoria. No le fue fácil pero, tras varios
esfuerzos, pudo visualizar la melena rubia de su mejor amiga aplastada entre
sus firmes melones. Aún no era capaz de comprender, pero si logró contestar.
“-Ha sido Helena.”
La propia Sandra
fue la primera sorprendida por su respuesta e inmediatamente vio como su
hermano enloquecía aumentando el ritmo en que se acariciaba la poya hasta
machacársela de forma febril. Su cara seguía siendo la de un niño, pero en su
mirada ya no había más que lujuria y perversión.
“-Dime, ¿qué más
te ha hecho? ¡Cuéntamelo todo!”
Sandra iba
recordando lo sucedido a medida que su propia voz lo narraba. Fue como vivir
por primera vez lo sucedido con su amiga del alma, oculto en su memoria hasta
ese preciso instante. Y sin pudor describió con todo lujo de detalles como se
habían comido los coños en casa de su amiga, compartiendo techo con sus propios
padres. Y mientras le narraba los morbosos hechos, exhibía sus grandes melones
descaradamente ante su hermano pellizcando a cada rato suavemente sus pezones.
El aún inexperto
Juanito no tardó mucho en explotar y lo hizo derramándose sobre los voluptuosos
pechos de su hermanita quién, a estas alturas, recibió gustosa su
corrida. Al terminar su narración, Sandra podía sentir sus braguitas
empapadas desde la parte inferior de sus nalgas hasta el vientre. Estaba salida
perdida.
“-Quiero que me
enseñes a comer un coñito.”
Sandra no estaba
preparada para esa petición. Realmente creía que, al menos por esa noche, su
hermanito se conformaría con hacerla exhibirse como una puta sin que la
cosa tuviera que ir a más. Pero se equivocaba y, resignada, Sandra se quitó sus
empapadas braguitas y, sin ni siquiera sacarse el vestido, se arremangó la
falda y se plantó abierta de piernas mostrando su preciosa matita pelirroja
bien recortada como si fuera un desafío ante su hermano.
Después fue
guiando paso a paso al pequeñín sobre como convertir su montañita en un volcán.
Pronto el enano de la casa le estaba arrancando unos gemidos que, si no hubiera
estado mordiendo la almohada una y otra vez, sin ninguna duda habrían
despertado a sus padres. Estaba desatada y, cuando sintió que iba a correrse,
obligó a su hermano a detenerse para ponerse a cuatro patas con el vestido
arremangado por la cintura.
“-Ahora prueba a
comérmelo desde atrás.”
Sandra le había
estado mostrando todos los puntos débiles de su anatomía y la lengua de su
hermano, a pesar de su inexperiencia, estaba a punto de hacerla enloquecer. Ya
totalmente ida, instruyó al pequeñín para que maniobrara también con su lengua
en su estrecho ano y los gruesos labios de su dilatado coño mientras
hundía sus delgados deditos en la vagina.
De vez en cuando,
Sandra dejaba de pellizcar sus pezones y dirigía una mano a su entrepierna para
estimular el hinchado clítoris que su hermanito mantenía abandonado con sus
maniobras periféricas. Llegó un punto en que no pudo contener su excitación por
más tiempo y se derrumbó suplicando al pequeño adolescente que la penetrara con
vehemencia.
“-¡Follame,
Juanito! ¡Follame fuerte!”
Y mientras
suplicaba volvió la cabeza para dirigir a su hermano una mirada sucia y
anhelante que ningún hombre habría sido capaz de resistir. Y el inexperto
Juanito no era un hombre, sino un adolescente con las hormonas en ebullición.
Un adolescente que no tardó ni un segundo en abalanzarse sobre su hermana con
la poya en la mano para penetrar en ella, perdiendo su virginidad en ese
instante gracias al cálido abrazo de aquél húmedo y ardiente coñito fraternal.
Ambos hermanos se
embestían mutuamente mientras jadeaban como dos animales. A cada una de las
duras embestidas de aquel adolescente enloquecido, Sandra salía a su encuentro
con un golpe de cadera que hacía que la joven poya penetrara secamente hasta
los confines más ocultos de su vagina. Buscaba aquella embestidas de forma
febril, y siguió empujando hasta que su hermano hubo derramado la última gota
de leche en su interior.
Después, algo
confusa, se volvió a colocar el vestido y salió tambaleándose de aquella
habitación maldita olvidando sus bragas mojadas que habían quedado tiradas en
un rincón, dejando un charquito en el suelo.
Sus
pensamientos eran un caos, divagando de su amiga a su hermano y a tantas y
tantas veladas que por sí misma era incapaz de recordar. Tardó un buen rato en
dormirse y al final lo hizo con un mano enterrada bajo su pijama mientras
susurraba entre gemidos el nombre de su mejor amiga.
El poder de osvaldo 21: la niña
de papá
Rafael Argüelles era un hombre disciplinado.
Todos los días se levantaba a primera hora y, tras un breve desayuno, entraba
en su despacho donde preparaba la jornada al milímetro y despachaba sus asuntos
personales. Así había construido todo su imperio político y, en su más íntima
consciencia, basaba todos sus logros en una férrea disciplina que nunca había
quebrantado.
Su moral y su comportamiento tanto en público
como en privado habían sido siempre intachables. También se había preocupado de
que, al menos sus más allegados, fueran gente limpia e incuestionable. Podría
decirse que seguía la máxima de Julio Cesar de que “la mujer del Cesar no sólo
debe ser honrada sino parecerlo”.
Por eso siempre se había creído a salvo de
escándalos. Al menos hasta aquella fatídica mañana en que recibió un correo
anónimo titulado “cosas que debería saber sobre su hija”.
Estuvo un largo rato preguntándose si debía
abrir aquel correo. Pues había algo en todo aquello que le hacia sentir
profundamente intranquilo. Al fin se decidió a abrirlo, aún sintiendo que algo
no iba nada bien. El mensaje contenía un breve texto acompañado por un video incrustado.
Y Rafael se empezó a imaginar lo peor. El contenido del texto por sí mismo ya
era estremecedor. En el podía leerse:
“-Nombre de la esclava: HELENA ARGÜELLES
-Modo de
esclavitud: OBEDIENCIA ABSOLUTA
-Descripción: LA
ESCLAVA DEBE OBEDECER CUALQUIER ORDEN DE CUALQUIER EMISOR. ES INCAPAZ DE
NEGARSE A NADA.
-Características
adicionales: LA ESCLAVA SE ENCUENTRA EN ESTADO DE EXCITACIÓN PERPETUA. SIEMPRE
CACHONDA.”
Don Rafael empezó a reproducir el video de
forma casi automática aunque pronto se arrepintió de haberlo hecho. En él
aparecía su hija, Helena, luciendo uno de sus ceñidos vestidos en lo que
parecían los servicios del instituto. Estaba rodeada por un grupo de
adolescentes que la observaban impacientes. Don Rafael supuso que uno de ellos
debía ser el responsable de la grabación. El audio no era muy bueno, aunque a
través del tumulto, podía distinguirse como alguien le ordenaba que se
levantase el vestido.
Helena pareció dudar por unos momentos, pero
pronto comenzó a levantarse sensualmente la falda de su vestido hasta dejar al
descubierto su fino y bien recortado coñito rubio que apareció claramente
visible ante la cámara. Pronto aquel grupo de chiquillos comenzó a
arremolinarse alrededor de la muchacha.
Ningún padre está preparado para ver a su hija
humillada de una forma tan atroz. Pero para el sr. Argüelles, con su férrea
moral conservadora, aquello fue como verse arrastrado al más cruel de los
infiernos. Su pequeño angelito se había estado paseando por el instituto con
aquel indecente vestido y sin ropa interior. Y ahora se exhibía en aquel video
ante sus ojos mientras era manoseada por un grupo de preadolescentes de la peor
calaña.
Contempló horrorizado como su pequeña parecía
disfrutar con todo ello e iba buscando con sus manos los duros paquetes de
aquellos chicos mientras era sobada de forma brusca por todo el cuerpo. En
algunos momentos eran mas de cinco los que la rodeaban tratando de meter sus
sucias manos por todos los huecos de su vestido.
Helena mientras tanto trabajaba en sus
braguetas consiguiendo que uno tras otro se corriera en segundos. Algunos ya
había eyaculado antes de que la muchacha llegase a liberar sus poyas. Otros lo
hacían en su mano o sobre su vestido. Aunque llegó a meterse varias de aquellas
herramientas en la boca, ninguno de esos chiquillos fue lo bastante audaz como
para meterse entre sus piernas e hincarle la poya en su mas que mojado
chochito. ¡¿Qué puede esperarse de unos pajilleros adolescentes?! A pesar de
ello, lo que sucedía en aquel video iba más allá de la más perversa de las
imaginaciones.
Cuando la muchacha hubo terminado sus tareas
tenía lefazos por todo el cuerpo. Estuvo un rato limpiándose con la ayuda de un
rollo de papel y, cuando terminó, fue ella misma quién se aproximó a la cámara
y la apagó. ¡Ella había grabado toda la escena!
Don Rafael no salía de su asombro. No
entendía por qué su hija habría hecho algo así. Creía conocer a su pequeña.
Ella era como su madre, Beatriz. Su esposa, recientemente, había estado cerca
de ingresar en el Opus Dei. Incluso la propia Helena parecía sentir cierta
simpatía por “La Obra”. No, ella era incapaz de hacer algo así por voluntad
propia. Pero entonces… ¿la estaban extorsionando?
Y a pesar de todos estos pensamientos
negativos, el recto don Rafael era incapaz de apartar la vista de la pantalla.
Vio el video entero casi por inercia y no fue consciente de la erección que
tenía hasta que, al levantarse de su butaca, sintió la presión en su
entrepierna tratando de reventar la bragueta de su pantalón.
Trató de darse ánimos diciéndose a sí mismo
que aquello era normal después de las imágenes que acababa de ver, que él
también era humano, etc. Pero ninguna de esas excusas hicieron que se sintiera
menos culpable cuando, al cruzarse con su hija en la puerta del baño, su mirada
se posó involuntariamente sobre aquel culito perfecto que se dibujaba bajo la
fina tela del pijama.
Rafael estuvo toda la mañana nervioso. Tenía
que hablar con su hija pero no encontraba la manera. Durante el camino en coche
le estuvo preguntando si tenía algún problema. Haciéndole saber que podía
contar con él. Pero Helena se limitó a mirarle extrañada. Era como si no
supiera nada de lo que estaba sucediendo. Y eso confundió aun más a su padre.
Esa misma tarde, mientras esperaba a la
salida del instituto, no podía dejar de preguntarse si algún niñato desalmado
habría estado abusando de su pequeña en algún sucio urinario como en aquel
video que seguía repitiéndose en su mente una y otra vez desde primera hora de
la mañana. Pero al entrar su niña en el coche, tan altiva y risueña como
siempre, volvió a sentir que todo aquello era imposible. Y sin embargo lo había
visto con sus propios ojos.
De nuevo fue incapaz de sacar el tema y pasó
el resto de la semana haciendo como si nada hubiera sucedido. Durante aquellos
días, puso especial atención en examinar el comportamiento de su hija. Pronto
se dio cuenta de que algo había cambiado en su pequeña. En primer lugar
obedecía a todo lo que él y su esposa le decían sin rechistar. Y aquello
no casaba bien con su carácter.
Enseguida observó que cuanto más firmes y
estrictas eran las órdenes que recibía más más fácilmente obedecía y que a
menudo, al cumplirlas, se mostraba sumisa hasta el extremo. Su mujer parecía
considerarlo una señal de madurez. Pero para él había algo más. Y no podía
dejar de pensar en el término “esclava”.
Comenzó a darse cuenta que su altiva hija se
ruborizaba cada vez que recibía una orden. Sus mejillas se teñían de un tenue
color carmín y, algunas veces, podía ver sus puntiagudos pezones claramente
marcados en sus camisas y vestidos. Pronto fue consciente de que su hija nunca
llevaba sujetador y empezó a preguntarse si, como en el video, estaría también
con el coño al aire.
No tardó en cambiar la forma en que Don
Rafael veía a su hija, Helena. Era indudable que aquel misterioso secreto había
levantado un muro infranqueable entre los dos. Pero también es cierto que, al
observarla tan exhaustivamente estaba conociendo aspectos de su pequeña que
nunca habría imaginado. Sin embargo lo que más le preocupaba era la forma en la
que su propio miembro respondía cada vez que aquel video cruzaba por su mente.
Aprovechándose de la obediencia ciega que
Helena parecía mostrarle, se aseguró de que su hija saliera lo menos posible de
casa. No podía prohibirle que fuera al instituto, pero el resto de salidas
quedaron restringidas. No podría decir que tener a su hija todo el día cerca le
tranquilizara. Pero creyó que lo más prudente seria tenerla vigilada hasta que
se aclarase la situación.
La ciega obediencia mostrada por su hija hizo
que se volviera cada vez más estricto, llegando a un punto en que a su propia
esposa le pareció exagerado. Sus órdenes tajantes provocaron más de una
discusión, así que don Rafael aprovechaba los momentos en que estaba a solas
con su hija, cada vez más frecuentes, para darle las instrucciones del día.
Una mañana, antes de llevarla a clase le
exigió a su hija que se levantara la falda del vestido, tratando así de disipar
sus sospechas. Estaba convencido que, si la atrapaba yendo sin bragas se negaría
a hacerlo en redondo. Por eso no supo reaccionar cuando, sin oponer ninguna
resistencia, Helena se subió el vestido descubriendo ante su padre su coñito
desnudo.
Don Rafael permanecía inmóvil en su asiento
con la vista clavada en la rubia mata de pelo perfectamente recortada que
coronaba el pubis de su hija. Era incapaz de respirar. El rubor también era
visible en los ojos de Helena quién, a pesar de ello, mantenía su falda
levantada ante la mirada de papá. Finalmente la situación se zanjó con una nueva
orden.
“-¡Ya es suficiente!”
Y, tras volver la falda a su sitio, los dos
fingieron de nuevo normalidad hasta llegar a la puerta del instituto. Después
se despidieron y cada uno fue por su camino. Aunque Don Rafael no llegó muy
lejos antes de aparcar el coche en un descampado para machacarse frenéticamente
la poya. Aquella fue la primera vez que se tocaba pensando en su hija, aunque
no sería la última.
Desde aquel día, cada mañana antes de salir
de casa obligaba a su hija a que le mostrara el interior de su vestido y
siempre la cazaba sin bragas. Tenía que obligarla a subir a su habitación para
ponerse un par de bragas. En muchas ocasiones, la vigilaba para comprobarlo
personalmente.
La visión del delicioso coñito rubia de su
hija empezó a convertirse en algo cotidiano para Don Rafael y, a pesar de que
sus intenciones no eran malas, aquello empezaba a excitarle mucho. Sin
quererlo, se estaba haciendo adicto a aquella situación morbosa y empezaba a
ser consciente de hasta dónde llegaba el control que era capaz de ejercer sobre
su hija. Pero aún quedaba algo en él que le retenía y le impedía ir hasta dónde
su intuición le decía que podía llegar. Y cada vez que pensaba en ello, su poya
palpitaba bajo el pantalón.
Entonces recibió otro correo electrónico como
el anterior. De nuevo un mal presentimiento le invadió. Y lo que halló en su
interior tampoco iba a gustarle. Aunque, de nuevo, no pudo apartar la vista de
la pantalla, de nuevo con la poya dura.
Aquel video era más fuerte que el anterior.
En él pudo reconocer el vestidito que su hija había llevado al instituto el día
anterior. La escena se desarrollaba en el interior de una aula vacía. Junto a
su pequeña podía apreciarse la presencia de un grupo de chicos de varias
edades, algunos de ellos mayores.
De pronto su hija se levantó el vestido
mostrando su coñito desnudo. Don Rafael dio un brinco en su asiento. Recordó
que él mismo había inspeccionado a su hija antes de salir de casa, comprobando
que iba cubierta, al menos, por un fino tanga de seda.
Pero al parecer hasta aquella escueta prenda
era demasiado para su hijita, que habría aprovechado cualquier momento para
quitarse la prenda. Don Rafael se maldijo a sí mismo por no haberse dado cuenta
antes del engaño de su pequeña. Lo cierto era que se sentía tan culpable que
era incapaz de mirar a su hija, temía ponerse cachondo. Y, más allá de sus
inspecciones matinales, Don Rafael evitaba el contacto visual con su hija.
Sin embargo, ver su joven coñito de nuevo en
la pantalla de su ordenador produjo en el adulto un efecto magnético que le
impedía dejar de mirar. Aquella nueva escena que se desarrollaba ante sus ojos
era considerablemente más dura que la anterior. Aunque todo se iniciaba de
forma muy parecida, pronto se vio claro que aquellos chicos no eran como los niñatos
del anterior video y, antes de que el conmocionado padre pudiera darse cuenta,
aquellos degenerados empezaron a follarse a su hija por turnos ante su atónita
mirada.
Podía oírse perfectamente a la pequeña Helena
gimiendo cómo una puta mientras pedía más y más poya. Ni siquiera se molestaron
en quitarle el vestido y la sostenían en volandas mientras uno tras otro la
iban empotrando contra las paredes de aquel urinario.
Tras follarse a varios de aquellos gañanes,
la propia Helena se dio la vuelta y se levantó el vestido, mostrando el culo a
la cámara mientras inclinaba su cuerpo y separaba sus nalgas con ambas manos.
En ese preciso instante, alguien cogió la cámara del lugar dónde se encontraba
y se acercó a la chica para grabarla de cerca.
Don Rafael pudo ver de cerca los orificios de
su hijita. En la pantalla de su ordenador podía verse el ano de la adolescente
completamente abierto y formando una “o”. La imagen se completaba con la
montañita de su coñito que sobresalía de la parte inferior de sus nalgas. A
simple vista podía apreciarse que estaba empapado.
No tardaron mucho en empezar a follarse aquel
culo. La imagen captó claramente como una dura poya empezaba a abrirse camino
por el pequeño agujero de la rubia. Entonces quien sostenía la cámara se alejó
y pudo verse una imagen general de la escena.
La cara de Helena era un poema. Tenía los
ojos cerrados y las mejillas enrojecidas. No dejaba de resoplar mientras se
relamía recorriendo ambos labios con su lengua. Una de sus manos sujetaba con
fuerza el pecho que se le había salido al bajarse un tirante de su vestido,
aprovechando para pellizcarse el hinchado pezón. Mientras tanto, su otra
mano se mantenía enterrada entre sus piernas.
Llegado a éste punto, Don Rafael no pudo
resistirlo más y, tras aflojar su cinturón, liberó el duro miembro de su
pantalón y empezó a pajearse con furia. Se deleito viendo a su hija gozar
mientras, uno tras otro, aquellos niñatos le reventaban todos los agujeros de
su joven cuerpo. Se sentía culpable pero, aún y así, no podía soltarse la poya
ante aquellas imágenes que empezaban a fascinarle.
Y entonces sucedió algo que le dejó helado.
Alguien habló en la grabación e hizo que todo el mundo se detuviera al
instante. Se trataba de una voz femenina y autoritaria. Era alguien joven y, a
pesar de que no supo identificarla con exactitud, creyó conocer aquella voz.
Entonces obligaron a su hija a ponerse en pié y hablar a la cámara.
“-Saluda a tu papá.”
Ordenó aquella voz.
“-Hola papá. Sé que acabarás mirando éste
video. Espero que hayas disfrutando viendo en lo que me he convertido. Ya no
seré nunca más esa cría arrogante que solía ser. Ahora soy una esclava y
disfruto obedeciendo a todo lo que me pidan. Me gusta que me humillen y me
obliguen a hacer cosas sucias. Si tu me lo pides seré también tu putita. Si no,
te seguiré enviando estos videos para que puedas ver todo lo que te estas
perdiendo.”
En los ojos de aquella rubia podía apreciarse
una mirada vacía, parecía estar en trance o drogada. Don Rafael se había
quedado en estado de shock al oír aquello. Permanecía inmóvil, con la poya
tiesa firmemente agarrada en su mano y los ojos alucinados mirando fijamente la
pantalla. El video se había cortado y, sin embargo, el adulto aún permaneció
así durante largos segundos.
Entonces oyó a su mujer golpeando la puerta
de su despacho y el sobresalto hizo que derramara toda la corrida que llevaba
tiempo aguantando por encima de la mesa salpicando algunos documentos y
poniéndose perdido el puño de su fina camisa de seda. Entonces aún con el pulso
tembloroso, templó su voz y trató de parecer muy sereno en su respuesta.
“-Sí, cariño… ¿qué quieres?”
El poder de osvaldo 22:
consciencia desbocada.
La joven Helena
siempre se había sabido la chica más popular del instituto, tanto por su
belleza y rendimiento escolar como por a extensa fortuna de sus padres. Pero en
los últimos meses sus notas habían empezado a resentirse y, sin ser capaz de
comprender los motivos, veía como lentamente iba perdiendo el respeto de los
demás. O al menos así se sentía. No sé trataba de nada demasiado evidente,
nadie se lo había dicho a la cara. Pero percibía una carga de desprecio en
algunos de sus compañeros cuya causa no era capaz de explicarse.
Su personalidad
tampoco era la misma. Sentía que había perdido toda su fuerza y se comportaba
con todo el mundo de forma sumisa. Su obediencia ante cualquiera llegaba al
extremo de verse incapaz de incumplir una orden directa, por absurda que ésta
fuera.
La relación con su
padre también había variado, volviéndose más oscura. No entendía los frecuentes
cambios de humor de su padre ni por qué se estaba volviendo tan posesivo. Era
cómo si por más que ella se esforzara en agradarle, las sospechas de su viejo
no hicieran más que aumentar. Ni siquiera le había dicho de qué la acusaba.
Y por último
estaba la cuestión de su libido. La joven Helena había pasado en pocos meses de
tener una sexualidad normal tirando a pobre, algún dedito de vez en cuando y un
aséptico polvete con el pijo de su novio, dos o tres veces por semana, en su
coche o en casa de sus padres, a, de pronto, estar todo el día salida como una
yegua en celo. Nada explicaba el motivo de sus ardores, pero desde el mismo
instante en que se despertaba su coño estaba tan inflamado que tenía que
pajearse varias veces para salir de la cama.
Sus faldas eran
cada vez más cortas y sus pantalones más apretados. A menudo sus nalgas
quedaban visibles ante las miradas indiscretas y, más de una vez, su joven y
rubio coñito había permanecido al descubierto por culpa de su escasa y descuidada
vestimenta. Otras veces vestía mallas o pantalones tan ceñidos que su vulva
aparecía perfectamente dibujada en la tela, haciéndose más evidente aún que si
hubiera estado desnuda.
No eran pocos los
que, provocados por su escueta y desafiante vestimenta se acercaban a decirle
todo tipo de groserías. Algunos, los más osados, se aventuraban, ocultos entre
las multitudes, a explorar el aparentemente virginal cuerpo de la muchachas con
sus manos, a veces torpemente, otras con asombrosa habilidad, arrancándole más
de un gemido.
Aquellos
humillantes episodios la excitaban más que nada en el mundo, por mucho que
tratara de ocultárselo a sí misma. Algunas veces evidentes rastros de humedad
aparecían visiblemente en su mallas y tejanos. Por ese motivo empezó a ponerse
falditas cada vez con más frecuencia, aunque eso implicara acabar enseñando sus
encantos al menor descuido.
A menudo se
imaginaba a sí misma practicando todo tipo de actos obscenos con sus compañeros
y profesores, e incluso con sus mejores amigas. Llegó a pensar que alguien
podría haberla drogado. ¿Tal vez la comida? Y que alguno de sus compañeros, o
varios, estaban dándose un festín a su costa, estando ella inconsciente. Eso
explicaría también sus cada vez más frecuentes perdidas de memoria y los
extraños sueños que la asaltaban de noche.
El momento de
llegar a casa era sin duda el más tenso del día. El cambio de actitud que había
sufrido su padre la asustaba como pocas cosas en el mundo. No entendía esas
inspecciones matutinas en las que le exigía mostrarle su ropa interior ni cómo
ella se prestaba a sus crecientes exigencias. ¡Y lo peor era que, una mañana
tras otra, ella siempre olvidaba ponerse su ropa interior!
A pesar de que
nunca la había tocado, podía notar las crecientes miradas de su padre
clavándose en sus curvas a cada rato. Las repugnantes caras de salido que
descubría en el rostro de su antes admirado progenitor perseguían a la muchacha
durante el resto del día perturbando su tranquilidad. Por eso temblaba al
llegar a casa cada tarde, habiendo perdido de nuevo sus braguitas y sin
recordar gran parte de lo que había sucedido durante la mañana.
Aquella tarde, al
llegar a casa, el silenció hizo que aumentara su inquietud acelerando los
latidos de su corazón. Casi dio un salto al escuchar la voz de su padre
llamarla a su estudio. Sus peores temores empezaban a confirmarse y a la pobre
Helena le temblaban las piernas mientras avanzaba por el pasillo de su chalet,
tratando de entallar la falda de su ceñidísimo vestido con la vana intención de
ocultar su desnudez a la penetrante mirada de su padre.
Don Rafael lucía
una expresión tranquila, aunque su colérica mirada dejaba traslucir la tormenta
que estaba librándose en su alma. Helena se estremeció al verle, aunque era
incapaz de dar media vuelta y marcharse. Se limitó a permanecer en la
habitación y obedecer a su padre cuando con voz cavernosa le dijo:
“-Cierra la puerta
y ven aquí.”
Helena avanzó
hasta la butaca que su padre había señalado y se sentó en ella, quedando de frente
a la pantalla del ordenador. Su padre permaneció de pié tras el respaldo.
Helena se ruborizó al darse cuenta que desde su posición le ofrecía a su padre
una inmejorable visión de su escote, pero se sintió incapaz de apartarse o
taparse, al menos un poco, de la indiscreta mirada.
“-Ahora quiero que
prestes atención y me expliques esto.”
Y don Rafael, sin
más dilaciones, puso en pantalla aquél último video que llevaba todo el día
torturándole. Lo había visto ya demasiadas veces. Nadie sabría jamás cuantas
veces se había masturbado el viejo aquella mañana viendo follar a su hija en la
pantalla de su ordenador. Era superior a él, como si una nueva droga infalible
y perfecta hubiera entrado en su cuerpo para apoderarse de su mente.
Pero, a pesar de todo,
era necesario reproducirlo una vez más. Necesitaba ver la reacción de su hija
para poder entender lo que estaba pasando. O al menos eso creía. Quería que
todo aquello hubiera sido tan sólo una treta, una broma pesada o algún tipo de
chantaje. Deseaba con fervor que fuera su carrera y no su alma lo que estaba en
juego. Aunque, en lo más profundo de su ser, empezaba a cuestionarse si
realmente era eso lo que más deseaba.
La situación era
de lo más extraña, padre e hija estaban viendo en silencio aquel sucio video
cuya protagonista era la propia Helena, aunque ella era incapaz de reconocerse
en la chica que aparecía en la pantalla. Y a pesar de todo, empezó a excitarse.
No podía evitarlo, a la dulce Helena le excitaba el porno.
“-¿Puedes
explicarme lo que estamos viendo?”
Helena pareció
volver en sí y alzó su mirada para encontrarse con la de su padre atrapada en
las profundidades de su canalillo. Sus pezones estaban erectos y empezaban a
hacerse evidentes bajo la fina tela de su ceñido vestido.
“-Es una película
porno, pero no entiendo porque me la enseñas”
Don Rafael no
podía dar crédito a lo que oía. Una parte de él seguía pensando que todo
aquello no era más que una comedia, algún tipo de chiquillada de su pequeña
para atraer la atención de sus padres.
Pero aquello había
llegado ya muy lejos y no estaba dispuesto a seguirle el juego a aquella
niñata. Por otro lado, no sabía de lo que él mismo sería capaz si aquella
locura se prolongaba mucho más.
“-¡Basta de
juegos! Quiero oírtelo decir. ¡Quiero que reconozcas quién es la del video! Te
lo ordeno”
Aquellas palabras
fueron cómo una revelación. De pronto se desvaneció la venda invisible que
Helena había llevado sobre sus ojos y al fin fue consciente de lo que estaba
viendo. La impresión fue terrible. Su mundo se derrumbó de repente mientras la
joven Helena rompía a llorar como una niña pequeña.
“-¡No puede ser!
¡Soy yo! ¡¿De dónde lo has sacado?!”
La seguridad de
don Rafael empezaba a quebrarse. ¿Sería posible que su hija no recordara nada?
¿Acaso la habían drogado? Y las palabras “obediencia absoluta”, las mismas que
estaban escritas en el condenado mensaje, no cesaban de martillear su cerebro.
De algún modo empezaba a sospechar lo que se avecinaba, causándole una confusa
y creciente presión en la entrepierna.
“-¡Cuéntame ahora
mismo lo que esta pasando aquí!”
Helena sintió la
necesidad de obedecer y, acto seguido, todo en su memoria pareció aclararse. En
cuestión de segundos fue consciente del infierno en el que se había convertido
su vida. Recordó uno por uno los abusos de sus compañeros e incluso de sus
mejores amigas.
Recordó su amor
por Sandra y su afición a la sodomía y la obediencia. Inconmensurables orgasmos
en incontables orgías quedaron al fin fijados en su memoria, tantos y tantos
momentos de los que sólo había conservado algunas imágenes fugaces.
Pudo explicarle a
su padre todo el calvario que había pasado durante aquellos meses. Don Rafael
escuchaba en silencio. Llegó a creer que podría ayudarla, pero a medida que la
pequeña proseguía con su relato, sintió como toda la sangre de su cuerpo iba
bajando a su poya para no volver a subir. En el fondo de su mente aún podía oír
la voz de su hija en aquel maldito video:
“Si tu me lo pides
seré también tu putita”.
Don Rafael
comenzaba a sentir cómo fuerzas oscuras se apoderaban de su voluntad mientras
aquella voz incesante susurraba “¿A qué esperas? ¡Ya es tuya!”. Trató en vano
de concentrarse, rechazando esos pensamientos en favor de lo que creyó algo de
cordura.
“-No te creo.
¡Demuéstramelo!”
Los ojos del
adulto estaban inyectados en sangre y de pronto Helena sintió miedo por lo que
podría estar pensando. Siempre había sido muy duro con ella y, a pesar de todo,
su padre era la persona a la que más había admirado nunca, quizás la única.
“-Soy tu hija.
¡Por el amor de Dios! ¡¿Por qué no me crees?! Ya te lo he demostrado. ¿No es
suficiente con mi comportamiento de estos días? ¿Por qué iba a grabar un video
así? ¿No ves que me han estado utilizando? ¡Nunca has confiado en mí!”
Una lágrima partió
de sus brillantes ojos azules, recorriendo su rosada mejilla, cerca de la
comisura de sus labios. Miró a su padre con ojos de fierecilla asustada sin
saber que con ello únicamente estaba incitando las ansias del depredador.
“-¿Así que no
puedes evitarlo? ¿Sin importar cual sea la orden?”
La pregunta puso
al fin sobre aviso a la pequeña que empezó a temerse lo peor. No se veía capaz
de adivinar lo que su padre estaría pensando y de pronto entendió lo increíble
que era su historia. Y, a pesar de todo, era la pura verdad.
“-¡Sí! Ya te lo he
dicho ¿Cómo quieres que te lo demuestre?”
Los peores temores
de don Rafael empezaban a confirmarse, ¿estaba su hija tratando de seducirle? Y
de pronto este pensamiento, en sí morboso, empezó a tornarse en indignación al
pensar el viejo que había sido tomado por tonto.
Su propia hija
estaba tratando de jugar con él de forma burda, más propia de una niña que de
la adolescente que era. No podía creer que le diera credibilidad a una fabula
tan burda e infantil. Y, por algún motivo, en lugar de enternecerle, aquella
chiquillada hizo que se enfiereciera aún más con su hija por su pobre
desarrollo mental.
Don Rafael, como
buen facha, era un perfeccionista con todo lo ajeno y, en especial, con los
miembros de su familia. Su mujer y su hija debían ser intachables. Aunque ello
implicara tener una vida sexual monótona y aburrida, tan sólo aderezada con sus
esporádicas escapadas en las que, oculto en la noche, se iba de putas.
Por eso le enfadó
tanto descubrir que su hija, además de ser una guarra, demostrase tan poca
madurez mental. Tan cegado estaba por la rabia que llegó a olvidar lo dura que
estaba su poya al ver aquel coño en pantalla. Así que, cegado por la rabia que
sentía, decidió darle a aquella niña mimada una lección que no iba a olvidar.
“-¡Levántate el
vestido! Cómo no lleves bragas te vas a arrepentir.”
No hay palabras
que puedan describir la expresión de Helena cuando escuchó aquella orden. Aún
le temblaban las piernas cuando se puso en pié y se levantó la falda desde un
lugar donde su coño fuera claramente visible para su padre. Sabía que el viejo
iba a estallar de rabia, pero era incapaz de desobedecer una orden tan clara.
“-Lo sabía.
¡Helena, eres una zorra!”
El viejo don
Rafael no podía pensar con claridad. A pocos metros de su cara volvía a
encontrarse el precioso coñito adolescente de su hija. Era una imagen que,
aunque no quisiera admitirlo, estaba empezando a obsesionarle. Y aquella
endiablada voz en su cabeza que no cesaba de atormentarle estaba empezando a
anular sus defensas. Ya apenas podía pensar al mismo ritmo que latía su poya.
“-Pues si es así,
ponte de rodillas y chúpasela a papá.”
Dos gruesos
lagrimones surcaban aún los carrillos de la pequeña mientras se arrodillaba
frente a su padre incapaz de afrontar su destino. Aún tuvo fuerzas para resistirse
en un susurro mientras llevaba su pálida mano a la entrepierna de adulto.
“-Por favor… ¡no
me obligues a hacer esto!”
Don Rafael parecía
haber perdido el sentido de la realidad. Creyó estar soñando mientras veía como
su pequeño angelito introducía una mano por la bragueta de su pantalón para
extraer la dura verga que escondía. El frio tacto de la mano de su hija le
arrancó el primer suspiro. Y de pronto sintió la cálida presión de unos labios
rodeando su glande para dar paso a una húmeda boca.
De pronto el
adulto creyó volver en sí, saliendo de su ensoñación, y se topó de lleno con la
mirada suplicante de su hija. No podía creer lo que estaba pasando. Su propia
hija estaba de rodillas, practicándole una felación y él era incapaz de
evitarlo. Veía impotente cómo su instinto actuaba libremente. Era como si su
propio cuerpo no le respondiera.
Las dos manos del
adulto habían ido a posarse sobre la nuca de la jovencita y con sus caderas se
follaba impúdicamente la castigada boca de su hija, provocando un sonoro
chapoteo que llenaba el ambiente de toda la estancia. La chiquilla, en lugar de
resistirse, parecía esforzarse en pasarle la lengua a cada rato devorando su
poya como una auténtica profesional.
Don Rafael se
maldijo una y otra vez por no detener aquello mientras su mirada se perdía
entre los senos de su hijita. Con las embestidas, el escote de su vestido se
había descolocado dejando sus dos firmes pechitos al descubierto con los
pezones de punta.
El viejo trató de
desviar su mirada cometiendo el error de posar sus ojos sobre el rostro
angelical de su hija. La imagen de su pequeño ángel mancillado, con su rubio
moño medio desecho, la expresión compungida y las mejillas sonrojadas, mientras
su dulce boquita engullía una y otra vez su duro falo, era mucho más de lo que
el veterano político era capaz de asimilar.
Sintió una
descarga eléctrica que le recorrió de los tobillos hasta lo alto de la columna
vertebral y una cantidad inconcebible de semen salió a borbotones de su
palpitante estaca inundando de fluidos el esófago de su propia hija. Cerca
estuvo de perder el conocimiento y por unos momentos creyó que iba a tener un
infarto.
Pero, a pesar de
la increíble cantidad de semen paterno que había tragado, Helena seguía mamando
incansable aquella poya que no había llegado a soltar ni un segundo. Tal era su
grado de obediencia que tenía que seguir mamando aun sabiendo ya que su padre
había terminado. Por eso no se detuvo hasta volver a levantar aquel mástil.
Tuvo que ser el adulto quién, en un achaque de cordura, la apartó de un
manotazo forzando al fin que se detuviera.
“¿Qué haces?
¿Estás loca? ¿Es que no sabes parar?”
A estas alturas,
ya no sabía muy bien cómo actuar. Acababa de derramar su simiente en los labios
de su única hija y un creciente sentimiento de culpa empezaba a abrirse paso en
su locura. Aunque, como ya era costumbre, enseguida hallo una justificación
para su propia maldad. Seguía sin creerse ni una palabra.
“-¿Acaso no es
esto lo que querías? Lo llevas buscando desde hace tiempo.”
Helena aún tuvo
que tragar parte del semen que había quedado desperdigado en su boca antes de
poder hablar. Lo hizo ya casi sin fuerzas, empezaba a importarle poco como
acabará todo aquello.
“-¡Ya te lo he
dicho! Sólo hago lo que me ordenas. No puedo hacer otra cosa.”
Aquello sonó más a
una súplica o sollozo que a la respuesta cabal que el adulto esperaba. Ni por
asomo iba a tragarse esa sarta de majaderías y, a pesar de todo su hija parecía
empeñada en seguir con su absurda historia. Empezó a dudar de su salud mental.
“-¿Vas a decirme
que no has disfrutado? ¡Contesta!”
Llegados a éste
punto Helena no pudo contener la mirada y bajó la vista apartando sus ojos de
los de su padre. Tenía que contestar, no había otra salida, y a pesar de ella
opuso más resistencia incluso que cuando, segundos antes, se había rebajado a
chupar ese sucio miembro. Pero no podía asumir la vergüenza que iba a conllevar
su sincera respuesta, la única que podía salir de sus labios.
“-Sí, he
disfrutado chupándole la poya a mi padre”
Inmediatamente, el
falo del adulto dio un respingo ante aquella revelación. Se veía incapaz de
prever las consecuencias de todo aquel sinsentido y, sin embargo, permaneció de
pié, en su estudio, con su poya brillante y erecta sobresaliendo por la
bragueta de su pantalón sin hacer nada por terminar con la situación.
Frente a él, su
preciosa hijita, la joya de su familia, seguía de arrodillada en el suelo con
algunos rastros de lefa todavía calientes resbalando por su bello rostro. Su
poya volvía a estar como una estaca y sintió como las palabras salían por si
solas de su boca.
“-Tócate para mí.”
Helena sentía como
una auténtica batalla se libraba en su interior. Aquello era lo más humillante
que le había sucedido en toda su vida, mas que nada de lo que hubieran podido
hacerle ninguno de su compañeros de clase y, a pesar de ello, para su
vergüenza, el morbo había hecho mella en la jovencita. Su perfecto coñito
redondo le ardía como nunca. Por eso se sintió en parte aliviada al escuchar
aquella nueva obscenidad de su padre.
Sus últimas
esperanzas de resistencia se habían esfumado al escuchar su propia confesión.
Ahora lo único que importaba ya para ella era llegar por fin al ansiado clímax.
Por eso no titubeo al levantarse, ni siquiera cuando, tras sentarse cómodamente
en el escritorio, se levantó la falda del vestido y separó las piernas para que
su coño fuera bien visible a la ansiosa mirada de su progenitor.
Don Rafael
contempló extasiado como su pequeña se humedecía con la lengua dos de sus finos
dedos y, sin dejar de mirarle a sus ojos, los llevaba a su entrepierna para
empezar a frotarse el clítoris como si su vida dependiera de ello. Su otra mano
deambulaba entre sus pechos, martirizando alternativamente uno y otro pezón con
su uñas.
Su pierna derecha
se mantenía flexionada, con el pié sobre la mesa, mientras su otra pierna
colgaba del escritorio haciendo contrapeso y ofreciendo al excitado papá una
inmejorable visión del coño de su hijita abierto ante sus ojos de par en par.
Su mano conocía bien el caminito que conducía al éxtasis y pronto empezó a
jadear sonoramente. Y, a pesar de todo, aún hizo un último esfuerzo para hacer
entrar a su padre en razón.
“-No… ¡mmmm! me
esperaba esto de ti. ¡mmmm! ¡ahhhh! ¿Tú también… ¡mmmmm! ¡oh!, ¡oh!, ¡oh!… vas
a usarme cómo si fuera una muñeca? Esperaba… mmm… más de ti… ¡ufff! Papa.”
Pero, por mucho
que se esforzaba, nada de lo que dijera resultaba creíble mientras siguiera
hablando sin dejar de masturbarse. A duras penas era capaz de contener los
gemidos para decir mas de cuatro palabras seguidas. Le resultaba imposible
mantener la compostura mientras su propio dedo corazón taladraba sin piedad su
mojada hendidura, por eso no sonaba nada convincente.
El efecto, como
era previsible, fue el contrario al esperado. El adulto pudo percibir el vicio
que exhalaba la encendida mirada de su hija. Desde su punto de vista aquella
zorrita no estaba haciendo más que provocarle una y otra vez, incitándole a
abusar de ella mientras la muy desvergonzada seguía con su sucio jueguecito
erótico.
“-mmm ¿No quieres
que pare? ¡oh! ¡sí! mmm ¡Haz que pare papaaa! ¡Oooooh! mmm mmm ¡Haz que pare!”
Don Rafael,
inmóvil, permanecía boquiabierto al comprobar hasta dónde podía llegar la
depravación de su hija. Estaba tan nervioso que todavía no había reparado en
que su poya volvía a estar erecta y sobresalía como una lanza de su pantalón.
Tuvo que tragar saliva antes de volver a hablar. Estaba harto de juegos.
“-¿Es que acaso no
estas disfrutando?”
Helena se había
tumbado totalmente sobre el amplio escritorio, dejando su coño alineado con la
pantalla del ordenador. No había dejado de tocarse ni por un momento. Mantenía
sus dos piernas flexionadas junto al cuerpo mientras su mano chapoteaba
incansable en su pegajosa y enrojecida intimidad.
Su otra mano ya
había iniciado el camino que conducía a su más preciada cavidad, trazando
suaves y placenteros círculos con su dedos alrededor de su culito. Alzó la
cabeza antes de contestar, clavando su ardiente mirada en los ojos de su padre,
que tenía la vista fijada en los duros pezones que asomaban al caer los
tirantes de su vestido. La chiquilla apenas podía hablar.
“-mmm ¡No! rrr ¡ES
muy humillante! ¡oh! ¡si! ohoooo! Pero me excita…. ¡ah! ¡ah! ummm …pero me excita.
mmm Si sigo asi… mmm ¡oh! ¡ahhhh! mmm me, me… ¡me voy a correeeeeeer!”
Mientras hablaba,
aquella chiquilla, había hundido el dedo índice de su manita izquierda hasta el
nudillo dentro de su ano. Su otra mano no paraba de castigar su exultante
chochito rubio que empezaba a mostrar los espasmos previos a una auténtica
erupción volcánica.
”-¿Quién a dicho
que podías correrte? ¿no has dicho que me obedecerías en todo? Vamos a ver si
es verdad. ¡Ni se te ocurra correrte hasta que yo lo diga! ¡¿Me has oído
mocosa?!”
Don Rafael escucho
sus propias palabras y éstas le parecieron irreales. No se reconocía a si
mismo. Por suerte, pensó, la bruja de su mujer no estaba en casa y tardaría aún
mucho en llegar. Así que al fin decidió dar rienda suelta a la vena sádica que
tanto tiempo llevaba pugnando en salir de su interior y apoderarse de sus
actos.
Helena sentía como
su orgasmo había quedado detenido en mitad del proceso provocándole un tremendo
calambre a la altura de sus caderas. Era como si el tremendo placer que precede
al orgasmo hubiera permanecido sin llegar a estallar, haciendo enloquecer a la
joven. Tan absorta estaba en sus sensaciones que no percibió las maniobras de
su padre al acercarse hasta que sintió cómo unas manos le sujetaban ambos
muslos, manteniendo su coño expuesto.
Y a pesar del
fuerte reparo que sentía, la joven estaba tan excitada que no necesitó una
orden para alzar sus caderas en busca de la boca paterna. Necesitaba desfogarse
como fuera, deshacerse de aquella embriagadora sensación tan incomoda como
extremadamente placentera para hallar al fin la ansiada explosión.
La rasposa lengua
del adulto la hizo enloquecer. No recordaba haber estado tan excitado ni
siquiera bajo las ordenes de sus depravados amos anteriores. Y lo único que le
importaba ya era su propio placer.
Dan Rafael estuvo
un buen rato recreándose con el hinchado clítoris de su pequeña que, a estas
alturas, estaba duro como una pelota de golf. De su coñito emanaba un espeso
liquido blanquecino que el viejo engullía con fruición. Finalmente, embriagado
por el aroma de su propia estirpe, se alzó con la dura poya en la mano y,
deshaciéndose de sus molestos pantalones, la hundió, entre jadeos, en lo más
profundo de su propia hijita.
Estuvo envistiendo
a su retoño una y otra vez mientras la dulce rubita, abandonada a sus
sensaciones, salía a su encuentro con su caderas para perderse en una bruma de
incesante placer. Cada vez estaba más cercana al orgasmo y, sin embargo, el
orgasmo no llegaba. Y al cabo del rato sintió, angustiada, cómo el falo paterno
se hinchaba y palpitaba, derramando hasta la última gota de su simiente en su
interior.
Aquello hizo que
la pequeña, por un momento, volviera en sí profiriendo un tímido sollozo. Su
padre, al oírla, retiro la poya de su interior provocando un obsceno sonido al
sacarla. Después la obligó a ponerse en pié con gesto severo mientras le
estiraba de los pelos y le plantó una sonora bofetada en mitad de la cara.
“-¡Eres una puta!
¡Mi propia hija!”
Helena se llevó la
mano a la mejilla mientras sollozaba. Observó confundida cómo su padre,
enfurecido, le dirigía todo tipo de improperios. El mismo que segundos atrás
había estado abusando de ella hasta violarla, ahora quería hacerle cargar con
todas las culpas.
Sentía una gran
impotencia y unas irresistibles ganas de llorar. ¡Estaba tan humillada! Y lo
más desesperante de todo era ser consciente de que su coño seguía pidiendo
guerra a gritos.Y, en un último esfuerzo, trató de conseguir piedad.
“-¿Por qué me
haces esto? ¡Yo no he podido evitarlo! Ya te lo he explicado. ¡¿Qué más pruebas
necesitas?!”
Don Rafal estaba
ya hastiado de aquella absurda historia a la que su hija recurría
constantemente, tratándole de imbécil. Cómo tratando de ocultar que era ella
quién había acorralado a su padre hasta obligarle a follarla. De algún modo
aquella mocosa estaba intentando hacer que se sintiera culpable de lo que había
pasado y, aunque los remordimientos ya estaban empezando a hacerse notar en su
consciencia, no estaba dispuesto a olvidar que había sido ella quién le había
arrastrado a tan lamentable situación. Así que se decidió por humillarla una
vez más con sus atroces palabras.
“-Si de verdad
eres tan obediente, ¿por que no te corres ahora? ¡Va! ¡Córrete para papá!”
El adulto fue lo
más despectivo que pudo empleando el mismo tono que usaría al dirigirse a una niña
pequeña. Creía que con aquello iba a dejarla descolocada y que, cómo mucho,
reaccionaría haciendo alguna de sus guarrerías, ya le daba igual. Tras su
segunda corrida empezaba a verlo todo de forma distinta.
Lo que no se
esperaba es que su hija se derrumbara de pronto, nada más terminar de
pronunciar esa frase. Sus rodillas se doblaron y la muchacha cayó al suelo
mientras aullaba de placer y su cuerpo se estremecía en interminables espasmos,
retorciéndose sin control.
Al principio creyó
que fingía, pero más tarde el adulto empezó a dudar de la salud mental de su
hija. La vio en el suelo retorcerse boqueando y babear cómo si tuviera un
ataque de epilepsia. Sus manos, por un acto reflejo, habían ido directas a su
coño, dejándolo de nuevo al descubierto. Entonces el adulto reparó en la
abundante cantidad de flujo que se estaba derramando entre las piernas de la
muchacha, dejando un claro rastro en la moqueta de su despacho.
Rafael Argüelles
miraba embobado aquella macabra escena. No, su hija no podía estar fingiendo.
Aquello era alguna clase de histeria. ¿Tal ves la hipnosis? Y mientras el
adulto se hacía todas esas preguntas, su hija permanecía en el suelo tratando
de recuperarse del tremendo orgasmo.
Demasiadas
sensaciones para el adulto quién, cansado, volvió a sentarse de nuevo en la
butaca en la que minutos antes había estado su hija. Frente a él, la pantalla
del ordenador seguía reproduciendo el video causante de todo, una y otra vez.
Cuando miró a la pantalla volvió a toparse de nuevo con el imborrable discurso
de su pequeña a la cámara y la aquella misma frase que le había estado
perturbando durante todo el día volvió a resonar en su interior.
“Si tu me lo pides
seré también tu putita.”
Miró de nuevo a su
hija, cómo tratando de asimilar aún lo que había pasado. Esta vez sintió cierta
ternura e incluso compasión por ella, como si al fin estuviera comprendiendo
cual era la situación en realidad. Aunque aún se resistía a aceptarlo.
“-Ven aquí
pequeña, siéntate en mis rodillas. Quiero comprobar una cosa.”
Helena se sintió
reconfortada ante el evidente cambio en el tono de voz de su padre. Acarició un
poco su cuerpo, relajada después de aquella corrida descomunal. Y se puso en
pié, ronroneando mientras trataba de recolocarse los pechos de nuevo dentro del
vestido.
Sin mediar
palabra, se sentó obediente en el regazo de su padre cómo lo hacía cuando era
una niña. Aún podía sentir como los restos de semen resbalaban de su vagina y,
mezclándose con sus propios jugos, se iban deslizando por su rajita hasta mojar
sus muslos y su vestido. Pudo sentir como el miembro de su padre crecía de
nuevo mientras éste le susurraba al oído.
“-Hazlo otra vez.
Vuelve a correrte para papá.”
Y la joven
engreída volvió a sentir como su coño estallaba en una inacabable sinfonía de
sensaciones que la hacían vibrar y expulsar jugos al mismo tiempo. Sintió que
iba a desfallecer cuando sintió la rasposas manos de su padre recorrer todo su
cuerpo cómo tratando de averiguar lo que en él estaba pasando.
Primero inspeccionó
sus duras tetas puntiagudas metiendo sus rudas manos por debajo de los tirantes
del vestido de su pequeña. Sus pezones parecían a punto de estallar mientras su
pequeña se retorcía sin parar en un interminable orgasmo.
Más tarde llevó
sus manos a la entrepierna de la chiquilla, sorprendiéndose por la cantidad de
liquido que la jovencita seguía derramando. La interminable corrida ya había
traspasado la fina tela del vestido de la chiquilla y estaba amenazando con
arruinarle el pantalón. Tras meter una mano bajo la falda de su retoño, pudo
comprobar hasta que punto estaba caliente su pequeña. Y la sacó empapada, desde
la punta de los dedos hasta palma.
Continuó
pajeándola y martirizándole los pezones hasta que verificó que su pequeña había
terminado de correrse. Después la miró a los ojos y hallo en ellos las más
absoluta sumisión. Estaba empezando a creer de verdad en todo aquello, por
extraño que pudiera parecer.
En la pantalla, de
nuevo, volvía a empezar el video y, esta vez, el viejo, se fijó mejor en los
detalles. Percibió esa mirada extraña en los ojos de su pequeña. Tampoco se le
escapó que continuamente estaba recibiendo ordenes de una u otra persona. Y,
por ultimo, lo que más llamó su atención fue el pequeño corte que había en la
grabación justo antes de que Helena soltara su discurso de sumisión.
Al fin empezaba a
tener sentido toda la historia. Alguien había estado manipulando a su hija y la
había convertido en aquello. ¿Pero quién había sido? Y, ¿por qué? Aunque de
algún modo esas preguntas iban perdiendo importancia a la vez que aquella
maldita voz volvía a abrirse camino en su cabeza:
“Si tu me lo pides
seré también tu putita”
El adulto volvió a
sentirse como extranjero en su propio cuerpo mientras contemplaba, impotente,
como sus propias manos soltaban las duras tetitas de su pequeña tan sólo para
volver a desabrochar su pantalón y soltar su sucio y erecto falo de nuevo ante
su pequeña.
“-Límpiame la poya
con la boca y trágatelo todo.”
Un largo gruñido
escapó de sus labios cuando volvió a sentir los labios de su hijita rodear su
capullo. Había estado con bastantes prostitutas, pero nunca ninguna le había
hecho nada que pudiera compararse a las sensacionales mamadas que le estaba
regalando su hijita. El honorable don Rafael se veía incapaz de controlarse a
sí mismo y ya ni siquiera la culpa iba a ser capaz de frenarle.
“Al menos nadie lo
va a saber nunca.”
Así se decía a sí
mismo mientras su mano se perdía de nuevo en el escote de su pequeña. No tardó
en explotar otra vez, derramando hasta la última gota en aquella boquita que
tantas otras veces había tenido que alimentar, aunque jamás de forma tan
placentera.
Entonces una loca
idea asaltó su mente y, mientras su hijita seguía sacándole brillo a la
herramienta, decidió contestar aquel correo electrónico que tanto placer le
había proporcionado y, sintiendo aún la cálida lengua jugando con su enorme
glande, se dispuso a escribir una sentida respuesta.
“Gracias por éste
regalo. Siempre les estaré agradecido. Quedo a vuestra disposición. Atentamente
–Rafael Argüelles-“
Y
tras darle al botón de enviar, obligó a Helena a ponerse en pié mientras le
tiraba del pelo y le hundió de un sólo golpe el dedo corazón hasta el fondo del
culo. El adulto había perdido por completo los papeles pero ya le daba igual.
Tiró de la rubia cabellera, retorció el dedo que había clavado entre las suaves
nalgas y diciéndole todo tipo de obscenidades la obligó a venirse una vez más.
El poder de osvaldo 23: secretos
de familia.
Sandra se
despertó con el coño en llamas. Todavía conservaba en su labios un agrio sabor
a semen. La noche anterior, como tantas otras, su hermanito le había obligado a
chupársela hasta vaciarse en su boquita. Y ella se había tragado toda su
corrida sin rechistar.
No conseguía
entenderse a sí misma. La situación era humillante y seguía degradándose cada
vez más, sin embargo, por mucho que lo intentara, era incapaz de oponerse a los
deseos de su hermano. Y, muy a su pesar, la situación empezaba a gustarle.
No podía
negar que todo aquello la excitaba más que nada de lo que hubiera experimentado
en su vida anterior. Se sentía sucia y humillada. Y eso la ponía a mil. Nunca
se había masturbado tanto como durante aquellas últimas semanas. Sentía que se
iba a deshidratar de tanto correrse y, aún y así, no se quedaba satisfecha
hasta sentir la larga, estrecha y muy dura poya del pequeño Juanito clavándose
en su hambriento y excitado coño.
Cada vez
disfrutaba menos de los asépticos y desangelados polvos que le echaba su novio
las pocas veces que conseguía mantener su erección. Y la excitación de la joven
muchacha no paraba de crecer exponencialmente. Comenzó a modificar sus
hábitos de forma inconsciente. Lo cierto es que Sandra nunca había sido
demasiado recatada. Sin embargo, sus faldas y sus escotes empezaron a acortarse
cada vez más hasta reducirse a su mínima expresión hasta el punto de empezar a
llamar la atención por la calle.
No es que
antes hubiera pasado desapercibida. Sus enormes y bien formados pechos adolescentes,
unidos a su larga melena pelirroja y sus grandes ojos verdes, siempre habían
hecho estragos. Pero, últimamente la cosa se estaba yendo de madre y empezaba a
escapar a su control. Cada vez eran más los hombres que se acercaban a
susurrarle asquerosidades al oído sin que pareciera importarles su temprana
edad. Algunos llegaron a propasarse tanto con la chiquilla que habrían
estremecido al mismo marques de Sade.
No había día
en que alguien no aprovechara las aglomeraciones de la hora punta para recrearse
con los atributos de la pequeña lasciva. Nunca profirió un sonido, ni una sola
queja. Se limitaba a dejarse hacer cada vez que un desconocido posaba sus manos
o su paquete sobre ella, sin importarle si lo hacían de forma más o menos
disimulada. Y, en mas de una ocasión, ella misma los buscaba.
Su coño
siempre estaba mojada, manteniéndola en un estado de excitación febril.
Aprovechaba cualquier momento para desfogarse, desde primera hora de la mañana,
utilizando para ello sus manos o cualquier objeto que tuviera a su alcance.
Pero lo único que conseguía era estar cada día más cachonda.
La mayoría
de sus recuerdos seguían reprimidos, pero estaban haciendo meya en el
subconsciente de la pelirroja. Cada vez que pensaba en su novio o sus amigas
miles de imágenes obscenas cruzaban por su mente sumergiéndola de nuevo en su
particular ensoñación. No había compañero o compañera suya de clase a quién no
visualizara teniendo sexo en las más variopintas formas y posturas. Era como si
conociera su olor, su sabor.
Por supuesto
ella no sabía que había saboreado ya muchas veces todas y cada una de aquellas
poyas y aquellos coños. Era como si su cuerpo tratara de avisarla de lo que
estaba sucediendo y de lo mucho que le gustaba en realidad su nueva vida. Y así
fue como, progresivamente, su vida se había ido adaptando a los condicionantes
que le habían sido dados.
Osvaldo le
causaba una especial turbación. Recordaba muy bien el poco respeto que ella y
sus amigas habían mostrado siempre por el chico. Sin embargo, ahora era incapaz
de pensar en él sin llegar a marearse de la excitación. Le veía como una fuente
inacabable de placer y depravación. Sentía que haría cualquier cosa que él le
pidiera por retorcida que fuera, pero no era capaz ni de hablarle. En lugar de
eso se limitaba a exhibirse ante él, insinuándose a todas horas, como una
vulgar puta de carretera. Y lo único que conseguía eran algunas miradas fugaces
a sus atributos.
Osvaldo ya
había tenido tiempo para disfrutar de aquel joven y voluptuoso cuerpo. Ahora
prefería observar como su esclava evolucionaba por sí misma con los
condicionantes que Inés le había introducido. Se recreaba viendo como su amada
quebraba la voluntad de sus amigas, transformando su personalidad al gusto de
su nuevo amo, un gusto perverso.
Sandra se pasaba
el día tan cachonda que comenzó a reproducir en su vida consciente todas las
atrocidades a las que sus manipuladores compañeros la habían inducido. Empezó
por cogerle el gusto a humillar al estirado de su novio. Enseguida se dio
cuenta que aquel panoli era incapaz de dejarla y dio rienda suelta a sus mas
bajos instintos. Le gustaba comportarse como una puta con todo el mundo cuando
estaba con él y, en más de una ocasión, terminó por tener sexo en su presencia.
También se
insinuaba con sus amigas a todas horas. Llegó a tener más de una discusión
con Helena por este motivo. Su amiga, siempre tan estirada, también había
sufrido un cambio espectacular en los últimos meses. Parecían excitarle
aquellos juegos, aunque nunca dejó que pasara de unos roces aparentemente no
tan casuales.
Otra
historia fue lo que sucedió con Inés, la auténtica artífice de todo, quién
enseguida descubrió que le daba mucho más morbo dejar que su amiga le comiera
el coño conscientemente, después de suplicarle, que cualquier otra cosa a la
que hubiera podido obligarla.
Pronto no
hizo falta inducirla a nada, pues era ella misma quién perpetraba con gusto
todo tipo de actos obscenos. No tardó en observar que podía doblegar la
voluntad de sus compañeros para su propia conveniencia como hacía su hermano
con ella. Y pronto aceptó como naturales todas las cosas que en ese instituto
pasaban.
Cada noche
esperaba con ansia a que su padre se durmiera para recibir a su hermano, quien
venía a someterla de todas las formas imaginables. Era incapaz de negarle nada
ni de ocultárselo. Él sabía perfectamente como quería ser tratada. Y nada le
ponía más que ver a su tierno e inocente hermanito rebajándola como a la peor
de las putas. Follaban todos los días. Ella siempre se dejaba dominar. Pero
aquella mañana su excitación desbordaba todos los límites. En su mente aun
guardaba aquél último polvo y la imagen de un sueño del que no sabía si era un
recuerdo o un producto de su imaginación.
Llevó su
mano hasta la parte superior del pantalón de su pijama y lo encontró tan mojado
que la tela se había adherido a su piel. Un fuerte olor a sexo y excitación
invadió la atmosfera al retirar las sabanas de su cama. Sandra estaba
inspeccionando el alcance de la mancha de humedad que había producido en su
pijama, la cual prácticamente le llegaba a medio muslo. No pudo reprimir el
impulso de introducir una mano por debajo del elástico de su pantalón para
tantear la zona afectada, frotando con fuerza su enhiesto clítoris que ya
amenazaba con estallar a una hora tan temprana.
Deslizó dos
dedos en su encharcada vagina y empezó a chapotear en su cueva mientras pensaba
todo tipo de guarradas. Se imaginó a su querido padre mirándola, poya en mano,
y eso le dio un morbo descomunal. También fantaseaba con su hermano jodiendo a
su propia madre. Sus dedos entraban y salían de su coño a gran velocidad. Pero
enseguida supo que con eso no tendría bastante. Así no se iba a correr.
Necesitaba a su hermano.
Normalmente
Juanillo no se arriesgaba a visitarla por las mañanas, a menos que su padre
estuviera de viaje, pues sí bien iba a acostarse siempre temprano, también se
levantaba igualmente pronto. Pero aquel día Sandra ansiaba tanto su ración de
poya que salió en busca de su hermanito sin importarle lo que pudiera suceder.
Avanzó
silenciosamente por el pasillo de la casa hasta alcanzar la habitación en la
que su hermano aún dormía. Todo estaba en silencio y la pelirroja pensó que no
había peligro, pues su padre seguía sin dar señales de levantarse. A pesar de
ello puso sumo cuidado al abrir la puerta de la habitación y avanzó, ajustando
la puerta tras de sí para evitar hacer ruido al cerrarla.
Frente a
ella, su hermano estaba tumbado de lado en su cama, con las sabanas tapando su
cuerpo hasta la cabeza. Al verle dormido, nadie habría dicho que aquél
chavalín fuera capaz de doblegar a un bombón como su hermana.
Sandra entró
en la habitación ronroneando como una gatita. Miró a su hermanito con ternura
y, lentamente se fue acercando al borde de su cama. Permaneció ahí unos
momentos, viendo como su hermanito descansaba, ¡estaba tan mono! Iba a
desistir de su propósito cuando sintió como el chiquillo se revolvía en la
cama, destapando parcialmente su cuerpo y dejando la parte inferior al
descubierto. Su cara y su torso quedaban cubiertos por la sabana que se había
enrollado en su torso, dejando el resto expuesto, y su poya, aún en
reposo, se marcaba claramente bajo la tela del pijama.
Aquello la
envalentono a alargar la mano y palpar esa masa de carne que no tardó en
liberar de su pantalón. Se sentía la más sucia de las mujeres, pero eso no
impidió que se recostara en la cama y se metiera en la boca aquel pene dormido,
degustando el aroma a coño con el que ella misma lo había embadurnado la noche
anterior.
Estuvo
chupándo la poya de su hermanito en silencio durante unos minutos,
sintiendo como crecía en su interior, mientras se acariciaba lentamente por
encima del pantalón. Cuando sintió que su hermano empezaba a
despertarse, aceleró el ritmo de su mamada hasta que al fin sintió las
manos del adolescente sujetándole la cabeza con fuerza, entonces supo
que había despertado. Ésta vez era distinta, le gustaba tener el control.
“-Mfmmmm,
Sandra, ¿qué haces?”
Para Juan
fue todo un shock despertarse con su hermana mayor enganchada a su poya. Lo
cierto es que ya había interiorizado que podía hacer con ella lo que quisiera,
pero aquello estaba escapando a su control. Y al mirar a su hermana a los ojos,
con su poya metida en la boca, se dio cuenta de lo bonita que en realidad era.
“-¿Que te
pasa, hermanito? ¿No te gusta?”
Aunque solo
fueran unos segundos los que Sandra tardó en volver a agarrar su poya, se le
hicieron eternos. Por eso, en lugar de contestarle, la cogió por el pelo
obligándola a tragarse su falo hasta el fondo de la garganta. Pero Sandra no
estaba dispuesta a ceder el control y siguió mamando con fuerza hasta que la
mano de su hermanito dejó de sujetarla.
Iba haciendo
pequeñas pausas en su felación para luego volver a chupar con más fuerza.
Quería llevar a su hermano hasta los límites de la excitación. Cuando sintió
que iba a correrse le apretó fuerte la poya por la base, interrumpiendo su
hermano y con una voz de salida que resultaba apenas reconocible empezó a
susurrarle obscenidades al oído.
“-¿Vas a
follarme hermanito? ¿Vas a hacerme tu putita?”
Estaba
mirando a su hermano fijamente a los ojos mientras desabrochaba la parte
superior de su pijama, liberando sus duras e hinchadas tetas ante la atenta
mirada del adolescente. Después dio media vuelta, y gateó sobre la cama
hasta postrarse ante su hermano a cuatro patas de modo que su culo y su coño
quedaban expuestos ante el menor, así como la gran mancha de humedad que se
apreciaba en su pijama, más espectacular si cabe vista desde atrás, en esa
postura.
Sus
sensuales pechos colgaban firmes apuntado hacia el suelo con sus duros pezones.
Sandra miró a su hermano con ojos de infinita depravación mientras deslizaba la
goma de sus pantalones sobre sus nalgas hasta medio muslo, mostrando su gran
coño supurante a unos pocos centímetros de la cara de su hermano menor.
Para Juanito
aquel fue el momento culminante de toda una serie de acontecimientos que para
él empezaron muchos años atrás, cuando su hermana empezó a desarrollarse.
Siempre había estado obsesionado con ella, desde bien pequeño. La había espiado
en infinidad de ocasiones cuando se cambiaba o cuando traía a sus novios a
casa. Aunque, por muchas pajas que se hubiera hecho pensando en ella, nunca
imaginó que llegaría un día como aquel.
Se sentiría
por siempre agradecido a Inés, su ángel, su salvadora, sin la cual nunca habría
osado ni soñar en todo aquello. Ella fue quién le explicó como podía someter a
su hermana, como manipularla hasta doblegar su voluntad. Y, aunque sabía muy
bien que su ama vendría algún día a reclamar su deuda, al pensar en su hermana
ofreciendo su sexo mojado, sintió que valía la pena.
El pequeño
Juan estuvo contemplando aquel glorioso coño durante unos minutos. Su hermana
tenía un coño grande y majestuoso, coronado por dos gruesos labios exteriores y
una mata de pelo rojizo perfectamente recortada. Vista desde atrás, con la
perspectiva privilegiada de la que en ese momento estaba gozando su hermanito,
podía apreciarse perfectamente la humedad que emanaba de su enrojecida
hendidura, resbalando por su vulva.
“-¡Vamos,
cerdo! ¡¿a qué esperas?! ¡lléname el coño de leche!”
Sandra tenía
la voz tan ronca por la excitación que sus palabras parecieron más un gruñido
que una súplica, pero cumplieron con su función. Aun no había terminado la
frase y ya estaba empalada con la durísima herramienta del “chiquitín”.
Juanillo le
tiraba del pelo y le apretaba fuerte los pechos. Le susurraba tremendos
insultos. La llamo “golfa” y “puta”, como a ella le gustaba. Y, aunque
procuraron no hacer nada de ruido, la cosa se les fue de las manos, alertando a
alguien más en la casa.
El pequeño
Juan tenía la vista fija en el enorme trasero de su hermana, hipnotizado por la
manera en que su poya era engullida por aquel coño hambriento. Por eso, aunque
estaba de frente, no pudo ver como se abría la puerta que daba al pasillo.
Sandra, en
cambio, pudo ver como aquella puerta se abría y a su padre emergiendo tras
ella. El shock les dejó a ambos paralizados mirándose frente a frente, al
contrario de Juanito, que siguió embistiendo a su hermana como si no hubiera un
mañana. Fue entonces cuando se vio superada por el morbo de la situación y
empezó a mover sus caderas saliendo al encuentro de su hermanito y acelerando
las embestidas hasta lograr que se derramara al fin.
Los dos
hermanos se corrieron al unísono y, esta vez, Sandra no hizo el más mínimo
esfuerzo por contener sus alaridos mientras se corría salvajemente en presencia
de su padre. Le miró fijamente a los ojos mientras sentía a su hermano vaciar
su carga en ella hasta llenarla por completo. No le estaba mirando como lo
haría una hija, lo hizo con lascivia, con vicio, como si fuera una perra en
celo.
Sólo
entonces el adulto reaccionó. Se veía claramente superado por las
circunstancias. Encendió la luz de la estancia con el interruptor que tenía a
su izquierda y empezó a increpar a sus hijos visiblemente nervioso. No
paraba de gesticular.
“-¡Juan!
¡Sandra! ¡¿Se puede saber que estáis haciendo?! ¡¿Es que os habéis vuelto
locos?!”
Para Juan
aquello fue el fin del mundo. De un salto fue a parar al final de la cama
y trató de cubrirse los genitales con un cojín. Estaba pálido como una hoja de
papel y sus ojos temblorosos no cesaban de divagar entre su padre y su hermana.
Al contrario que Sandra, quién no pareció ni inmutarse y se limitó a sentarse
en la cama con las piernas cruzadas, mostrando su coño abierto ante su padre.
Aquello era
demasiado para el adulto quién, muy a su pesar, empezaba a ser consciente de la
creciente presión que pugnaba por manifestarse bajo su propia bragueta. Se
sintió perdido y, saliendo de la habitación, optó por cortar la situación de
raíz.
“-¡Os quiero
listos en cinco minutos! Tenemos que hablar.”
El poder de
osvaldo (24: Tarde de tutorías)
El adulto avanzaba como un zombi por los pasillos desiertos
de aquel instituto. Su entorno se le antojaba teñido por un halo de irrealidad,
en parte debido a la tormenta de sensaciones que se alojaba en su interior. No
podía sacarse de la cabeza la escena que había presenciado la noche anterior.
La expresión perdida de su hija, Sandra, mientras su propio hermano la
penetraba una y otra vez, era como una pesadilla que se repetía en su memoria.
Y, justo al día siguiente del traumático descubrimiento, le llamaron del
instituto para que acudiera esa misma tarde por un tema relativo a sus hijos, a
los dos.
“-Es un tema delicado, sería mejor que pudiéramos
comentarlo en persona.”
Eso era todo lo que le habían dicho sobre el asunto que
iban a tratar. Estaba aterrorizado, especulando con las posibilidades de que la
llamada tuviera alguna relación con su reciente descubrimiento. De todos modos,
aunque aquello no tuviera nada que ver con el secreto que le atormentaba, a
cualquiera se le haría difícil mantener una tranquila charla sobre la educación
de sus hijos después de haberles visto follar entre ellos. Así que aquél era el
último lugar del mundo en el que querría estar en ese momento.
Tan metido estaba en sus pensamientos que no reparó en las múltiples
señales de que algo extraño estaba pasando en aquel instituto. No se fijó en
las expresiones ausentes de los pocos estudiantes con los que se cruzó. Tampoco
prestó atención a los murmullos que surgían esporádicamente del interior de las
aulas ni a la monótona e incomprensible letanía que se repetía constantemente
por el sistema de megafonía.
Desde que entró en el edificio se había sentido como
transportado, empujado a lo más profundo de sus pensamientos. De algún modo
consiguió encontrar la sala de profesores y, al llegar, alguien le dijo que su
mujer había empezado la reunión sin él.
“-Querrá decir mi exmujer.”
Por mucho que trataba de ocultar su malestar, su
incomodidad era más que evidente. La secretaria que le atendía enseguida se
hizo cargo de la situación. Trató de calmarle y le invitó amablemente a
sentarse en la salita de espera mientras terminaban la reunión. Ni siquiera se
molestó en esperar su respuesta, directamente le acompañó hasta el lugar.
Todavía no se había dignado a mirar a la persona con la que
estaba hablando. De pronto se dio cuenta de lo hermosa que era aquella
secretaria, llamaba mucho la atención para el trabajo que desempeñaba. Sin
embargo, pensó que la ropa con que iba vestida era más propia de una prostituta
que de alguien que trabaja con adolescentes. Llevaba un pantalón corto tan
ceñido que, por poco, no mostraba, además de sus nalgas, los labios de su
vagina.
Sin duda las cosas habían cambiado mucho desde que él
estudió, pero… ¿tanto?
La sala de espera estaba en un cuartito rectangular sin
ventanas, con tres sofás distribuidos en forma de “L”. En él había algunas
personas esperando en silencio, así que ninguno de los asientos quedaba
enteramente libre. Al volverse para mirar dónde iba a sentarse, descubrió la
preciosa sonrisa de una mulatita que estaba sentada en el sofá de su derecha.
Se miraron unos segundos y, antes de que pudiera decir
nada, la chiquilla se incorporó y se apartó a un lado para hacerle sitio,
sentándose en las rodillas de su acompañante. No pudo evitar fijarse en las
curvas que dibujaba su uniforme escolar. Aunque estaba un poco entrada en
carnes, la chica lucía un cuerpazo espectacular, con un culo grande y redondo y
unas enormes y compactas tetazas que destacaban aún más debido a su corta estatura.
Lo cierto es que, de no ser por la faldita a cuadros y el
lugar en que estaban, nunca habría adivinado que aquella muchacha estuviera en
edad de ir al instituto. Es decir, que tuvo que hacer un enorme esfuerzo para
dejar de mirarle las tetas antes de que alguien lo notara. Le ponía nervioso no
controlar su lívido.
Lo peor fue que, al recostarse en el respaldo, se dio
cuenta de que la falda de la chica se había levantado al sentarse y quedaba
colocada de un modo que, desde dónde él estaba, podía verle perfectamente las
nalgas y el tanga azul que llevaba. Casi inmediatamente empezó a sudar,
tratando de desviar la mirada.
Intentó distraerse observando a las otras familias que
esperaban en aquella habitación.
En el sofá que había junto al suyo, se sentaba una señora
de mediana edad con sus dos hijos, un chico y una chica, que contarían con una
edad parecida a la de sus propios hijos. No es que les sobrara espacio para
sentarse, pero estaban los tres tan pegaditos que le pareció que aquello rozaba
los límites de la decencia.
El cuadro lo completaba una parejita que se sentaba en la
butaca del fondo, algo más estrecha. Sin ninguna duda eran madre e hijo, pues
el parecido entre los dos resultaba evidente. Ella tendría unos cuarenta y
pocos años. Era delgada y su escote insinuaba unos pequeños, pero bien formados
pechos. Tenía un bonito rostro, pecoso y de facciones finas. Llevaba el pelo
recogido en un elegante moño y lucía un sencillo vestido Lacoste.
Junto a su madre, por no decir encima, había un chico
pelirrojo de expresión tímida. La cabeza del chiquillo había resbalado sobre el
torso de la elegante mujer hasta quedar apoyada directamente sobre uno de sus
pechos. Tras contemplarles por un rato, al adulto le dio la impresión de que
aquella mujer no llevaba sujetador. Y, enseguida, se avergonzó de haberle
mirado las tetas descaradamente a una madre en el colegio.
Se sentía sobreexcitado, muy tenso, y había algo en el
ambiente que le inquietaba. Fue por la suma de detalles que iba observando en
aquellas personas. Como la forma casi imperceptible en que la muchacha que se
sentaba a su lado estaba moviendo las caderas sobre los muslos de su papá, cada
vez más cerca de su ingle. O las miradas furtivas que aquel hombre lanzaba
discretamente sobre el culo de su propia hija cada vez que podía.
También estaba el asuntillo que se traía entre manos el
adolescente que había en el sofá de su derecha quien, oculto a las miradas,
parecía mover sus manos sospechosamente entre el respaldo y las mujeres que le
acompañaban. Resultaba imposible sondear las caras de póker que mantenían tanto
su madre como su hermana.
En cuanto a la respetable señora que yacía con su hijo en
el rincón de aquella sala, habría jurado que las manos del muchacho no cesaban
de ascender por sus muslos, subiendo ligeramente la falda de su vestido.
En un momento dado pensó que estaba desvariando. Sin duda,
lo vivido la noche anterior le había trastornando aún más de lo que podía
suponer. Ahora creía ver señales de incesto en todo lo que le rodeaba. No podía
evitar pensarlo, a pesar de que sabía en el fondo que probablemente no era
real.
Trató de evadirse intentando descifrar la cacofonía que
repetían incesantemente los altavoces del instituto. Estaba claro que el
sistema se había averiado. A ratos, parecía escucharse alguna palabra inconexa
entre aquel barullo de sonidos. Aguzó el oído y pudo llegar a distinguir varias
de esas palabras hasta hilvanar una frase completa.
“-Obedecer es placer.”
Fue prestándole más atención hasta que, finalmente,
comprobó que se trataba de varias frases en secuencia repitiéndose al unísono,
como si se hubieran mezclado varias grabaciones. Y así, frase a frase, pudo ir
descifrando el contenido de la misteriosa emisión. Y se escandalizó al
comprobar que no contenía más que obscenidades.
“-Obedecer es placer. Placer es obedecer. Obedecer es
placer, placer es…”
“-Estas caliente. Estas excitado. Estas cachonda.
Estas excitada...”
“-¡Follad!¡Follad!
¡Follad!¡Follad!”
“-La familia unida, folla unida. La familia bien, folla
también.”
No podía creer lo que estaba escuchando y, sólo entonces,
fue consciente de que algo realmente extraño estaba pasando en aquel instituto.
Volvió a mirar a su alrededor, analizando su entorno esta vez con nuevos ojos y
confirmó que, lo que estaba sucediendo, no tenía nada de normal. Y los actos de
incesto, aunque discretos, le resultaron al fin evidentes.
La mulatita que se sentaba a su lado restregaba ahora su
enorme culazo de escolar directamente sobre la entrepierna de su papaíto sin
ningún disimulo. No se escondían, el acto era evidente. Y la muy puta había
empezado a gemir claramente.
No reaccionó hasta ver como la negrita deslizaba una mano
por debajo de su culito para acariciarle el paquete a su padre. Aquello fue demasiado.
La indignación que sentía le obligó a intervenir.
“- ¡Oiga! Córtense un poco, ¿no? Además… ¿no será esta su
hija? Porque igual hay que avisar a la policía… ¡Qué poca vergüenza!”
Lo cierto es que, después de aquella escena, esperaba que
se iba a crear una situación violenta. Pero la reacción de los presentes le
descolocó por completo. Todos le miraban con cara de alucinados, como si
hubieran visto a un extraterrestre. Nadie se movió.
El primero en hablar fue el padre de la negrita. Obligó a
su hija a hacerse a un lado para incorporarse y, con aire tranquilo y relajado,
se encaró a nuestro protagonista.
“-Hace mucho que no vienes por aquí, ¿verdad? Creo que te
va a sorprender cuánto han cambiado las cosas en éste
instituto.”
Si sus palabras resultaban inquietantes, mucho más lo era
su sonrisa. Nuestro amigo quiso levantarse, pero una orden se lo impidió. No
entendía lo que sucedía. Estaba empezando a asustarse. Miró a los ojos de aquel
hombre corpulento que se le acercaba peligrosamente y halló en ellos un brillo
que le hizo sentir que no tenía escapatoria.
“- ¡Así me gusta! Ahora vas a estar quietecito un rato
mientras te explico cómo están las cosas. Verás, sé que te costara de creer,
pero ahora todos obedecemos a un mocoso, un alumno de este mismo instituto.
Todos le servimos en sus retorcidos caprichos, desde la directora, hasta el
último alumno, pasando por el personal y la asociación de padres. A los que le
servimos bien, nos da ciertos privilegios. A mí, por ejemplo, me deja estar
consciente y follarme a esta preciosidad de hija que tengo a todas horas. Otros
no tienen tanta suerte. Y tú, como todos los demás, has caído en su trampa y
estás bajo su poder desde el mismo momento que atravesaste la puerta del
instituto.”
Apenas podía creer lo que estaba oyendo. Las palabras le
sonaban distantes, como en un sueño. Todo era un disparate y, nuestro
aturullado amigo, empezó a plantearse que lo que estaba viviendo no era real.
Tal vez fuera un sueño o una pesadilla de la que no conseguía despertar.
Decidió tomar una actitud pasiva.
“- Ya no estás tan envalentonado, ¿eh? ¿No dices nada?
Bien, veo que empiezas a aceptar la situación. No te preocupes, estoy
convencido que esto te va a gustar tanto como a mí. Pero, primero, tienes que
aprender las reglas.”
No pudo prever a que se refería con eso de “aprender las
reglas” hasta que vio como aquel hombre se acercaba a él y se abría la
bragueta. No podía a creer lo que estaba a punto de pasar.
“- Supongo que te la habrán chupado alguna vez,
¿verdad?”
Sus ojos se clavaban en él como estacas. Algo en su
interior le obligaba a responder. Se sentía indefenso, desnudo. Asintió.
“- S-sí, a veces.”
Inmediatamente se avergonzó de haber contestado de forma
tan sumisa ante aquel desconocido, pero no podía evitarlo. Sus ojos seguían
fijos en él, como si quisieran atravesarle. Se sentía completamente subyugado.
“- Entonces tendrás tus preferencias, como todo el mundo,
¿no? ¿Sabes cómo te gusta que te la chupen? ¿Lo tienes claro?”
Ésta
vez puso todas sus fuerzas en evitar contestarle, pero fue en vano. Apenas hubo
terminado de procesar la pregunta, ya estaba asintiendo con la cabeza. Y,
enseguida, una afirmación brotó de sus labios de forma humillante.
“- Sí, las tengo.”
Su agresor estaba exultante. Se notaba que disfrutaba del
acto de someterle, de humillarle. Se tomó un tiempo para sacar su polla erecta
del envoltorio de su pantalón y plantársela a su nuevo esclavo en la cara.
Ambos sabían perfectamente lo que iba a pasar, pero tuvo que ordenárselo para
que todo comenzara.
“- Como ya te estarás imaginando, ahora vas a hacerme una
mamada. Pero no será cualquier chupadita de tres al cuarto. Quiero que me la comas igual que a ti
te gustaría que te lo hicieran. Vas a hacerme la mejor mamada de tus sueños. Y,
si quedo satisfecho, igual hasta te llevas un premio antes incluso de conocer
al amo. Empieza. ¡Ahora!”
Una lágrima resbaló por la mejilla de aquel cuarentón
amargado mientras vivía, impotente, como su propio cuerpo reaccionaba
inmediatamente a la orden recibida. Se arrodilló frente a el imponente miembro
y, lentamente, fue aproximándose a él hasta que lo tuvo a pocos centímetros de
su boca.
Un fuerte olor a sexo invadió sus fosas nasales
recordándole las innumerables veces que, en los últimos meses, había tenido que
masturbarse en su soledad. Aquel aroma le hizo pensar en sus manos cubiertas de
semen y, por primera vez, fue consciente de que estaba a punto de probar la
corrida de otro hombre.
“- Hazlo.”
No hizo falta más. Nadie le sujetó la cabeza. No tenía un
arma apuntándole. Fue él solito quién, sin poder evitarlo, cogió la palpitante
herramienta en su mano derecha y empezó a lamerla desde el inicio de los huevos
hasta la punta del capullo.
Es imposible describir la imagen que daba aquel hombre canoso
y bien vestido, de rodillas en mitad de la sala, sacando toda su lengua por
debajo del bigote para lamer con esmero el tronco de aquella gran polla.
Era un espectáculo digno de contemplarse. No se le olvidó
ningún detalle. Lamió con devoción aquel tronco mientras acariciaba los
testículos con su mano izquierda. De vez en cuando, guardaba su lengua para
metérselos en la boca y los chupaba con ganas. Era presa de su propia fantasía.
Así es como siempre había soñado que se la chuparan, aunque su exmujer siempre
se negó a metérsela en la boca.
Ahora él se veía obligado a darle a un extraño lo que nunca
recibió de su esposa. Y aquello no había hecho más que empezar. Con tantas
atenciones, la enorme verga no hacía más que crecer y endurecerse a cada lengüetazo,
aunque ya pareciera haber llegado a su máxima expresión. Pero aquél carroza
seguía dándole cera.
La sintió palpitar en sus labios y, sólo en ese momento,
abrió la boca y empezó a devorar el capullo. Movía la cabeza hacia adelante y
atrás, de forma que la herramienta entrará y saliera de su boca a toda
velocidad. La aprisionaba entre sus labios, rodeándola con su lengua al entrar
y, al salir, le daba una buena pasada al capullo.
En definitiva, se marcó una mamada de las que hacen
historia. Tan bien lo hacía que no tardó en sentir cómo el rígido objeto de sus
atenciones palpitaba y se estremecía como si estuviera a punto de estallar. Lo
que iba a suceder a continuación estaba bien claro.
Hizo ademán de apartarse, pero, entonces sí, una mano se lo
impidió agarrándole fuertemente por la nuca y obligándole a engullir de nuevo
la sucia y durísima herramienta.
“- ¡De eso nada, listillo! Vas a tragártelo todo.”
En pocos segundos, sintió como una catarata de líquido,
viscosa, caliente y espesa, se derramaba en su boca hasta llenarle por completo
y, por poco, ahogarle. Temía ese momento. Creyó que sería traumático y que el
sabor de la lefa le iba a hacer vomitar.
Pero no fue así. Para su sorpresa y su vergüenza, aquel
sabor dulzón, no le desagradó en absoluto. Cuando todo terminó, se dio cuenta
de que tenía una erección tan potente que sus propios pantalones empezaban a
lastimarle.
Se quedó ahí mismo, inmóvil, de rodillas en el suelo,
mientras algunos restos de semen le resbalaban por la comisura de sus labios,
manchándole la barbilla y el bigote. Estaba desorientado, perdido, como si aún
no comprendiera del todo lo que acababa de suceder.
“- ¡Joder! ¡Vaya mamada! ¡Te has ganado un premio, tío! Te
voy a dejar que hagas lo que quieras un rato con mi hija. ¡Ya me he fijado en
cómo le mirabas el culo! ¡¿Y tú querías darme lecciones de moralidad!? ¡Mira
que eres hipócrita! Si no la chuparas tan bien te mandaría a la mierda.”
El resto de asistentes no habían permanecido ajenos a la
fiesta y, en cada una de aquellas reuniones familiares, parecían competir por
cuál era la más desenfrenada.
La mujer gordita que se sentaba a su lado, tenía la cara
enrojecida y sudorosa por la excitación. Se había subido la falda hasta el
ombligo y una mano se movía frenética bajo sus bragas que, más que mojadas, se
veían encharcadas. Con su otra mano se dedicaba a sobar morbosamente a su hijo
adolescente, alternando las caricias en su pecho con las monumentales sobadas
que le dedicaba a sus nalgas.
Parecía entregada a la morbosidad del acto. A cada rato,
intentaba sobarle también la poya a su hijo, tanto el durísimo tronco como los
huevos. Pero no siempre podía ya que, al mismo tiempo, su propia hermanita le
estaba dedicando al muchacho una mamada comparable a la que acababan de
presenciar.
En la butaca del fondo, la elegante mamá había sacado sus
tetitas de cabra por la parte superior del vestido y se las ofrecía a su hijo
para que mamara de sus erectos pezones. Al mismo tiempo, masturbaba suavemente
al chiquillo de forma que la considerable polla del joven adolescente resultara
visible para todos.
Aquella madre exhibicionista parecía estar disfrutando al
mostrar el erecto sexo de su hijo en público. No tardó en deslizar la cabeza
entre las piernas de su retoño y empezar a chupársela de forma ostentosa
mientras se sujetaba el pelo con ambas manos para hacer más visible la
operación. Y le exprimió hasta la última gota.
El único que no se movía era nuestro protagonista, quién
seguía en shock, preguntándose aún si aquello era un sueño o una pesadilla. Sus
ojos volvieron a posarse en la polla que acababa de devorar, ya flácida, y
sintió como una ola de calor le invadía.
Después fijó su mirada en aquella negrita escultural que
seguía abierta de piernas a pocos centímetros de su cara. Ni si quiera se había
molestado en quitarse el tanga, pero ahora éste se había hecho a un lado y su
mano chapoteaba en su peludo y abultado chocho. No pudo evitar fijarse en los
regueros de flujo que resbalaban hasta sus nalgas.
Aquella imagen le excitaba, pero estaba tan aturdido por lo
que acababa de pasar que fue incapaz de hacer nada. De nuevo tuvieron que
ordenárselo para que reaccionara.
“- Tío, eres un caso aparte. ¿De verdad te lo voy a tener
que mandar? Muy bien, alarga la mano y tócale de una vez el culo a mi hija, que
lo estas deseando. Así, ¡muy bien! Sóbala a consciencia. ¿No ves cómo disfruta?
Así, ¡genial! ¡Ahora las tetas!”
La piel de aquella jovencita era más suave de lo que habría
podido soñar. Él se limitó a seguir las instrucciones al pie de la letra. Se
consoló al pensar que no era él el culpable de profanar aquella inocencia. ¡Era
tan joven! Aunque sin duda lo estaba disfrutando.
El primer contacto con sus nalgas fue como un fogonazo en
su interior. Su miembro dio un saltó que por poco hizo estallar la cremallera
que lo contenía. Después le acarició los pechos y la cuquita. Lo disfrutó tanto
que le temblaba el pulso a causa de la excitación.
“- Veo que te está gustando más de lo que querías admitir.
Pero me sigues pareciendo un hipócrita, siguiendo mis órdenes al pie de la
letra como si no hubieras roto un plato. ¡Pero antes bien que le has mirado el
culo a mi hija! Bien, te diré lo que vamos a hacer. Ahora quiero que le hagas a
mi hija todo lo que has pensado antes. Porque sé que algo te habrás imaginado.
¡Eres un viejo verde! Así que ahora vas a hacérselo delante de mí.”
Al oír aquello se quiso morir. La farsa había terminado.
Recordaba perfectamente lo que se le había pasado por la cabeza al verla. ¡Esa
maldita fantasía de dominación que llevaba atormentándole desde hacía meses!
Era un enfermo y ahora no iba a poder evitarlo.
Cogió a la negrita de los hombros y, tras obligarle a
levantarse, empezó a sacudirla violentamente. Al cabo de poco empezó a
golpearla mientras la manoseaba. Alternaba bofetadas, tirones de pelo y azotes
en el culo con los intensos sobeteos que dedicaba a sus pechos, a su coño y a
sus nalgas. No se estuvo de nada mientras la abroncaba.
“- ¡Eres una puta y una calientapollas! ¿Te crees que es normal
ir así vestida? ¡¿Qué te has pensado?! ¿Crees que puedes ir por ahí excitando a
los hombres sin que te pase nada? ¡Pues te vas a enterar! ¡Contra la pared,
puta! Quítate las bragas.”
En realidad, aquel tanga se había desviado tanto de su
trayectoria original que no era en absoluto necesario quitárselo para hacer lo
que quisiera con su coño y su culito. Pero le daba un morbo terrible ver a
aquella chiquilla bajarse por él las bragas. Cuando la tuvo desnudita de
cintura hacia abajo la obligo a ensalivarle la polla, le hizo darse la vuelta,
y se la metió enterita en el culo de una sola estocada ante la atónita mirada
de su padre que no daba crédito a lo que veía.
“- ¡¿Qué le está haciendo a mi hija?! ¡Señor! ¡Y parecía
tonto hace un rato! Es usted todo un depravado. Ni siquiera yo me he atrevido a
darle tan duro en su ano. Se siente bien, ¿no?”
Pero en la situación en que estaba, nuestro amigo era
incapaz de pensar o de atender a nada que no fuera ese estrecho y palpitante
agujero que comprimía su hinchada manguera. Nunca en toda su vida se había
follado un culito, aunque siempre lo había deseado.
Aquella era la sensación más deliciosa que jamás había
sentido y sus cinco sentidos estaban concentrados en taladrar sin piedad a la
indefensa muchacha mientras le manoseaba groseramente los pechos. Ella al
principio se quejaba un poco pero no tardó en empezar a gemir cómo una guarra.
Su padre los miraba excitado mientras se pajeaba en silencio.
La inhumana excitación que sentía, junto con el hecho de
llevar más de un año sin echar ni un triste polvo, hicieron que nuestro amigo
no tardara más de cinco minutos en llenarle el culo de semen a la negrita. Tan
sólo cuando hubo terminado y vio a la muchacha doblada, con su ojete irritado
escupiendo un reguero de leche, fue consciente del crimen que había consumado a
la vista de todos. Y entonces se encontró con la furiosa mirada de su
progenitor.
“- ¡Muy bien! Ahora que sabemos la clase de cerdo que eres
puedo tratarte adecuadamente. ¡Contra la pared! Vas a recibir lo que has dado.”
Las piernas le temblaban mientras se giraba lentamente
hacia el muro en el que acababa de empotrar a la tierna muchacha. Aprovechó
para echar una última ojeada a aquella sala.
El ambiente se había caldeado mucho en su entorno. La madre
del vestido Lacoste, llevaba el vestido arremangado por encima del ombligo y
sujetaba el borde su falda con una mano mientras hacía sentadillas sobre su
hijo, consiguiendo que su joven poya la penetrara a presión. En todo momento
mantenía visible su coño, bien recortadito, para que todo el que mirase pudiera
ver como engullía la tranca de su pequeño.
La escena que tenían más cerca era quizás más grotesca. La
pequeña estaba a cuatro patas, recostada sobre el sofá y su cabeza desaparecía
bajo las enormes faldas de su madre. A juzgar por la expresión de esta, le
estaba pegando una impresionante comida de coño. Al mismo tiempo, su propio
hermano se la follaba salvajemente desde atrás. De forma que la única parte de
su cuerpo que quedaba a la vista era su torso y la parte inferior de sus
pechos. Su piel era fina y blanca como la nieve. Sus gemidos, constantes.
Finalmente, nuestro hombre se rindió a lo inevitable y,
tras doblar su cuerpo contra la pared, volvió a bajarse los pantalones y le
ofreció su culo a aquel desconocido sin molestarse a esperar su mandato. Estaba
decidido a dejarse llevar. Por un momento se preguntó cómo sería ser
sodomizado. ¿Le iba a doler? ¿Tendría un orgasmo? ¿Sufriría una erección
instantánea? ¿O tal vez sería un trauma imposible de superar? De todos modos,
estaba convencido de que no tardaría en comprobarlo.
Pasaron unos segundos que se le hicieron eternos hasta que,
de pronto, se abrió la puerta y entro la hermosa secretaria, sorprendiéndole
con el culo en pompa y los pantalones bajados. No acabo de entender lo que
sucedió a continuación. De pronto la secretaria se dirigió hacia ese animal que
estaba a punto de encularle y le obligó a retroceder tan sólo con la mirada.
Entonces le habló tan despectivamente como si se tratara de su mascota.
“- ¡Ya te hemos dicho que a los nuevos no puedes tocarlos!
Ese honor no es para ti.”
“- No ha sido culpa mía… ¡él me ha provocado!
El pánico enseguida se hizo evidente en el rostro de su
interlocutor. Nuestro amigo observaba en silencio, con los pantalones bajados.
No estaba entendiendo nada de lo que sucedía, aunque no se perdió detalle de la
pintoresca conversación.
“- No olvides que tus privilegios se los debes a la
sumisión incondicional que has demostrado. Pero tu libertad tiene un precio.
Siempre supiste la desobediencia no iba a ser tolerada, pero, aún y así, has
incumplido las normas. Ahora aceptarás el castigo.”
“- ¡No! ¡Espera! Yo no quería… ¡¿Qué me vais a hacer?!
Todos en la habitación permanecían inmóviles, habían dejado
de follar y de tocarse, aunque no habían variado las obscenas posturas en las
que estaban y permanecían expectantes ante aquella discusión. La chica que le
lamía el chumino a su madre aprovechó la situación para salir de debajo de su
falda y espatarrarse en el sofá, en una postura en la que pudiera seguirle
ofreciéndole el chochito a su hermano sin perderse detalle de lo que pasaba,
aunque dejando a su madre desatendida. Y la mulatita a la que acababa de
encular se retorcía incomoda en el sofá, colocándose bien el tanga mientras
toda la lefa que tenía acumulada en su esfínter seguía resbalando por su
culito.
“- De momento está terminantemente prohibido tocar a tu
hijita. ¡Ese lujo ya terminó! Patricia se quedará con nosotros. Tu nuevo
estatus es el de “putita”, a partir de ahora tu única función será dar placer a
hombres y mujeres. Suplicaras que te dejen satisfacerles y tan sólo podrás
alcanzar un orgasmo si logras que se corran, al menos, tres veces. Sólo serás
capaz de mantener una erección mientras te sientas realmente humillado. Espero
que disfrutes tu nueva vida. Y, ahora, sal de aquí y búscate una buena verga
para chupar. ¡Deprisa”
La expresión de aquel hombre se había transformado
completamente. El mismo rostro que, apenas unos minutos antes, había mostrado tanta
seguridad que llegaba a ser irritante ahora sólo se leía el vacío. Su sumisión
y su entrega parecían completas. Salió de la sala como un autómata y se perdió
por los pasillos en busca de algo que pudiera meterse en la boca. No parecía la
misma persona había estado a puntito de violarle.
“- Disculpe la espera, Sr. Ferrer. La directora enseguida
le atenderá en su despacho. Su familia ya está preparada. Espero que disfrute
de su visita.”
Aún no se había repuesto de su experiencia anterior y
empezó a preguntarse qué sería lo siguiente. Cada vez tenía más claro que
aquello no podía ser real, pero, por algún motivo, no conseguía despertarse de
su delirio. Se estremeció al pensar lo que querría decir con aquello de que su
familia ya estaba “preparada”. No tardaría en comprobarlo.
Su polla ya estaba dura antes incluso de llegar a su
destino. Fantaseaba imaginando lo que aquel sueño depravado estaba a punto de
ofrecerle, aunque nada le había preparado para lo que iba a encontrarse. Cuando
finalmente entraron en aquél despacho sintió como si acabaran de abrirse ante él las
mismas puertas del infierno.
La escena que se encontró en el despacho de dirección no
era, en absoluto, peor que lo que acababa de suceder en la salita de espera.
Sin embargo, el impacto que tuvo en él fue mucho mayor al estar su familia
involucrada. Fue tal la impresión que sintió que se olvidó de pestañear e
incluso de respirar durante casi un minuto entero.
Lo primero que vio fue a su exmujer, de espaldas a él,
inclinada sobre el escritorio mientras su propio hijo se la tiraba. Vestía tan
sólo unas medias con liguero y un sujetador negro que había quedado a medio
torso, dejando sus redondos y bien formados pechos completamente al
descubierto.
Pegado a su trasero estaba su hijo, Jorge, con los
pantalones por los tobillos mientras embestía a su madre incansablemente. La
taladraba a un ritmo lento con arremetidas firmes y constantes. Parecía querer
atrasar el orgasmo. Sin duda su hijo estaba más experimentado de lo que habría
imaginado nunca.
Al mirar hacia la mesa encontró a su hija, Sandra,
completamente desnuda y abierta de piernas sobre el escritorio. En la postura
en la que estaba tumbada, con el culito levantado, le ofrecía a su madre todos
los secretos de su intimidad mientras ésta le devoraba el coño.
La escena la completaba la directora del instituto. Una
mujer madura que, a pesar de sus años, conservaba un buen físico. Lucía un
conjunto de lencería negra. Estaba de pie, a un lado de la mesa, inclinaba su
cuerpo completamente sobre la muchacha, e iba alternando entre comerle la boca
y lamer las enormes tetas de la pequeña Sandra.
Aunque, en un primer momento, no reparó en él, al otro lado
del escritorio, contemplando la escena desde la butaca de dirección, había
también un chico joven al que no conocía pero que puede que al lector le
resulte familiar. Se trataba de Osvaldo. No fue consciente de su presencia
hasta que el muchacho le habló.
“- ¡Bienvenido a mi mundo! Dime, ¿te gusta lo que
ves?”