domingo, 20 de diciembre de 2015

El poder de osvaldo


El poder de osvaldo (1: obediencia absoluta)




Osvaldo nunca fue un chico normal. Ya en el colegio se distinguía de entre el resto de niños, además de por su inteligencia, por su carácter taciturno y reservado. No tardó mucho en ganarse la fama de “rarito” y, a medida que se acercaba a la adolescencia, las burlas de sus compañeros empezaron a ser algo cotidiano. El pobre chico aguantaba todo lo que podía refugiándose en sus libros. Pensaba ser un gran científico.  Incluso podría haber sobrellevado bien las burlas diarias de esa jauría de no ser por las chicas. Ellas eran siempre las que más se cebaban en el pobre Osvaldo y aquello era algo que realmente le estaba destrozando. Y más aún cuando sus hormonas empezaron a desarrollarse pidiéndole guerra. Era una frustración continua. Y Osvaldo llegó a pensar que nunca encontraría una chica para él. Pues el mundo que conocía le cerraba las puertas con candado. Sin embargo su suerte pronto iba a cambiar en el lugar que menos habría esperado, en la misma biblioteca en la que Osvaldo pasaba la mayor parte de su tiempo libre.




 Seguramente fue una mezcla de curiosidad y aburrimiento lo que le condujo a revisar una por una las secciones más remotas de aquella antigua biblioteca. Buscaba algo nuevo con lo que entretenerse. Ya estaba harto de novelas y más aún de consultar aburridos libros que le prepararan para su inminente entrada en la universidad. Quería algo más. Y en esa búsqueda estaba cuando se encontró de bruces con una escueta y olvidada sección de la biblioteca en la que, escrito en un desgastado papel ocre, se leía la palaba "ocultismo".




 Aquello despertó una viva curiosidad en nuestro joven protagonista quien minuciosamente examinó uno a uno los volúmenes que en esa sección se encontraban. De entre ellos le llamó especialmente la atención un viejo y polvoriento libro de alguna antigua colección científica titulado "Sugestión Hipnótica: el poder de la dominación". Osvaldo buscó un lugar discreto en el que examinar aquel curioso libro sin que nadie le molestara. Nada más empezar a ojearlo se dio cuenta de que había hallado una joya. Estuvo absorto en su lectura durante horas. Tan abstraído estaba que le sorprendió la hora del cierre sin poder darse ni cuenta. Aún y así, antes de irse, tuvo tiempo de encontrar un escondite adecuado para su recién adquirido tesoro entre dos viejas estanterías. Y, una vez se hubo asegurado de que su escondite no era visible desde ningún punto, fue directo hacia la salida. Ya en la calle, sonrió sabiendo que su vida estaba a punto de cambiar.




 Desde aquel día pasó todas las tardes de la semana en la biblioteca. Iba directo al salir de clase. Para no levantar sospechas traía sus apuntes y los libros del instituto entre los cuales deslizaba su preciado tesoro. Al cabo de las semanas, ya confiado, comenzó a sustraerlo escondido entre sus libros. Y así empezó a pasar también largas noches en vela leyendo, estudiando y tratando de memorizar una por una las enseñanzas de tan preciado objeto. Pronto se hizo con los conceptos básicos sobre manipulación mental. Y no pasó mucho tiempo hasta que al fin se decidió a poner sus conocimientos en práctica. Tenía que encontrar a alguien con quien experimentar. Lo mejor es que fuera alguien conocido, lo más cercano posible, para así poder analizar todas sus reacciones. Decidió empezar por su propia familia. Y, fríamente, fue calculando una a una sus posibilidades.




 Los padres de Osvaldo se habían divorciado muchos años atrás. De su padre nunca se volvió a saber más salvo, por supuesto, las cuantiosas pensiones que recibían cada mes. En cuanto a Teresa, la madre de Osvaldo, enseguida se volvió a casar con un tal Ramón, al cual Osvaldo odiaba a muerte. En realidad fue éste el primer blanco que se le ocurrió para sus experimentos. Quizás podría conseguir que se largara de casa. Pero pronto se dio cuenta de que, si algo salía mal, podría meterse en problemas serios. Tenía que empezar por algo fácil. Y enseguida empezó a preguntarse por sus hermanas.




 Osvaldo tenía dos hermanas. Laura era la mayor y estaba en una edad en la que, de no haber repetido varios cursos, ya habría entrado en la universidad. Ella era la rebelde de la familia, quizás demasiado lista para su edad. Demasiado lista, sin duda, por eso ella no era la adecuada para sus experimentos.




 Así que al fin se decidió por su hermana pequeña, Marta. Aunque ya hacía tiempo que la pequeña Marta se había convertido en una preciosa adolescente, su mente seguía siendo la de una niña. A veces daba la sensación de que todavía no distinguía bien la realidad de la fantasía. Jugaba con muñecas y nunca hablaba con chicos. De hecho era extremadamente tímida y prácticamente nunca compartía su intimidad con nadie. Marta era perfecta para su propósito.




 Esperó a que se quedaran solos. Su madre y su padrastro acostumbraban a salir al menos una vez al mes. Iban al cine, a cenar o al teatro y, como el pendón de su hermana Laura se pasaba toda la noche de copas con sus amigas, le dejaban a él como amo y señor de la casa. Osvaldo ya empezaba a ser todo un hombre, y además mostraba un carácter maduro, así que ni su madre ni tampoco el señor Ramón veían la necesidad de pagar una canguro estando Osvaldo perfectamente capacitado para cuidar de su hermana menor. Confiaban en él, así que lo único que tuvo que hacer Osvaldo fue esperar a que la ocasión se presentara.




 Pronto llegó el sábado y, como ya había previsto, sus padres se dispusieron a salir. Aunque ésta vez no llegarían muy tarde. Salieron después de comer y llegarían poco después de cenar. Era posible que a medianoche ya estuvieran en casa. Sin embargo su hermana Laura estaba pasando el fin de semana en casa de su novio, así que iba a quedarse toda la tarde a solas con su hermana pequeña. Era la ocasión perfecta para poner su plan en marcha. El momento había llegado.




 Osvaldo y su hermana estaban viendo la televisión. Ella estaba tumbada en el sofá y él sentado en el suelo. Hacía un momento que habían estado discutiendo por el sofá, pues ella no quería hacerle sitio. Decía que quería dormir la siesta aunque en realidad solo estaba viendo su serial favorito todavía con el pijama puesto. A Osvaldo el corazón ya no le cabía en su pecho cuando escuchó el sonido de la puerta al cerrarse. Al fin estaban solos.




 Miró fijamente a su hermana, concentrándose en todo lo que había aprendido, y con voz decidida dijo:




“-Levántate del sofá.”




Inmediatamente su hermana se levantó del sofá y se quedó unos segundos de pié mirándole con cara de boba. Osvaldo no le dio tiempo a reaccionar ni a pensar en lo que había ocurrido e inmediatamente volvió a ordenarle:




“-Vuelve a tumbarte en el sofá y duérmete.”




 Y Marta, sin decir ni una palabra, volvió a sentarse en aquel sofá, y se fue tumbando mientras empezaba a sentirse cada vez más relajada. Finalmente, cayó en un sueño profundo. Aquello estaba funcionando. Osvaldo sintió su pulso acelerarse y cómo su joven poya empezaba a endurecerse irremediablemente.




“-¿Marta, puedes oírme,?”




Prosiguió Osvaldo




“-Sí.”




Contestó una lacónica Marta.




“-Bien, a partir de ahora estás bajo mi poder. Vas a hacer todo lo que yo te diga sin cuestionarlo. ¿Lo has entendido?”




“-Sí, estoy bajo tu poder, haré todo lo que me digas sin cuestionármelo.”




La expresión de la pequeña Marta no denotaba emoción alguna al repetir tan terribles palabras. La cara de Osvaldo, por el contrario, irradiaba satisfacción.




“-Ahora eres mi esclava y lo único que existe en tu mente es satisfacer TODOS mis deseos. Será lo único en lo que puedas pensar siempre que nos quedemos solos.”




“-Sí.”




“-Sí, ¿qué?”




 Ésta vez tardo algo más de tiempo en responder mientras su joven cabecita se afanaba por encontrar la respuesta adecuada, aunque enseguida respondió:




“-Sí, amo.”




“-Bien, esclava. Ahora despierta y ejecuta todo lo que te he ordenado.”




 Marta abrió los ojos. Parecía consciente aunque algo en ella había cambiado. Su expresión al mirar a su hermano, ya no reflejaba esa inquina propia de las peleas de hermanos. Tampoco reflejaba cariño, iba más allá de eso. Lo que su expresión así como todo su cuerpo mostraba era una total sumisión. Osvaldo escudriñó a su hermana analizando con cuidado cada uno de sus gestos y expresiones. Temía que estuviera fingiendo. Sin embargo estos pensamientos se disiparon al observar la total entrega con que su hermana le observaba. Y decidió empezar su experimento con una orden directa y seca con la que llevaba semanas fantaseando.




“-Desnúdate.”




 Y Marta lentamente comenzó a desabrochar los botones de la parte de arriba de su pijama. Osvaldo observó que, aun estando totalmente subyugada por su poder, su hermana todavía conservaba su carácter tímido. Una parte de ella seguía consciente y. a medida que sus dos puntiagudos pezones rosados asomaban por la abertura de su camisa, empezó a ruborizarse. Ella no dijo ni una palabra pero, al sacarse por completo la camisa de dormir, sus pómulos adquirieron un intenso color rojo y se le puso la piel de gallina. Se estaba acalorando. Y una pequeña  lágrima de impotencia cruzó su mejilla al deslizar por sus muslos la goma de sus pantalones, dejando por momentos su coñito rubio expuesto ante la lasciva mirada de su hermano mayor. Al terminar la operación, no teniendo todavía muy claro lo que le estaba pasando, dirigió sus manos a cubrir como mejor pudo sus recién expuestas intimidades.




“-Saca las manos y ponte de pie. Quiero verte entera.”




 Su recién adquirida esclava no tuvo más remedio que obedecer, sintió en lo más profundo de ella que debía hacerlo. Así que apartó sus temblorosas manos de su cuerpo y se puso de pié a escasos centímetros de su hermano, donde éste pudiera ver con claridad cada rincón de su cuerpo.




Osvaldo se tomó un tiempo en contemplar la hermosa figura que ahora se revelaba ante él en todo su esplendor. A decir verdad, Osvaldo nunca se había fijado en el cuerpo de su hermanita. Era consciente de los cambios que había sufrido pero siempre había estado más pendiente de su otra hermana, Laura, a la que consideraba una guarra y con la cual se había hecho más de una paja. Pero ahora que tenía la oportunidad de mirarla bien, se dio cuenta de que Marta no tenía nada que envidiarle a su hermana mayor.




 Aunque era bastante pequeña de tamaño, Marta tenía unas curvas muy pronunciadas. Su fina y delicada espalda terminaba en un delicioso culito respingón con las nalgas ligeramente separadas. Tenía las caderas bastante pronunciadas y las piernas no muy largas. Sus pechos, aunque más bien pequeños, eran compactos, firmes, y redondos, coronados por dos pezones puntiagudos en forma de cono. Su cara angelical era la de una niña buena que nunca ha roto un plato, aunque una sonrisa picara hacía pensar que quizás se tratara de una mosquita muerta. Además sus ojos azules y su larga melena rubia contribuían a esa imagen de muñeca que ya de por sí daban sus facciones.




 Osvaldo se quedó unos minutos absorto contemplando el coñito de su hermana que se encontraba a pocos centímetros de su cara. No la había visto desnuda desde que era una niña y nunca había podido contemplar esa suave mata de pelo rubio que ahora lo cubría. Su hermana tenía el coño no muy grande aunque algo abultado, de forma que podía distinguirse bien el relieve de su vulva. Su pubis no estaba muy poblado y a través de aquella pequeña mata rubia se podía distinguir una hendidura rosada y ligeramente entreabierta. Osvaldo creyó detectar algo de humedad en ella, detalle que le interesó bastante. Así que decidió investigar y, tras ordenar a su hermana que no se moviera, llevó su mano hasta su rubia cueva y comprobó que, efectivamente, estaba empapada. Aquello no estaba previsto, así que decidió indagar en ello. Ya tendría tiempo para disfrutar.




“-Escúchame Marta, ahora voy a hacerte toda clase de preguntas, seguirás en la misma postura como hasta ahora a menos que yo te diga que cambies, y contestarás a todo lo que te pregunte con la verdad sin guardarte nada. ¿Lo has entendido?”




“-Si amo.”




“Dime cómo te sientes.”




“-No lo sé, estoy confundida. Tengo miedo. No entiendo lo que está pasando. ¿Qué me has hecho?”




“-Yo hago las preguntas! Dime, ¿te gusta que te mire?”




“-No, me da mucha vergüenza. Además eres mi hermano y, la forma en que me estás mirando… me siento mal.”




“-Pues si no es eso… ¿por qué estas cachonda?”



 Esta vez la jovencita volvió a tomarse su tiempo para responder. Se encontraba 
tan confundida por la situación que ni siquiera había reparado en el pujante ardor que se estaba apoderando de su entrepierna desde hacía rato. A estas alturas del interrogatorio su desnudo coñito ya rezumaba tal cantidad de jugos que algunos goterones se escapaban de entre sus labios exteriores y seguían resbalando por sus muslos. Una vez fue plenamente consciente de su estado, trató de escudriñar sus sentidos con todas sus fuerzaspara hallar una respuesta satisfactoria. Necesitaba obedecer y ese pensamiento hizo que su excitación fuera en aumento. Al fin encontró la respuesta:




“-Son tus ordenes. Creo que me gusta obedecer.”




 Osvaldo se sintió algo decepcionado por no ser la fuente directa de la excitación de su hermana, sin embargo aquella nueva perspectiva sobre la reprimida adolescente empezó a interesarle y decidió indagar.




“-¿Alguna vez te habías sentido así conmigo?”




“-No.”




 De nuevo Osvaldo sintió una punzada en su orgullo de varón, una punzada que llevaba demasiado tiempo sintiendo. Aunque era ya consciente que aquello se iba a acabar. Así que contuvo sus ganas de acción y continuo indagando sobre el carácter oculto de su hermana.




“-¿Te habías sentido así con alguna otra persona?”




“-Sí”




 Osvaldo sonrió al ver como su hermana bajaba la mirada, pues se dio cuenta que acababa de dar con algo.




“-Dime quién fue y como pasó. Quiero que me lo cuentes todo.”




 Ésta vez Marta titubeo y hasta llegó a ofrecer un conato de resistencia antes de hablar. Cuando al final lo hizo, sus mejillas volvieron a teñirse de rojo y sus palabras sonaron como un llanto, poniendo en evidencia que acababa de robarle uno de sus más preciados secretos.




“-Fue con Ramón, el marido de mama. Es muy estricto y siempre nos da órdenes, pero algunas veces le he pillado espiándome mientras me ducho. Además, a veces aprovecha distracciones para tocarme el culo o rozarme disimuladamente los pechos. Yo hago ver que no me doy cuenta. Al principio lo hacía porque me daba miedo que se enfadara conmigo. Además, veía a mama tan segura que no quería disgustarla. Pero últimamente sus roces son cada vez más descarados y creo que empiezo a excitarme. Hasta ahora no lo había pensado, pero es exactamente así como me siento. Ahora me siento como cuando él me toca.”




 Oír aquella confesión de los labios de su propia y desvalida hermana, sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo… aquello fue demasiado para el joven Osvaldo. Se sacó la poya a punto de reventar del pantalón que la aprisionaba y la apretó fuerte con las manos. Se tumbó en el suelo y se dispuso a hacerse el mejor pajote de su corta vida. No quería desvirgar a su hermanita, al menos no tan pronto. Sin embargo se le ocurrió una última perversión para terminar su primer y  muy exitoso experimento.




“-Ahora quiero que te sientes sobre mi boca para que te pueda comer el coño. Vas a sentir todo el placer que te de mi lengua cien veces ampliado y, mientras tanto, te imaginarás a Ramón haciéndote cochinadas. Pero no te correrás hasta que yo te lo diga, solo conseguirás ponerte más cachonda.”




 Antes de que Marta llegara a asimilar las obscenidades que acababa de decirle Osvaldo, se encontró con una pierna a cada lado de la cabeza de su hermano mientras su coño descendía lenta pero irremediablemente hacia la perversa lengua fraternal. Una oleada de placer la invadió cuando sintió al fin unos labios rozar suavemente la entrada de su hendidura. Entonces le vino a la cabeza una imagen de su padrastro. Era de un momento reciente, justo esa misma semana, al ir a buscarles al instituto. Recordó como, al ayudarla a subir al coche, le había tocado la parte inferior del culo como por accidente. Volvió a revivir la escena y se dio cuenta (aunque en el fondo ya lo sabía) de que no fue ningún accidente. Rememoró claramente como su mano se había llegado a colar unos instantes bajo la faldita e incluso como un dedo se deslizó entre sus nalgas hasta rozar su tierno montículo. En ese momento recordó haber visto de reojo el enorme bulto que se formó en sus pantalones y se excitó pensando en haberle provocado una erección al marido de su madre. La lengua de su hermano la devolvió a la realidad. Sintió claramente como chapoteaba en su encharcado agujero. Estaba más cachonda de lo que recordaba haber estado nunca. Sus caderas empezaron a moverse mientras se follaba literalmente la cara de su hermano Osvaldo, pero lo único que consiguió fue ponerse más y más caliente. Su carita antes angelical estaba completamente roja y desencajada por el placer. Había una chispa en sus ojos que indicaba querer más y más. Mientras tanto su mente siguió pensando en el pene erecto de Ramón. Aunque esta vez su imaginación fue mucho más allá. Imaginaba a su padrastro follándosela como un salvaje, dándole por el culo. Se imaginó a sí misma mamándole la poya al maridito de su madre y su excitación llego al límite.




 No podía más, su cuerpo le exigía guerra, así que alargó la mano en busca de la poya de su hermano. Éste estaba muy atareado comiéndole el coñito mientras se machacaba el nabo con fuerza, y no fue consciente de la maniobra de su hermana hasta que ésta le agarró la poya y empezó a girar sobre sí misma sin dejar que su coñito perdiese contacto con la boca de su hermano. Mientras Osvaldo siguió comiendo ávidamente aquel dulce coñito. Entonces Marta, en pleno delirio de placer, fue acercando su carita hacia el duro y palpitante miembro de su hermano y se lo introdujo en la boca. No le cupo entero, pues estaba ya duro y en todo su esplendor. Pero solo con darle unas chupaditas a la punta de aquél endurecido miembro hizo que Osvaldo se corriera abundantemente. Y entonces Osvaldo le dió entre gemidos una nueva orden:




“-Trágate toda mi corrida, hasta la última gota y cuando te lo hayas tragado todo tendrás el orgasmo más grande que puedas imaginar.”




 Inmediatamente su hermana comenzó a devorarle la poya limpiando todos los restos de lefa que pudiera haber y siguió lamiéndole los restos de semen que habían ido a parar sobre su pecho y abdomen. Después se fijo en algo de lefa que había en el suelo y la lamió como lo haría una perra mientras comenzaba a sentir los primeros estertores de su inminente orgasmo.




 Aquella morbosa visión hizo que el miembro de su hermano volviera a reaccionar expulsando algo de líquido pre seminal. Su hermana no pareció pasar por alto ese detalle, pues se lanzó rápidamente a lamer de nuevo la punta de aquel pene mientras empezaba a correrse. Parecía que le iba la vida en ello. Ésta vez trato de meterse todo el aparato en  la boca, tarea que resultó más fácil que la última vez puesto que aún no presentaba toda su consistencia. Sintió el incesante goteo de aquella poya inundándole lentamente la tráquea y, cada  gota que sentía, hacían que su orgasmo pareciera más salvaje. Su coño se frotaba espasmódicamente contra la cara de su hermano mayor buscando su lengua. De pronto la poya de Osvaldo se volvió a poner dura de golpe y empezó a escupir una corrida aún más abundante que la anterior mientras le sujetaba la cabeza con fuerza a su hermana.




 Tardó varios segundos en vaciar toda su carga y Marta llegó a creer que iba a ahogarse. Cuando finalmente logró sacarse aquel miembro goteante de la boca y tragar toda la carga. Levantó su chorreante coño de la cara de su Osvaldo y se entretuvo en mirarse unos segundos en los ojos de su amo. Vio en ellos una mirada de lascivia y sintió que no reconocía a su propio hermano. En realidad tampoco se reconocía a sí misma.




 Inmediatamente volvió su mirada al aún duro miembro de su hermano mayor y mecánicamente buscó en él restos de semen. Aún quedaban algunas gotas así que las limpió enseguida con la lengua hasta dejarlo reluciente. Y, una vez se hubo tragado las gotas que quedaban, sintió el orgasmo más grande que había sentido en toda su vida. No pudo evitar llevarse las manos a sus puntiagudos pezones y apretárselos con fuerza mientras se aferraba febrilmente a la cabeza de Osvaldo restregando frenéticamente su coño contra aquella ansiosa boca. Sus jugos resbalaban por las mejillas de su hermano dejando un reguero que bajaba por su barbilla hasta dejar varios charquitos en el suelo. Marta aullaba como una loca totalmente fuera de sí y se imaginaba a Ramón, su padrastro, rompiéndole el culo contra la cómoda del recibidor mientras su madre los miraba escandalizada. Sintió a su hermano deslizarle un dedo en el recto. Entonces Marta explotó de placer.




 Ambos hermanos tardaron unos minutos en recuperarse de sus respectivas corridas. Al fin Osvaldo pareció volver en sí y, tras percatarse de que sus padres no tardarían mucho en volver, decidió terminar con ésta fase del experimento y se dispuso a dar unas últimas indicaciones a su hermana:




“-A partir de ahora y para siempre vas a ser mi esclava. Cuando haya otras personas presentes o cuando yo no esté contigo, volverás a tu vida normal y no recordarás nada de lo que haya ocurrido. Ejecutarás todas las órdenes que te haya dado como si salieran de ti misma y no pudieras evitarlo. Durante el resto del tiempo no recordarás nada de lo que hayamos hecho, pero aprovecharás cualquier momento para tocarte pensando en la poya de tu hermano. ¿Lo has entendido?”




“-Sí, amo.”




“-Bien, ahora ponte el pijama vete a tu habitación y hazte la dormida hasta que mama y Ramón lleguen.”




 “-Sí, amo.”




Y, como si fuera una autómata, Marta volvió a enfundar su cuerpo sudado en aquel pijama infantil y se dirigió a su habitación mientras su mente se mantenía completamente en blanco. Su mirada estaba vacía. Osvaldo se quedó aún durante unos segundos reponiéndose de todas aquellas emociones. Después cenó algo rápido y se fue a dormir. Prefería no cruzarse con Ramón o su madre, al menos no esa misma noche. Pues temía que pudieran notar algo raro.



 Aún y así aquella noche tuvo que hacerse varios porros y cascársela infinidad de veces antes de poder conciliar el sueño. No podía dejar de pensar en el coño de su hermana, en su aroma y en todo lo que había pasado. Aunque lo mejor estaba por venir.



 Y al final se durmió aún con la poya tiesa.












El poder de osvaldo (2: sumisión total)



 Marta volvió a despertarse en mitad de la noche. Su cuerpo estaba bañado en sudor y el ambiente de la habitación se notaba cargado. Trató de recordar pero, por mucho que se esforzó, no fue capaz de hacerse una idea aproximada de cuantas pajas se había hecho en lo que llevaba de semana. Calculó que, tan solo la noche anterior, se había corrido por lo menos cuatro veces pensando en su hermano mayor.



 Todo aquello era nuevo para la joven Marta, cuya curiosidad por el sexo, hasta entonces, había sido más bien limitada a unas cuantas masturbaciones semanales. Sin embargo, la confundida adolescente llevaba varios días sumida en un estado de excitación permanente. Aprovechaba cualquier momento en que se quedaba a solas para masturbarse mientras todo tipo de obscenidades cruzaban por su mente. Y siempre terminaba su orgasmo con una imagen fija en su tierna cabecita.



  Aquella visión la obsesionaba. No recordaba haber visto el pene desnudo de Osvaldo durante muchos años, desde que dejaron de bañarles juntos. Pero en su mente se dibujaba nítida la imagen de su hermano dándole órdenes con expresión severa mientras sujetaba firmemente su erecto mástil entre los dedos de su puño.



 El recuerdo de aquella poya hizo que Marta sintiera de nuevo la necesidad de tocarse. Lentamente fue deslizando la mano bajo el pantalón de su pijama hasta llegar a su rubia mata. Encontró su pubis todavía húmedo por las abundantes corridas de sus anteriores sesiones de masturbación. Su rajita enseguida se mostró receptiva a las nuevas caricias y en pocos minutos aquella chiquilla empezó a frotarse la almeja como una auténtica experta. Oleadas de placer invadían su cuerpo mientras su mente se perdía rememorando los oscuros y aberrantes sueños que había tenido en los últimos días. En todos ellos aparecía su hermano mayor sometiéndola a todo tipo de vejaciones, a las cuales ella accedía sin oponer ninguna resistencia.



 Sus dedos exploraban su cueva sin ningún pudor mientras la joven mente de la chiquilla repasaba uno por uno aquellos extraños delirios. Se recreó especialmente recordando uno de sus sueños más recientes en el que su hermano la sodomizaba furiosamente contra las frías baldosas del suelo hasta llenarle el esfínter de leche. Después se vio a sí misma limpiando con la boca la sucia herramienta de Osvaldo y le pareció conocer muy bien su sabor. Esa idea llevó su calentura más allá de su límite y la no tan inocente muchacha se decidió a explorar nuevos horizontes. Dejó de acariciar sus sensibles pechos para dirigir su atención a la entrada trasera de su cuerpo mientras los dedos de su otra mano se hundían insistentemente en su encharcada vagina.



 Exploró los bordes de su ano con cuidado. Sabía por experiencias anteriores que era una de las partes más sensibles de su cuerpo. Alguna de sus amigas le había hablado en varias ocasiones de las maravillas de la masturbación anal. Pero, aunque ya lo había probado, su agujero era demasiado estrecho y eso le hacía sentir más dolor que otra cosa. Sin embargo su excitación no dejaba de crecer y había llegado al punto de hacer cualquier cosa con tal de correrse. Su dedo índice comenzó a explorar su ano y la pequeña comprobó, algo confusa, que su culito estaba mucho más dilatado de lo que creía recordar. Con solo intentarlo, consiguió alojar en su interior dos e incluso tres dedos de su pequeña y regordeta mano. Entonces sintió que debía reprimir sus gemidos, justo a tiempo para ahogar contra la almohada un poderoso orgasmo apretando los dientes con fuerza y mantuvo sus dedos clavados en ambas entradas de su cuerpo mientras una abundante corrida estallaba, atrapada entre las paredes de su ardiente volcán y los frenéticos manejos de sus dos veloces manitas. La pequeña Marta estaba de rodillas sobre su propia cama, el pantalón de su pijama permanecía a medio bajar de manera que aún cubría sus rodillas y parte de sus muslos, dejando justo el espacio suficiente para que la ardiente chiquilla pudiera hurgar libremente en sus dos orificios. Su postura encorvada daba un especial relieve a sus pezones oprimidos dentro de la sudada camisa de su pijama, mientras el intermitente roce de la superficie de la cama en sus pechos hacía que se endureciesen aún más.



 Permaneció inmóvil, en aquella obscena postura hasta que el último eco de su intensa corrida abandonó sus sentidos. Durante aquellos largos segundos creyó alcanzar el éxtasis a la vez que su imaginación se perdía repasando con deleite aquellas oscuras visiones. Aquel orgasmo no se parecía a nada de lo que había sentido con anterioridad, al menos nada que ella recordara, así que la dulce chiquilla se concentró en sus recién descubiertas nuevas sensaciones tanto como pudo, abandonada a su placer, hasta caer por fin rendida sobre la húmeda colcha de su cama.



 Tardó unos instantes en volver en sí misma después de aquel terremoto. Por unos momentos, creyó recuperar la consciencia y examinó por primera vez la situación. El pantalón de su pijama permanecía aún puesto, aunque la violencia de la masturbación lo había arrastrado piernas abajo hasta llegar a los tobillos en los que seguía enganchado. De su coño todavía manaba flujo sin parar y una enorme mancha se había formado en las sabanas, justo entre sus piernas. La curiosidad llevó a Marta a examinar con cuidado los restos de su cama. Pronto encontró, además del rastro de sus flujos recientes, los restos de hasta ocho corridas anteriores de parecida intensidad.



 Hubo algo en aquellos restos que inquietó a Marta e hizo que se levantara de la cama para encender una luz con la que ver mejor la fuente de sus inquietudes. Pues, aunque a su tierna edad no recordaba haber visto nunca eyacular a un hombre, no tuvo ninguna duda de que aquella pasta blanquecina, viscosa y maloliente que adornaba sus sabanas cerca de su propia corrida eran restos de semen.



 Y aquella dulce niña volvió a sentir el miedo.



 La primera persona en quien pensó fue en su padrastro, Ramón. Aquel era el punto que más asustaba a Marta de los cambios que recientemente había sufrido su risueña personalidad. Tan solo unas semanas atrás, los roces ocasionales con su padrastro se limitaban a ligeros toquecitos, aparentemente casuales, que éste siempre trataba de disimular como podía. Ella no era del todo ajena a sus intenciones y, aunque en parte aquello la excitaba, nunca había pensado en ir más allá de estos simples juegos, lo cual procuraba dejar bien claro con su actitud de niña tonta y remilgada.



 Sin embargo la actitud de su padrastro había cambiado en los últimos días. Se mostraba cada vez más atrevido y descuidaba sus coartadas y disimulos con demasiada facilidad. Esa misma semana, con la excusa de llevar el coche al mecánico, había aprovechado para acompañarla e irla a buscar al colegio en transporte público, utilizando el abarrotado tranvía que cubría el largo trayecto hasta su casa.



 Su estricto padrastro aprovechaba cada uno de aquellos viajes para manosear a gusto a la joven sin ningún remilgo. En su delirio, aquel hombre, llegó a restregar su duro paquete a punto de estallar por entre las nalgas de su joven hijastra mientras sobaba a discreción los más oscuros secretos de su anatomía. Poco le faltó a aquél carroza estirado para dar un espectáculo ahí mismo, entre toda aquella gente.



 Necesitó concentrar toda la cordura que aún le quedaba para detenerse y volver a adquirir una postura más natural antes de que el resto de los pasajeros se percataran del salvaje roce que aquel hombre le estaba propinando a su hijastra. Gracias a aquel destello de claridad, Ramón volvió a sus cabales y se limitó a tocarle el culo de nuevo con disimulo. De vez en cuando iba deslizando un dedo entre las piernas, más allá de su trasero, para rozar la entrada de su almejita por encima de sus blancas braguitas de niña las cuales, por supuesto, encontró ya empapadas.



 Aquello preocupaba a Marta. Aunque no era la actitud de Ramón lo que realmente la incomodaba. Conforme iba repasando los hechos, constató que, en gran medida, ella los había provocado. Es cierto que a la chiquilla no le eran del todo ajenos los tocamientos casuales de su padrastro, se había excitado con ellos más de una vez, e incluso en alguna ocasión lo había rememorado durante alguna de sus esporádicas masturbaciones. Pero su mente, en el fondo inocente, nunca había pasado de ahí. Y todo había cambiado de unas semanas a esta parte. Sin llegar a entender que la llevaba a comportarse así, muy a su pesar, aquella muchacha cayó en la cuenta de que se había estado comportando como una perra en celo.



 Recordó las sensuales prendas que vestía en los momentos que había compartido con su padrastro en la última semana. Ella sabía de antemano qué días iba a venir Ramón a buscarla. Se sorprendió a sí misma eligiendo minuciosamente las faldas y vestidos más cortos e incluso llegó a ponerse unos tejanos, tan apretados, que siempre se había negado a llevarlos; puesto que le avergonzaba la forma en que marcaban los relieves de su vulva, potenciados por la forma del pantalón. No le importó acudir al colegio con aquellas y otras incitantes prendas siempre que era su padrastro quien la acompañaba, exponiendo, cuando tenía oportunidad, sus curvas y su breve escote a las miradas de aquel cuarentón reprimido.



 Marta se dio cuenta de que lo había hecho conscientemente, como si no pudiera evitarlo. Y aquello era lo que realmente la asustaba. Hizo un esfuerzo de memoria y recordó cómo había sido ella misma quien inició el acercamiento pocos días antes, buscando los roces y respondiendo a las caricias con pícaras miradas de niña traviesa.



También había sido ella la que, en el curso de alguno de aquellos breves roces ocasionales, estiró la mano para lanzarse a manosear el paquete a su padrastro sin ningún resquicio de disimulo. Necesitaba saber si la tenía dura y, efectivamente, comprobó que la herramienta del adulto, atrapada dentro de su pantalón, mostraba la dureza propia de una roca.



 Pocos días después su padrastro se presentó en el colegio sin llevar el coche con el que acostumbraba a acompañarla y, aunque las reparaciones en el taller de costumbre nunca habían tardado más de 24 horas, estuvo los tres días siguientes acompañándola en tranvía, siendo cada uno de esos trayectos más tórrido que el anterior.



 Lo que de verdad le preocupaba de su propia actitud era la sensación de no poder dominarse a sí misma. Se sentía atrapada por sus propias acciones mientras todo se desarrollaba al margen de su voluntad. Y lo peor de todo es que eso le hacía sentir una enorme excitación. Sentía vergüenza y desprecio hacia sí misma al recordar su comportamiento, pero era incapaz de dominarse. Al final cayó en la cuenta de que había sido ella solita la que, nada más subirse al tranvía, apretó conscientemente sus tersas nalgas contra el desprevenido paquete de su acompañante, buscando sus caricias e iniciando lentamente un enloquecedor vaivén contra la verga del adulto que años atrás pretendió hacerse llamar “papá”.



 No conseguía entender el porqué de su comportamiento. ¿Qué le estaba pasando? Intentó recordar el primero de aquellos deslices que había estado cometiendo con él. Fue unas semanas atrás, tan solo llevaba una camiseta larga y unas braguitas de algodón. Bajó a la cocina y ahí se encontró con su padrastro. Recordó también que no muy lejos andaba su hermano, Osvaldo. Entonces notó como, de pronto, una de las manos de aquel hombre de familia rozaba sus nalgas por accidente e instintivamente su mirada busco la de su hermano mayor.



 Vio a Osvaldo con los ojos fijos en ella y le pareció comprender una orden en su mirada. Entonces supo lo que tenía que hacer y movió su cuerpo hacia atrás buscando de nuevo el roce contra sus nalgas, mientras alargaba su propia mano sin ningún disimulo para comprobar el grado de excitación en que estaba el paquete de aquel desconcertado adulto. Toda la operación se produjo ante la atenta mirada de Osvaldo, lo cual inquietó enormemente a Ramón, todavía aturdido por la magnitud que habían tomado los acontecimientos. Éste aún tardo varios días en atreverse a volver a acercarse a su querida hijastra.



 La inexperta Marta, recordó como tan solo con ver a su idolatrado hermano, había sabido en una fracción de segundo todo lo que debía hacer para contentarle. Entonces supo que, desde un principio, en el fondo de su alma conocía todas las respuestas que estaba buscando. Él único motivo que la había impulsado a cometer todas aquellas acciones impuras era porque sabía que, tanto si podía verla como sí no, aquello agradaba a su amo, por eso ahora quería corromper a su viejo padrastro, por eso debía mantenerse cachonda y tocarse continuamente. Su amo la prefería así. Y al constatar éste dato sus indagaciones cesaron en seco y su miedo desapareció.



 Estaba volviendo a excitarse y su mente fue de nuevo invadida por el recuerdo de aquella venerada poya con la que su amo había decidido perturbar sus sueños. Imágenes de las aberrantes escenas que habían vivido durante las últimas semanas fueron de pronto visibles en su memoria. Aquello la excitó tanto que creyó que su coño iba a estallar. Sintió que debía correrse, tener un orgasmo de verdad. Y entonces supo que sus manos no serían suficientes para lograrlo. Sintió que debía obedecer.



 Un fuerte impulso la condujo a salir de su habitación y recorrer el tramo de pasillo que la separaba de la habitación de su hermano. Ejecutó con sumo cuidado esta operación, poniendo tal sigilo en cada uno de sus pasos que habría sido imposible oírlos aún teniendo la cabeza pegada al suelo. Sin embargo, el estado de ansiedad en que actuaba la pequeña Marta hizo que se olvidara de colocar de nuevo su pantalón de pijama.



 El frio en sus desnudas piernas hizo que se percatara a medio camino de su parcial desnudez, pero tan irrefrenable era el ansia que sentía por ver a su amo que sencillamente redobló sus esfuerzos por ser sigilosa, pero en ningún momento se planteó el volverse atrás. Aquella madrugada, la joven Marta se encontró deambulando por la casa familiar con su dulce culito y su matita de pelo expuestos a la luz ante cualquier mirada inoportuna.



 Osvaldo tenía el sueño ligero y el leve chirrido de la puerta de su habitación al abrirse fue suficiente para ponerle en guardia.  Enseguida distinguió a su hermana a través de la luz que se filtraba por la rendija de la puerta entreabierta, proveniente del pasillo. Tuvo también tiempo de fijarse también en sus finas nalgas expuestas a la luz cuya pálida piel se erizaba por la fría corriente de aire que se colaba a través de la puerta. Antes de que ésta se cerrara, Osvaldo entrevió la pequeña montañita de su hermana asomando entre las sombras, adornada por una hermosa mata de vellos rubios.



 Aquella visión fue suficiente para poner su poya al rojo vivo. Pero la dejadez de su hermana preocupó a Osvaldo y decidió que debía castigarla. Esperó a que la pequeña avanzara los pasos justos para colocarse al alcance de su mano y palpó sin reparo su intimidad desnuda. Después pasó las manos a su trasero, estrujando con fuerza los firmes glúteos de su hermanita, mientras la interrogaba en tono firme.



“-¿Por qué no llevas los pantalones?”



 “-Lo siento, amo. Sentí una necesidad tan fuerte de verte que creo que me he olvidado por completo de mi persona”



 El joven estudiante se tomó unos minutos para analizar la respuesta. Su primer experimento estaba resultando mucho más exitoso de lo que había imaginado. Al estudiar aquel libro creyó llegar a poder manipular los actos de algunas personas a través de la sugestión, pero los cambios tan profundos que estaban teniendo lugar en la personalidad de su hermana iban más allá de sus mejores expectativas. Necesitaba perfeccionarlo, comprendió que podía llegar a modificar su carácter a voluntad, tan solo necesitaba saber más, investigar. Y se dio cuenta de que el castigo sobre su hermana era inevitable.



“-¡Esa no es excusa! Tienes que obedecerme, pero sabes que la seguridad es algo que NUNCA debes descuidar. Ésta vez serás castigada.”



 Aquello produjo una gran inquietud en la sumisa víctima que apenas se atrevió a preguntar cuál sería su castigo. Estaba inmóvil, absorta en medio de la oscuridad que se cernía sobre la maloliente habitación de su hermano, mientras sentía aquellos rudos dedos explorando su cuerpo con un descaro casi animal.



“-Éstas próximas semanas considérate bajo castigo. Puedes sentir placer pero te está totalmente prohibido alcanzar el orgasmo hasta que cumplas una por una todas las humillantes tareas que tú amo te imponga. Ahora ponte contra el respaldo y ofréceme el culo, putita, voy a follarte.”



 Cuando la indefensa esclava escuchó aquellas palabras dos pesadas lágrimas de amargura cruzaron sus mejillas. La idea de no poder correrse en días irrumpió en su ánimo como una pesada losa y se sintió invadida por la desesperanza. Pero la necesidad de obedecer era mucho más fuerte así que aquella dulce criatura, aún apenada por el castigo, subió sus rodillas sobre la cama, se colocó de espaldas a su amo y, flexionando su cuerpo contra la pared de forma que la trayectoria de su trasero fuera perfecta, se preparo para que su hermano violara su antes estrecho culito. Sin necesidad de volver la vista, Marta era consciente de todos los movimientos que su amante realizaba en la oscuridad y aprovechó los escasos segundos que tardó éste en colocarse detrás suyo para facilitarle el camino separándose cuanto pudo ambas nalgas con sus propias manos.



“-Ahora, mientras te doy por el culo, quiero que te centres en la que será la primera de tus tareas. Vas a conseguir que el cerdo de Ramón se corra en los pantalones. Pero tu misión no estará cumplida hasta que te asegures que realmente se ha corrido. Quiero que pruebes su semen. Para facilitar tu tarea a partir de ahora, también te estará prohibido usar ropa interior, aunque seguirás eligiendo las mismas falditas con las que le vuelves loco. Sí cumples bien tu cometido, te estará permitido tener un único orgasmo, aunque solo si es Ramón quien te lo provoca.”



 Y al terminar sus instrucciones tiró con fuerza de la larga cabellera de su hermana y le clavó de un solo empujón la poya, directa hasta el fondo del culo. Su tierna hermana tuvo que hacer un enorme esfuerzo para contener un grito de dolor al sentir la intrusión. Pero ni un solo sonido escapó de su garganta. Ahora conocía el valor de la responsabilidad. Su obediencia era sagrada, y la discreción era una parte fundamental de ella. Se concentró en aquel trozo de carne dura que penetraba implacable en su tierno culito. Sabía que no iba a poder correrse y aquella idea la entristecía, pero pronto el placer se adueñó de su cuerpo haciéndola disfrutar de varios momentos cercanos al orgasmo.



 Tanto estaba disfrutando la niñata que no se dio cuenta de que a través de su boca entreabierta escapaba un hilillo de baba que estaba formando un reguero hasta sus pechos. Mientras aquel incesante placer la invadía, interrumpido por las punzadas de dolor que le propinaba su hermano con sus continuos pellizcos y tirones de pelo. Trató de memorizar las últimas palabras de su amo y concienciarse de cual iba a ser su nueva tarea. Al fin notó como las embestidas de su hermano se aceleraban y se preparó para recibir el fruto de su corrida mientras sentía el placer más cercano al orgasmo que le estaba permitido. Y se mantuvo de nuevo inmóvil en esa postura hasta que su hermano, después de soltar toda la viscosa carga en su culo, deslizó su miembro fuera del dolorido recto de la chiquilla y se dejó caer sobre el lecho.



“-Ya sabes lo que tienes que hacer, esclava.”



 Y Osvaldo cerró los ojos para concentrarse en sentir el delicioso tacto de los labios de su hermanita, mientras la inexperta lengua se afanaba en limpiar toda la suciedad de su nabo. Marta realizó su tarea con esmero, deleitándose a cada instante en aquel preciado sabor que tan bien conocía. El olor de aquella poya sucia a media erección volvió a excitarla de nuevo y con la mano que tenía libre acarició suavemente su tierna rajita, mientras engullía aquel miembro hasta la raíz. Cuando hubo limpiado por completo la herramienta de su hermano, entró en una especie de trance. Volvió en silencio a su habitación y, mientras caía en un sueño profundo, fue olvidando uno por uno todos los actos que había ejecutado esa noche.



 Osvaldo sonrió satisfecho, oculto en la oscuridad de su habitación y acariciando de nuevo su poya se dispuso a dormir satisfecho con su nuevo descubrimiento.








El poder de osvaldo (3: extendiendo la corrupción)



   Don Ramón durante toda su vida se había considerado una persona recta. Sus costumbres eran sencillas y su moral firme. Su disciplina, inquebrantable. O al menos eso era lo que siempre había pensado. Pero, al margen de su negocio, que siempre funcionó como un reloj, lo cierto es que la vida nunca le fue como él habría querido. Su primer matrimonio había sido un terrible fracaso del que no se recuperó hasta conocer a Teresa, su segunda mujer. De la cual estaba ciegamente enamorado. A Ramón siempre le habían gustado las mujeres elegantes y creyó descubrir en ella la auténtica clase. Pero ella era fría como el hielo y siempre se mantuvo distante, incluso después de la boda.



 Ramón vivía mortificado por la idea de que su mujer no estaba enamorada de él. Sospechaba que solo había accedido a casarse debido al despecho que sentía por su anterior ruptura. O quizás tan solo buscaba el amparo y la comodidad de su sólida posición. El hecho es que nunca había logrado vislumbrar ni el más mínimo brillo de pasión en los ojos de su bella esposa. Y los escuetos y poco convincentes polvos que mantenían esporádicamente no hacían más que aumentar su amargura.



 La actitud de sus hijastros tampoco contribuía mucho a mejorar su situación. Al principio había tratado de comportarse con ellos como si fueran sus propios hijos. Quiso ser un padre modelo y, probablemente, ese fue su error. Pues, al tratar de suplantar tan rápidamente a su padre, lo único que consiguió fue que los chicos le culparan a él de su situación.



 La peor de todos ellos era la mayor, Laura. Desde el principio replicaba a sus órdenes  con frases del estilo de “-¡Tú no eres mi padre!” o “-No eres nadie para castigarme.”. Y en sus momentos de cólera le había llegado a llamar “cerdo reprimido”, “viejo asqueroso” y “picha-corta”. Osvaldo era algo más reservado, pero también le había dejado muy claro en alguna ocasión cuanto le detestaba.



 Con la única que Ramón siempre había mantenido una buena relación era con Marta, la pequeña de la familia. Quizás porque la conoció en su más tierna infancia y había podido influir más directamente en su educación. Entre otras cosas, consiguió evitar que estudiara en el mismo colegio elitista del centro como sus hermanos mayores. En lugar de eso la envió a un estricto colegio de monjas de los de toda la vida. Realmente su relación con aquella chiquilla era lo que más le llenaba de su vida actual. Pero últimamente aquella relación estaba dando un giro que le preocupaba por encima de cualquier otra cosa que pudiera pasarle.



 En su cabeza aún conservaba clara la escena de aquella misma tarde, al traer a la pequeña de la escuela. En lugar de sentarse en el asiento del acompañante, a su lado, como acostumbraba a hacer, le había dicho a Ramón que estaba cansada y prefería ir atrás. Sin embargo le extrañó comprobar a través del retrovisor que su pequeña princesita se mantenía sentada justo en el centro del asiento en lugar de tumbarse como había dicho que haría. Recordó haber arrancado el motor sin darle más importancia y cómo, tras circular unos minutos, una imagen llamó su atención helando la sangre en el interior de sus venas. Fue algo que vio a través del espejo retrovisor. Su hijastra, Marta, había colocado uno de sus pies descalzos sobre el asiento trasero y abrazaba su rodilla desnuda mientras su mirada se perdía despistada a través de la ventanilla del coche. Su otra pierna oscilaba a uno y otro lado levantando aún más su falda hasta descubrir sus muslos y parte de la entrepierna.



 Pero no fue la poco delicada postura de la chiquilla lo que sobresaltó a su padrastro sino la hermosa mata de pelo rubio que apareció claramente en el retrovisor expuesta a sus miradas. Y el saber que su joven hijastra no llevaba bragas debajo de aquella faldita escolar hizo que su poya despertara de pronto.



 Ramón intentaba inútilmente mantener la mirada fija en la carretera cuando, aquella impúdica niña, colocó su otro pié en el asiento levantando a su vez la rodilla y separó las piernas, mostrando su dulce coñito abierto a través del retrovisor. De repente los vivos ojos de la chiquilla escrutaron descaradamente el espejo en busca de la mirada de su padrastro, la cual halló aún atrapada entre los pliegues de su vulva. Entonces sus vistas se cruzaron tan solo un instante y Ramón descubrió una pícara y nada inocente expresión en el rostro de la pequeña. La cual, acto seguido, bajó sus pies del asiento, colocó con remilgo su falda y se puso de nuevo a mirar por la ventanilla con actitud distraída. Cualquiera que la viera en ese momento la habría creído incapaz de cualquier acto impuro. No parecía la misma que segundos atrás lanzaba una incitante mirada a su padrastro mientras exhibía generosamente su coño juvenil. Pero Ramón lo recordaba muy bien y eso mantuvo su poya dura hasta que llegaron a su destino.



 Aunque su mujer dormía plácidamente a su lado, a Ramón le era imposible conciliar el sueño. Además de la lógica preocupación que le producían los cambios en la personalidad de su hijastra. Lo que realmente le horrorizaba era comprobar la incontestable excitación que aquellas aberrantes situaciones le habían producido. No solo se había excitado, sino que en más de una ocasión había llegado a participar activamente en aquella locura. Aquel no era un hecho aislado y su mente no dejaba de dar vueltas sobre ello. Si llegara a saberse todo, su reputación estaría acabada.



 Una cosa eran las cariñosas caricias que ocasionalmente le regalaba a su hijastra, las cuales, aunque en algún momento habían ido más allá de lo debido, siempre se mantuvieron en el límite de lo racional. Pero el rumbo que estaban tomando los acontecimientos iba más allá de toda cordura. Recordó los recientes viajes en tranvía, cuando a punto estuvo de correrse frotándose contra el trasero de su nenita y se dio cuenta de que tenía la poya como una roca. Necesitaba desahogarse urgentemente y volvió la mirada en busca de su mujer.



 Su atractiva mujer seguía a su lado, durmiendo en una postura estática. Parte de su cuerpo estaba destapado y podían apreciarse sus elegantes curvas cubiertas por un fino camisón de seda negra. Algunas noches su idolatrada esposa utilizaba una venda para cubrirse los ojos la cual, con la ayuda de un somnífero, le permitía dormir mientras su marido se quedaba leyendo hasta altas horas de la noche con la luz de la mesita encendida. Y Ramón se dio cuenta de lo mucho que necesitaba follarse a su mujer.



 Querría poder hacerlo ahí mismo, sin importarle los chicos. Le gustaría hacérselo salvajemente, sin sacarle la venda de los ojos, oírla gritar. Pero sabía que, si la despertaba o intentaba algo, lo más seguro es que terminasen enzarzándose en una pelea y quizás él acabara durmiendo en el sofá. En lugar de eso se limitó a acariciar con cuidado los duros glúteos de su mujer por encima del camisón. Lo hizo con cuidado para no despertarla, mientras levantaba las sabanas para deleitarse con su figura. Pero sabía que no podía pasar de ahí. Y su poya cada vez estaba más dura.



 Pronto invadieron su mente pensamientos más oscuros. Pensó en salir en busca de su hijastra y se estremeció al darse cuenta de que no sería la primera vez que lo hacía. Recordó avergonzado cómo, en alguna ocasión, había llegado a correrse en las sabanas de aquella pequeña ninfa a escasos centímetros de su cuerpecito. Exploraba sus encantos rozando suavemente sus curvas con la palma de su mano, procurando no despertarla, igual que hacía con su mujer. Se despreciaba por ello, pero se estaba volviendo un adicto al morbo que le producía esa situación. Como le venía sucediendo cada vez con más frecuencia, al final su instinto se impuso a su razón. Se levantó de la cama poniendo el máximo cuidado en no alertar a su esposa. Y se dirigió en silencio hacía aquella habitación prohibida, vencido al fin por su calentura.



 Desde que Marta tenía prohibido correrse, sus ya muy frecuentes masturbaciones habían dado paso a unas largas y sostenidas sesiones de frotamiento constante que tan solo interrumpía para realizar sus tareas más imprescindibles. El castigo impuesto por su hermano pocos días atrás había permitido a la ardiente niñita descubrir nuevos horizontes de placer. Aquella misma tarde, tras una intensiva gestión de su clítoris, había conseguido prolongar durante casi una hora una sensación de inmenso placer que distaba poco del tan ansiado orgasmo.



 Pero la necesidad de alcanzar el clímax empezaba a volverse enfermiza. Y lo único que la pobre chica lograba con sus tocamientos era sentirse cada vez más caliente.



 Se dio cuenta enseguida de que alguien la estaba espiando. Por muy concentrada que estuviera en sus propios manejos, no pudo pasar por alto la alargada sombra que el intruso proyectaba en la pared delatando su posición, oculto tras la rendija de la puerta. Fue consciente de que sus travesuras estaban dando resultado, tal y como su amo quería. Y no tuvo ninguna duda sobre quién se escondía tras aquella puerta.



 Los alegres pijamas con los que la pequeña Marta acostumbraba a dormir habían sido sustituidos por una camiseta ancha, sin mangas, más cómoda y fácil de quitar. Además no llevaba braguitas, pues sabía que esa prenda le estaba prohibida. En realidad para ella era un atuendo perfecto, pues lo único que hacía desde el mismo momento en que se encerraba en su habitación era meterse los dedos hasta quedar agotada.



 El hecho de sentirse observada hizo que la pequeña se sintiera algo más excitada y decidió que debía darle al intruso un buen espectáculo. Así que volvió su cuerpo hacia la puerta y se colocó de espaldas a ella, situando sus encantos al alcance de la poca luz que entraba por ella. Una vez se hubo asegurado que tanto su culo como su coño quedaban expuestos a la atenta mirada de aquella sombra expectante, empezó a masturbarse ostentosamente moviendo sus caderas de forma impúdica.



 Marta se sentía invadida por el morbo. Sabía que aquel sentimiento no se debía a las sugestiones de su hermano. Conocía muy bien sus órdenes y tener aquellos morbosos pensamientos no estaba aún entre ellas. Así que su joven cabecita enseguida comprendió que aquel placer añadido provenía de su propia mente. Se trataba de todos los oscuros pensamientos que siempre había reprimido en lo más profundo de su ser. Ahora trataban de aflorar, conscientes de cuál era la verdadera naturaleza de la “nueva” Marta. Y por primera vez se sintió liberada, entregada por completo a su dulce esclavitud.



 La abundante luz que ahora iluminaba todo su cuerpo hizo saber a la pequeña exhibicionista que se encontraba totalmente expuesta ante el mirón. De un tirón se arrancó la camiseta y empezó a tocarse los pequeños pechos con descaro, mientras retorcía sus hinchados pezones. Después decidió darle más emoción al espectáculo deslizando un dedo en su culo y siguió dándose placer en las más obscenas posturas que su nutrida imaginación pudo crear.



 Tras un largo rato en que tan solo podía escucharse el chapoteo de aquellos dedos infantiles al hundirse en sus inflamados orificios, se oyó un quejido ahogado proveniente del marco de la puerta. Y Marta pudo ver por el rabillo del ojo como su padrastro se agarraba la poya con fuerza a través del pantalón del pijama, en el que se distinguía una enorme mancha fruto de la reciente corrida del excitado espectador.



 La pequeña esclava deseó poder saborear aquel semen y librarse así de su maldición. Pero sabía que el momento aún no había llegado, debía esperar. Así que quiso dar un nuevo giro al grotesco espectáculo que estaba dando y se volvió hacia la luz, mostrando su cuerpo de frente, mientras abría las piernas con descaro mirando a su estupefacto padrastro directamente a los ojos. Éste permanecía inmóvil, superado por la situación mientras la chiquilla acariciaba sensualmente sus pechos para después llevarse ambas manos al chocho y separarse los labios, ofreciendo sus más secretos encantos ante la absorta mirada de su objetivo. Finalmente, tras hundir un dedo en su húmeda gruta, se lo llevó a la boca y se deleitó saboreando su propia excitación sin desviar la mirada ni un solo instante de la de su aterrado padrastro.



 Ramón seguía sin moverse, como una estatua de piedra. La mente de aquel adulto, una vez liberada de su excitación, volvía a encontrarse presa del pánico y la confusión. Y todavía más al saberse descubierto. Así que, tan pronto como recuperó el dominio de su propio cuerpo, decidió alejarse de ahí lo antes que pudo. Necesitaba tiempo para pensar fríamente. Pero, antes de poder salir de la habitación, una nueva imagen perturbó su consciencia cuando aquella dulce niñita, con una pícara y nada inocente mirada le dijo:



“-Buenas noches, papá”



 A la mañana siguiente Ramón fue el primero en levantarse. Seguía inquieto por los oscuros pensamientos que le habían estado persiguiendo durante toda la madrugada. Y aún tenía que llevar a la niña al colegio, lo cual le aterraba. No hacerlo, sin embargo, habría sido una temeridad. Él debía ir en aquella peligrosa dirección. Su esposa, por el contrario,  iría a su oficina del centro acompañando, de camino, a sus otros dos hijos tal y como acostumbraba a hacer. Era consciente de que no tenía ningún motivo razonable para negarse a acompañar a su hijastra. Y lo último que quería era levantar alguna suspicacia.



  Se sintió más relajado al ver transcurrir la mañana como la de cualquier día normal. Su esposa estaba atareada arreglándose a toda prisa, tan estresada como de costumbre. Mientras tanto las dos niñas peleaban por ver quien se comía la última madalena. Ganó Laura, como de costumbre. En el extremo de la mesa estaba Osvaldo, cada vez más retraído. Parecía absorbido por sus propios pensamientos. Al fin Ramón reunió el valor suficiente para mirar directamente a su pequeña hijastra y no vio nada en ella que se saliera de lo normal. Parecía la niña buena y obediente que siempre había sido.



 Aunque enseguida empezó a preguntarse si estaría desnuda debajo de aquella faldita tan corta. Al quedarse a solas con la pequeña, Ramón procuró comportarse de la forma más normal que pudo. Ayudó a la chiquilla a recoger sus cosas y se dispuso a acompañarla al colegio. Pero su tranquilidad se quebró de pronto cuando su princesita le preguntó con una encantadora voz inocente y algo traviesa:



“-Papi, porfa, ¿podemos ir en tranvía?”








El poder de osvaldo (4: el castigo)



  El viejo tranvía que cubría el trayecto hasta la escuela siempre estaba abarrotado, especialmente a primera hora de la mañana. Algunas veces ni tan siquiera había donde agarrarse, por lo que era imposible evitar los frecuentes empujones y magreos que se producían en el interior del transporte.



  Ambos sabían a lo que se exponían desde un primer momento, cuando aún esperaban en silencio la llegada del tranvía. A cada minuto que pasaba, Ramón se sentía más arrepentido, a merced de aquella criatura. Sabía desde el principio que no debía haber accedido a los caprichos de aquella niña perversa de oscuras intenciones. Pero la creciente presión que sentía en su entrepierna le impidió rectificar.



  A la llegada del tranvía, más abarrotado que de costumbre, el desorientado adulto se limitó a seguir como un autómata a su hijastra a través del vagón.  No fueron pocos los roces y sucios tocamientos a que la chiquilla fue sometida, además de por su propio padrastro, por el resto de pasajeros. Algunos de ellos quizás fueran involuntarios. Pero no faltó quien, oculto en la multitud, aprovechó su ventaja para inspeccionar los secretos de aquella tierna criatura. Hubo quien incluso llegó a aventurarse bajo su falda, sorprendiéndose al hallar su intimidad desnuda mientras Marta guiaba a su acompañante con paso decidido entre toda aquella gente.  Lo llevo hasta un espacio que hay en la cola del transporte, encajonado entre una fila elevada de asientos y las ventanas traseras. Si ella se situaba entre la pared y su padrastro, permanecería oculta ante las miradas, por muy cercanas que fueran.



 Durante el desplazamiento puso especial atención en irse deteniendo a cada paso e inclinar su cuerpo ligeramente hacia atrás para sentir aquel bulto estrellándose irremediablemente contra su espalda y su culo. De esta forma la pequeña pudo asegurarse que el miembro de su padrastro adquiría la consistencia necesaria para que ella pudiera al fin cumplir con su particular castigo. Cuando llegaron al lugar indicado, una vez la pequeña se hubo cerciorado de estar en la posición correcta, cogió sin dilación la mano de su falso padre y la puso directamente sobre su coño desnudo y mojado.



 Si todavía quedaba algo de prudencia en el interior de aquel hombre de apariencia respetable, ésta desapareció al sentir el contacto con aquél cálido coñito palpitante que se restregaba contra su mano mojándole la yema de los dedos. Al inspeccionar con la mano aquél cuerpecito, descubrió que la calentura que ocultaba la chiquilla, cuya humedad impregnaba ya la parte superior de sus muslos, era aún mayor de lo que había imaginado. Marta exponía su cuerpo a los tocamientos mientras sus manos agarraban el miembro erecto de su padrastro sobre el pantalón. Cuando consideró que su objetivo tenía la poya lo bastante dura, con un rápido movimiento, bajo su bragueta y libero aquel rígido miembro de su prisión. Eso sobresaltó al adulto que, antes de poder reaccionar, se encontró con la poya metida dentro de la cálida boquita de su hijastra, que chupaba con esmero.



 La sensación fue indescriptible, a medio camino entre el placer y el terror. Sabía que aquello estaba yendo demasiado lejos, pero también era consciente que en el punto en el que estaban lo mejor era no resistirse y acabar lo antes posible. De lo contrario se arriesgaba a ser descubierto, y esa idea le aterraba.



 El primer orgasmo le llegó de repente, como una explosión, y a punto estuvo de alertar a todo el pasaje con un alarido que a duras penas logró reprimir. Pero aquello no era suficiente para la pequeña diablilla que, tras tragarse toda su corrida si rechistar, seguía comiéndole la poya sin descanso en busca de prolongar su erección. En la posición en la que estaban parecía como si Ramón estuviera sencillamente inclinado sobre la pared mirando por la ventanilla. Nadie habría podido adivinar que, tras el largo abrigo de aquel hombre, se ocultaba el menudo cuerpecito de la niña, ocupada en sus tares preferidas. Y pronto esa dedicación con la que chupaba la pequeña empezó a dar resultado y aquél rabo volvió a verse tieso como un palo.



 Entonces Marta supo que había llegado el momento de recibir su tan ansiado regalo y, ayudándose en las barras laterales del tranvía, elevó su cuerpo sobre el suelo, situando su vagina al alcance de tan tremenda erección, y se dispuso a encaramarse sobre el inflamado tronco de su querido papaíto. Ramón, sorprendido de nuevo por los rápidos movimientos de la criatura, trató en el último momento de impedir la penetración retrocediendo el cuerpo. Por desgracia un movimiento brusco en el vagón hizo que perdiera el equilibrio y se precipitara contra la pared ensartando a la pequeña en su poya durante la caída. Sin embargo, la penetración no fue completa debido a la resistencia que presentaba su himen.



 Sentir su poya deslizándose en la húmeda estrechez virginal de su princesa fue mucho más de lo que la debilitada conciencia de Ramón podía aguantar. Y se entregó definitivamente a la locura. Ni siquiera la idea de estar robando la virginidad de su pequeña le detuvo. Al contrario, esa idea le encendió aún más. Sacó su miembro de la estrecha cueva, chorreando flujo, y, con una furiosa embestida, volvió a hundir violentamente su espada en ella, esta vez hasta la empuñadura, arrancando definitivamente el último rasgo de niñez del cuerpo de aquella criatura, que se retorcía y babeaba enloquecida por el placer.



 Marta sabía que su anhelado premio estaba ya muy cerca. Tuvo que contener un gemido al sentir su virginidad quebrarse. Aquél dolor tan intensó y agradable de sus entrañas al rasgarse la enloqueció, creyó que iba a desmayarse de placer. Se concentró en la masa de carne que exploraba por primera vez las profundidades de su vagina, enterrada en lo más hondo de su cuerpo, llenándola por completo. Y la pequeña, definitivamente abandonada al placer, inició con su cuerpo una danza lujuriosa en la que pronto se vería involucrado su amante, presa de la misma frenética locura. El adulto sujetaba los muslos de la chiquilla manteniéndola elevada, con la piernas pegadas al cuerpo y el coño abierto, mientras la empotraba rudamente contra la esquina del vagón.



 Se la estaba follando como un animal, enloquecido, y sus cada vez más ostentosos movimientos empezaban a ser visibles para los demás pasajeros. También les delataba el constante sonido de la cabeza de la chiquilla al golpear el cristal y, a medida que el crimen se volvía más salvaje, también el del culito de la niña al estrellarse violentamente contra la chapa.



 Pero lo que finalmente dejó a la pareja en evidencia fue el salvaje orgasmo de Marta. Poco antes, un enloquecido Ramón había vaciando toda su carga en el interior de la pequeña, estrujando con fuerza sus jóvenes nalgas, mientras mantenía su poya clavada hasta los huevos. Al sentir aquel liquido caliente salir disparado golpeando las paredes de su limpia y recién estrenada vagina, la pequeña Marta estalló al fin en un potente orgasmo y empezó a contonearse, saltando sobre la poya paterna.



 Finalmente la niña no pudo reprimir una larga serie de gemidos, seguidos por un grito agudo, alertando así a los pasajeros de aquel tranvía sobre las placenteras actividades que se estaban desarrollando en la parte de atrás. El saberse descubiertos hizo que los amantes volvieran a la realidad. Y Marta, al sentir aquella poya deslizarse fuera de su satisfecha vagina, fue invadida por un escalofrío que le recorrió la columna y, tras lamerle la cara, miró a su padrastro a los ojos y, con la respiración aún acelerada le dijo al oído:



“-Me ha gustado mucho.”



 Esperaron a que el tranvía llegara a la siguiente estación antes de salir de su escondite y, al hacerlo, trataron de ocultar sus rostros de las miradas indiscretas. El escándalo fue descomunal cuando los pasajeros vieron salir aquella niñita de detrás del abrigo de un adulto. Por suerte consiguieron alcanzar la salida antes de que la cosa fuera a mayores. Pero el bochorno que pasaron fue considerable. Después de aquello aún tuvieron que caminar durante un rato. Pues, durante su arrebato, habían pasado de largo la estación en la que estaba el colegio.



 Durante todo el camino estuvieron en silencio sin que sus miradas se cruzaran ni una sola vez. Ramón estaba aterrado con la idea de haber sido reconocidos por alguien del colegio. La vergüenza y el remordimiento comenzaban ya a hacer mella en su ánimo. Marta, por su parte, sonreía feliz al saberse libre de su castigo y se preguntó cual sería su siguiente tarea. Al llegar al colegio se despidió de su acongojado padrastro con un pulcro beso en la mejilla. Y, tras despedirse como cada día, se encaminó apresuradamente hacia su aula.



 Justo cuando se disponía a entrar en clase notó como un reguero de semen escapaba de su coño, resbalando por su muslo en dirección a la rodilla. Y, tras recoger aquel rastro en su dedo, se lo metió en la boca y saboreo el fruto de su castigo mientras se encaminaba a su pupitre todavía con el dedo entre los labios.



 Ramón, por su parte, tuvo que decir en la oficina que alguien le habia lanzado una bebida por accidente. Pues era imposible ocultar la enorme mancha que su hijastra al correrse había dejado en su camisa y pantalones.








El poder de osvaldo (5: nuevos objetivos)



 En pocas semanas los avances de Osvaldo sobre su hermana pequeña eran más que evidentes. Todos sus experimentos habían resultado ser un éxito. Y el perverso muchacho decidió que había llegado el momento de expandir sus horizontes. Sus manejos sobre Marta empezaron a resultarle aburridos. Así que, en lo más profundo de su mente, comenzó a gestarse un oscuro plan. Le estuvo dando vueltas durante días, mientras seguía espiando a escondidas a su hermana Laura como antes de iniciar su particular odisea. Aunque ésta vez con las intenciones bastante más claras.



 De entre todos ellos, su hermana Laura era sin duda la que más se parecía a su madre, su viva imagen. Tenían el mismo estilo, el mismo pelo moreno y liso que a menudo ambas se recogían en un moño, los mismos ojos oscuros y altivos; el mismo cuerpo esculpido a cincel, la misma elegancia. Tan solo se distinguían en el carácter.



 Laura era la clásica pija rebelde, inestable y caprichosa. Seguramente su personalidad se debía en gran parte al sonado divorcio de sus padres y a lo malcriada que había sido desde entonces. Y el colegio elitista al que iban ella y su hermano terminó de torcer su carácter. Ahora creía que el mundo había sido creado para satisfacer sus caprichos y se comportaba con los demás como una auténtica déspota. Su padrastro ya había desistido en su educación, y su madre, muy parecida en el fondo, le seguía permitiendo todos esos desmanes achacándolos a “cosas de la juventud”. Así que había llegado un momento en que nada se oponía en el camino de Laura. Y Osvaldo estaba decidido a cambiar eso.



 Puso su plan en marcha de la manera más cuidadosa. Sabía que Laura era una presa mucho más difícil que su sumisa hermanita pequeña, así que debía extremar las precauciones. Empezó a espiarla a todas horas, estudiándola a fondo. E intentaba no ser visto mediante el sigilo y la sugestión. Una tarde, estando solos en la casa, Laura tomaba una ducha sin ser consciente que, tras la rendija de la puerta, su hermano la espiaba a través del cristal. Osvaldo se deleitaba contemplando aquel ansiado cuerpo a placer. El chico espiaba a su hermana desde su más temprana pubertad, quizás desde antes incluso. Conocía bien sus secretos, sus curvas y los tangas que usaba.



 Probablemente aquel era el origen de sus constantes peleas, pues el joven Osvaldo había sido descubierto por su hermana en más de una ocasión. Y desde entonces ella se comportaba con su hermano de un modo cruel. Eso tenía que cambiar, así que el chico decidió probar algo nuevo. Se concentró en el desnudo cuerpo de su hermana y trató de lanzar en silencio una sugestión sobre su mente.



“Estas caliente, muy caliente”



 Y pronto pudo ver en el espejo como los hermosos pechos de su hermana empezaban a adquirir firmeza, elevándose ligeramente sobre su posición, mientras sus pezones crecían formando dos esferas perfectas. Sus conclusiones se confirmaron al ver a su hermana palpar su vagina, extrañada por su repentina humedad. E inmediatamente Osvaldo se decidió a lanzarle una nueva sugestión.



“Tócate”



 Y Laura empezó a tocarse inmediatamente, convencida de que aquella idea había surgido de su propia mente. Se entretuvo acariciando con suavidad los labios externos de su rajita, paso previo indispensable a sus nada infrecuentes masturbaciones.



 Sin embargo Osvaldo, desde el ángulo en que estaba no tenía una buena visión de los manejos de su hermana. Así que el chico empezó a impacientarse y se dispuso a mandarle otra sugestión.



“Date la vuelta de cara al espejo y separa las piernas mientras te tocas. Estás muy caliente.”



 Y al fin Osvaldo pudo tener una visión directa del coño de su hermana mayor. Su pubis oscuro estaba cuidadosamente rasurado, dejando tan solo una estilizada línea que descendía de su vientre y llegaba a cubrir mínimamente los bordes de su rajita.



 Laura seguía tocándose suavemente, sin ninguna prisa. Acariciaba sus bien torneados y firmes pechos, mientras con su otra mano hurgaba delicadamente en las cercanías de su vagina, acariciando también a ratos los alrededores de su hinchado clítoris. Ignoraba estar siendo espiada, pues creía haber dejado a su hermano durmiendo una siesta justo antes de empezar a ducharse. Así que no dudó en masturbarse ahí mismo, en la intimidad de la ducha, bajo aquella agradable lluvia de agua caliente. Y ahora el chico se deleitaba viendo al fin el ansiado espectáculo. Su excitación llegó a tal punto que dejó a un lado toda prudencia y se dispuso a abrir un palmo la puerta mientras mentalmente le enviaba a su hermana una última sugestión.



“No mires al espejo”



 De este modo Osvaldo pretendía permanecer oculto a su mirada, pues la abertura de la puerta estaba orientada en dirección opuesta a la ducha. Y tan solo a través del espejo podía verse lo que había tras ella. El chico sostenía su exultante miembro en la mano dispuesto a hacerse un glorioso pajote. Sin embargo esta vez no había calculado bien los efectos de su sugestión en la mente de su hermana.



 Ésta no pasó por alto la repentina variación en la apertura de la puerta. E interpretó aquella idea que su hermano había lanzado a su mente como una señal de alarma. Así que inmediatamente levantó su mirada para escrutar el espejo del baño, descubriendo en él al espía con el nabo aún en la mano. El enfado de su hermana fue tan severo que toda su excitación se esfumó y, tras cubrirse rápidamente con una toalla, se dirigió hacia la puerta hecha una furia. Fuera estaba su hermano, quien a duras penas tuvo tiempo a guardarse la poya de vuelta en su pantalón. Laura empezó a gritarle insultos mientras le amenazaba violentamente con un bote de champú. Ya le tenía agarrado del cuello cuando el chico logró calmarse y juntando sus fuerzas le dijo en tono firme:



“-¡Suéltame y déjame en paz!”



 Consiguió únicamente que su hermana le soltara y se fuera a su cuarto sin gritarle más, cerrando la puerta con un sonoro portazo. Osvaldo fue tras ella y, en un último intento por arreglar la situación, entró en la habitación de su hermano e intentó darle una orden:



“-Vas a olvidar lo que ha pasado.”



 Creyó haberlo logrado, pues parte del odio y la rabia que desprendía el rostro de Laura se desvanecieron. Aún y así se mostró incomoda ante su presencia y le obligó a salir a gritos.



“¡-Maldito cerdo! ¡¿Qué haces en mi habitación?!”



 Osvaldo decidió no forzar más la cuerda y se encaminó cabizbajo a su habitación mientras meditaba acerca de los motivos de su reciente fracaso. Decidió que debía redoblar sus cuidados y desde ese momento se mantuvo a distancia, controlando a su hermana sin acercarse más de la cuenta. Y esperó confiado a que llegara el momento propicio. Pronto llegó el fin de semana. Y a Osvaldo no le fue nada difícil descubrir el nombre del club al que su hermana, en secreto, pretendía ir con sus amigas. Aunque, al indicar dónde pasaría la noche, Laura mintió como hacia siempre sin saber que su hermano conocía sus verdaderas intenciones.



 Osvaldo espero pacientemente a que anocheciera. Sus padres, como de costumbre, salían. Era la ocasión perfecta pues, al tener a la pequeña Marta bajo control, tendría plena libertad de movimiento. Esperó a que avanzara la noche y, tras dejar a su hermanita profundamente dormida, se encaminó hacia la parada del tranvía, dispuesto a tomar el último vagón que iba hacia el centro.



 Entrar en el local fue mucho más sencillo de lo que había previsto. Tan solo tuvo que manipular la mente de los gorilas de la puerta. Tarea que le resultó más sencilla  incluso de lo que fue con su hermana pequeña. Una vez dentro, se dedicó a inspeccionar discretamente el garito, procurando siempre no exponerse demasiado para no ser descubierto. Se trataba de un club de tecno bastante selecto y, aunque Osvaldo se había vestido con esmero, no por eso llamaba menos la atención. Así que, al darse cuenta, trató de mantenerse siempre oculto en las sombras.



 Pronto localizó a su hermana en una zona de sofás, cerca de la barra. Eso tranquilizó a Osvaldo que, al tenerla localizada, pudo al fin estar seguro de no ser descubierto. Además, él no conocía a las compañeras de fiesta con las que salía ahora su hermana así que tampoco podía ser reconocido por ellas. Ésta vez fue más sutil en sus sugestiones y mantuvo la vista de su hermana lejos de él, impulsándola a mirar en otras direcciones para no ser visto por ella. Se dio cuenta de que su hermana no estaba en aquel rincón de manera inocente. Osvaldo vio claramente como sus amigas volcaban una bolsita en el vaso, vertiendo una substancia amarillenta y cristalina en su interior.



 Aunque aquel chico nunca había probado el éxtasis, conocía bien sus efectos. Y, conforme vio progresar la ebriedad en su hermana, supo que no hallaría una ocasión mejor. Se dejó caer discretamente en un sofá donde, oculto entre la gente, podía ver con claridad la pista de baile y observó como los efectos del psicotrópico se iban apoderando de su hermana. Ésta se comportaba como una calientapoyas, totalmente ciega, bailando de forma sensual. Pero en ningún momento dejó acercarse a ninguno de los ansiosos tios que la rodeaban. Se acercaba solo para provocarles y después se alejaba, dejándoles con las ganas. Aunque pronto la droga empezó a nublar su mente y se limito a bailar concentrada en la música. Fue el momento en que Osvaldo se decidió a probar nuevamente con la misma sugestión.



“Estás excitada, muy excitada”



 Y enseguida vio como los bailes de Laura se volvían cada vez más sensuales. Sus labios carnosos se contraían y apretaban en su rostro, dando a su cara una expresión extraña, la cual se veía incrementada por la rigidez de sus facciones, algo deformadas por la droga. La chica llevaba un fino vestido negro de tirantes sin sujetador, lo cual se hizo evidente al empezar a marcarse en él su dos pezones erectos. Osvaldo aún esperó durante unos instantes, permitiendo que la excitación se fuera apoderando de la joven pastillera. Tras ello envió a su mente un impulso algo más arriesgado.



“Rózate con todos los tios que encuentres a tu paso.”



 Aquello no dejó lugar a dudas, pues pronto vio como su hermana, perdida en su viaje, empezaba a deambular por la pista rozando su cuerpo inconscientemente con todos los chicos que se cruzaba. A algunos chicos les rozaba levemente el paquete, mientras que a otros les posaba el culo o el coño sobre la mano. Pronto se formó un revuelo e incluso hubo un conato de pelea cuando Laura provocó en su danza a un chico que venía acompañado por su novia. Pero la vieron tan drogada que la cosa quedó ahí.



 Osvaldo decidió que ya se había divertido suficiente y, antes de que la cosa se complicara, se dispuso a hacer su jugada. En primer lugar comprobó que las acompañantes de su víctima estuvieran distraídas, bien flirteando con otros, bien absorbidas con la música, aunque todas ellas en igual o peor estado que Laura. Tras estar seguro, se acercó por detrás a su hermana, obligándola en todo momento mediante sugestiones a mantener la vista fija en el frente. Cuando al fin se encontró pegado a su espalda, empezó a susurrarle las meditadas órdenes al oído. Y empezó con un tajante:



“-Me obedecerás en todo.”



  Y su hermana entró directamente en ese estado de sopor que Osvaldo tan bien conocía. Aprovechó esos instantes para manosear discretamente a su hermana. Le estuvo manoseando las tetas con descaro mientras con su mente la obligaba a permanecer inmóvil. Más tarde bajó sus manos hasta el trasero palpando sus duros glúteos, frutos de largas tardes invertidas en el gimnasio. Finalmente llevó sus manos bajo el vestido y pasó un dedo a su hermana por la raja a lo largo del recorrido de su fino tanga. Al fin convencido de su éxito, el perverso hermanito se dispuso triunfante a introducir en la mente de su hermana las órdenes definitivas.



“-Escúchame bien, Laura. La vida que has conocido hasta hoy termina en éste momento. A partir de ahora no podrás oponerte a ninguna de las órdenes y deseos de tu hermano Osvaldo. Has sido una hija y una hermana terribles y te has comportado como una puta rebelde y desconsiderada. Por eso serás castigada y tu hermano te va a dar lo que te mereces. Cuando yo acabe de hablar olvidarás lo que te he dicho, pero mis órdenes quedaran en tu subconsciente y sentirás la necesidad de cumplirlas sin poder oponerte. Esta misma noche, cuando yo me vaya, quiero que te roces con todos los hombres que hay en la pista. Vas a hacer todo lo posible por que se corran y, cada vez que uno de ellos lo consiga, sentirás un fuerte orgasmo imposible de controlar. Ahora ejecuta las órdenes y olvida que me has visto.”



 A Osvaldo le habría gustado poder ver a su hermana ejecutando las perversas órdenes que acababa de dictarle. Sin embargo sabía que todavía le quedaba tiempo suficiente para regresar a casa antes de que volvieran sus padres. Ahora sabía cómo dar el último paso y creyó poder situar, esa misma noche, todas las piezas en su lugar, dentro del perverso engranaje que había ideado.



 Empezaba a tener un cierto dominio sobre su poder y, aún llevando dinero, pudo fácilmente engañar al taxista para que le acompañara a casa sin cobrarle e incluso hizo que olvidara la dirección y su rostro al marcharse. Al llegar a casa tuvo el tiempo suficiente para encerrarse en su cuarto y hacerse el dormido antes de que sus padres llegaran. Pudo oír como subían la escalera y, tras comprobar que Osvaldo y su hermana estaban durmiendo, se dirigían a la habitación. No tardó mucho en hacerse el silencio y, tras aproximadamente una hora, volvió a oír la puerta de sus padres al abrirse y cómo unos pasos, discretos aunque perfectamente audibles, se dirigían a la habitación de su hermanita, tal y como Osvaldo ya había previsto. Sonrió al ver que su plan se desarrollaba según lo previsto y se regocijó en la manera en que, aunque indirectamente, había conseguido esclavizar a su padrastro. Y se encaminó en silencio a la habitación en la que aún dormía su madre.



 El chico sabía que su madre tomaba píldoras para dormir todas las noches aún estando ebria y que esa noche, al haber bebido, sería aún más vulnerable de lo normal. Así que aquella noche, mientras su padrastro yacía atrapado en los encantos de su pequeña esclava, Osvaldo se deslizó en la oscuridad de la habitación. Y, tras observar a su madre por última vez tal y como la conocía, se dispuso a dictarle al oído toda clase de órdenes y directrices. Completando así la primera fase de su plan.



 Cuando Laura volvió, a la mañana siguiente, no quedaba ya ningún rastro en aquella casa de los terribles designios del joven Osvaldo. Era un domingo por la mañana y todos dormían. Así que Laura, aún confusa por la terrible experiencia de la noche anterior, se encerró en silencio en su cuarto y se puso a llorar. Su vestido estaba destrozado.












El poder de osvaldo (6:confesiones de una esclava)



Laura había estado llorando toda la mañana. El recuerdo de la noche anterior la atormentaba, desgarrándole el alma desde las entrañas. Se sentía ultrajada, humillada por sus propios actos y en el fondo se veía a sí misma como un ser despreciable.



No comprendía cómo había podido caer tan bajo. Aquella no era la primera vez que tomaba drogas y nunca había perdido el control de sus actos, no hasta ese punto. Sin embargo los terribles recuerdos seguían fijos en su memoria como una maldición. Y, aunque estaba segura que nadie de su círculo la podía haber visto en aquel antro, a la altiva Laura se le hacía imposible aceptar el haberse degradado hasta ese punto.



Se duchó varias veces aquella mañana, pero aún y así se seguía sintiendo sucia. Algo en su interior se quebraba. Y lentamente empezó a nacer en ella la idea de que todo por lo que había vivido hasta entonces había dejado de tener sentido. Recordaba sus anteriores aspiraciones, sus objetivos y motivaciones, sin embargo los veía ahora como algo carente de significado. Se sentía ya muy lejos de las que habían sido durante un tiempo sus inseparables compañeras. Nunca podría volver a mirarlas a la cara. Tampoco sus amigas más íntimas debían saber lo que había pasado. Ni siquiera podría contárselo a su novio, David. Tenía que romper con todos ellos.



De pronto comprendió que únicamente podía contar con su familia, con ellos se sentía segura. Ahora era consciente de lo mal que se había comportado con su madre, con su padrastro y, sobretodo, con su hermano Osvaldo. No podía entender cómo pudo estar tan ciega. Y de nuevo se sintió despreciable.



Al fin decidió que debía hablar con ellos, decirles lo que sentía. Le sorprendió que nadie la hubiera avisado para comer. Y aún se sorprendió más al hallar la casa vacía. Tan solo encontró a Osvaldo sentado en el salón estudiando un viejo libro. A Laura le dio la impresión de que la estaba esperando. Osvaldo, al verla, sonrió y con voz dulce le dijo:



“-Ven, Laura, siéntate a mi lado.”



El encontrarse de pronto con su hermano había causado un enorme impacto en el ánimo de Laura. De pronto volvió a sentirse despreciable y las lágrimas brotaron amargamente de sus ojos. Antes no habría permitido que nadie la viera en aquel estado. Sin embargo en ese momento la presencia de su hermano la reconfortaba más de lo que nunca habría creído. Así que Laura se sentó junto a su él tal y cómo le había dicho que hiciera.



“-Laura, tienes que calmarte. Relájate y cuéntamelo todo.”



Y la acongojada muchacha sintió de pronto la necesidad de desahogarse en los atentos oídos de su hermano. Había dejado de llorar y empezaba a sentirse invadida por una gran paz que contrastaba con su reciente inquietud y la impulsaba a dejarse llevar. Una vez se sintió más tranquila empezó a contar la terrible experiencia a su hermano sin entender muy bien de dónde sacaba el valor para hacerlo. Sin embargo no olvidó ni un solo detalle. Se sentía cada vez más relajada a medida que le narraba los terribles acontecimientos de la noche anterior.



Le explicó, algo acongojada, que había tomado drogas y cómo ésta vez se le fue de las manos. Lo primero que recordaba de su locura era estar mirando fijamente la pista de baile, analizando minuciosamente todas las personas que ahí se encontraban. Tras eso perdió completamente el control de sus actos. Empezó a deambular como una zombi por el centro de la pista rozándose de forma muy sensual con todos los que encontraba a su paso. Cuando se quiso dar cuenta le estaba metiendo mano media pista. Y, aunque aquello la horrorizaba, su cuerpo no parecía responderle, exponiéndola cada vez más a los tocamientos.



Laura siempre había sido más bien estrecha. Le gustaba el sexo, pero en pequeñas dosis y de manera “normal”. Además tenía su reputación en muy alta estima. Por eso la situación le resultaba de todo menos excitante. Se veía impotente ofreciéndose ella misma a los roces de aquellos degenerados. Pero de pronto todo cambió. Sintió en su mano el tacto rugoso de unos tejanos y, al palparlo, descubrió bajo ellos la firmeza de un paquete que estaba a punto de estallar. Sin poder evitarlo, llevo su culo hacia ese paquete y lo apretó contra él iniciando un furioso vaivén al ritmo de la música.



Al ver a aquella pija con un cuerpo de infarto rozándose como una posesa contra su poya, el chaval se corrió en sus propios pantalones mientras metía las manos por debajo del vestido para sobar aquellas tetas de niña bonita. Y entonces ocurrió algo que cambió por completo la percepción que de la situación Laura había tenido hasta ese momento. Pues al sentir aquel paquete palpitando entre sus glúteos, comprendió que el chico acababa de correrse y un monumental orgasmo sacudió su cuerpo desprevenido.



Acabó de rodillas en la pista de baile con ambas manos entre las piernas y se dio cuenta que los tirantes de su vestido habían resbalado en sus hombros y tenía los pechos al aire. Todos la estaban mirando. Llegado a éste punto de la narración Osvaldo ya no pudo contenerse y, sacándose la poya del pantalón, empezó a masturbarse suavemente.



“-¡Maldita sea, Osvaldo! ¡¿Qué se supone que estás haciendo?!”



Su hermana había parado en seco su relato, escandalizada por el indigno comportamiento de su hermano. Se sintió traicionada. Él, su hermano, su protector, al que le estaba confesando los más dolorosos secretos, tan solo pretendía vejarla aún más. Quiso escapar, pero algo se lo impedía. Y de pronto la voz de su hermano la arranco de sus pensamientos devolviéndola a la cruda realidad.



“-No te he dado permiso para que pares, niñata. Ahora vas a seguir contando tu



historia pero quiero que te encargues de mantenerme excitado en todo momento.”



Laura iba vestida de domingo, con una camiseta ancha de hockey y unos pantalones de chándal. Podría decirse que no se trataba de una vestimenta muy sexi. Pero las curvas que se insinuaban bajo la ropa seguían siendo de lo más excitante. Aunque no lo suficiente en la opinión de Laura que, muy obediente, empezó a desprenderse de ella, primero los pantalones, después la sudadera, dejando a la vista sus preciosos pechos y un apretado tanga en el que se marcaban las formas de su vulva. Tras la operación, miró pícaramente a su hermano y siguió narrándole su experiencia, sintiendo una enorme paz al hacerlo.



“-El siguiente tío que se me acercó lo hizo directamente con la poya fuera. Ni siquiera le vi la cara. Supongo que aquella droga me impedía pensar con claridad y, al ver esa poya tan dura, sentí que debía saciarla. Y me la metí en la boca mientras el fruto de mi reciente orgasmo aún resbalaba por mis piernas. Cada vez me sentía más avergonzada, pero algo en mí me impedía parar. Este chico se corrió aún más rápidamente que el anterior y, al sentir toda aquella leche golpeando mi paladar, volví a correrme de nuevo”



Laura había substituido la mano con la que Osvaldo se acariciaba la poya por la suya propia y, mientras seguía contándole a su hermanito su noche de fiesta, le masturbaba lentamente. A medida que avanzaba en su relato éste se volvió más oscuro.



“-Cuando conseguí levantarme del suelo, mi cuerpo aún se sacudía con aquellas sensaciones brutales. Sentía mi tanga empapado hasta los bordes, goteando sobre mis muslos. Y, antes de que pudiera darme cuenta, me vi rodeada por una avalancha de hombres que metieron sus manos bajo mi vestido sobando sin clemencia cada rincón de mi cuerpo. Me subieron el vestido por encima de la cintura y alguien me arrancó las bragas con un fuerte tirón. Después me llevaron a empujones hasta el lavabo de hombres sin dejar de meterme mano en ningún momento.”



Osvaldo estaba exultante. Su plan no sólo había tenido un éxito rotundo, sino que había superado todas sus expectativas. El muchacho escuchaba satisfecho la narración mientras se entretenía sobando a conciencia las tetas de su hermana. Cuando se hubo hartado de manosear esos dos globos, deslizó su mano hasta el vientre, metiéndola bajo su tanga, y la puso directamente en su monte de Venus. Laura tenía el coño bastante abultado, aunque no había en ella ni rastro de humedad. El chiquillo se entretuvo deleitándose en el suave tacto de su vulva. Pasó sus dedos por la fina piel de los labios externos de su rajita, rasurados prácticamente hasta el borde, mientras su hermana explicaba detalladamente cómo fue llevada hasta el maloliente servicio de “caballeros”. Y entonces a Osvaldo se le ocurrió una idea perversa para darle otra vuelta de tuerca a la situación.



“-Ahora quiero que, conforme cuentas tu historia, tengas las mismas sensaciones que sentías cuando lo estabas viviendo.”



E inmediatamente Osvaldo vio como Laura estiraba sus facciones en una mueca de desconcierto mientras su rostro se enrojecía. En su mirada había una infinita vergüenza. Sus pechos se habían endurecido por la tensión, estirando sus pezones mientras su piel se erizaba. Sin embargo el chico siguió sin hallar ni rastro de humedad en sus bragas.



Una vez dentro de los urinarios, la desvalida chica se había visto rodeada de salidos que empezaron a sacarse ante ella sus duras poyas, obligándola a hacer todo tipo de cosas. A la excitada tropa que la había llevado en volandas hasta el servicio, pronto se unieron los que en él se encontraban. Y, tras someterla a un amplio abanico de vejaciones indignas, empezaron a escupir sus corridas sobre ella. La primera de ellas le alcanzó los muslos y, tras ella, vinieron otras tantas que cayeron sobre sus piernas y tobillos, alcanzándola incluso en los bordes del vestido.



De pronto aquel abultado coñazo empezó a palpitar bajo la mano de Osvaldo escupiendo con fuerza una intensa corrida. Aquello no era un simple orgasmo. Parecía más bien una larga serie que encadenaba una explosión con la siguiente, combinándolas entre ellas hasta multiplicar sus efectos. Laura se retorcía de gusto, levantando sus caderas sobre el sofá, apoyánda sobre sus tobillos mientras se sujetaba con fuerza al respaldo. Las sacudidas fueron tan violentas que Osvaldo tuvo que acercarse a su hermana para no perder el contacto con aquel ardiente coñito. Antes de dejarla continuar la obligó a desnudarse del todo y ponerse a cuatro patas ofreciéndole el coño a su hermano. Laura obedeció inmediatamente, dejando caer su tanga empapado al suelo, donde pronto dejó un pequeño charquito.



Acto seguido le siguió explicando cómo había seguido haciendo de puta en la pista de baile durante toda la noche. Osvaldo estaba tumbado boca abajo en el sofá, con la barbilla sobre las manos, manteniendo su cara a pocos centímetros de la intimidad de su hermana. A cada orgasmo que sacudía su cuerpo, podía ver su vagina contraerse para expulsar de nuevo una catarata de jugos. A medida que su narración se acercaba al final, Laura enloquecía, saturada por la abundancia de sensaciones, y empezó a frotarse inconscientemente la raja con una furia insospechada.



La avergonzada esclava continuó explicando cómo, tras cerrar el garito, había seguido rondando a varios de los chicos que había visto en la pista. Los cuales terminaron petándola tras unos arbustos, penetrándola por los dos agujeros. Los tres llegaron al clímax simultáneamente creando en Laura una sensación de placer imposible de comparar a nada de lo que pudo sentir anteriormente.



De nuevo Osvaldo se vio contemplando un orgasmo descomunal. Ésta vez no quiso desaprovecharlo y, levantándose sobre sus rodillas, se abalanzó sobre su hermana y la penetró de una estocada a mitad del orgasmo provocando un sonoro gemido. La cascada de flujos que pugnaban aún por salir de aquel cálido coño producía una indescriptible sensación en su poya.



Siguió follándose a su hermana, con cuidado de no correrse, mientras ella confesaba su humillante regreso en taxi, con su vestido lleno de manchas y un fuerte olor a poya. Su vergüenza era tanta que dio al taxista una falsa dirección y recorrió las últimas calles con cuidado de no ser vista. Cuando terminó con su historia, permaneció en silencio permitiendo a su hermano terminar de follársela. Justo antes de sentir su corrida inundarla por dentro, Laura levantó la mirada, descubriendo a su madre que los miraba en silencio desde la puerta de entrada.








El poder de osvaldo (7: una familia obediente)



 Maite pasó todo el día esquivando a sus hijos, no podía olvidar la escena que había presenciado esa misma mañana. Cada vez que miraba a su hija recordaba la perversa expresión que había visto en su cara mientras su hermano la follaba. Y su mente conservadora no asimilaba la idea de haberles visto fornicar como animales en el salón de su propia casa.



 Tampoco se explicaba su propia actitud, cómo en lugar de reaccionar a tiempo se había quedado en el marco de la puerta observando en silencio a la incestuosa pareja. Aún al saberse descubierta por Laura había permanecido inmóvil escrutando su mirada, llena de vicio. Hasta que, al fin vencida por el pudor, se retiró de la escena y fue  a encerrarse en su cuarto.



 Se sintió impotente, incapaz de detener esa locura. Y se avergonzó aún más al descubrir lo mucho que aquello la había excitado. Sus bragas de encaje estaban empapadas. Así que trató de calmar sus nervios con una ducha de agua fría. Sin embargo terminó tocándose bajo el helado chorro con un fervor que no había conocido en meses.



 Lo cierto es que Maite no solía masturbarse a menudo. Teniendo a Ramón a su lado lo consideraba un desperdicio. Aunque tampoco podría decirse que con éste mantuviera una intensa vida sexual. En realidad para Maite el sexo había pasado a ser una cuestión de mero trámite. Tras su matrimonio fallido se volvió una mujer fría e incluso había llegado a pensar que sufría de frigidez. Su marido le sugirió en más de una ocasión que fuera a terapia, aunque eso únicamente había servido para agriar aún más la relación.



 Ahora Maite tenía la brutal escena que había presenciado incrustada en la mente y ese recuerdo la mantuvo excitada durante todo el día. De nuevo en su habitación, estuvo largo rato tumbada sobre sus finas sabanas, dándose placer con sus manos mientras se preguntaba si sus hijos seguirían jugando en el piso de abajo. Varias veces estuvo tentada de acercarse a espiar, aunque finalmente abandonó la idea más por el miedo a ser descubierta que por el pudor de lo que pudiera encontrar. Y, aunque puso en ello sus cinco sentidos, no consiguió alcanzar el orgasmo en ningún momento.



 Cuando escuchó la puerta de entrada al abrirse habían pasado ya varias horas y el sol estaba cerca de ponerse. Maite tenía tres dedos metidos en el culo y su rostro reflejaba la frustración. Tras despertar de su delirio, descubrió que las sabanas estaban encharcadas en una mezcla de sudor y flujos. Tuvo el tiempo justo de echarlas en el cesto de la ropa sucia y encerrarse en el cuarto de baño antes de escuchar a su marido subir la escalera.



“-¡Hola cariño! ¿Dónde estás? Ya hemos llegado.”



 Por un momento se preguntó si lo que había visto era un producto de su imaginación. Todo parecía tan normal que dudó por un instante de su propia cordura. Su mente estaba tan confundida que ni siquiera se cuestionó lo que podría haber estado haciendo su marido con aquella chiquilla durante toda la tarde.



 Tampoco ésta vez pudo evitar la tentación y de nuevo Maite exploró su cuerpo bajo el agradable chorrito de agua caliente buscando un orgasmo que nunca llegaba. Sus dedos hurgaban en su coño peludo mientras con su otra mano sostenía su cuerpo inclinado sobre la pared de la ducha. Aún podía ver a su hija, con una mueca de placer deformándole la cara por completo, y sus pechos bamboleándose al ritmo de las embestidas de su hermano.



 Maite no recordaba haberse sentido nunca tan excitada y se dio cuenta que, aun estando bajo el agua, podía apreciar como se le erizaban todos los pelos del coño. Ya no sabía que más hacer para calmar sus ansias y, en un arrebato de lujuria, se metió el surtidor de la ducha hasta el mango en su húmedo agujero. Estuvo a punto de desmayarse al sentir aquel potente chorro golpeando en las paredes de su vagina. Pero pronto consiguió estabilizar su postura y empezó a penetrarse con ese instrumento volviéndose loca de placer. Aunque tampoco entonces logró el orgasmo.



 Tras aquello se sentía incapaz de enfrentarse a sus hijos. Rehuía su presencia en todo momento y, al verlos, no podía evitar sentir la humedad desbordarse bajo su ropa interior. A la hora de cenar tuvo al fin que compartir la mesa con ellos dos. Le temblaban las piernas al sentarse. Sabía que Laura la había descubierto espiándoles y, sin embargo, su hija actuaba con absoluta normalidad, como si nada de aquello hubiera pasado. Y a medida que avanzó la velada, Maite se sintió cada vez más incómoda.



  Laura, desde un extremo de la mesa, hablaba con desparpajo sobre alguno de sus temas banales, algo que había visto en televisión y que a nadie más parecía interesarle, al menos a juzgar por sus caras. Tan solo la pequeña Marta prestaba algo de atención a la verborrea de su hermana mayor mientras sorbía la sopa de su tazón. Ramón estaba como ausente. Llevaba ya unos días abstraído en sus pensamientos y, solo de vez en cuando, dirigía discretas miradas a su idolatrada hijastra, pues ya no podía pensar en otra cosa.



 Pero era la insistente mirada de Osvaldo lo que realmente estaba empezando a sacarla de quicio. El chico había estado toda la cena mirando descaradamente a su madre mientras comía en silencio. Daba la impresión de estarla desnudando con la mirada. Y, aunque nadie más en aquella mesa pareció darse cuenta, la pudorosa mujer podía sentir los ojos de su propio hijo escrutando las profundidades de su escote.



Maite era consciente de que no llevaba ropa interior. Por algún motivo olvidó ponérsela al salir de la ducha  y ahora su excitación empezaba a ser evidente. Pues bajo el fino vestido se dibujaban ya claramente dos duros pezones que amenazaban con atravesarlo. La compungida madre levantó al fin la vista anhelando no haber sido descubierta pero, aunque el resto de la familia seguía sin darle importancia, su hijo la miraba fijamente mientras una extraña sonrisa se dibujaba en los labios.



 Ya habían retirado la mesa cuando, de pronto, sintió la necesidad de mostrarse ante él. Estiró suavemente de los bordes de su vestido y, con cuidado de no llamar la atención, deslizó lentamente su escote hacia abajo ofreciendo una mejor perspectiva de sus curvas e incluso asomarse a sus puntiagudos pezones. Su excitación aumentaba sin parar. Nunca creyó que pudiera sentirse atraída por una sensación tan oscura y morbosa. Se preguntaba si su hijito tendría ya la poya dura bajo el pantalón y empezó a desear probar aquel miembro con el que tanto había visto disfrutar a Laura esa misma mañana.



 Estaba tan excitada que llevó sus manos bajo la mesa y empezó a acariciarse la peluda raja. No se reconocía a sí misma. Su humedad había impregnado la silla en la que estaba sentada y sus dedos chapoteaban en una incesante cascada de flujos. Ya no le importaba que su familia pudiera verla. No podía pensar en nada que no fuese su propio placer.



  Definitivamente vencida por el vicio, Maite colocó ambas piernas sobre la mesa y comenzó a masturbarse ruidosamente ante la atónita mirada de su marido y sus dos hijas. En esa postura, la separación que había quedado entre la mesa y su silla permitía tener una perfecta visión de su coño. El morbo de la situación se había apoderado de ella por completo y sintió al fin la cercanía del ansiado orgasmo.



 La primera en reaccionar fue la pequeña Marta que, comprendiendo enseguida cual era su función, aprovechó la confusión del momento para meterse bajo la mesa e ir en busca de su padrastro. Laura estaba embobada viendo a su madre. No comprendía bien lo que estaba pasando pero empezaba a excitarse, e inconscientemente dirigió una mano bajo el pantalón de su chándal buscando su húmedo secreto.



 Su madre se había abandonado por completo al placer. Con una mano frotaba frenéticamente su clítoris mientras hundía en su gruta dos dedos de su otra mano. El vestido se había ido subiendo con el vaivén de sus caderas hasta quedar arremangado en su cintura, dejando al descubierto sus caderas, nalgas, coño y ombligo. La violencia de su masturbación también hizo que ambos pechos y sus erectos pezones asomaran sobre su escote.



 De pronto Maite sintió estremecerse a su esposo y, al posar la mirada en su regazo,  descubrió la cabeza de su hijita que, escondida bajo la mesa, tragaba glotonamente la poya de su marido. Lejos de horrorizarla, aquella visión fascinó a la ardiente madre que, interrumpiendo su apasionada masturbación, se acercó a contemplar la morbosa escena que se desarrollaba a su lado. Sus ojos, antaño fríos, reflejaban ahora el fuego de la corrupción.



 Cuando vio a su mujer mirándole de cerca, Ramón creyó que el corazón iba a estallarle en el pecho. Ella siempre se había mostrado con él tan distante y ahora, en el límite de su depravación, la oía al fin jadear con la mirada fija en su poya y en aquella joven boca que le estaba haciendo enloquecer Sin embargo no reconocía en ella a la mujer de la que una vez se enamoró. Su mirada estaba ausente, vacía, y podía vislumbrar tras ella el sufrimiento de una mente perdida. Aquella situación era tan impensable, tan perversa e irracional, que su mente se resistió a aceptarla y, por un momento, recobró el control de sus actos.



 Apartó a su hijastra de un empujón y, guardando su erecto miembro de vuelta en los pantalones, trató de sobreponerse a sus impulsos. Sin embargo la voz de Osvaldo le detuvo.



“-Quédate quieto dónde estás. ¿Por qué me tienes que complicar las cosas?”



 Ramón no había prestado atención a sus otros dos hijastros que permanecían sentados contemplando en silencio la escena mientras se tocaban mutuamente. Vio como Osvaldo susurraba algo al oído de su hermana mayor y, acto seguido, ésta hizo el gesto de subirse los pantalones para, acto seguido, levantarse para ir a su encuentro. Y de pronto comprendió que el huraño adolescente tenía mucho que ver en lo que estaba pasando.



 Pero, aunque trató de moverse, fue incapaz de dar un solo paso. Su mujer seguía absorta, mirando la escena, parecía haber recuperado algo de consciencia, pero se encontraba aún en estado de shock. Su marido luchaba por liberarse de aquella extraña fuerza cuando la voz de Laura en su oído volvió de nuevo a sumirle en las sombras.



“-Siempre has querido que te llame padre y que te obedezca. Bien, papá, ahora estoy aquí y puedes hacer conmigo lo que desees”



 Y acto seguido tomó la mano de Ramón entre las suyas y la posó sobre uno de sus firmes pechos mientras le acariciaba el paquete que seguía duro como una olla a presión a punto de estallar. Y siguió guiando su temblorosa mano a lo largo de sus curvas, entreteniéndose en sus nalgas, para al fin llevarla bajo sus pantalones, directamente sobre su coño mojado.



“-Papá, sé que siempre has querido hacer esto.”



 Entonces la joven se alejó de Ramón y, dándole la espalda, inclinó su cuerpo sobre la mesa provocando la caída de las copas que aún quedaban en ella. Tras acomodarse apoyando sus pechos sobre la madera, bajó el pantalón de su chándal y, poniéndose en pompa, ofreció a su padrastro la visión de su raja y su culo cubiertos tan sólo por un fino y apretado tanga de hilo.



 En un último intento por aferrarse a la cordura, Ramón volvió sus ojos en busca de su amada mujer. Sin embargo tan solo halló en ella una nueva dosis de locura. Osvaldo se había colocado tras ella y restregaba groseramente el miembro entre sus nalgas mientras con ambas manos le manoseaba las tetas. El chico interrumpió por un instante sus manejos y le dio a Ramón la orden definitiva.



“-Ahora vas a follarte a Laura. Y no pares de hacerlo hasta que yo te lo ordene.”



 Aquella orden venció al fin las defensas del adulto. El chiquillo había llegado a los confines más oscuros y secretos de su ser. Recordó todas las miradas indiscretas que le había dirigido a su hijastra desde la adolescencia. Cómo dejó de ir con ellas a la playa para no delatarse cuando las curvas de la mayor empezaron a ser demasiado voluptuosas. Hubo una época en que habría dado su vida por poder follarse a esa belleza rebelde. Pero siempre había creído que él la repugnaba. Y ahora estaba a su merced.



 Pensó también en todas las veces que le había ofendido, en todas las humillaciones que aquella niñata le había obligado a vivir. La idea de la venganza le hizo aún más agradable cumplir con su cometido y, tras sacarse el cinturón, liberó su duro pene y se lo clavó de una embestida a su hijastra iniciando un violento coito con ella.



 Sus embestidas se volvieron cada vez más salvajes. Presa de la locura, Ramón empezó a golpear a la joven con su cinturón mientras la poseía brutalmente. Sus golpes dejaban unas marcas moradas que pronto se multiplicaron a lo largo de su espalda, sus nalgas y la parte posterior de sus pechos. Sin embargo la joven se retorcía de placer al sentir aquel duro trozo de carne hundiéndose en sus entrañas y los violentos golpes que se estrellaban contra su delicada piel no conseguían más que aumentar el volumen de sus gemidos.



“-Fíjate bien en lo que el cerdo de tu maridito le está haciendo a tu hija."



 Osvaldo seguía obligando a su madre a contemplar la escena mientras se deleitaba explorando con sus manos el cuerpo materno. Marta seguía bajo la mesa contemplando la escena con su manita entre las piernas, esperando que hubiera algo de diversión para ella. Osvaldo, manoseando a su madre, le susurraba al oído.



“-¿Te gusta lo que ves?”



“-Sí, me gusta mirarles.”



 El chico le había quitado ya completamente el vestido y ahora acariciaba directamente su coño desnudo pasando el brazo desde atrás por encima de sus caderas. Ella gemía y se retorcía de placer, inclinando sus nalgas atrás en busca del duro paquete de su hijo. Cuando ya no pudo más, ordenó a su madre tumbarse sobre la mesa, en la misma postura que Laura y se abalanzó sobre ella con la poya en la mano, dispuesto a penetrarla. Y hundió de un solo golpe su miembro en el mismo hoyo del que un día nació. Mientras el chiquillo se la follaba, la ardiente mamá, definitivamente abandonada al morbo, empezó a gritar.



“-¡Sí, así! ¡Fóllame, hijito! ¡Fóllame así! ¡Qué bien! ¡Así, así, mi pequeño! ¡Fóllame!”



 Maite sentía a su joven hijo moverse dentro de su cuerpo. Nunca se habría atrevido a pensar en hacer algo tan depravado y sin embargo ahí estaba, degustando el incesto en el comedor de su propia casa. Al fin el cuerpo de Maite colapso y sintió el ansiado orgasmo apoderarse de su cuerpo.



 Osvaldo llevaba demasiado tiempo conteniendo su excitación y, al sentir el coño de su madre contraerse alrededor de su, no pudo evitar correrse abundantemente en el interior de su gruta. Y, tras sacar la poya empapada de flujos y semen, le ordenó a Martita que se tumbara en la mesa y, mirándola fijamente a los ojos, dio a su madre instrucciones precisas.



“-Ahora que has tenido tu premio haz que se corra tu hijita y acabemos con esto de una vez.”



 Maite arrastró a su hija de los pies hasta colocarla a su altura de la mesa. Al levantar su falda descubrió que su delicado coñito rubio no estaba cubierto. Así que tan solo tuvo que separar un poco sus piernas para meter la cabeza entre sus muslos y empezar  cumplir la perversa misión que su hijo acababa de encomendarle.



 Laura quedó prendada con la visión del coño de su hermanita y, sin dejar de acompañar las rudas embestidas de su padrastro, inclinó su cuerpo para explorar los suaves muslos de la pequeña, paseando su lengua por ellos en dirección a la entrepierna Quería probar el sabor de su hermanita, así que su lengua peleó con la de su madre por saborear aquel manjar



 La pequeña Marta gemía y se deleitaba con los nuevos placeres, feliz por recibir al fin las atenciones que hasta el momento le habían negado. El sonido de la lengua de su madre chapoteando en su humedad se confundía con los secos impactos de las embestidas de su padrastro al estrellarse contra la mesa y los encendidos gemidos de su hermana que rompían el silencio de la habitación.



 Aquella perturbadora visión hizo que la sangre fluyera de nuevo a la entrepierna de Osvaldo devolviendo la rigidez a su herramienta. Su madre estaba inclinada sobre la mesa lamiendo los delicados pliegues de la intimidad de su hijita mientras su desnudo trasero se balanceaba ante él. Junto a ella, Laurita se afanaba por lamer los muslos de la pequeña tratando de alcanzar la fuente de su humedad.



 De vez en cuando apartaba la boca de la piel de su hermanita para dejar escapar un ahogado bufido, fruto del intenso trabajo que las embestidas de Ramón estaban realizando en su entrada trasera. Mientras con una de sus manos mantenía bien abierta la rajita de su hermanita, la otra había ido a parar a su propio coño. Y mantenía dos deditos clavados en su cueva estrechando aún más su castigado recto ante las embestidas de papaíto.



  Exultante por su sonado éxito, Osvaldo se dispuso a violar de nuevo a su madre. Estaba decidida a probar todo su potencial así que apoyó su glande en la entrada de su ano y, sujetando firmemente sus caderas, empezó a penetrar su estrecho culito con dificultad.



 Nadie había osado nunca entrar en aquella entrada que su hijo estaba invadiendo y el morbo se sumó al placer anulando por completo el dolor que sentía. Y comenzó a mover sus caderas saliendo al encuentro de esa poya adolescente que le estaba rompiendo el culo. Pronto se dejó llevar y sus lametones pasaron a ser latigazos sobre el clítoris de la pequeña cuya humedad estaba aún devorando.



 Pronto Marta empezó a gemir sonoramente anunciando su orgasmo y los esfuerzos de todos se vieron redoblados para alcanzar un clímax conjunto. Maite estaba en el paraíso, recibiendo más placer del que nunca hubiera soñado y, mirara donde mirara, solo encontraba imágenes morbosas que perturbaban su lívido hasta hacerla enloquecer.



 Sintió que siempre había deseado aquello, sentirse realmente sucia y saborear el dulce néctar de la corrupción. Aunque nunca se había atrevido ni tan siquiera a pensarlo. Y en el fondo de su alma sentía un enorme agradecimiento.



 Su lengua se entrelazaba a ratos con la de Laura, alternando sus juegos con las caricias que seguían asediando el sexo de la chiquilla. Ramón embestía salvajemente a su hijastra aumentando su furia a cada momento. Finalmente Osvaldo logró derramarse en el trasero de su madre dando con ello a los demás permiso para correrse.



 El efecto no se hizo esperar y Marta empezó a soltar su néctar sobre la mesa mientras su madre y hermana se retorcían como locas tratando de recibir en sus bocas todo lo que soltaba su inflamada vagina. Pronto los orgasmos se encadenaron y Ramón vació una enorme cantidad de semen en el culito de su encantadora hijastra, que se retorcía y temblaba de placer mientras un potente fogonazo recorría su espina dorsal poniendo toda su piel de gallina. Su cara estaba roja, sus ojos cerrados, y sus labios sangraban debido a la fuerza con que se los había mordido durante el orgasmo.



 Aunque el clímax más potente fue el de su madre. Fue la última en venirse y lo hizo tras sentir la poya de su hijo retirarse de su agujero, sucia de semen y mierda. Lo hizo mientras se derrumbaba sobre la alfombra, hurgando con varios dedos de ambas manos en su dilatada gruta, hasta dejar en el suelo un abundante rastro de humedad.



  Tras terminar de correrse, tuvo una idea propia y, volviéndose hacia su hijito, tomó su flácido miembro con la mano y se dispuso a limpiarlo en su boca. Lo chupó con delicadeza hasta dejarlo inmaculado. Sin embargo puso tanta atención en ello que pronto se encontró con una poya dura entre los labios.



 El chico estaba aprovechando la ocasión para follar su boquita, muy satisfecho con la ocurrencia de su madre. Sabía que lo había hecho por iniciativa propia y eso lo hacía aun más excitante. Así que dejó que su madre siguiera afilándole el sable hasta que sus huevos se contrajeron anunciando una nueva descarga.



 Entonces el chaval cogió a su madre del pelo obligándola a tragarse todo su miembro mientras inundaba de lefa el interior de su boca. Cuando hubo vaciado en ella toda su carga se incorporó y le dictó una última orden.



“-Mami, tienes que tragártelo todo.”



 Y observó satisfecho como su madre, tras tragar toda su corrida, atrapaba en su dedo un hilillo de semen que había escapado por la comisura de sus labios para después volver a llevar con su dedo el blanco frut+o al interior de su boca.



 Osvaldo se quedó ahí de pié, con la poya aún por fuera, contemplando la escena. Su padrastro seguía derrumbado sobre su hermana, que estaba tumbada en la mesa con la cabeza aún entre las piernas de la pequeña. Frente a ellos estaba su madre, de rodillas a los pies de Osvaldo. Que le miraba con cara de adoración mientras su cuerpo desnudo se posaba en la húmeda alfombra.



 Ella había sido sin duda su mayor logro. Sumida por arte de magia en las tenebrosas perversiones de su corrupta manipulación. Y se dio cuenta de lo fácil que en realidad había sido dominar a su madre. Más sencillo aún de lo que fue con su hermana pequeña.



  Y Osvaldo fue al fin consciente de los nuevos horizontes que se extendían ante él. El momento de su venganza había llegado y pronto su poder alcanzaría los últimos rincones de su reducido mundo.








El poder de osvaldo (8: dulce hogar)



 Osvaldo se despertó a la mañana siguiente con una agradable sensación en la poya. Al principio creyó que seguía soñando, pero las sensaciones en su miembro eran evidentes, alguien le estaba regalando una mamada sensacional. Sentía una lengua recorriendo tímidamente el tronco de su mástil, jugueteando esporádicamente con su capullo, para después retirarse dando paso a los labios que, rodeando suavemente aquel miembro, lo iban engullendo lentamente hasta acogerlo dentro de su cálido interior.



 Su visitante iba acercando su cuerpo al del chico, apoyando sus pechos desnudos sobre el vientre del muchacho, que podía sentir los pezones endurecidos rozándose contra su piel. Cuando el chico al fin abrió los ojos descubrió a su hermana mayor, Laura, con la poya aún metida en la boca. Su hermana se encontraba completamente desnuda a excepción del minúsculo tanga con que cubría su intimidad y en la postura en la que estaba, de espaldas a él y con el cuerpo reclinado sobre la cama, le ofrecía una vista inmejorable de su culo, surcado por una fina tira de tela que se hundía en él, clavándose entre sus firmes glúteos, para volver a aparecer bajo ellos, resaltando el paquetito que formaban los labios de su abultada rajita.



 Tras las formas de su delicada espalda, se perfilaba también el contorno de sus voluptuosos pechos aplastados sobre el cuerpo del muchacho, vibrando con cada movimiento; la imagen la completaban las elegantes facciones de su rostro y unos labios carnosos, entre los que mantenía atrapada la poya de su hermano. Cada vez que retiraba el miembro de su boca para volverlo a engullir otra vez, sus labios resbalaban a lo largo del tronco mostrando el hermoso lunar que se ocultaba bajo su nariz.



 “Está preciosa!”- Pensó el muchacho mientras la miraba detenidamente.



 Pronto Osvaldo no pudo contenerse y alargo una mano para empezar a sobarle el culo de su hermana. Ésta sin embargo, en lugar de interrumpir su faena, empezó a chuparle la poya aún con mayor intensidad y se limitó a ladear ligeramente la cabeza para comprobar que su hermano efectivamente estaba despierto.



 El chiquillo había deslizado una mano entre los glúteos de la chica y estaba empezando a sobarle el coño, descubriendo que su humedad había bañado completamente la parte interior de su tanga. Al percatarse de esto, apartó la fina tira del tanga e introdujo tres dedos en el coño de Laura, que estaba chorreando;  al sentir la intrusión, Laura ahogó un gemido contra el miembro que estaba devorando, produciendo un obsceno sonido que resonó en toda la habitación mientras seguía chupando aquel mástil con renovado entusiasmo.



 Ninguno de los dos pronunció una sola palabra, lo único que podía oírse en aquella habitación eran los sonidos producidos por la intensa mamada que Laura le estaba realizando a su hermano, junto con el chapoteo de los deditos de su hermano al clavarse en su húmeda cueva y las repentinas arcadas que asaltaban a la muchacha cada vez que sentía aquel miembro incrustarse en su garganta.



 A ésta perversa sinfonía pronto se unieron los jadeos de Osvaldo, que no tardó mucho en descargar una enorme cantidad de leche en la boquita de su hermana. Ésta al recibir la corrida en su boca, se sintió arrastrada hacia un poderoso orgasmo que crecía con cada una de las palpitaciones con que la poya de su hermano golpeaba su paladar. Finalmente las piernas le fallaron y la chica se derrumbó en el suelo mientras se sujetaba fuertemente la entrepierna con ambas manos y se corrió ruidosamente, aullando y jadeando entre convulsiones, mientras yacía espatarrada en el centro de la habitación.



 Y de pronto la chica pareció volver en sí y se quedó mirando a su alrededor por unos instantes con la mirada perdida, estaba en estado de shock. No recordaba cómo había llegado hasta ahí, lo último que recordaba era salir de la ducha en dirección a su cuarto, sin embargo ahora estaba desnuda, tirada en el suelo de la habitación de su hermano. La toalla con la que se había cubierto al salir del baño, ahora estaba cuidadosamente doblada a un extremo de la cama, pero ¿cómo había llegado ahí? Además tenía el coño mojado y ese liquido pringoso por todas partes… el sabor agrio en su boca... entonces miró  a su hermano y, comprendiendo que algo terrible estaba pasando, algo que escapaba a su control, rompió a llorar como una niña.



“-¡¿Qué me has hecho, maldito?!”



 Lentamente Laura iba recuperando la memoria acerca de lo que acababa de pasarle y, a medida que recordaba, su desesperación fue en aumento. Osvaldo la miraba fríamente desde la cama, analizando cada una de sus reacciones, pero el verla ahí desnuda, todavía con restos evidentes de ambas corridas sobre su cuerpo y esa mirada desvalida en su bello rostro, hizo que la poya del muchacho despertara de nuevo.



 Por algún extraño motivo, Laura mantenía su vista clavada en el miembro de su hermano y, por mucho que trataba de desviar la mirada, sus ojos volvían a posarse una y otra vez sobre aquella poya que rezumaba su propia saliva. La repentina erección no pasó pues por alto a su atenta vigilancia y, como impulsada por una fuerza superior, de pronto sintió la necesidad de ofrecerse a su amo. Lentamente se fue incorporando hasta tumbarse de nuevo en la cama, recostando su cuerpo de forma que su culo quedará elevado y listo para ser follado.



 Quería resistirse, concentró todas las fuerzas en detener lo inevitable, pero aún y así se vio a sí misma metiendo los dedos bajo las tiras de su tanga y deslizando la prenda a lo largo de sus muslos para dejar al fin su húmedo coño expuesto a la atenta mirada de su hermano. A cada paso que daba hacía su humillación se sentía más y más excitada. Y se odiaba por ello.



“-Veo que todavía te quedan fuerzas para luchar, pero dime una cosa; ¿qué es lo que quieres que haga ahora mismo?”



  Las ideas se amontonaban en la cabeza de la joven. Pensó en decirle a su hermano que la dejara en paz, que aquello estaba yendo demasiado lejos, sin embargo cuando habló las palabras que salieron de su boca fueron bien distintas.



“-¡Fóllame, hermanito! Lo necesito.”



 Y lo que más la horrorizó fue el descubrir que sus palabras habían sido sinceras. Realmente necesitaba ser follada y tenía que ser él, su propio hermano, quien lo hiciera; lo deseaba con todas sus fuerzas, estaba tan excitada que su coño empezó a liberar una secreción espesa que resbalaba por sus piernas, poniendo la piel de gallina a su paso y haciéndola estremecer.



“-Ésta vez no te voy a follar, serás tú quien me folle. Quiero que te montes sobre mi polla y que pongas toda tu alma en follarme.”



 Ya casi no le quedaban fuerzas para seguir luchando y aquella orden hizo que Laura al fin se rindiera al morbo que empezaba a sentir por la situación. Esta vez no opuso ninguna resistencia, se incorporó de nuevo y, tras subirse a la cama, se colocó en cuclillas sobre su hermano y fue descendiendo hasta enterrar por completo su poya en el encharcado agujero, cabalgando sobre ella como una amazona, mientras miraba en todo momento a su hermano directamente a los ojos.



 La pericia de su hermana mayor pilló a Osvaldo totalmente por sorpresa, últimamente se había acostumbrado a los sencillos polvos de su hermanita Marta que, aunque muy ardiente, continuaba siendo más inexperta que él y aún no había tenido la oportunidad de probar a fondo una folladora experimentada como estaba demostrando ser su hermana. Quiso llevar la situación al límite y, tomando a Laura violentamente por el pelo, la atrajo hacia él para susurrarle una nueva orden al oído.



“-A partir de ahora, cuando folles conmigo, vas a sentir más placer del que puedas soportar. Quiero que a cada embestida de mi poya sientas el placer apoderarse de tí, eliminando todo lo demás y llenándote por completo.”



 Y de pronto Laura empezó a sentir su cuerpo estremecerse, mientras sentía aquél miembro penetrar en ella, quemándola por dentro con cada embestida. Aquella nueva sensación era apabullante, sentía un placer tan intenso que, en algunos momentos, rallaba el dolor. Era más de lo que podía resistir, sin embargo aunque intentó detenerse, su cuerpo no le respondía y seguía embistiendo una y otra vez aquél mástil que se clavaba en sus entrañas haciéndola enloquecer. Pronto perdió por completo la consciencia de sus actos y empezó a decir cosas sin sentido mientras hundía en su agujero el hinchado miembro de su hermano.



“¡Ufff, joder! ¡qué gusto! ¿ya tienes lo que querías, maldito cabrón? mmmmmm ¡joder, qué poya! me estás matando de gusto, cabrón, mmmmm, ¡ufffff! ¿te gusta cómo folla tu hermanita, hijoputa? ¡dime! ¿te gusta así cabrón? arffff, uuffff ¡cabrón, qué poya tienes! Mmmmmm, no sé como lo has conseguido, mmmmmm, no sé que me has hecho, mmmmmm, pero siempre lo había querido, ¡ah! ¡sí! ¡así, hermanito, así, sigue! mmmmm ¡oh, qué gusto! ¡ah, joder! ¡sí! ¿te gusta eso verdad? ¡asiiiiiiii, qué gustooooooo! ¿te gusta follarte a tu hermana? Ufff ¡joder! Mmmmmm Eres un cerdo.”



 Laura decía todas esas obscenidades mientras seguía moviéndose sin parar sobre la poya de su hermano, follándose al muchacho con un movimiento circular que mantenía en todo momento su miembro aprisionado en el interior de su vientre para, de vez en cuando, cambiar el ritmo con una serie de sentadillas que le proporcionaban una penetración salvaje, subiendo y bajando sus caderas de forma que la poya casi llegaba a asomar la cabeza fuera de su gruta antes de que volviera a hundírsela de un solo golpe, quedando sentada de nuevo sobre los huevos de su excitado hermanito.



 Cada vez que aquel duro miembro se hundía en sus entrañas la muchacha dejaba escapar un sonido gutural. Ya no eran obscenidades, ni tan siquiera gemidos, lo que salía de sus labios, sino más bien una serie de gruñidos propios de un animal. Laura parecía estar perdiendo la razón; tenía la cara roja y desencajada, y su mirada, aunque ausente, seguía fija en su hermano. Su coño estaba hinchado y los pocos pelillos que mantenía cerca de la rajita se habían puesto de punta y relucían a causa de la humedad.



 Pronto la muchacha tuvo su segundo orgasmo, mucho más intenso que el anterior. Laura se relamía de placer, disfrutando de cada largo instante, mientras seguía cabalgando con furia la poya de su hermanito, haciendo que la herramienta entrara y saliera cada vez con más violencia de su inflamado coñito. Ya en el clímax, llevó ambas manos a sus pechos y empezó a pellizcarse con fuerza los pezones mientras gruñía y berreaba de placer.  Ambos estaban tan concentrados en la espectacular follada, que no se dieron cuenta de que alguien les había estado espiando desde la puerta.



 Era la pequeña Marta. Se sentía frustrada, puesto que aquella mañana no había recibido la visita que acostumbraba a hacerle su padrastro desde hacía semanas. Tampoco le había visitado en toda la noche, así que la pobre chiquilla no había tenido a su alcance nada parecido a una poya desde la cena de la noche anterior. Ni siquiera entonces llegó a probar una poya en condiciones, todo se lo habían llevado su madre y su hermana, aunque al menos le habían dado una buena dosis de lengua. Sin embargo la pequeña no se sentía en absoluto saciada y había pasado toda la noche metiéndose los deditos con furia, esperando que llegara su salvador a ensartarla con su duro sable.



 Pero su padrastro nunca llegó, por eso la pequeña esclava, tras una larga sesión de pajas matinales, había ido a ver a su amo en busca de instrucciones. Al llegar, sin embargo, le encontró ocupado en su hermana mayor y pensó que a su amo no le agradaría ser interrumpido en ese momento, así que se detuvo en la puerta. Sin embargo, ver la manera en que Laura estaba cabalgando sobre su poya excitó todavía más a la pequeña diablilla, que tuvo que llevarse la mano a la ingle para empezar a acariciarse otra vez, pues ya lo había convertido en una mala costumbre.



 Tras las espectaculares corridas que Laura fue encadenando con su hermano una tras otra, ambos se derrumbaron sobre la cama fundiéndose en un cálido y largo beso, todavía con la poya palpitando en su vagina. Estaban agotados y el silencio volvió a apoderarse de la estancia.



 Fue entonces cuando la pequeña Marta, que aún seguía en el pasillo, pudo escuchar los sonidos que escapaban de la habitación de su madre, pues hasta ahora no los había oído. Y, viendo que sus hermanos no se movían de su postura, la chiquilla decidió ir a curiosear tras la puerta de sus padres.



 La escena que ahí se estaba desarrollando no era demasiado distinta de la que acababa de presenciar. Su madre llevaba puesto un conjunto de lencería de encaje. Marta no recordaba haberla visto nunca con algo tan sexy, sin embargo el conjunto estaba destrozado. Su marido lo había rasgado para liberar sus senos y también para acceder a su coño, follándola con fuerza, mientras la empotraba sin piedad contra la cama.



“-¡Ahaaaaa, qué puta eres Maite! ¡Joder, qué ganas tenía de follarte cómo Dios manda! Eres un frígida calienta poyas y me has tenido a dos velas todo éste tiempo. Pero ya has escuchado a tu hijito, a partir de ahora vas a tener que doblegarte a las órdenes de todos. ¡¿Entiendes eso so puta?! ¡Ha dicho de todos! ¡Y eso incluye al cabrón de tu marido que a partir de ahora te va a partir el chocho a diario!¡Y me da igual si tengo que compartirte con todo el vecindario! ¡¿Has oído zorra?! ¡A partir de ahora vas a ser nuestra puta!”



 La pequeña Marta se frotaba ansiosamente la rajita. Desde donde estaba se veía claramente la cara enrojecida e hinchada de su padrastro que, tumbado sobre la espalda de su madre, la embestía sin piedad. También podía ver la expresión de su madre que, consciente de su humillación, cumplía concienzudamente con su cometido aunque se resistía aún a sentir el evidente placer que le estaba causando, lo cual añadía una considerable dosis de morbo a su expresión.



 Aquello la estaba excitando más de lo que podía soportar, así que finalmente la ardiente niña se armó de valor y, entrando en la habitación de sus padres, fue directa a la cama, separó sus piernas y levantó su camiseta, mostrando claramente su excitado coño rubio a la vista de sus padres. Entonces miró fríamente a su madre y le habló en tono estricto.



“-Cómeme el coño, esclava.”



 Maite no pudo reaccionar, sintió que debía cumplir la orden, apenas tuvo tiempo de balbucear un ruego inaudible antes de que su cara se encontrara con el coño de su hija, el cual empezó a lamer inmediatamente mientras dos lágrimas de impotencia surcaban sus mejillas.



 Ramón, por su parte, se limitó a incrementar la violencia de sus embestidas, manteniendo en todo momento su vista clavada en el coñito de la pequeña y su mujer, que lo trabajaba a consciencia con la lengua. Maite estaba empezando a sucumbir al morbo de la situación y pronto los tímidos tanteos con que había empezado a explorar la tierna rajita de su pequeña se fueron convirtiendo en generosos lengüetazos que iba alternando con sonoros chupetones.



 A medida que la poya de su marido se abría camino más salvajemente en su interior, ella fue aumentando la intensidad del cunnilingus, hasta terminar devorando textualmente todos los rincones de la intimidad de su dulce hijita logrando que se corriera escandalosamente a los pocos minutos. Una vez lo hubo logrado, se concentró seguir follando sin tregua hasta que su marido hubo vaciado toda su carga en el interior de su coño.



 Solo entonces se sintió libre de obligaciones y, con el coño aún palpitando, se levantó de la cama y se dispuso a vestirse como cualquier otro día. Era lunes y la hora de levantarse había llegado, así que, aunque todavía podía sentir los restos de semen escapando de su cueva, trató de aparentar la más absoluta normalidad y, con la voz más tranquila que pudo encontrar, le dijo a su hija.



“-Marta, lávate y ves a despertar a tu hermano, ya debe ser muy tarde.”



 Pero Osvaldo ya estaba despierto, planeando cuidadosamente la prometedora jornada que aún le quedaba por delante, mientras acariciaba suavemente el coñito de su hermana mayor que aún seguía tumbada a su lado.



 Aún tuvo tiempo de pegarle un último polvo a la pequeña Martita cuando vino a buscarle, lo cual la niña le agradeció con una abundante corrida. Laura a su lado, seguía metiéndose los dedos, resistiéndose aún a ponerse en marcha.



 Y finalmente fueron a desayunar, reuniéndose toda la familia de nuevo alrededor de la mesa de la cocina, dispuestos a afrontar el comienzo de sus nuevas vidas.








El poder de osvaldo (9: dia de clase)



 El desayuno transcurrió como en cualquiera de los días anteriores, aunque quizás algo más silencioso. En las miradas de todos se percibía que algo había cambiado. En sus mentes seguían aun presentes los recientes acontecimientos y, por mucho que quisieran negarlo, todos conocían ya la nueva realidad.



 Tan solo Maite, en un último intento por mantener la vida que siempre había llevado, trataba de dar una imagen de normalidad. Aunque su coño se estremecía cada vez que su mirada se encontraba con la de su hijo, Osvaldo. Éste se limitaba a observarla fríamente, analizando cada uno de sus movimientos. Se divertía al comprobar la estéril lucha que su madre mantenía consigo misma, pues sabía que sus defensas ya habían caído definitivamente. Ella estaba bajo su poder, por mucho que se resistiera a aceptarlo.



 Ramón, por su parte, seguía pensando en la maratoniana sesión de sexo que había vivido, coronada por la irrupción de su pequeña hijastra en su orgía particular. Recordó como había plantado sin ningún reparo ese dulce coñito rubio que tan bien conocía en la boca de su madre, retorciendo su cuerpecito saturado de placer, y, antes de que pudiera terminarse el desayuno, su poya volvía a estar dura como una roca.



 Cuando llegó el momento de irse, el bulto en sus pantalones era descomunal, detalle que no pasó desapercibido a la pequeña Marta, la cual, acercándose a su padrastro con la actitud de una niña traviesa, llevó la mano a su paquete y, mirando pícaramente a su falso padre a los ojos, le dijo con voz inocente:



“-¡Jo, papi, cómo estás! ¿No pretenderás salir así a la calle? Espera, voy a ayudarte.”



 Y, ni corta ni perezosa, se dispuso a abrir la bragueta del adulto y, tras liberar el rígido falo de su prisión, empezó a chuparlo ostentosamente sin importarle lo más mínimo tener a toda su familia delante, mirando. Al poco rato la pequeña, a quien el sabor de las poyas empezaba a excitarla casi tanto como la obediencia, decidió dar un nuevo paso en su depravación y, bajando su pantaloncito apretado hasta las rodillas, se arrimó de espaldas a su padrastro, pegando su culito desnudo al excitado miembro.



 Sintió unas manos que exploraban su cuerpo, deteniéndose en las duras montañitas que formaban sus pechos, estrujándolos a consciencia, mientras aquella estaca se enterraba entre sus nalgas. Excitada como estaba, la chiquilla decidió darle una agradable sorpresa a su papaíto e interrumpió bruscamente aquél agradable roce para dirigirse torpemente hacia un rincón de la estancia.



 Una vez ahí reclinó su cuerpo sobre el mármol de la cocina y, sujetando firmemente sus nalgas con ambas manos, procedió a separar lo más que pudo los cachetes de su culo hasta conseguir que, sobre su excitada rajita, emergiera la imagen de un ojete enrojecido y redondo, claramente visible para todos los presentes. Y entonces le hizo una oferta que no podía rechazar.



“-Papi, hoy me apetece por detrás. ¿Te gustaría probar mi culito?”



 Ramón, como única respuesta, se abalanzó inmediatamente sobre la pequeña, poya en mano, y empezó a encularla con fuerza ante la absorta mirada de todos los presentes. Aunque la única que daba muestras de escandalizarse era Maite.



 La desorientada madre no había recibido ninguna orden directa, de manera que, en ese momento, podía decirse que su mente era en cierta medida libre. Sin embargo se sentía obligada a actuar con normalidad y siguió recogiendo la mesa como si nada estuviera sucediendo aunque con el rostro compungido.



 Los jadeos resonaban en su cabeza y, cuando miró a sus hijos, encontró a Laura que, apoyada sobre la mesa, se ofrecía a su hermano en actitud sumisa mientras éste manoseaba su cuerpo a consciencia, llevando sus manos bajo la ropa, y mantenía la mirada fija en la salvaje enculada que Ramón le estaba propinando a la pequeña.



 Lo que más incomodaba a Maite era sentirse consciente de la humedad que empezaba a abrirse camino a través de sus finas bragas de encaje. Pronto la situación se le hizo insostenible y, sabiéndose al menos dueña de sus actos, decidió que había llegado el momento de irse y se dirigió a sus hijos ignorando los obscenos juegos en que se habían enzarzado.



“-¡Osvaldo! ¡Laura! Vámonos ya que llegaremos tarde.”



 Osvaldo sopesó por unos instantes la idea de obligar a su madre a esperarse hasta el final de la función. No obstante, terminó inclinándose por la idea de continuar dándole algo de libertad. Empezaba a darse cuenta de que jugar con el libre albedrío de sus víctimas era uno de los aspectos más estimulantes de su investigación. De todos modos, aunque ella lo ignorara, su madre no dejaba de ser otro ratoncito atrapado en su laberinto particular.



 Nada impidió que, de camino al instituto, Osvaldo empezara a follarse a Laura sin previo aviso en el asiento de atrás de su coche. Se habían colocado justo en el centro, de forma que el coito era perfectamente visible para su madre en el retrovisor, además del amplio abanico de expresiones obscenas que reflejaba el rostro de su hija, presa de la lascivia.



 Laura estaba sentada a horcajadas sobre la poya de su hermano, de espaldas a él. Sus manos sujetaban con fuerza los agarraderos de ambos extremos del vehículo, mientras su cuerpo aprovechaba cada una de las sacudidas del trayecto para hundir la dura herramienta de su hermano en lo más profundo de su cuerpo de un solo golpe.



 Osvaldo, en cambio, se preocupaba de mantener el culito de su hermana bien centrado en el asiento, de forma que su madre tuviera en todo momento una clara visión de su coito en el espejo.



 Maite se esforzaba inútilmente en desviar la mirada. Su excitación había llegado ya a límites extremos y no paraba de aumentar. El constante chapoteo de la poya de su hijo entrando y saliendo de la húmeda vagina de su hermana, resonaba en su mente, martilleándole los oídos hasta anular su razón.



 Al poco rato perdió por sí misma los pocos escrúpulos que le quedaban y empezó a acelerar y a dar pequeños volantazos o hasta algún golpe de freno. Lo hacía presa de una febril excitación, ansiosa por ver en el espejo cómo aquel hermoso pene se hundía con violencia en el inflamado coño de su primogénita.



 La urbanización en la que vivían estaba algo alejada de la ciudad y, en la dirección en la que iban, debían cruzar una pequeña extensión de bosque. Fue en ese punto cuando Maite decidió ceder a sus instintos y, tomando un camino lateral, llevó el coche hasta un lugar donde quedaba oculto entre los árboles y detuvo el motor.



 Tras esta maniobra se volvió ansiosamente hacia la parte de atrás del vehículo y trató de acceder a ella pasando entre los asientos. Sin embargo la ansiedad hizo que calculara mal sus movimientos, quedando atrapada entre los dos respaldos con la mitad de su cuerpo aún en la en la cabina del conductor y sus piernas colgando en la parte trasera.



 Aquella maniobra divirtió enormemente a sus hijos que, interrumpiendo por momentos su enésimo incesto, se dispusieron a levantarle el vestido a su madre, empujando su cuerpo aún más entre los asientos hasta dejarla definitivamente atrapada, y empezaron a manosearla inmediatamente.



 Maite había perdido la cordura largo rato atrás y lo único que salía de su boca eran suspiros y algún gemido de placer cuando las expertas manos se posaba en el lugar adecuado. Con tan solo una mirada Laura comprendió lo que tenía que hacer para contentar a su amo y, sin dejar de deslizar su lengua a lo largo de los muslos de su madre, le fue bajando las braguitas hasta quitárselas del todo. Una vez sostuvo esa prenda en la mano se sorprendió por lo húmeda que estaba y, entregándosela a su hermano, se lo hizo saber.



“-Mira amo, está putita se ha puesto muy cachonda.”



 Laura hurgaba groseramente en la gruta de su madre mientras mantenía su vulva bien abierta, mostrándole a su hermano la humedad que escondía. De vez en cuando acercaba su cara a aquél coñito supurante y le regalaba unos cuantos lengüetazos, lo cual era respondido con un largo gemido que sonaba tras los asientos.



 Una señal de su hermano hizo que la chica dejara de jugar por unos momentos con el coñito de su madre, que a estas alturas ya jadeaba escandalosamente, y, sujetando la poya de Osvaldo en su mano, fue empujando el cuerpo de su madre hasta ensartarlo en ella, dejándola tan encajonada que la presión de los asientos apenas le permitía respirar.



 El torrente de sensaciones que Maite estaba recibiendo era abrumador. Se encontraba al borde de la asfixia, atrapada en la agobiante gomaespuma de la tapicería mientras su propio hijo la embestía por detrás haciendo que su cuerpo se hundiera aún más entre los asientos. Su cuerpo había llegado ya hasta la base y el freno de mano se clavaba contra uno de sus pechos, rozando su duro pezón en cada una de las salvajes embestidas de su hijo. Atrapada como estaba, esa poya estaba llegando a los lugares más remotos de su interior, dándole placer sin límites.



 Laura seguía acompañando cada una de las embestidas de su hermano, sujetando firmemente el culo de su madre, mientras jugueteaba con sus deditos en los alrededores de su ano. Cuando finalmente sintió que la mujer se acercaba al orgasmo, introdujo de golpe su dedo corazón en el recto de su madre, provocándole al instante un brutal orgasmo que se prolongó durante casi un minuto.



  Osvaldo todavía tardó unos segundos en correrse, descargando toda su leche en el interior de su madre. Una vez hubo vaciado su carga, extrajo su miembro pringoso de flujos y restos de semen y dejó que su hermana se lo limpiara cuidadosamente con la boca.



 Laura, tras dejar reluciente la herramienta de su hermano, empezó a recoger con su lengua los abundantes restos de sexo que había en el cuerpo de su madre. Empezó por sus muslos y fue subiendo lentamente hasta alcanzar su coño. Una vez ahí estuvo largo rato chupando, lamiendo y sorbiendo todos los restos de semen que habían quedado en su madre.



 Le estaba comiendo el coño con tanta intensidad, que su madre volvió a correrse, aunque está vez todo el producto de su corrida fue a parar íntegramente al interior de la hambrienta boquita de Laura, que tragó satisfecha hasta la última gota del flujo que soltó igual como antes había hecho con el semen de su hermano. Cuando hubo terminado su cometido, se volvió de nuevo hacia su hermano y le besó en los labios, introduciendo la lengua en su boca para que pudiera saborear el interior de su madre.



 Después la ayudaron a salir del lugar en que había quedado atrapada. Uno de sus pechos había escapado de los bordes de su escote y en él se apreciaba claramente la marca del freno de mano atravesando su borde inferior, hasta llegar a cruzar su enrojecido pezón. Su cuerpo aún se estremecía con la intensidad de los orgasmos que acababa de sentir.



 Maite otra vez sintió la necesidad de actuar como si nada hubiera ocurrido y, abrochándose el cinturón, se dispuso a emprender de nuevo el camino hacia la escuela mientras acababa aún de colocarse la ropa. Sin embargo olvidó ponerse las braguitas de nuevo por lo que, irremediablemente, una grotesca mancha de humedad empezó a formarse en la parte trasera de su vestido, justo a la altura de su coñito, sin que ella pudiera darse cuenta.



 Cuando llegaron a su destino, se despidió fríamente de sus dos hijos y se alejó del lugar lo más deprisa que pudo. Seguía sin aceptar los cambios que estaba sufriendo su vida. Los acontecimientos que se habían desarrollado en las últimas semanas la horrorizaban y, sin embargo, cuanto más pensaba en ello, más sentía humedecerse su entrepierna, hasta que finalmente tuvo que detener de nuevo el coche para saciar su calentura.



 Fue entonces, tras correrse de nuevo, cuando descubrió la mancha de humedad que había quedado estampada en la falda de su vestido. Por desgracia ya no estaba a tiempo de ir a cambiarse y no le quedó más remedio que presentarse en la oficina esperando que nadie reparara en su falda.



 Osvaldo y su hermana, por su parte, se dirigieron tranquilamente a sus respectivas clases. Laura ya ni siquiera recordaba lo sucedido.



 Ambos llegaban con retraso y los pasillos estaban desiertos. Antes de entrar en clase, Osvaldo extrajo las braguitas de encaje que guardaba en su bolsillo y aspiró el aroma de su madre que aún permanecía en la humedad de aquella prenda. Olía a victoria.








El poder de osvaldo (10: bonita história de amor)



 Cuando Osvaldo entró en la clase todavía sostenía en su mano las húmedas braguitas de su madre, aunque no las mostró tanto como para lograr que se formara un verdadero escándalo. Sin embargo sí las expuso lo suficiente  como para llegar a escuchar algún comentario hiriente y que más de uno le mirara con el ceño fruncido.



A Osvaldo todo aquello no hacía otra cosa que divertirle, era como un gato jugando con sus presas, pues sabía que, en poco tiempo, todos ellos estarían bajo su control. Les observaba murmurar y mirarle por encima del hombro mientras él, en sus adentros, ya estaba planeando lo que haría con cada uno de ellos.



 En realidad podía perdonar a la mayoría de sus compañeros. En su magnanimidad, Osvaldo se conformaba tan solo con tomar sus vidas y apoderarse de todo su mundo. Pero sería clemente, ellos nunca sabrían lo que ocurre. Sin embargo había tres personas en aquella aula a quienes Osvaldo no estaba dispuesto a perdonar.



 Las llamaban las tres Marías aunque ese no era en realidad el nombre de ninguna de ellas. Inés, Sandra y Helena eran tres de las bellezas más espectaculares de todo el instituto, además de formar parte de algunas de las familias más ricas y poderosas de la ciudad. Lo cual, unido a la educación elitista que habían recibido desde pequeñas, las convertía en tres niñatas estiradas y muy engreídas. Y ellas eran las culpables de que los últimos años de Osvaldo en aquel centro se hubieran convertido en un auténtico infierno.



 Helena era la peor de todas, su padre era un conocido político de derechas y ella, aunque se las daba de liberal, había heredado la misma mentalidad egoísta y retrograda. Su físico también había influido decisivamente en formar su carácter altivo. Tenía el pelo rubio y unos bonitos ojos azules, además de un cuerpazo de escándalo; sus suaves curvas, aunque no fueran demasiado voluminosas, resultaban terriblemente excitantes y Helena, consciente de ello, se esmeraba en realzarlas mediante su vestimenta, marcas caras que siempre elegía lo más apretadas posible, marcando escandalosamente sus pequeños pechos puntiagudos, su culito redondo y los labios de su apretado coñito.



 Muchos habían perdido la cabeza por ella, sin embargo Helena despreciaba todo lo que estuvieran fuera de su reducido círculo de amistades y aprovechaba cualquier momento para demostrarlo ridiculizando a los demás con sus crueles comentarios hirientes para los que Osvaldo siempre había sido uno de sus objetivos preferidos.



 Junto a ella siempre se sentaba Sandra, la cual era mucho más parecida a su amiga de lo que pudiera parecer a simple vista. Sandra era la hija de un importante contratista deportivo y, desde muy niña, había sido consentida hasta un nivel inaudito. Era por tanto exageradamente caprichosa y tenía la convicción de que nada podía interferir en sus deseos, como si los demás tuvieran la obligación de complacerla en todo momento.



 Su vestimenta era mucho más atrevida que la de sus compañeras e incluso llevaba varios piercings en el labio y las cejas. Su pelo teñido color caoba, unido a unos ojos verdes que solía maquillarse como una gatita y unos labios amplios y carnosos, daba a su carita una de las expresiones más sensuales que podían encontrarse en toda la ciudad.



 El grupo lo completaba Inés, la más bonita de las tres. Además de poseer una belleza sin par, Inés era bastante más bondadosa que sus compañeras y poseía un corazón puro. Aunque también es cierto que se había dejado influir muy negativamente por sus amigas y su mentalidad no dejaba de ser terriblemente superficial.



 Antes de dar ningún paso, Osvaldo necesitaba saber lo que había en el corazón de esa chica. Nunca antes había tenido el valor suficiente para confesarle sus sentimientos, pero entonces todo era distinto y ese precisamente iba a ser el primer paso de su retorcido plan.



 Osvaldo se esforzaba en sugestionarla mentalmente para lograr que la chica saliera del aula. Sin embargo Inés era demasiado formal como para salir de la clase sin tener un buen motivo y esa sugestión tan solo logró aumentar su impaciencia por acabar la lección, aunque sin ningún resultado.



 El hecho de no tener contacto visual directo, además, dificultaba enormemente su tarea, puesto que únicamente podía utilizar su poder mentalmente; lo cual, hasta el momento, solo había funcionado con las sugestiones más primarias. Tras darle varias vueltas empezó a concentrar todas sus fuerzas en un único objetivo, excitarla.



 Pronto pudo percibir en ella los primeros resultados visibles, aunque aún bastante discretos. En realidad, aunque desde su posición Osvaldo no alcanzaba a verlo, las mejillas de Inés hacía ya tiempo que habían adoptado un intenso color carmín. Y ahora la confundida muchacha empezaba a revolverse en su silla sorprendida aún por las sensaciones que la estaban asaltando.



 Inés tuvo que morderse los labios para contener un suspiro cuando su mano llegó a rozar por accidente su vulva a través del pantalón. Ella solo había pretendido colocar bien sus braguitas, las cuales habían empezado a clavarse entre los labios de su rajita pegándose a su piel a causa de su humedad y de la fuerza con la que, desde hacía rato, mantenía ambos muslos apretados entre sí como si, de este modo, pudiera contener su desbordante excitación.



 Sin embargo nada más sentir la yema de sus propios dedos acercarse a su montañita, aunque fuera sobre la tela de su pantalón tejano, hizo que Inés se estremeciera de placer.



 Osvaldo era plenamente consciente de los apuros que estaba pasando su idolatrada compañera y coronó su estrategia consiguiendo al fin que Inés se volviera hacia su pupitre, clavando en él sus enormes ojos azules, e introdujo una sugestión directa en su mente: debía salir de ahí inmediatamente e ir a calmar su calentura o, al menos, a limpiar el desastre que se estaba formando en sus braguitas antes de que traspasara el pantalón.



 Y, aunque aún no acababa de comprender de donde venía toda esa excitación, finalmente la muchacha se decidió a pedir permiso para abandonar el aula.



“-Disculpe, profesora, ¿me permite ir al lavabo? No me encuentro muy bien.”



 La profesora Reyes era muy estricta con sus alumnos, pero esta vez no le fue difícil acceder a la petición, pues realmente la chiquilla hacía mala cara y tenía el rostro enrojecido y sudoroso lo cual, unido a las discretas sugestiones que Osvaldo había introducido en su mente, consiguió que decidiera hacer una excepción con la ella.



 E Inés salió precipitadamente del aula sin llegar siquiera a mirar a su compañera, Helena, que la observaba con expresión de incredulidad.



 Una vez en el pasillo tuvo que llevarse las manos a la entrepierna y un nuevo escalofrío recorrió su columna vertebral. ¡Dios, cómo le ardía! Inés palpó suavemente sus braguitas por encima del pantalón tratando de comprobar el grado de su humedad, estaba empapada. Al sentir el contacto de sus dedos sobre su sexo, por leve que éste fuera, no pudo evitar dejar escapar un profundo suspiro.



 Le preocupaba que alguien la sorprendiera en tan comprometida situación; así que, aunque el pasillo estaba desierto, Inés se encaminó apresuradamente hacia un lugar en el que nadie pudiera sorprenderla y, tras entrar en los servicios de chicas, se encerró en el último de los departamentos y, sentándose sobre la tapa del inodoro, se dispuso a explorar su propio cuerpo.



 Inés estaba aún sorprendida por el grado de excitación que había alcanzado. Sus redondos pechos estaban duros y erguidos como dos rocas y, cada vez que sus manos rozaban la piel de su cuerpo, un estremecimiento la recorría de los pies a la cabeza erizándole la piel.



 No comprendía bien cuál era la causa de su calentón, sin embargo fue bajándose los tejanos hasta dejar el terreno libre a su mano para explorar el desaguisado que se había formado en sus braguitas. Pronto se había dejado llevar, abandonándose a sus sensaciones, y paseaba los dedos a lo largo de su rajita con los ojos entrecerrados.



 Sus bragas habían acumulado tal cantidad de humedad en aquella zona que podía sentir el tacto de su hinchado clítoris directamente sobre la yema de su dedo índice. Inés no recordaba haber estado nunca tan excitada y pronto se bajó las bragas y empezó a escarbar con sus dedos en su encharcada gruta.



 Se sentía algo culpable por haberse escabullido de clase únicamente para ir al servicio a hacerse una paja. Aquell-o no era propio de ella y, sin embargo, sus dedos seguían actuando por cuenta propia, totalmente al margen de sus pensamientos, hurgando en su intimidad hasta alcanzar su propio camino hacia la gloria.



 Cuando creía que iba a conseguirlo, escuchó varios golpes en la puerta de su compartimento y cómo una voz conocida la invitaba a dejarle entrar.



 “-Soy yo, Osvaldo. Por favor, ábreme, necesito hablar contigo”



 La muchacha, que cada vez comprendía menos el porqué de sus propias acciones, observó sorprendida como ella misma se subía las braguitas y, tras abrocharse de nuevo los pantalones, descorría el cerrojo de la puerta dejando entrar al inesperado visitante.



 Sus miradas volvieron a encontrarse como minutos atrás cuando estaban en clase y, tal y como había sucedido entonces, Inés sintió que algo no iba bien. Aunque no alcanzaba a comprender la magnitud de lo que se le venía encima.



 Osvaldo, esta vez, tan solo deseaba tener esa charla a solas con su amada que tanto tiempo había anhelado, aunque los métodos que se había visto forzado a utilizar para ello estaban muy lejos de lo que él habría deseado.



 Aquél compartimento mantenía un fuerte olor a sexo y los signos de excitación eran aún visibles en el rostro de la muchacha cuyos pezones se marcaban claramente a través de la camiseta. El chico tuvo que hacer un esfuerzo para sobreponerse al morbo que le producía la situación, pues, aunque la bella Inés no fuera consciente de ello, él sabía perfectamente lo que había estado haciendo oculta tras aquella puerta. Y, tratando de mostrar algo de gallardía, el muchacho se dispuso a abrir su corazón.



“-Inés, hay algo que debería haberte dicho hace tiempo: Verás, es que resulta que yo… tú… emmmm... éstooo… a veces eres tan amable conmigo… y eres tan bonita que… yo… a veces… me siento tan sólo que…”



  El pobre chico estaba empezando a sudar como si hubiera entrado a una sauna. Su corazón latía con fuerza tratando de escapar de su pecho a medida que iba acelerando sus pulsaciones.



 Osvaldo había estado planeando ese momento durante años y sin embargo, ahora que al fin tenía la ocasión de decirle a su amada lo que sentía, las palabras quedaban atrapadas en su pecho, incapaces de superar el nudo que se le había formado en la garganta.



 Estaba bloqueado y fue la propia Inés quién, poniendo una mano sobre su hombro, trató de calmarle para que pudiera continuar.



“-Tranquilo, Osvaldo, a mí puedes contármelo, no tengas miedo.”



 Las confusas palabras del muchacho habían logrado despertar una viva curiosidad en el ánimo de Inés que esperaba ansiosa por saber lo que su tímido compañero tenía que decirle.



 Osvaldo se miraba directamente en sus bonitos ojos azules y sintió por un momento que realmente podía confiar en ella. Finalmente se armó de valor y, masticando una a una sus palabras, le expresó a su amiga el secreto que durante tanto tiempo había guardado en su interior.



“-Te quiero, Inés. Siempre te he querido. Estoy enamorado de ti desde el primer momento que te conocí.”



 Osvaldo llevaba en aquél maldito colegio desde el mismo momento en que sus padres se habían separado, siendo prácticamente un niño y, desde el primer momento, había encontrado en Inés el sol que alumbraba su cielo. Aunque nunca hasta aquel momento se había atrevido a contárselo a nadie. Y, con los años, su secreto terminó convirtiéndose en una pesada carga a medida que las burlas de sus compañeras se volvieron más crueles.



 Ahora que al fin había confesado su más preciado secreto se sentía fuerte y, presa de una extraña euforia, acercó sus labios al rostro de su amada tratando de sellar con un beso su propia confesión. Pero entonces ella, aún sorprendida por la repentina confesión que acababa de escuchar, alejó rápidamente su cara, presa de un sobresalto, al ver de pronto invadido su espacio vital.



“-¡¿Qué haces?! Lo siento, yo no sabía que… Tienes que entenderlo, Osvaldo, todo esto me pilla por sorpresa, necesito tiempo para pensar. ¡Vas demasiado deprisa!”



Osvaldo estaba petrificado, aquella inesperada reacción había conseguido helarle la sangre en las venas. Estaba dispuesto a afrontar cualquier respuesta directa, por dolorosa que ésta fuera. Pero, ahora que había dado el paso, se veía incapaz de sufrir esa  angustiosa indeterminación así que, aunque le dolía volver a hacerlo, decidió usar de nuevo su poder para sonsacarle a su amada una respuesta que resolviese sus dudas de una vez por todas.



“-Escúchame bien, Inés. Ahora vas a contestarme. Quiero que me digas de una vez por todas lo que sientes por mí. Vas a ser sincera y clara: me lo dirás todo sin olvidarte de nada”



 Inés empezó a sentir de nuevo una fuerza extraña que la impulsaba a hacer las cosas al margen de su voluntad y, sin que pudiera evitarlo, de su boca empezaron a brotar palabras sinceras.



“-Yo no siento nada por ti, Osvaldo, sólo hablo contigo porque me das lástima y no quiero que nadie piense que soy despiadada, pero la sola idea de que estemos juntos me parece ridícula. Tú y yo estamos en dos niveles distintos, eres demasiado insignificante para mí. Parece mentira que no te des cuenta, yo nunca me fijaría en ti. El único motivo de que no te lo haya dicho antes es que no quiero sentirme culpable por haber herido tus sentimientos.”



 Inés había quedado horrorizada por la crudeza de sus propias palabras, nunca había osado ser tan sincera y descarnada con nadie. Ella, que siempre había tratado de mantener una actitud hipócrita y ambigua, ahora tenía que afrontar sus propias palabras sin saber aún cuál sería la reacción de su interlocutor.



“-Lo siento, Osvaldo, no sé por qué te he hablado de esa manera. Por favor, perdóname, no quería hacerte daño.”



 Sin embargo el daño ya estaba hecho. Y Osvaldo sabía muy bien que todo lo que había oído era la pura verdad, él mismo la había obligado. Y era precisamente la absoluta certeza que tenía en la sinceridad de aquellas palabras lo que más dolor le causó.



 El muchacho creía estar preparado para cualquier respuesta, sin embargo nunca había imaginado que la realidad fuera tan terrible. Lástima, ridículo, insignificante… aquellas hirientes palabras se clavaban en la mente del adolescente, dinamitando sus sueños más queridos, mientras una lágrima de amargura cruzaba su mejilla.



 Pronto su desolación dejó paso al odio y sintió oscuras ansias de venganza apoderarse de su alma. La muchacha, que se encontraba todavía en shock, vislumbró el furor en los ojos de su compañero y trató de alcanzar la puerta en un último intento desesperado por huir de la situación. Sin embargo una voz firme la detuvo en el acto.



“-¡Quieta! Quédate dónde estabas y no te muevas.”



 De pronto Inés sintió que su cuerpo no le respondía y, por mucho que anhelaba salir de aquél lugar, permaneció inmóvil a la espera de lo que pudiera pasar.



 Empezaba a estar realmente asustada y la perversa mirada de su captor no avecinaba nada bueno para ella. Durante todo este tiempo Osvaldo la había estado colocando en un pedestal, sin embargo ahora la veía tal y como era, una niña mimada e hipócrita.



 Libre al fin de la pesada carga de sus remordimientos, Osvaldo empezó a ser consciente de las verdaderas posibilidades que le ofrecía la situación. La princesa que durante años le había parecido poco más que un sueño lejano e inalcanzable se encontraba ahora totalmente a su merced, dispuesta a cumplir cualquier cosa que le ordenara aún en contra de su voluntad.



  El chico volvió a alzar la mirada contemplando de arriba a abajo el voluptuoso cuerpo de la muchacha sin sentir ya ni el menor asomo de escrúpulos. Estaba decidido a tomar por la fuerza lo que durante tanto tiempo le había sido negado y sus manos se abalanzaron sin ningún pudor sobre los desprevenidos pechos de la muchacha.



 Inés trataba de luchar enérgicamente, sin embargo su cuerpo permaneció inmóvil exponiéndola sin remedio a los tocamientos. Entonces empezó a gritar.



“-¡Déjame, Osvaldo! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Detente por favor!”



 Sin embargo Osvaldo no se detenía y siguió explorando con sus manos el cuerpo de la indefensa muchacha que empezó a llorar desconsoladamente.



 Con tan solo mirarla a los ojos, Osvaldo consiguió que la chica enmudeciera e Inés contemplaba en silencio como su cuerpo era mancillado por las manos de aquel mocoso. Lo único que le quedaba en esos momentos era mantener la cabeza erguida y aferrarse a su dignidad, así que mantuvo en todo momento el semblante serio y la mirada fija en su agresor.



 Pero su moral se quebró definitivamente cuando Osvaldo metió la mano bajo el pantalón y empezó a reírse de ella al encontrar sus braguitas empapadas.



“-¡Menuda sorpresa! Supongo que me estabas esperando… ¿o es que estabas haciendo algo feo cuando he llegado?”



 A pesar de sentirse completamente atrapada, aún quedaba algo de fortaleza en aquella chica que se resistía a contestar las sucias y malintencionadas preguntas de su compañero.



 Pero Osvaldo estaba decidido a destruir hasta el más remoto vestigio de resistencia y, con intención de humillarla, se sacó la poya del pantalón y empezó a pajearse ante los desorbitados ojos de la chiquilla mientras con la otra mano le sobaba groseramente el coño por debajo de las bragas.



“-Ahora contesta a la pregunta que te he hecho ante, dime, ¿qué estabas haciendo cuando he llegado?”



 Osvaldo clavaba en ella sus ojos endemoniados, convencido en todo momento de su triunfo y la indefensa muchacha empezó a sentir cómo su voluntad se resquebrajaba en mil pedazos hasta abandonarla definitivamente.



 Y finalmente respondió a la pregunta entre sollozos.



“-Estaba excitada y me he escondido aquí para meterme los dedos.”



 Al decir estas palabras Inés no pudo contener la mirada por más tiempo y tuvo que apartar los ojos, avergonzada por lo que estaba diciendo. Él había vencido y, con una sonrisa triunfal en el rostro, se dispuso a sentenciar a su víctima.



“-Todavía no entiendes lo que está pasando, ¿verdad? Tu vida acaba de terminar. Ahora eres mía; conservaras tu personalidad y emociones pero, a partir de ahora, te mantendrás a mi lado y me obedecerás en todo momento, pues tu único objetivo en la vida será saciar mis deseos.”



Osvaldo seguía acariciando su poya con una mano mientras la otra exploraba sin piedad el cuerpo de su bella víctima. Sentía los cojones a punto de reventar.



“-Ahora ponte de rodillas en el suelo y chúpame la poya. Mientras me la comes quiero que te toques como hacías antes de que yo llegase.”



Inés comprobó incrédula cómo su cuerpo se doblegaba ante la orden, hincando sus rodillas en el húmedo suelo de aquel inmundo wáter. Pronto empezó a degustar el agrio sabor a poya, entrando y saliendo de su boca, mientras sus labios se cerraban alrededor del grueso aparato del muchacho.



 Ésta vez Osvaldo se abstuvo de usar sus poderes para influir en el lívido de la muchacha, dejando que sus dedos trabajasen en seco. Aún con la poya en la boca, Inés había desabrochado sus pantalones tejanos y enterraba su mano en ellos en busca de su adormecido sexo.



 Por muy humillante que la situación le resultara, Inés no pudo evitar que sus expertas manitas siguieran recorriendo su coñito, aventurándose entre sus más escondidos rincones, hasta conseguir que poco a poco fuera recuperando la calentura que lo había inundado hacía apenas unos minutos.



 Pronto Osvaldo pudo sentir como aumentaba la presión que la chiquilla ejercía con los labios alrededor de su poya. Inés empezaba a sucumbir a sus propias caricias, trasladando su creciente excitación al duro tronco que estaba chupando.



 En realidad la chica era inexperta, sobre todo teniendo en cuenta las expertas mamadas que Osvaldo había estado recibiendo en boca de sus dos hermanas, sin embargo Osvaldo la estaba disfrutando al máximo; pues el morbo de ver a su ángel degradándose ante él en los suelos de un mugriento servicio compensaba con mucho la falta de pericia con que manejaba su lengua.



 Veía su herramienta desaparecer en la boquita de la desconsolada muchacha que se esforzaba en chuparle la poya, aunque fuera contra su propia voluntad. Inés ya ni siquiera se quejaba, no podía. Su voluntad había quedado anulada por completo y ahora solo chupaba y gemía mientras sus propios dedos escarbaban en su húmeda gruta.



 Cada momento que pasaba en esa situación la hacía sentir más perdida y humillada. En un último intento desesperado,  Inés alzó su mirada implorante en busca de la piedad de su captor, pero en sus ojos solo había oscuridad.



 Cuando Osvaldo se hubo cansado de aquella chapucera mamada, ordenó a su esclava que se pusiera contra la pared y se bajara los pantalones, ofreciéndole su culo redondo y perfecto. Inés comprendió enseguida las intenciones de su amo cuando sintió un dedo hundirse en el interior de su estrecho ano sin ninguna delicadeza.



 Quería llorar pero las lágrimas nunca llegaron a sus ojos. Ni siquiera fue capaz de gritar cuando aquel hinchado miembro invadió sin previo aviso su esfínter, violando impunemente su culito virgen sin otra lubricación que su propia saliva.



 Aquella intrusión le ardía por dentro y, cuanto más luchaba por zafarse, más dolor le producía. Pronto comprendió que era mejor rendirse y, al relajar su cuerpo, descubrió que la sensación podía llegar a ser placentera.



 Osvaldo, ésta vez, le había dejado a su voluntad un cierto margen para que pudiera resistirse un poco, disfrutaba viéndola retorcerse a cada una de sus embestidas. Por eso, cuando vio que su esclava se estaba dejando llevar, su excitación alcanzó su punto máximo.



 El muchacho había metido ambas manos bajo la camiseta de la muchacha y estrujaba sus duros y bien formados pechos, entreteniéndose martirizando sus doloridos pezones.



 Al sentir a su esclava acompasando la respiración con sus embestidas, consciente de que ella lo estaba disfrutando, desvió una de sus manos hacia el monte de Venus que se escondía entre los temblorosos muslos de la chiquilla.



 Encontrarlo empapado fue más de lo que podía resistir. Sabía que su víctima estaba empezando a disfrutar, pero no había imaginado que su entrepierna hubiera sufrido una inundación como la que encontró al posar su mano en ella.



 El golpe de morbo que le sacudió en ese momento hizo que sintiera un chispazo en su columna vertebral, corriéndose entre espasmos en el culito de la muchacha, presa del orgasmo más intenso que recordaba haber tenido en toda su vida.



 Aún necesito unos segundos para recuperarse antes de sacar su pene ya flácido del estrecho culito de Inés, aprovechando la ocasión para mantener sus glúteos separados y contemplar como un reguero de semen escapaba de su ano resbalando por su culito hasta mezclarse con los jugos de su rajita.



“-Lo has hecho muy bien, Inés. Ahora date la vuelta y bésame.”



 La muchacha seguía avergonzada y su mirada no osaba cruzarse con la de Osvaldo. Sin embargo al besarle, aventuró su lengua en la boca de su agresor, buscando ansiosamente encontrarse con la suya.



 Sus lenguas estuvieron jugando largo rato entre ellas, entrelazándose en el interior de sus bocas, confirmando lo que Osvaldo ya sabía: ella había disfrutado.



 Y, satisfecho con su nueva adquisición, acariciaba aquel hermoso trasero, todavía desnudo, el mismo que durante tanto tiempo había deseado en secreto.








El poder de osvaldo (11: la clase)



 Al volver a clase Inés parecía una persona distinta a la que había salido unos minutos antes. Su rostro había perdido todo rastro de esa seguridad en sí misma que tanto la caracterizaba. Entró cabizbaja en el aula, andando mecánicamente tras los pasos de Osvaldo, con la mirada fija en el suelo.



 Puede que la mayoría de sus compañeros no repararan en su extraño comportamiento, pero ninguna de sus amigas pasó por alto los repentinos cambios en su actitud. Daba la impresión de estar evitando sus miradas, como si algún oscuro secreto la estuviera atormentado.



 La profesora Reyes continuaba dando la lección totalmente ajena a lo que pudiera estar sucediendo en la mente de Inés. El tiempo se agotaba rápidamente y todavía tenía que dar paso a los alumnos para que expusieran sus trabajos, así que tuvo que posponer su clase para hacer subir al primero de ellos a la palestra.



 Se trataba de Vicente, el cachitas de la clase, que expuso tartamudeando un ridículo trabajo sobre el equipo de futbol local. Al poco rato se sentó dejando un aprobado justito anotado en la libreta de la sra. Reyes.



 La siguiente en exponer fue Lorena, una chica menuda y más bien tímida que presentó un trabajo sobre ballenas algo más interesante que el anterior, aunque no demasiado. Y así se fueron sucediendo una tras otra una serie de insulsas intervenciones hasta que, finalmente llegó el turno de Osvaldo.



 Las primeras risas y comentarios impertinentes llegaron nada más anunciar cual iba a ser el tema de su explicación, el control mental. Al oírlo, Helena, siempre dispuesta a humillar a Osvaldo, lanzó una de sus clásicas puyas provocando las risas cómplices de gran parte de sus compañeros.



“-¡¿Control mental?! ¿No había un tema más extraño? Sra. Reyes, ¿por qué tenemos que quedarnos a escuchar al friki? ¿No le da pereza?”



 En realidad la profesora no tenía tampoco ningún interés en escuchar las pueriles fantasías de un adolescente fanático de la ciencia ficción y eso del “control mental” le sonaba lo mismo que si le estuvieran hablando de abducciones. Sin embargo reprimió a Helena por deslenguada, aunque sin excederse, pues conocía las influencias que el padre de aquel demonio tenía en el claustro.



“-¡Haz el favor de respetar a tu compañero! No es así cómo te han educado tus padres.”



 Al chico, sin embargo, esa falta de respeto no había hecho más que endulzarle el momento. Se le ponía dura tan solo con pensar en lo que estaba a punto de suceder y su rostro no podía ocultar la satisfacción. Antes de empezar a hablar, se entretuvo en mirar una por una las caras de todos aquellos que durante tanto tiempo le habían estado martirizando, sabía que nunca volverían a ser tal y como les había conocido.



  Con voz pausada y mirada tranquila Osvaldo empezó a narrar con todo detalle cómo había logrado someter a su familia y lo que había estado haciendo con ellos desde entonces. No olvidó ningún punto: el hallazgo de su libro, las pruebas con su hermanita, la sumisión incondicional de su madre… No le importaba estar rebelando su más preciado secreto, pues sabía que cuando terminara su explicación los tendría a todos bajo control.



 Y, a medida que desarrollaba su relato, fue extendiendo su poder sobre todos los que le escuchaban, induciéndoles a permanecer atentos a la vez que evitaba que nadie pudiera interrumpirle o tratar de abandonar el aula.



 Una vez lo tuvo todo bajo control, obligó a Inés a subir con él a la palestra y se dispuso a culminar su explicación con una demostración final. La muchacha no podía evitar que su voluntad se doblegara ante cualquier deseo de su nuevo amo y, ante la sorpresa de sus amigas, se dirigió cabizbaja hacía la tarima a la espera de las órdenes de Osvaldo.



“-Inés, cuéntales lo que hemos estado haciendo hace un momento en el lavabo.”



Y la chica empezó a contar avergonzada cómo había salido de clase para ir al baño a masturbarse y su posterior encuentro con Osvaldo, sin olvidar la ración de poya que le había suministrado tanto en su boca como en su culo. Cada palabra que pronunciaba se clavaba en su garganta como un cuchillo y lo más terrible aún estaba por llegar.



“-Al principio me dolía, pero pronto he empezado a sentir placer. Me ha producido más morbo del que os podéis llegar a imaginar.”



 Mientras decía esto, Osvaldo se entretenía sobando descaradamente las zonas más íntimas de su anatomía, sin que la chica diera muestras de oponer la más mínima resistencia. Nadie podía dar crédito a lo que estaba sucediendo y, sin embargo, todos permanecieron inmóviles en sus pupitres, contemplando en silencio la terrible escena.



 Inés seguía atrapada en el interior de su cuerpo, mientras se exponía a los sucios tocamientos de su amo ante toda la clase. Su mirada errante pronto se encontró con la de sus dos amigas, las cuales, al igual que el resto de sus compañeros, seguían mirándola fijamente, incapaces de apartar los ojos de ella.



 Los ojos de Osvaldo irradiaban satisfacción cuando vio a su esclava volverse de espaldas al auditorio para empezar a quitarse los pantalones mostrando sus nalgas ante el silencioso auditorio. Después bajó sus braguitas dejándolas a medio muslo y empezó a separarse las nalgas con ambas manos mientras inclinaba su cuerpo hacia delante, tratando de que su ano fuera lo más visible posible.



 Deseaba mostrarle a sus compañeros con detalle lo que su amo había hecho con ella. Se esforzó lo más que podía en mantener su culo bien abierto, intentando que algún rastro de semen en la parte interior de sus glúteos pudiera ilustrar a la clase acerca de lo sucedido. Pero ya no quedaba nada de lefa en su interior, todo había ido a parar a sus braguitas. Aunque eso no suavizó en nada la humillación que sentía.



 Hasta  ahora Inés siempre había sido un modelo de conducta para sus compañeros, una chica responsable, educada y muy buena estudiante. Y sin embargo ahí estaba ella, separando bien sus nalgas para que todos pudieran ver claramente su ojete inflamado asomando por encima de su coño abierto.



 Lo más duro para ella fue constatar que estaba volviendo a excitarse y, sin quererlo, empezó a preguntarse a cuantos de sus compañeros habría conseguido ya ponérsela dura. Durante unos largos segundos no pudo oírse ni una mosca volar en aquella aula, mientras todos permanecían enmudecidos con la vista clavada en los orificios de su angelical compañera.



 Pronto hubo quien no pudo contenerse y algunos alumnos empezaron a tocarse la poya con más o menos disimulo. Osvaldo estaba caldeando el ambiente, tratando con su poder de mantener a toda la clase en un estado de excitación constante, pues sabía que de este modo le resultarían más manejables. El chico era consciente de cómo sus miradas ansiosas se clavaban en los orificios de la muchacha pidiendo más carne.



 También sus compañeras empezaban a sentir en sus propias carnes los efectos de la sugestión y, aunque algo mas discretamente que en sus compañeros varones, su excitación comenzaba a ser visible en cada uno de sus movimientos.



 Algunas de ellas se revolvían nerviosamente en sus asientos tratando de contener la pujante humedad que se iba apoderando irremediablemente de sus entrepiernas.



 Llegados a este punto, Osvaldo se decidió a dar una última vuelta de tuerca a la situación.



“-Inés, ¿a qué esperas? ¡Enséñanos lo mucho que te gusta darte placer!”



 Tras oír la orden, Inés, cuya voluntad se había evaporado ya definitivamente, permaneció en la misma postura en la que estaba, expuesta ante sus compañeros, limitándose a deslizar una de sus manos entre sus muslos para acariciar su coñito.



 Lo encontró ya completamente  mojado y, al meter el primero de sus deditos, un fuerte gemido escapó de sus labios rompiendo el silencio ceremonial que se había apoderado de la clase.



 Su otra mano no permaneció ociosa por mucho tiempo y enseguida fue a encontrarse con su pareja en los sucios manejos con que la muchacha regalaba exploraba su intimidad. La bella Inés no tardó en perder por completo el control y empezó a penetrar ambos orificios con sus dedos, procurando en todo momento que su masturbación fuera perfectamente visible de la primera hasta la última fila.



 Ya eran pocos los compañeros que mantenían la compostura; la mayoría de ellos, incapaces de contener sus impulsos, se habían sacado la poya y se masturbaban de forma grosera. La situación resultaba incomoda para todos. Aunque lo era especialmente para las chicas, que veían impasibles cómo sus compañeros, convertidos en auténticos sátiros, aprovechaban el escabroso espectáculo para masturbarse, transformando el aula en sórdido sex shop.



 Aquello resultaba desagradable e irreal a partes iguales y estaba degenerando a una velocidad vertiginosa. Pero, a pesar de que muchas desearon poder escapar de aquel lugar, ninguna consiguió moverse del lugar en que se encontraba.



 El primero en cruzar la línea fue uno de los chiquillos de la última fila. Se llamaba Andrés y era el típico pajillero; usaba unas horribles gafas de culo de baso y tenía un serio problema de acné.



 Andresito llevaba ya un buen rato machacándose la poya, en realidad había sido uno de los primeros en dejarse llevar por el espectáculo. Hacía largo tiempo que el chiquillo suspiraba también por Inés al igual que tantos otros compañeros. Y ahora estaba ahí, exhibiéndose ante todos como en sus más oscuros sueños.



 La excitación que aquel chaval sentía se había vuelto incontrolable y, de pronto, hizo algo inesperado. Inclinó su cuerpo hacía el costado y, acercándose a su compañera, posó una mano sobre su espalda y trató de meterla bajo sus tejanos, en busca de sus nalgas.



 Nuria, su compañera de pupitre, era una chica rubia, delgada y tímida. Aunque era bastante bonita, siempre vestía de una forma más bien discreta, como si tratara de disimular con ello su belleza. Al igual que sus compañeras, Nuria no comprendía nada de lo que estaba sucediendo, sin embargo no podía apartar la mirada del perverso espectáculo que Inés les estaba ofreciendo. Y cada vez se sentía más excitada.



 Las blancas braguitas de niña buena que Nuria vestía se habían pegado a su cuerpo a causa de la humedad y hacía ya un rato que la dulce muchacha apretaba su entrepierna contra la silla sin conseguir calmar con ello sus ardores. Por eso, aunque siempre había guardado la distancia con los chicos, esa vez no opuso ninguna resistencia cuando su compañero de pupitre trató de tocarle el culo. Al contrario, inclinó su cuerpo hacia delante facilitándole el camino.



Ésta actitud envalentonó al joven que al fin se soltó la poya para sobar sus tetas con la misma mano con la que se había estado pajeando durante todo ese rato. Nuria no tenía los pechos muy grandes pero, al tocarlos, los encontró duros como dos rocas, con los pezones de punta. Y, aunque el chico los manoseaba a placer, ella siguió sin inmutarse lo más mínimo.



 Sintió el olor a poya que emanaba de las manos de aquel sucio frikie, que no paraba de sobarla por todo el cuerpo, y su mente empezó a nublarse. Finalmente se vio incapaz de resistir el impulso y, llevando su mano al vientre de aquel muchacho, le agarró el miembro y empezó a sacudírselo con fuerza. Al poco tiempo se inclinó hacia él y se lo introdujo en la boca regalando así a su compañero la primera mamada de su vida.



 Aquello fue la espoleta que puso en marcha el perverso mecanismo que Osvaldo había construido y todos sus compañeros, que hasta el momento habían permanecido inmóviles en sus asientos, se enzarzaron entre ellos en las más diversas posturas sin que pareciera importarles lo más mínimo la persona con quién lo hicieran.



 Cada uno de ellos trataba de saciar su calentura con el compañero que estuviera más a mano. Y así fue como, sin haberlo querido ni buscado, muchos de ellos se encontraron intimando más de la cuenta.



 Había una zona en la esquina trasera del aula donde siempre se habían sentado los chicos, agrupándose entre ellos para poder comentar la jugada. Éstos, sin poder hacer nada para evitarlo, empezaron a chuparse las poyas entre ellos, fundiéndose aún en contra de su voluntad en una salvaje orgía homosexual. Hubo quién incluso, arrastrado por la emoción del momento, acabó sodomizando con fuerza a su amigo del alma.



 Vicente, liberando su enorme pene erecto, se había abalanzado sobre la gordita que se sentaba en el pupitre que había frente a suyo y se la estaba follando salvajemente, envistiéndola por debajo de su enorme trasero mientras mantenía su vestido levantado. Y Felicia, pues así se llamaba la gordita, gritaba y gemía de placer sintiendo al fin su virginidad quebrarse.



 Osvaldo disfrutaba del espectáculo, especialmente cuando se fijo en las amigas de Inés, las cuales habían empezado a dejarse llevar. Helena le sobaba el coño a su amiga por debajo de las bragas mientras ésta le paseaba una mano por debajo del apretado vestido, acariciando con suavidad sus nalgas y los bordes de su rajita.



 Ambas se mantenían abrazadas con fuerza la una contra la otra, aplastando sus pechos entre sí, mientras mantenían la mirada aún clavada en el chorreante coño de su íntima amiga, que seguía masturbándose groseramente ante todos.



 Cada segundo que transcurría las ponía más cachondas. Y, aunque ninguna de ellas dos había mostrado antes la más mínima tendencia al lesbianismo, ambas terminaron por fundirse en un húmedo beso, aumentando exponencialmente la excitación que sentían hasta transformarlas en dos perras en celo.



 Tampoco la profesora Reyes logró mantenerse al margen de aquel estallido de locura colectiva. La maestra se había colocado en cuclillas sobre uno de los extremos de la tarima, con las bragas por los tobillos, y frotaba con fuerza su clítoris mientras con la otra mano mantenía su falda levantada, de forma que su peludo coño cuarentón quedaba totalmente expuesto ante sus alumnos.



 Llegados a éste punto Osvaldo sintió que ya no podía aguantar su erección ni un instante más y, obligando a Inés a tenderse sobre la mesa de la maestra, se dispuso a penetrar su preciado coñito.



 Quería disfrutar aquel momento al máximo, así que se tomó un tiempo en colocar su herramienta en posición, paseando su capullo a lo largo de la húmeda rajita, como si tratara de advertirla de la inminente follada que iba a recibir. Su satisfacción llegó al límite cuando, al empezar a penetrar a su amada, sintió una resistencia en su interior.



 Éste descubrimiento hizo que su poya alcanzara la consistencia de una viga y, antes de arrebatarle a la esclava su virginidad, se inclinó a lamerle la nuca mientras le susurraba unas últimas palabras al oído.



“-Voy a follarte. Relájate y disfruta.”



Acto seguido, Osvaldo hundió en ella su herramienta de un único empujón. Inés estaba tan mojada que no percibió ningún dolor y, al sentir su virginidad quebrarse, dejó escapar un perverso alarido de placer tan sonoro que llegó a escucharse claramente desde las aulas contiguas mientras Osvaldo seguía clavando en ella su duro miembro sin darle el más mínimo respiro.



 Sus caderas pronto se habían habituado al ritmo de las embestidas de su amo y ambos se fundían entre sí como hacen los animales al acoplarse. Al levantar la mirada entre jadeos, todo lo que su vista alcanzaba a ver eran las grotescas imágenes de sus compañeros, apareándose entre ellos en una salvaje orgía que se extendía hasta el último de los alumnos que se encontraban dentro del aula de aquel elegante instituto.  








El poder de osvaldo (12: alumna modelo)



La dulce Inés era incapaz de asimilar todo lo que estaba sucediendo. Su mente confusa todavía trataba de analizar la sucesión de extraños acontecimientos que la habían llevado a dejarse follar delante de sus compañeros. Y, por mucho que luchaba por resistirse al placer que sentía, su coño palpitante chorreaba flujos sin parar.







Apenas hacía un mes desde que Osvaldo había empezado a desarrollar sus poderes y ya se había convertido en todo un experto. Para él hacer gozar a una mosquita muerta como ella no representaba ningún reto. Osvaldo hundía su poya en el resbaladizo agujero de la chiquilla sin ningún miramiento, tratando a la rubia princesita como si fuera un objeto, mientras arrancaba a poyazos hasta el último rastro de su aparente inocencia.







Inés, superada por la situación, se limitó a dejarse follar por su compañero, reclinando su cuerpo sobre el escritorio del maestro en actitud sumisa. Nunca antes había sentido un placer tan intenso como el que le estaba proporcionando aquel compacto pedazo de carne que por primera vez exploraba sus entrañas. Y, por mucho que tratase de no mirar, en cualquier lugar donde sus ojos se posaban, descubría las más perversas imágenes que nunca hubiera podido imaginar.







Osvaldo seguía manteniendo bajo control hasta el último rincón del aula, obligando a todos aquellos niños pijos a realizar los más impensables actos. Disfrutaba paseando la mirada de uno a otra, llevando sus mentes en contra de su razón, mientras seguía hundiendo implacable su inflamado miembro en el dulce coño de su amada.







Ya nadie mantenía la compostura. El resto de los alumnos se dedicaban a darse placer, bien por sí mismos, bien con la ayuda de sus compañeras. Algunas se limitaban a dejar libre el camino que llevaba bajo sus vestidos, permitiendo a cualquier mano indiscreta aventurarse en busca de sus ardientes secretos. Otras, más lanzadas, sujetaban con sus manos las duras herramientas de quienes las rodeaban e incluso, inclinadas sobre ellos, saboreaban sus miembros dispuestas a recibir el agrio néctar en el interior de sus bocas.







Armando y los demás chicos mayores estaban de rodillas mamando una tras otra las poyas de sus compañeros más jóvenes, hasta hacer que se corrieran en sus bocas. Nunca habían sido demasiado amables con el joven Osvaldo y éste no tuvo piedad de ninguno de ellos, induciéndoles a una homosexualidad forzada mientras sus confundidas mentes eran manipuladas.







Osvaldo disfrutaba visiblemente del espectáculo mientras en su oído resonaban los gemidos de la profesora Reyes que seguía masturbándose a sus espaldas con la mirada fija en lo que estaba ocurriendo dentro de aquella aula infernal. La atareada profesora tampoco había sido capaz de mantenerse ajena a la influencia del perverso muchacho y contemplaba de cerca el coito de aquellos dos adolescentes mientras frotaba su peluda raja con insistencia.



Cerca de la primera fila, Vicente sodomizaba brutalmente a la tímida Lorena, quién se encontraba totalmente abstraída por un sinfín de sensaciones que nunca antes había conocido. Su expresión bondadosa se veía deformada por una grosera mueca de placer infinito mientras sentía su esfínter quebrarse por la presión que ejercía el imponente miembro de Vicente, un chico al que nunca antes se había dignado a dirigir la palabra.







Cuando Osvaldo sintió que iba a correrse, agarró a Inés con fuerza del pelo y susurrando una orden en su oído, la obligó a ir encadenando una larga serie de orgasmos mientras el chiquillo se preparaba para soltar una abundante carga en su interior.



Aún espero unos segundos antes de deslizar su poya fuera del interior de su amada. Lo hizo con suavidad, alargando todo lo posible el contacto con aquel preciado útero inundado por la reciente mezcla de fluidos, hasta que su miembro al salir produjo un erótico sonido.







Después de correrse, se recreó contemplando a su amada cuyo rostro ya no reflejaba ningún sentimiento más allá del agotamiento y la más completa sumisión. Seguía en la misma postura en la que acababa de ser follada, con las braguitas por los tobillos y la reciente corrida aún resbalando por sus muslos.



Por unos instantes Osvaldo creyó vislumbrar en sus ojos el tenue brillo de la perversión y, sujetando firmemente a la chiquilla, la obligó a volver el rostro para contemplar la escena que seguía desarrollándose en el aula mientras susurraba en su oído.







“-¿Te gusta lo que ves?”







Inés aún estaba aturdida por los implacables orgasmos que acababan de sacudir su cuerpo y no pudo evitar fijarse en la morbosa escena que se desarrollaba ante ella. Pronto se encontró deleitándose con los detalles de aquella bacanal mientras sentía crecer en ella un oscuro sentimiento que creía haber desterrado de su ser. Entonces se volvió de nuevo para mirar a su amo y le respondió mientras una perversa sonrisa ensombrecía su bello rostro.







“-¡Me encanta, amo! ¿Es obra tuya?”







La suspicacia de su esclava alagó tanto a Osvaldo que, por toda respuesta, deslizó su lengua sobre el costado de su rostro, lamiendo su bonita cara en señal de aprobación. Nunca habría imaginado que su amada pudiera reaccionar de forma tan positiva en tan poco tiempo. Así que, en vista del inesperado éxito, Osvaldo decidió comprobar hasta dónde llegaba la depravación que escondía aquella muchacha supuestamente ejemplar.







“-Son todos tuyos, puedes hacer con ellos lo que quieras. Veremos de lo que eres capaz.”







Puede que lo primero que le viniera a Inés a la mente fueran nobles pensamientos acerca de liberar a sus compañeros de los perversos designios de su amo. Sin embargo su imaginación pronto se vio invadida por los más sucios pensamientos.



Al fin era consciente del verdadero poder de su amo y fue incapaz de sustraerse a la tentación de tener a toda la clase bajo su propio control. Presa de una morbosa excitación avanzó unos pasos hasta colocarse de pié en el extremo de la tarima frente al resto de la clase con los brazos en jarra y las piernas ligeramente entreabiertas.



Ni siquiera se molestó en volver a colocar sus braguitas que quedaron tiradas en el suelo de la tarima justo en el mismo lugar donde, hacia un momento, acababa de serle robada la virginidad. No parecía importarle estar exhibiendo su coño desnudo ante sus compañeros y el aire fresco que recorría el aula acariciaba los pelillos morenos de su pubis trasladando a su coño una agradable sensación de libertad.







Cada vez más excitada, Inés recorría la escena con su mirada, ansiosa por descubrir algo que estimulara su imaginación. Pronto se fijó en Nuria, la chica más mojigata de su curso, que seguía engullendo glotonamente la poya de su tímido compañero Andresito, el cual resoplaba visiblemente alterado mientras trataba de retrasar lo más posible su inminente orgasmo.



Contemplar el rostro enrojecido y desencajado del muchacho mientras la cabeza de aquella santita descendía una y otra vez sobre su bragueta hizo que Inés se decidiera a poner en práctica el don que su amo acababa de concederle y ,con paso firme, Inés se dirigió a la última fila de la clase paseando su coño desnudo entre sus compañeros, todos ellos enzarzados en las más variadas y obscenas actividades.



Algunos de ellos aprovecharon la cercanía para alargar la mano a su paso palpando con descaro las partes más suculentas de su ser. Sin embargo Inés avanzó sin inmutarse hasta alcanzar el lugar en que se encontraba su objetivo.







Al llegar a ellos, agarró a Nuria del pelo y la obligó a levantarse sin ningún miramiento, interrumpiendo de golpe la estimulante mamada que le estaba regalando a su compañero. La brusca interrupción hizo que Andrés derramara sobre ella la intensa corrida que había estado tratando de contener, llenando de blancos chorretones su cara, su pelo y los bordes de su camiseta.







Sin soltarla del pelo, Inés forzó a la inocente muchacha a tumbarse sobre el pupitre de su compañero de forma que su trasero, aún cubierto por unos sencillos tejanos, quedara totalmente expuesto ante él. Andrés, aún aturdido por la reciente corrida, no pudo evitar fijarse en el preciso coñito desnudo que Inés lucía sin ningún pudor.







La visión de aquella diosa medio desnuda que trataba de someter a su cada vez más sumisa compañera hizo que la poya de Andrés volviera a levantarse como si hubiera sido activada con un resorte. Inés, mientras tanto susurraba al oído de su indefensa muñequita.







“-Ahora vas a ser mi muñequita. Estás caliente, ¿verdad, muñequita?”







Nuria mantenía sus ojos entrecerrados mientras recostaba su cuerpo sobre el pupitre, aplastando sus firmes pechos contra la mesa. Su expresión denotaba una evidente excitación y, al responder, lo hizo con un tenue hilo de voz repleto de sensualidad.







“-Sí, ama, estoy muy caliente.”







Como tratando de comprobar que su compañera decía la verdad, Inés deslizó su mano bajo la parte posterior de sus pantalones, recorriendo sus nalgas hasta encontrar la montañita de su vulva. A pesar de las gruesas bragas de algodón que cubrían la intimidad de la chiquilla, su humedad era ya más que evidente. Inés tan sólo paseó durante unos segundos sus dedos a lo largo de aquella rajita por encima de las bragas y los sacó empapados.







Trataba a su compañera como si fuera un simple juguete y el hallar tanta sumisión en ella estaba comenzando a excitarla hasta límites insospechados. De un tirón le bajó los pantalones hasta la rodilla arrastrando con ellos sus braguitas. En la postura en la que se encontraba, su coño quedó claramente expuesto ante la atónita mirada de Andrés, que sujetaba con fuerza su endurecido miembro.



Inés todavía dudó un instante antes de dar la orden definitiva. Pero ya era muy tarde para ella, se había dejado llevar definitivamente por la corrupción que flotaba en el ambiente y podía percibirse el brillo de la perversión iluminando sus pupilas. Al fin vencida por el morbo, Inés se volvió hacia su compañero y le miró fijamente.







“-¡Hazlo, Andrés! Y no tengas miramientos.”







Al terminar de oír la frase, el chiquillo se abalanzó sobre su compañera aún con la poya en su mano y la penetró de una sola estocada. A pesar de lo mojada que estaba, Nuria sintió un agudo dolor al rasgarse su himen con tanta violencia y empezó a sollozar, sin que eso calmara en nada las embestidas de su jadeante compañero.







Pronto Inés llevó sus labios junto a los de su llorosa muñequita y, metiendo la lengua en el interior de su boca, trato de silenciar primero sus quejas y más tarde sus gemidos, a medida que la poya de aquel friki fue haciendo en ella su trabajo.







Participar en aquella retorcida escena estaba llevando a la bella Inés más allá de cualquier límite. Su mirada recorría el aula en busca de nuevas víctimas cuando al fin se fijó en la escena lésbica que estaban protagonizando sus queridas compañeras de pupitre.  De pronto una nueva idea empezó a abrirse a paso en su mente e Inés se sorprendió fantaseando con someter a sus mas preciadas amistades. 



Sandra y Helena seguían enzarzadas entre ellas, totalmente ajenas a lo que estaba sucediendo a su alrededor. Osvaldo las mantenía en un febril estado de excitación más radical incluso que el del resto de sus compañeros. Ambas tenían sus sexos húmedos y exploraban sus cuerpos con descaro mientras sus lenguas seguían entrelazándose en una danza interminable y llena de erotismo. Muy a su pesar, esta visión logró estimular en Inés sus más bajos instintos.







Ella realmente apreciaba a sus amigas, siempre habían estado juntas desde que entraron en el instituto. Ellas eran su apoyo, su fuerza y su sustento dentro de aquel ambiente tan competitivo y, aunque no les deseaba ningún mal, la tentación de verlas sometidas fue ganando peso en su cada vez más debilitada consciencia y no tardó en caer rendida bajo sus propios impulsos, recorriendo de nuevo la clase hacia el lugar donde se encontraba su pupitre.



Estaba tan excitada que esta vez no esperó a que sus compañeros se esforzaran en meterle mano y fue ofreciendo su cuerpo a cada paso, deleitándose al sentir las ansiosas manos explorando su desnudez. Tan intenso fue el roce al que la tierna muchacha fue sometida que, al llegar a su pupitre, tenía el cuerpo lleno de marcas.



Inés se sentía fascinada por el erótico espectáculo que sus amigas estaban ofreciendo ante sus ojos y sintió la necesidad de llevar la situación hasta el límite. Nunca antes se había fijado en sus amigas de esa manera pero, en aquel momento, el apretado culito de Helena se le hizo de lo más apetitoso.



Casi sin pensar, alargó su mano para acariciar las tersas nalgas de su mejor amiga. Al poco rato ya le había levantada la faldita de su vestido y su mano se perdía bajo las inocentes braguitas, jugando con la yema de sus dedos en la parte posterior de la rajita inundada de su amiga del alma.



Helena seguía concentrada en comerle la boca a Sandra hasta que, de pronto, sintió como Inés le hundía el dedo corazón en el ano  de un solo golpe hasta la articulación. Helena no estaba acostumbrada a jugar con su culito y la impresión fue tan fuerte que logró volver en sí misma por unos instantes y trató de librarse del estrecho contacto de sus sudorosas y jadeantes amigas.



Pero este conato de resistencia fue rápidamente aplacado por Inés, dispuesta ya a cualquier cosa con tal de ver a sus amigas tan sometidas como lo había sido ella misma, si no más. Presa de una febril excitación, agarró a Helena con fuerza por el pelo y la obligó a postrarse de rodillas ante ella.



Su coño ardía con una intensidad que nunca antes había conocido e Inés sintió que había llegado el momento de desfogarse. Entonces miró a su amiga a los ojos fríamente y le dirigió una orden seca y tajante en un tono que sonaba algo más ansioso que autoritario.



“-Cómeme el coño lo mejor que sepas, esclava.”



Acto seguido, sin dejar de sujetar firmemente la rubia melena de su amiga, aplastó su cara entre sus piernas a la espera de sentir el contacto de su lengua en su inflamado coño. Éste no se hizo esperar y pronto Helena estaba devorando ansiosamente su almejita. Inés empezó a gemir prácticamente al instante.



Desde la tarima, Osvaldo contemplaba la escena asombrado por las facultades que estaba demostrando su nueva esclava. La situación era tan salvaje que el chico, a pesar de su experiencia, no pudo evitar empezar a sacudirse el nabo con fuerza presa de una descomunal erección. No cabía duda, ella era su mejor alumna.








El poder de osvaldo (13: una nueva vida)



Hacia poco más de seis meses desde que Ines comenzó su rol cómo esclava, sin embargo ya apenas recordaba nada de su vida anterior. No comprendía cómo habia podido mantener una existencia tan insulsa y vacía durante todo ese tiempo sin nisiquiera ser consciente de ello.







Durante aquellos meses Osvaldo habia logrado someter a todo el personal del instituto y ella era la unica de entre todos sus compañeros a la que le estaba permitido recordar lo sucedido. Sin embargo, no podía hablar de ello con nadie, su amo la estaba poniendo a prueba y por eso habia permitido a su esclava conservar gran parte de su libre alvedrío.







Los primeros meses los pasó aislada, apartandose de los demás, esperando que en cualquier momento su amo viniera a castigarla, aunque eso nunca sucedió. Le incomodaba ver a todo el mundo actuando como si nada hubiera ocurrido, se sentía culpable por su forma de actuar y la impotencia de no poder hacer nada por impedirlo la corroía por dentro.







Pero las escenas morbosas entre sus compañeros se iban sucediendo ante los ojos de Inés, despertando en ella los rincones mas oscuros de su líbido. Pues, aunque sus compañeros nunca parecían recordar ninguno de aquellos episodios, todos ellos quedaron profundamente grabados en su joven e impresionable mente.







El resultado de todo aquel ámbiente que la rodeaba fué que Inés se masturbó más veces durante aquellos primeros meses de lo que lo había hecho en toda su vida, sin que para ello Osvaldo tuviera que mandarle ni la más mínima sugestión. Pues las grotescas imágenes que presenciaba a diario hicieron el trabajo en su lugar.Y asi transcurrieron los primeros meses hasta que un día Osvaldo decidió darle otra vuelta de tuerca a la educación de su nueva aprendiz.







Fué un Jueves por la tarde. Inés salía algo turbada de una clase de ciencias en la cual el profesor se había dedicado a sodomizar uno por uno a todos los estudiantes que hubieran conseguido una nota superior al Notable en el examen trimestral. Su amiga Helena, además, por ser la alumna que había conseguido la nota más alta en el examen, tuvo el dudoso privilegio de limpiarle la poya al profesor a lengüetazos despues de que enculara a cada uno de sus compañeros.







Inés, ultimamente, aprovechaba el anonimato que le garantizaban los continuos olvidos de sus compañeros para masturbarse ahí mismo, a la vista de todos, convencida de que a la salida nadie recordaría lo que habia visto. Pero aún y así el espectaculo la había puesto tan caliente que no creía poder llegar a su casa sin tener que hacerse un último dedo rápido en los labavos del instituto. Fue justo antes de llegar a ellos cuando el amo se acercó por su espalda y le susurró algo al oído que la hizo estremecer.







"- Te he estado observando durante todo este tiempo y aún creo que podrías ser mi reina. A partir de ahora seguiras sometida a mi voluntad pero haré que todos en este instituto obedezcan tus órdenes como si fueran las mías. De tí depende lo que hagas con ese poder."







Y tras pronunciar aquellas oscuras palabras se alejó por donde había venido dejando a Inés al borde del colapso. La confundida estudiante entró azoradamente en los servicios más cercanos y se encerró en uno de sus cubículos. Sentía una enorme presión sobre sus hombros, aplastandola bajo tanta responsabilidad.







Se había acostumbrado al anonimato que había estado llevando hasta el momento y, en cierta medida, estaba empezando a disfrutar de los continuos espectaculos que Osvaldo le ofrecía a traves de sus compañeros. Pero una cosa era disfrutar de ello sabiendo que no podía hacer nada por evitarlo y otra muy distinta ser la causa de tanta perversión.







Ahora tenía la posibilidad de parar todo aquello y lo que realmente la dejó sin respiración fué darse cuenta de que, en el fondo de su ser, ella no deseaba detenerlo. Esa idea le puso tan caliente que aún tuvo que pajearse unas cuantas veces más antes de abandonar el cubículo. Y se corrió pensando en su negro futuro.







En un principio trató de contener sus impulsos aferrandose tanto como pudo a su voluntad. Pero las tentaciones eran cada vez mayores y el hecho de que las estimulantes orgías que había estado presenciando a diario se hubieran visto interrumpidas de golpe no hacía más que aumentar su ansiedad.







Todo había vuelto de pronto a la más absoluta normalidad y, si ya le había resultado antes difícil prestar atención a aquellas soporiferas clases, el recuerdo de lo que había estado sucediendo desde entonces en ellas lo hacían del todo imposible.







Apenás había resistido unas semanas a base de masturbaciones clandestinas, pero por mucho que hubiera aumentado su frecuencia, no fueron suficientes para detener la locomotora de sus sentidos, a punto de descarrilar. Y finalmente cayó presa de sus instintos sin previo aviso.







Fué durante una clase de matematicas. La profesora se dirigió a ella preguntandole el resultado de una operación, però Inés no sabía la respuesta. A esa pequeña frustración se añadió todo lo que llevaba acumulado y, sin poder evitarlo, todo se desencadeno tras su respuesta.







"- No sé lo que debemos hacer con la ecuación, pero usted ahora va a tener que chupar una por una todas las poyas que hay en la clase. Les hará eyacular y se tragará toda su leche. Cuando haya terminado empiece a lamernos el coño a todas por orden. No se detendrá hasta sentir el orgasmo en su boca y después volverá a lamer hasta dejarnos bien limpitas. Y no pare de tocarse ni un solo segundo. Todos queremos ver lo puta que es, señorita. Cuando termine  olvidaremos lo que ha sucedido y usted nunca más volverá a molestarme con preguntas impertinentes."







Inés había actuado prácticamente sin pensar, fué una de aquellas veces en que nuestros impulsos se desbordan aflorando antes de que nuestras mentes puedan hacerse cargo de la situación. Al oir el sonido de sus palabras, se quedó helada. Y en ese momento se dió al fin cuenta de la oscuridad que se había instalado definitivamente en su alma.







El resultado de sus instrucciones fue, sin embargo, inmediato. Tan pronto como la última palabra fué pronunciada, la profesora depositó sus gafas sobre la mesa y se dirigió con paso firme hasta uno de los pupitres que había en la primera fila. Su rostro expresaba sorpresa y horror al descubrir que su cuerpo estaba actuando por cuenta propia.







Y ese horror se convirtió en pánico al ver como el alumno que estaba sentado en él desabrochaba mecanicamente sus pantalones liberando su flácido pene. Ella cayó de rodillas junto al lugar en que se sentaba su alumno y, sin más miramientos, se introdujo la joven poya en la boca mientras con una mano recogia su cabello en una improvisada coleta.







La profesora Paz todavía no terminaba de comprender lo que estaba sucediendo pero, al sentir como aquel miembro comenzaba a crecer en el interior de su boca, su sexo empezó a palpitar y sus mejillas se tiñeron del color de la vergüenza.







Estaba comenzando a excitarse como no lo hacía en mucho tiempo y decidió que iba a dar a sus alumnos una clase magistral, reemprendiendo con fuerza su mamada mientras dirigía la mano que aún le quedaba libre a saciar su humeda entrepierna tal y como le habia sido ordenado.







Pronto el aula se vió invadida por los humedos chasquidos de la lengua de la maestra que succionaba con furia. A éstos pronto se unieron los resoplidos de su alumno que, con el rostro sudoroso y enrojecido, comenzaba a retorcerse en su asiento indicando la cercanía del orgasmo. No tardó más que unos pocos minutos en correrse, vaciandolo todo en la boca de la joven profesora.







Victoria Paz tendría poco más de treinta años, aunque para su alumnos era una de las que más respeto imponía. Su rostro enjuto y su mirada severa rara vez dejaban entrever una sonrisa, al menos cuando estaba frente a sus alumnos. Sus elegantes gafas y su vestimenta siempre tan formal completaban esa imagen de respetabilidad que tanto efecto tenia en los estudiantes.







Pero ahora esa imagen se veía empañada por los rastros de lefa que recorrían su barbilla mientras sus pasos se dirigian al siguiente pupitre. Más aún cuando, ya con otra poya en la boca, empezó a remangarse la flalda, dejando ver bajo sus medias la forma de unas braguitas de algodón cuyo rastro de humedad empezaba a ser más que evidente.







Ya había hecho correrse a tres o cuatro de sus alumnos cuando decidió quitarse la falda de su traje chaqueta para poder urgar en su sexo sin problemas. Pronto le siguieron las medias a las cuales, más tarde, se unirian sus braguitas empapadas. En esos momentos habría deseado que cualquiera de aquellos chicos le metiera su dura verga de una estocada sin avisar. Pero las ordenes habian sido muy claras y ella no podia hacer otra cosa que obedecer.







Cuando hubo terminado con todos los chicos, empezó a arrastrarse bajo los pupitres de las chicas. Había tragado tanto semen que al principio le fue imposible distinguir los sabores de ellos y los de ellas. Uno de los chiquillos se habia corrido con tanta fuerza que un hilillo blanco resbalaba por su nariz. Pero pronto un sabor agridulze y metálico se abrió paso por su garganta manchando de flujos su camisa y su chaqueta. A la vista de las escandalosas corridas de sus estudiantas, Victoria decidió sacarse también estas prendas y recorría la clase a gatas de coño en coño con tan solo un sujetador.







Inés estaba disfrutando más de lo que nunca había imaginado. Le divertía ver a su maestra andando a trompicones con la mano metida entre sus piernas mientras cumplía a rajatabla sus ordenes. Se excitó al contar uno por uno los multiples orgasmos que tuvo la profesora mientras tragaba obedientemente todas las corridas de sus compañeros y, más tarde, también de sus compañeras.







Se deleitó especialmente viendo cómo lamía con esmero los sexos de Sandra y de Helena y cómo el orgasmo llegaba invariablemente a los rostros de ambas. Había un morbo especial para ella en el sometimiento de sus amigas, otra más de las notas oscuras que se estaban rebelando en su alma. Y cuando llegó el turno de que la profesora Paz hundiera su rostro bajo su propio pupitre, las braguitas de Inés estaban tan húmedas que podían confundirse con la piel que cubrían.







Sentir la lengua de su profesora fué mucho más placentero de lo que Inés esperaba y le hizo gemir desde el primer lengüetazo. Oleadas de fuego recorrían su cuerpo desde su coño hasta la espina dorsal y de su columna a los pechos. Inés, fuera de sí, se pellizcaba con fuerza los duros pezones a traves de la camiseta mientras su cuerpo se retorcía restregando con furia su ardiente sexo contra los labios de su profesora.







El orgasmo no se hizo esperar e Inés explotó como un volcán derramando su lava en los sedientos labios de la docente convertida en sirvienta. Entonces supo que nada podría substituir a aquella sensación. Estaba atrapada, pues por mucho que tratara de llevar una vida normal o aunque intentara saciarse a base de masturbaciones continuas, nunca podria igualar los labios de su maestra o la poya de su amo; y menos aún el abrumador morbo de someter y verse sometida.







Desde aquel momento ya no volvió a resistirse a su propia naturaleza. Todos sus valores y principios anteriores se habían evaporado y de ellos no quedaba ni un tenue recuerdo. En su lugar quedaron todos los pensamientos oscuros que alguna vez habia tenido, ocultandolos en su negro corazon. Ahora esos pensamientos olvidados eran los que regían sus actos, esclavizados por completo a sus mas bajos caprichos.







Sus íntimas amigas se convirtieron en los blancos más habituales de sus morbosas perversiones. Descubrió, por ejemplo, que le excitaba mucho obligarlas a follar entre ellas. En sus numerosos experimentos averiguó que el punto debil de Sandra era que le martirizaran sus grandes pechos, cuanto más violentamente mejor, y que a Helena le encantaba que le metieran objetos por el culo, aunque ella siempre lo había negado. Ambas enseguida se conviertieron en expertas lamedoras de coños lo cual Inés aprovechaba practicamente a diario.







Tambiéns las obligaba a prostituirse entre sus compañeros de clase a cambio de precios irrisorios. Todos en aquel instituto sabián que podían encular a la bella Helena a cambio de una simple goma de borrar y que Sandra ofrecía sexo en los labavos a cambio de cigarrillos. Ésta última una vez tuvo tanta asistencia entre los alumnos de primer curso que tuvo que hacerles entrar de tres en tres para poder atenderles a todos.







Pronto empezó a incluir también en sus juegos a los novios de ámbas. Le tenía especiales ganas a Victor, el novio de Helena, al cual siempre había deseado en secreto. Pero pronto descubrió que en realidad sufria de eyaculacion precoz, en alguno de aquellos polvos forzados llegó a durar menos de 14 segundos. Así que decidió prohibirle que se corriera. Y el pobre chico fue desde entonces con la poya tiesa las veinticuatro horas del dia.







Cada dia que pasaba, Inés descubría nuevas posibilidades para ejercitar el don que le había sido concedido. Aprovechó la erección permanente de Victor para practicar con él sesiones maratonianas de sexo mientras obligaba a Helena a masturbarse mirandoles. Les obligó a violar entre los dos a Sandra y a su novio. Y se estremeció al ver como Alex, el novio de Sandra, se corría entre alaridos al sentir su ano violado por la ferrea herramienta de Victor.







Pero sus juegos no se limitaron a su círculo de amistades. Pocas eran las poyas que Inés no conociera ya en aquel instituto y también había hecho frecuentes incursiones entre sus compañeras. Le tenía especial aprecio a la poya de Diego, un chico del último curso al que nadie osaría llamar atractivo pero cuyo grueso cilindro tenía una forma especial que se adpataba perfectamente a la vagina de Inés produciendole un placer indescriptible.







Perdió la cuenta de cuantas veces aprovechó tiempos muertos para obligar al chaval a follarla von fuerza. Sin embargo lo que más ansiaba en el mundo era volver a sentir la poya de su amo. Se sentía en deuda con él y, ahora que conocía su propia naturaleza, sentía en lo más hondo de su ser la necesidad de ser castigada. Y quería que fuera su amo quien decidiera su destino.







Lo más duro de su nueva vida era lo que sucedía fuera del instituto, cuando tenía que fingir ser una chica normal de su edad. Algunas veces aprovechaba la excusa de pasar la tarde con sus amigas para encerrarse en algún lugar solitario con Sandra o Helena, a veces con ambas, y las obligaba a lamerle el coño durante horas. Pero no podia hacerlo todos los días y el resto del tiempo era para ella un terrible suplicio.







Odiaba especialmente el tiempo que debía pasar con su familia por la mezcla de sentimientos que le producía estar con ellos. Seguía sintiendo por ellos cariño, pero los sentimientos para Inés entonces tenían poco peso frente a sus desenfrenadas perversiones. Y, sin embargo, se veía obligada a cumplir sus insulsas órdenes o atender a sus vacíos intereses y preocupaciones fingiendo un respeto que ya se había esfumado.







La mayor parte del tiempo la pasaba en su cuarto, tratando de saciar sus ardores con sus propias manos mientras planeaba nuevas maldades para el día siguiente. Había llegado a un punto en que ya practicamente ni se escondía al hacerlo. Poco le importaba lo que pudieran pensar de ella su padre y su hermano mayor. Tan sólo empleaba el disimulo necesario para que nadie sospechara que algo raro estaba ocurriendo en el instituto. Y que una chica como ella fuera una cerda que no hacía otra cosa que meterse los dedos no era algo demasiado extraño.







Sus padres achacaban el cambio a su nuevo novio, un tal Osvaldo, del su pequeña Inés les había hablado maravillas. Aunque a ellos no les hacía mucha gracia que tuviera un novio y menos aún lo poco que habían logrado saber sobre él. Sin embargo, pronto le conocerían.








El poder de osvaldo (14: los padres de ella)



No eran aún ni las siete de la tarde, pero Inés se sentía ya incapaz de aguantar la espera. En toda la tarde no se había movido de la habitación y permanecía estática, recostada en la cama sin variar apenas su postura, enterrando su mano bajo el pantalón del pijama mientras mantenía su mirada fija en el minutero del reloj.



De no ser por aquel reloj despertador se habría visto incapaz de decir cuanto llevaba encerrada en su cuarto. Había perdido por completo la noción del tiempo, pues en su mente tan sólo existía una cosa. Y cada vez que pensaba en lo que iba a suceder esa misma noche su vientre se contraía atrapando el dedo que mantenía en el interior de su gruta cómo una boca hambrienta.



En realidad ella no había planeado aquella velada, fueron sus propios padres quienes le propusieron que invitaran a su “nuevo amiguito” a cenar. Obviamente ellos desconocían por completo lo que estaba sucediendo en la vida de su pequeña. Sin embargo si habían percibido un notable cambio en su carácter y actitud.



Hacía ya unos meses que Inés había variado sus hábitos por completo. Antaño era una chica risueña y parlanchina que, aunque a menudo tenía la cabeza en las nubes, siempre trataba de ser agradable a los demás. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, se había vuelto taciturna y reservada.



Pero aquellos no fueron los únicos cambios que detectaron en la pequeña. Su madre, Leticia, había descubierto también al hacer la colada las terribles manchas de humedad que aparecían últimamente en la ropa interior de su hija.



No era la primera vez que descubría rastros de excitación en la ropa de su pequeña, algo natural a esa edad. Sin embargo aquellas manchas iban más allá de lo esperable en una adolescente y su frecuencia fue en aumento con el paso de los días. Aquella fue la primera vez que Leticia sospechó que algo extraño sucedía.



Pronto aquellas manchas remitieron y la madre de Inés dejó de darle importancia, al menos hasta el siguiente descubrimiento. Ocurrió mientras recogía el caos que se había formado en la habitación de su hija. Estaba haciendo la cama de Inés, murmurando entre dientes lo descuidada que se había vuelto su hija, cuando de pronto, al agacharse a recoger un cojín, descubrió unas braguitas ocultas bajo la cama.



En un primer momento no les dio ninguna importancia. Pero al sostenerlas en la mano para llevarlas al cesto de la ropa sucia se dio cuenta de un detalle que la dejó helada. Pues esas eran las discretas braguitas que le había dejado preparadas la noche anterior, con la ropa limpia. Pero, ¿por qué iba a esconder unas braguitas limpias debajo de la cama? Aquello desconcertó a Leticia que, de nuevo, empezó a estar atenta a el extraño comportamiento de su hija.



Pronto descubrió que aquel no había sido un hecho aislado. Cada mañana, al examinar la habitación de su hija, encontraba unas braguitas limpias escondidas bajo su cama. Y por la noche su hija le traía esas mismas braguitas junto con la ropa sucia. Y así es como descubrió que su hija no usaba ropa interior, confirmando sus peores temores.



Descubrió también que aquellas manchas de humedad no habían desaparecido, sencillamente se habían trasladado de prenda. Había rastros de excitación en la parte interior de todos sus vestidos, pantalones y pijamas. Aquellas manchas, lejos de desaparecer, parecían multiplicarse con el paso de los días y las semanas.



Leticia llegó a pensar que su hija tenía problemas de orina, pero al comprobar el aroma de aquellas prendas siempre hallaba el inconfundible olor de la excitación femenina. No cabía duda, su hija estaba cada día más excitada, y empezó a sospechar lo que hacía durante todas esas horas que pasaba encerrada en su habitación.



No es que Leticia pensara que había nada malo en el sexo, pero sabía por propia experiencia los problemas que el sexo incontrolado podían causarle a alguien tan joven. Pronto iban a tener que hablar con ella al respecto. Pero había algo en aquella conversación que aterraba a Leticia; pues sabía que para hacerlo iba a tener que enfrentarse a su propio pasado.



Era lo que siempre había temido, que su dulce hija heredara lo más oscuro de su propia personalidad. Aquello le recordaba a su inconsciente juventud y las terribles humillaciones a las que se había visto arrastrada en un torbellino de drogas y sexo. Para hablar con su hija, primero debía enfrentarse a todos esos recuerdos que habían permanecido ocultos ante si misma y ante su entorno.



Ni siquiera Alfredo, su marido, conocía su pasado más oscuro. Aquellos recuerdos habían quedado enterrados junto con su vida anterior al mudarse a la ciudad y ahora Leticia era una madre serena y responsable. Pero se sentía incapaz de afrontar sola de nuevo ese problema, aunque esta vez fuera en las carnes de su hija.



Por eso finalmente acudió a Alfredo, su marido. Ésta vez tampoco fue capaz de hablarle de su pasado, aunque si supo trasladarle las sospechas que tenía sobre su pequeña. Sin embargo Alfredo no pareció darle tanta importancia y, tras mucho insistir, accedió a desgana a ser él quién tuviera con la pequeña.



A Alfredo no le agradaba en absoluto aquella misión. No entendía por qué su mujer se había empeñado tanto. Aquello le incomodaba terriblemente, especialmente el tenerse que imaginar a su tierna hijita masturbándose en su habitación durante horas o paseando entre sus compañeros de instituto con su faldita corta y sin bragas. Estaba claro que su mujer exageraba y, aún y así, sintió una punzada en su entrepierna que hizo que se sintiera culpable.



Aunque pronto esa culpa dio paso al enfado hacia su mujer, por no comprender lo duro que para un hombre podía resultar una situación como esa. Finalmente se armó de valor y se dirigió a la habitación de la pequeña para tener una pequeña charla. Aunque, con los nervios de la situación, olvidó llamar a la puerta.



Lo que encontró en la habitación de su hija fue del todo desmoralizante. Inés estaba tendida en la cama con las piernas abiertas y el pantalón del pijama por los tobillos mientras sus dedos índice y anular se hundían con furia en el interior de su gruta.



Aunque la chica fue rápida de reflejos, el aturullado padre aún pudo ver el reflejo de la humedad en su pubis antes de que su hija lograra cubrir sus vergüenzas y de que él mismo pudiera reaccionar cerrando de nuevo la puerta  con una disculpa.



“-Perdona, hija, no sabía que estabas… ¡ejem!”



Y permaneció tras la puerta aún unos minutos en estado de shock. Su rostro estaba pálido por la impresión y, aunque él no era consciente, una enorme mancha se había formado en su pantalones. Finalmente se dispuso a volver a entrar con el mismo propósito aunque esta vez llamó antes de hacerlo.



“-Entra, papá. No pasa nada”



Se la veía nerviosa, y Alfredo se sintió culpable por haberla interrumpido en un momento tan íntimo. No se había dado cuenta de la erección que permanecía inalterablemente esculpida en sus pantalones. Así que entró y se disculpó serenamente como haria cualquier padre normal.



“-Lo siento, hija mía, sé que debería haber preguntado antes de entrar. Ha sido culpa mía.”



Inés no pasó por alto el tremendo bulto ni la mancha que lucían en los pantalones de su amado padre y pronto fue asaltada por los más oscuros y morbosos pensamientos que nunca hubiera imaginado. Sin embargo sabía que una de las pocas órdenes directas que había recibido de su amo era precisamente no llamar la atención. No podía permitir que nadie sospechara que algo extraño estaba sucediendo así que debía comportarse siempre como una chica normal. Por eso trató de sacarle importancia a la situación para tranquilizar a su padre.



“-No te preocupes, no estaba haciendo nada.”



Pero su padre no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente. Sabía que lo contrario podría costarle otra bronca con su mujer, así que fue directo al grano. Pues en realidad era lo que le resultaba menos embarazoso.



“-Sé perfectamente lo que estabas haciendo. Precisamente de eso quería hablarte. Ya eres una mujercita y es normal que hagas esas cosas. Pero tienes que controlarte. No es bueno que estés todo el día pensando en eso o nunca serás feliz.”



A Inés empezaba a arderle el coño de una forma irracional. Pensaba en la poya dura de su padre y en el morbo que le daría que la follara con su verga dura y supurante mientras su madre miraba la televisión en la habitación contigua. Pero sabía que debía comportarse como una chica normal, además temía la reacción de su padre, sobre quien no tenía ningún tipo de control. Así que siguió interpretando su papel de hija modélica.



“-Lo sé papa, pero a veces me gusta hacerlo. ¿Es algo malo?”



A Alfredo aquella conversación cada vez se le hacía más difícil y absurda. Aún se sentía incomodo por la situación de hacía apenas unos minutos y, además, aquella conversación no tenía mucho sentido para él. Así que decidió atajarla lo más rápido que pudo.



“-No, hija, no hay nada malo en hacerlo. Sólo ves con cuidado. ¿Entendido?”



Inés miró al suelo buscando reunir toda la seguridad posible y finalmente miró a su padre con seriedad. Fue una interpretación perfecta de la chica sincera y responsable que siempre había sido.



“-Entendido, papa. No hace falta que os preocupéis.”



Y con aquellas sencillas palabras, Alfredo consideró al fin zanjada tan incomoda cuestión. Dio un inocente beso a su pequeña en la mejilla y salió disparado de la habitación tan rápidamente como pudo. Después le contó a su mujer lo ocurrido omitiendo, obviamente, algunos detalles que no tenía por qué saber.



Aquel incidente no apaciguó en absoluto Leticia, que siguió preocupada por el comportamiento de su hija. Se dio cuenta de que la pequeña había empezado a poner más cuidado en no dejar rastros. Pero las manchas en su ropa seguían siendo más que evidentes.



Decidió, en parte debido a las largas conversaciones con su marido, que se estaba obsesionando más de la cuenta. Y que aquello era lo normal en las chicas de su edad. Pero al cabo de unos meses, junto a las manchas de humedad, empezaron a aparecer otras manchas.



Leticia no tenía duda de lo que aquel liquido blanquecino significaba y decidió al fin tomar cartas en el asunto. Se dirigió a la habitación de la pequeña y se puso a registrarla, pero no encontró nada extraño.



Sabía que tenía que haber alguna prueba, algo que la delatara. y finalmente, en un cajón de su mesilla de noche. Encontró la foto de un chico recortada de algún álbum de fotos. Y entonces ató cabos.



Aquella tarde cuando Inés llegó sonriente, satisfecha tras su ajetreada jornada escolar, sus padres la estaban esperando en el salón, dispuestos a tener una meditada charla familiar. Nada más entrar en la sala la hicieron sentarse y, sin más rodeos, entraron directos al tema.



“-Sabemos que estás viéndote con un chico.”



Llevaban largas horas discutiendo sobre ello y habían llegado a la conclusión de que debían, ante todo, tratar de comprenderla. Sin embargo no podían pasar por alto el hecho de que ella se lo hubiera ocultado y, más aún, que tan joven tuviera sexo con alguien que ni siquiera conocían.



“-Al menos queremos saber cómo se llama.”



Inés se vio sorprendida por la situación. No esperaba que sus padres se dieran cuenta de su doble vida, al menos no tan deprisa. Sin embargo enseguida fue consciente de que sólo habían descubierto la punta del iceberg. Así que decidió que su mentira fuera lo más ajustada posible a la verdad.



“-Se llama Osvaldo, es un compañero de clase.”



Alfredo y Leticia se miraron satisfechos entre ellos, su estrategia estaba dando resultado. Esta vez fue Leticia quién habló como si tratara de ahuyentar sus propios fantasmas internos.



“-¿Le quieres?”



Esta vez Inés no tuvo ni la más mínima dificultad en contestar, pues sabía ya en su interior que nunca podría ser fiel a ningún otro hombre más que a su amo. Incluso se sonrojó al contestar.



“-Sí, le quiero.”



Sus padres estuvieron un tiempo en silencio como meditando cual era la frase más adecuada para el momento aunque, finalmente, fue Leticia de nuevo quien se adelanto en la palabra, algo ansiosa por coronar el momento.



“-Bien, Inés, hija mía. No hay nada malo en ello. Es sólo que nos gustaría conocerlo.”



Un cálido escalofrío recorrió el cuerpo de Inés de los pies hasta la coronilla. La sola idea de poner en contacto al amo con su propia familia hizo que todo su cuerpo se estremeciera de morbo. Pero, a pesar de ello, consiguió con esfuerzo que su cara tan solo transluciera una tierna sonrisa. Y aún fue capaz de mantener su serena interpretación cuando su padre volvió a insistir en la idea.



“-Sí, hijita. Dile que estaremos encantados de que venga a cenar.”



Leticia lanzó una mirada de desaprobación a su marido, creía que había ido demasiado lejos en su invitación. Una cosa era comprender que su hija tuviera una relación a tan temprana edad, y otra muy distinta era darle alas a la situación.



Aunque finalmente Alfredo logró convencerla de que esa era la mejor solución. Y al fin Leticia pudo dormir tranquila, no sin antes dejarse pegar unos cuantos polvos por su marido, el cual curiosamente tenia la poya más dura que de costumbre.



Inés sin embargo ya no pudo pensar en otra cosa a partir de ese momento. Se sentía terriblemente culpable con ello pero, cada vez que en su mente cruzaba la idea de ver a su propia familia sometida a las órdenes del amo, una oleada de calor invadía sus entrañas provocando que su coño comenzara a esparcir flujos cómo un surtidor. Y siempre tenía que terminar por meterse el dedo.








El poder de osvaldo (15: el invitado)



Todo estaba preparado en la casa de Inés para recibir al invitado. Incluso había venido su hermano Fernando desde la ciudad con Andrea, su novia. Al verles llegar Inés sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral y a punto estuvo de tener que encerrarse de nuevo en su cuarto para saciar el repentino calentón.



Cuando sonó el timbre de la puerta, su vagina estaba ya húmeda desde hacia rato. De nada había servido la ducha que acababa de darse hacía apenas una hora. Durante todo ese rato se había estado fijando en el paquete de su hermano mayor y en la mojigata de su novia. Y no podía esperar hasta gozar de ellos a voluntad.



Todos se habían vestido con esmero para la ocasión. Andrea era la que llamaba más la atención. Vestía de forma elegante y algo ostentosa, sobretodo en comparación a Fernando que vestía bastante discreto. Leticia llevaba un traje chaqueta gris con una falda que le daban un aspecto de lo más formal.



Le gustaba mostrarse como una persona seria y autoritaria, temerosa quizás de que la gente descubriera su verdadera personalidad. Aún y así, cuidaba su figura y mantenía a sus cuarenta años un cuerpo más que deseable.



Alfredo, un poco perturbado por la seriedad de la ocasión, había pasado directamente a ponerse corbata. Pues estaba acostumbrado a reservar las formalidades para el trabajo y no sabía como actuar cuando estas se trasladaban a su poco más que escasa vida privada.



Inés, se había puesto un sencillo vestido negro, muy corto y muy ceñido y, por ordenes expresas de su amo, no llevaba nada debajo. Había estado esperando con ansía durante toda la semana la llegada de Osvaldo y, ahora que al fin la puerta se habría, empezó a sentir como si le faltara el aire.



A todos les sorprendió la forma en la que Osvaldo se presentó a aquella cena. Daba la impresión de no haberse esforzado lo más mínimo en agradar a sus anfitriones. Se presentó en su casa vistiendo un chándal y la camiseta de un equipo de futbol.



La decepción y el enfado en los rostros de los padres de Inés fue evidente desde el primer momento. Sin embargo fue empeorando a medida que avanzaba la noche y la actitud de su invitado se iba mostrando cada vez más grosera.



Durante el aperitivo Osvaldo no dejó de manosear en todo momento los muslos de su esclava ante la atónita mirada de sus padres y su hermano. Incluso, en más de una ocasión, la obligó a separar sus piernas mostrando fugazmente sus secretos a su propia familia. Sus movimientos llegaron a ser tan descarados que se hizo un tenso silencio en la habitación.



Después vino la cena. Desde que se sentaron a la mesa, Osvaldo pasó a sobar directamente la entrepierna desnuda de Inés, descubriéndola tan mojada que pronto dejaría una mancha en la silla difícil de limpiar. Inés, por su parte, no pudo resistir la tentación y, aunque nadie se lo había ordenado, llevó su mano a la entrepierna de Osvaldo y palpó al fin la poya de su amo después de tantos meses de penitencia.



En la posición en la que estaban, la única que podía ver lo que estaban haciendo era Andrea. Y estaba tan escandalizada por lo que veía que no se atrevió a decir ni una palabra. Al fin y al cabo, aquella no era su casa.



Sin embargo algo extraño se notaba en el ambiente que cada vez se volvía más tenso. La indignación contraía el rostro de Alfredo que no sabía como reaccionar ante aquella situación. Finalmente se decidió a hablar y optó por romper el hielo yendo directamente al grano como era habitual en él.



“-Así que Inés y tú sois novios, ¿no?”



Se hizo un tenso silencio en la habitación. Leticia se disponía a terciar para quitarle hierro a la situación cuando Osvaldo, de pronto, rompió a hablar dejando a todos helados con su respuesta.



“-No exactamente. Ella es mi esclava.”



Nadie tuvo tiempo a reaccionar, estaban todavía asimilando la dura respuesta cuando Osvaldo volvió de nuevo a sorprenderles con su perversa frialdad. Sujetó de la cabeza a su esclava y le ordenó ante todos que hiciera una demostración.



“-Muéstrales lo que eres.”



Inés se inclinó ante su amo como movida por un resorte invisible y se lanzó a devorar ávidamente su suculenta poya. Excepto Andrea, nadie podía ver exactamente lo que estaba sucediendo, aunque veía perfectamente la cabeza de Inés desaparecer una y otra vez bajo la mesa a la altura de la entrepierna de Osvaldo. No había que ser un genio para saber lo que estaba pasando bajo la mesa.



Sin embargo aun tardaron unos segundos en reaccionar. El primero en revolverse fue Fernando que se levantó en actitud agresiva y con expresión de enfado. Casi al momento su padre, Alfredo, estalló con furia dejando a los demás parados.



“-¡Esto es inaceptable!”



Pero Osvaldo, lejos de sentirse intimidado, les dirigió una serena sonrisa cargada de maldad y les habló de nuevo en un tono tranquilo.



“-Todavía no lo habéis entendido, ¿verdad? Ahora todos vosotros sois mis esclavos. Puedo hacer con vosotros lo que me plazca.”



Los presentes se miraron entre sí con extrañeza. A Leticia la situación estaba empezando a asustarla, entre otras cosas, porque cada vez se sentía más excitada. Para Alfredo, en cambio, aquellas palabras no hicieron más que aumentar su irritación.



“-¡¿Pero tú quién te has creído que eres, niñato?! ¡A mí nadie me habla así en mi propia casa! ¡Vete ahora mismo o llamo a la policía!”



A Osvaldo aquella situación le estaba produciendo un placer indescriptible, no sólo por la intensa felación que Inés le seguía practicando ansiosa por ocupar al fin su anhelado lugar. Era el sentir la cercanía de su conquista lo que mantenía su poya dura e inalterable ante las atenciones de su esclava.



“-¿No me crees aún, verdad? Será para mí un placer demostrártelo. O, mejor dicho, hacer que te lo demuestres a ti mismo. Así que, ahora mismo quiero que cojas a la puta de tu mujer y le arranques la falda. Luego sujétala fuertemente para que tu hijo la viole, si protesta, pégale. ¿Lo has entendido?”



Alfredo se resistía como pudo a aquella extraña fuerza que le obligó a levantarse y abalanzarse sobre su mujer. Su rostro reflejaba horror mientras se veía a sí mismo arrancándole la falda y la medias a girones. Sintió una horrible impotencia al no poder evitar golpeaba cada vez que la oía gritar o gemir.



Finalmente, cuando la tuvo sujeta de pelo con el cuerpo tumbado sobre la mesa, dirigió una mirada furiosa a su enemigo y concentró todas las fuerzas que le quedaban en decirle lo que pensaba de él. Sin embargo todo lo que salió fue una frase monocorde que sonó cómo una letanía.



“-Si, amo. Lo he entendido. La puta está preparada.”



A Fernando le hervía la sangre al ver todo lo que estaba sucediendo. Sin embargo el pánico no le había dejado actuar. Al igual que a su novia, que permanecía como congelada en su asiento desde que había visto asomar la poya de Osvaldo. Pero finalmente se vio obligado a hablar al ver lo que estaba sucediendo con sus padres.



“-¡No puedes hacernos esto!”



Pero su cuerpo ya no le respondía y vio con espanto como sus manos empezaban a aflojar su propio cinturón. Enseguida deslizó su pantalones a lo largo de sus piernas para dejar pasa a sus calzoncillos y descubrir una tremenda erección. Su novia, Andrea, le miraba incrédula mientras se aproximaba inevitablemente a su madre con la poya en la mano.



Alfredo observaba impotente la escena sujetando con fuerza a su esposa. Leticia, al ver a su hijo acercarse con su duro mástil en ristre, rompió a llorar desconsoladamente. Lo cual provocó que, antes de ser penetrada con fuerza por su hijo, su marido tuviera que golpearla una vez más.



Fernando se sorprendió al encontrar el coño de su madre tan caliente y mojado. Y, como al segundo o tercer empujón, le pareció escuchar a su querida madre emitir un profundo gemido. Aunque deseó haberse equivocado.



“-¡Mama?, ¿estás bien?”



Pero Leticia prefirió no contestar. Era demasiado humillante sentir tanto placer al ser violada por su propio hijo. Por vergüenza trató de acallar un segundo gemido, pero su hijo envestía con tanta fuerza que sólo consiguió gemir aún con más intensidad.



Ahora era Alfredo quien lloraba de la impotencia, viendo como violaban a su mujer ante sus ojos y siendo él mismo quién la mantenía sujeta contra la mesa, golpeando de vez en cuando con furia la parte superior de sus nalgas.



La escena era tan grotesca que Andrea se vio incapaz de seguir mirando y llevó sus manos a la cara. Lo cual divirtió a Osvaldo dándole nuevas ideas para mejorar la situación mientras Inés le seguía exprimiendo la poya.



“-¡¿Quién te ha dicho que podías cerrar los ojos?! ¡Quiero que mires atentamente y te masturbes viendo las porquerías que hace tu novio!”



Andrea apenas tuvo tiempo de gruñir algún taco antes de que su propia mano alcanzara su humedad. En realidad hacia ya unos minutos que el tono de la situación se había apoderado de ella, pero si algo sabía hacer bien, eso era aparentar.



Aunque poco podía ya aparentar ahora, con la falda de su caro vestido arremangada hasta la cintura y sus dignas y elegantes manos trabajando bajo sus braguitas de algodón. En realidad aquella niña rica era pura fachada y, al poco de que sus manos hurgaran en su coñito depilado, su mente se relajó y empezó a dar pasó al placer.



El embrujo de la perversa escena que se desarrollaba ante sus ojos hizo el resto. Y, al poco, aquella dulce señorita empezó a frotar con furia su inflamado chochito mientras se recreaba observando las vejaciones a las que estaban sometiendo a su querida suegra.



Inés estaba deseando poder ver al fin a su propia familia sometida pero debía ante todo ser la primera en saciar al amo. Por eso se esmeró en usar su joven boquita y su lengua, cómo había aprendido a hacer practicando con sus muchos esclavos.



Finalmente logró que Osvaldo vaciara su carga de lleno en su boquita y se trago con gusto todo aquel néctar, limpiando con esmero el miembro de su amo. Cuando hubo terminado se incorporó y pudo al fin recrearse mirando la perversa escena que Osvaldo había preparado para ella.



Su madre se encontraba inclinada sobre la mesa, con los brazos hacia atrás y la falda partida por la mitad. Su chaqueta, en cambio, permanecía perfectamente abotonada. Desde donde estaba, Inés no alcanzaba a ver la poya de su hermano hundiéndose en su madre.



Sin embargo, podía ver a cambió el rostro sudoroso y enrojecido de Leticia, cuyos ojos parecía pedir auxilio mientras sus labios quebrados no paraban de emitir ahogados gemidos. La mirada de Fernando se perdía en el vació mientras apretaba los dientes tratando de contener el placer que estaba sintiendo.



Le horrorizaba la posibilidad de correrse dentro de su propia madre, pero su cuerpo no le respondía y, por mucho que tratara de evitarlo, seguía envistiendo la intimidad Leticia una y otra vez. Alfredo sujetaba a su mujer del brazo con su firme mano, mientras con la otra le agarraba el pelo, atrayéndola hacia sí de forma que la penetración se hiciera más intensa.



Junto a ellos, Andrea seguía frotándose el sexo, ya con las braguitas a la altura de sus rodillas, sin perder detalle de lo que estaba sucediendo ante ella. Su rostro expresaba una mezcla de miedo y vergüenza que hacían aún más erótica la mueca de placer que se había dibujado en sus labios.



Osvaldo llevo su mano hacia el perfecto trasero de su esclava, que permanecía inmóvil deleitándose en el grotesco espectáculo. Pronto descubrió que su sexo estaba húmedo y caliente como un volcán y decidió hacer algo por su amada.



“-¿Te gusta lo que ves?”



“-Sí, amo. Es todo lo que deseaba.”



“-Si quieres puedes desfogarte con la putita de tu cuñada.”



“-¡Gracias, amo!”



E Inés se dirigió a su asustada consorte y le obligó a arrodillarse bruscamente. La pobre Andrea estaba cada vez más asustada mientras sus dedos seguían chapoteando en su gruta como si no le pertenecieran. Inés estaba ya muy caliente y no tardó en plantarle el coño en la boca a su cuñadita que estaba empezando a sollozar.



“-Comételo todo. No dejes ningún rincón por explorar con tu lengua o con tu boca. Quiero correrme en tu cara.”



Y aunque a la digna Andrea, de mente cerrada y muy conservadora, el lesbianismo siempre le había parecido algo asqueroso; ahora se veía saboreando el coño inflamado y supurante de una niñata que aún estaba en el instituto. Saboreó cada centímetro del rubio coñito de su cuñada, estaba muy húmedo y algo salado.



Quería sentir asco por la situación, pero su mano no había cesado de manipular su entrepierna y estaba realizando un excelente trabajo. Había además algo nuevo en todo aquello, pues no recordaba haber sentido nunca tanto placer con una masturbación. Y pronto empezó a sorber de buena gana todo lo que emanaba de aquel coño dominante.



No era la única que empezaba a sentir un placer añadido. Los gemidos de Leticia eran ya tan sonoros que retumbaban por toda la habitación y eran tan sólo interrumpidos por los secos chasquidos de la poya de su hijo al hundirse en su interior haciendo que su cuerpo golpeara contra la mesa.



Aquella mujer estaba empezando a sentir tanto placer que se había abandonado completamente a la depravación de su cuerpo y salía al encuentro de las envestidas de su propio hijo, convirtiendo aquella violación en un polvo salvaje.



Pero Alfredo no fue consciente del cambio que se había operado en su mujer. Su mirada se encontraba perdida, prendada en el coño de su tierna hijita y el brillo de la humedad que se apreciaba bajo la ardiente lengua de su nuera. De vez en cuando variaba y se recreaba contemplando el elegante coño de su nuera que seguía masturbándose frenéticamente.



Pronto fue consciente de la pujante erección que crecía bajo sus pantalones. Pero ya no fue capaz de sentirse culpable. Había caído definitivamente bajo la voluntad de aquel oscuro visitante. Y ahora lo único que quería era ver hasta dónde llegaba su depravación.



Fernando seguía embistiendo a su madre cómo un salvaje. Nunca había follado así, normalmente prefería ser suave, cariñoso. Pero era como si todos sus instintos animales se hubieran concentrado en castigar a quien más amaba en el mundo.



El placer que sentía tampoco era normal. Cada vez que su poya se hundía en aquel ardiente agujero lo sentía oprimirle, caliente y mojado, hasta hacer que perdiera la razón por momentos. Sentía a su madre gemir y retorcerse bajo su vientre. Aquello era una locura.



En un intento desesperado por no correrse, Fernando trató de distraerse mirando lo que había a su alrededor. Pero su mirada acabó posándose por accidente sobre el perfecto culo de su madre y en su poya entrando sin remedio en aquel coño abierto. Unos densos flujos blanquecinos resbalaban a lo largo de sus muslos, enredándose en sus medias desgarradas. Y, al levantar la vista, se encontró con la mirada suplicante de su madre.



El maquillaje se le había corrido a causa de las lágrimas, sin embargo ya no lloraba. Y sus labios se contraían una y otra vez formando una mueca de infinito placer. Aquello fue demasiado para él. Pues, a pesar de la evidente llamada de auxilio que se leía en los ojos de su madre, pudo ver la perversión que se escondía tras aquella mirada. Y Fernando al fin se corrió resoplando e inundó con su semilla el profundo hoyo de su madre.








El poder de osvaldo (16: niña bien)



Ya era bien entrada la madrugada cuando Andrea consiguió salir de aquella casa de locos, no sin antes haber sido brutalmente follada por los tres machos de la familia: su marido, su suegro y el que acababa de convertirse para ella en el AMO.



Se habían ensañado con la niña bien, obligándola a pedir poya como una poseída. En su boca aún se confundía el sabor los tres miembros con los jugos de su cuñadita y el sucio coño de su suegra, el cual le habían obligado a lamer entre polvo y polvo. Y lo peor es que había disfrutado.



Aquello violaba los firmes principios conservadores por los que siempre se había regido y, si algún día llegara a saberse, estaría acabada. Por eso le había suplicado al amo con los ojos llorosos que la dejara marchar. Pero, aunque su deseo había sido concedido, había algo en las palabras que le había dirigido aquel sucio niñato que la atemorizaba más que cualquier cosa que hubiera podido ocurrir durante aquella oscura y larga noche.



“-¿De verdad quieres irte, mosquita muerta? ¿Crees que no nos hemos dado cuenta de lo puta que eres? ¿De la cantidad de veces que te has corrido follando delante de tu maridito? Tú vida ya nunca va a ser la misma desde este día y cuanto más te resistas al cambio, peor será la caída. Siempre te has creído por encima de los demás sólo por llevar la vida de una reprimida pudiendo disfrutar de la vida. Por eso voy a liberarte de tí misma. A partir de ahora vas a ser tu propia esclava, incapaz de detener tus impulsos más oscuros. Tendrás la necesidad de cumplir todas las ideas perversas que se te ocurran sin medir las consecuencias. Estoy seguro que te asombrarás de lo lejos que puede llegar tu imaginación.”



Después de aquellas siniestras palabras, Osvaldo le había dejado salir de la casa, aunque fue imposible llevarse consigo a Fernando.



Todos los miembros de la que hasta ahora había considerado una familia ejemplar seguían enfrascados en su particular orgía. Fernando se había cansado de sodomizar a su madre, tarea a la que dedicó varias horas, y ahora estaba empalando a su hermanita Inés a cuatro patas mientras la chiquilla se la mamaba a su propio padre.



Junto a ellos Leticia yacía semiinconsciente mientras las abundantes corridas que aún había en su interior emanaban de todos sus orificios. Todos ellos parecían autómatas y ni siquiera le respondieron cuando ella trató de hacerles reaccionar.



Y antes de que pudiera marcharse, Osvaldo volvió a decirle algo que aumentó aún más su inquietud, si es que eso era posible.



“-Aún no has entendido la situación, verdad. Ellos no recordaran nada de lo que ha sucedido y ni siquiera son dueños de su propia voluntad. Pero tu vas a ser la responsable de todo lo que te pase. Espero que disfrutes de el regalo que te he hecho.”



Y tras decir esto, el amo sonrió y se dio la vuelta dispuesto a follarse de nuevo a su suegra como si fuera una muñeca. Alfredo hacia movimientos desesperados tratando de encular a su hija mientras ésta seguía concentrada cabalgando el duro miembro de su hermano. Y nadie se despidió de ella cuando salió por la puerta.



La conmocionada niña bien aún conservaba aquella imagen en su retina mientras bajaba andando la solitaria colina enfundada en su caro vestido en busca de una parada de metro. Estaba amaneciendo y no se veía ni un alma en aquella zona residencial de las afueras. Cuando ya estaba como a mitad del camino, se dio cuenta de que había olvidado ponerse de nuevo sus suaves braguitas y que aquel precioso vestido además de muy caro y elegante, aunque no era exageradamente escotado, sí que era muy corto en la falda.



Aquello la hizo incomodarse un poco, pero aún era muy temprano y las posibilidades de encontrarse a alguien, escasas. Si se daba prisa, llegaría a su casa sin haberse cruzado apenas a nadie. Mientras apretaba el paso sintió como un reguero de semen escapaba de su culito resbalando a lo largo de sus nalgas y, después por sus muslos.



Ni siquiera fue capaz de recordar cual de aquellos machos había sido el último en correrse en su culo y la sola idea hizo que se estremeciera y acelerara todavía más el paso, impaciente por llegar a la estación de metro. La brisa matinal golpeaba suavemente sobre sus muslos poniéndole la carne de gallina en un escalofrío debido a la humedad de la zona. Y, por mucho que se esforzara en ocultárselo a sí misma, Andrea seguía excitada como una perra en celo.



Tal y como ella había esperado, la estación estaba desierta y la muchacha se colocó bien en el vestido dispuesta a cruzar la ciudad sin mayores incidentes. No contaba con la horda de trabajadores que asaltaron su vagón a mitad de trayecto, probablemente buscando el transbordo que lleva al polígono cercano a su urbanización. Un nutrido grupo de ellos, al ver a aquel bombón sola en el metro, le dedicaron todo tipo de piropos e incluso hubo algunos que se sentaron en los asientos que había justo enfrente de la atribulada muchacha.



Andrea, bastante acostumbrada a estas situaciones, se dispuso a mostrarles su expresión de desdén habitual y, colocándose los auriculares para que fuera patente su aislamiento, desvió la mirada hacia su lado. Sin embargo en el reflejo de la ventana podía ver como se daban codazos y cuchicheaban entre ellos. De pronto alguien dijo algo y todos se quedaron inmóviles y callados.



Primero creyó que se habían dado cuenta de que les observaba a través del reflejo. Pero no era hacia ahí hacia donde se dirigían su miradas. Y de pronto se alarmó, ¿le estarían viendo el coño? Aquella idea la asustó, no por la posibilidad de ser observada, sino porque empezó a sentir muy dentro de ella la necesidad de mostrarse ante aquellos hombres. Y de pronto se dio cuenta de que tenía las piernas abiertas de par en par. Desde aquella perspectiva seguro que los tres chicos que tenía sentados enfrente tenían una visión perfecta de su mata de pelo perfectamente depilada en forma de línea.



Aquello la alarmó, es cierto, pero nada en comparación a cuando constató que, en lugar de cubrirse, levantaba su vestido hasta el ombligo separando completamente las piernas para que pudieran contemplar todos los rincones de su elegante coñito mientras volvía su mirada anhelante en dirección a aquellos hombres.



Y empezó a masturbarse como una poseída mientras esos tipejos le decían todo tipo de groserías.



“-¿Por que no vienes aquí, putita? Siéntate en mi regazo, que tengo un regalito para ti…”



Uno de ellos se levantó del asiento y la agarró del brazo atrayéndola hacia donde estaban sentados. Ella le detuvo, por miedo a manchar su vestido así que, tras pedir que la dejaran un momento, se lo quito ella misma, guardándolo cuidadosamente en su bolso y sin que pareciera importarle lo más mínimo haber quedado completamente desnuda en un vagón repleto de obreros.



Tras hacer eso se dirigió hacia donde estaban éstos y se sentó sobre las rodillas del que la había puesto más cachonda, sintiendo el tacto de aquellos tejanos directamente sobre su húmedo y delicado coñito. Su cara reflejaba el asombro que ella misma sentía al presenciar sus propias acciones, de las que ya no era dueña. No había forma de detenerse, y aquello cada vez le estaba gustando más y más.



Inmediatamente empezaron a manosearla por todo el cuerpo. Sintió como unas manos se apoderaban de su chochito, sobándolo a consciencia, mientras los demás seguían estrujando sus firmes pechos. Se sentía tan excitada que comenzó a restregar su trasero sobre el creciente paquete del tipo que le servía de asiento.



Entonces sintió como aquel hombre, tras liberar su hinchado miembro del pantalón que lo mantenía aprisionado, trataba de metérsela desde atrás con más bien poca destreza. A aquellas alturas, nuestra remilgada amiga se moría por ser penetrada. Sin embargo, con un brusco gesto interrumpió la operación del apurado operario.



“-¡No, todavía no! No de ésta manera. Quiero que todos lo vean.”



Y tras decir ésto, camino hasta el centro del vagón y, colocándose entre las dos filas de asientos, a la vista de todo el pasaje, inclinó ligeramente sus caderas y se sujetó ambas nalgas con las manos, abriendo al máximo su coño a la espera de que cualquiera de aquellos degenerados le diera la primera estocada. Ni siquiera se volvió para ver el rostro que acompañaba las distintas poyas que, una tras otra, estuvieron bombeando en ella durante todo el trayecto a la vista del resto de pasajeros.



Ya había perdido la cuenta de los polvos que llevaba cuando se percató de que había un hombre de unos cuarenta años que la estaba mirando fijamente, así que le mantuvo la mirada. Al cabo de unos minutos, aquel hombre se levantó de su asiento y se dirigió de frente hacia el lugar donde aquellos chicos seguían dándole candela a la muchacha. Vestía el clásico mono azul de obrero y, bajo su mirada cansada, lucia un mostacho canoso y pasado de moda.



Al plantarse frente a ella, Andrea pudo apreciar el enorme bulto que se había formado bajo el mono de trabajo. Aquel hombre se desabrochó la cremallera, dejando al descubierto una camisa de tirantes bajo la que asomaba una densa mata de pelo moreno.



Y siguió bajando la cremallera hasta liberar aquel miembro monstruosos que hizo que los ojos de Andrea se abrieran como platos. De nuevo la supuesta mojigata se sintió incapaz de contener la tentación y se lanzó como una poseída a devorar aquel miembro, dejando a medio polvo al desconcertado chico que se la había estado trajinando por detrás.



Muchos estaban impacientes por volver a meterla en aquel coño tan estrechito que parecía aun por estrenar. La mayoría de ellos se habían corrido ya en apenas unos minutos de juego con aquella fiera salvaje. Pero ella no les permitió volver a intentarlo, estaba como loca con su nuevo descubrimiento.



“-Necesito probar este poyote. ¡Lo necesito ya!”



Algunos de aquellos hombres no pudieron ocultar su decepción pero, a pesar de ello, decidieron echar una mano a su nueva amiga y, tomándola en volandas, la mantuvieron sujeta en posición horizontal para que aquel macho pudiera penetrarla a placer mientras los demás la animaban, aprovechando para meterle mano a su presa a placer en todas las zonas que habían quedado disponibles.



La sensación era abrumadora, la prudente Andrea estaba siendo empalada mientras una docena de manos exploraban sin pudor todos los rincones de su cuerpo. No tardó mucho en perder el poco control que tenía sobre sus emociones y empezar a aullar de placer como si estuviera poseída. Los hombres que la sujetaban, al verla retorcerse de placer, comenzaron a acompañar sus movimientos empujándola contra aquel hombre como si se tratara de un ariete.



Pronto sus embestidas fueron tan fuertes que aquel tipo del mono azul tuvo que sujetarse a las barras laterales de los asientos para no salir despedido en su intento de seguir empalando a aquella jovencita en su descomunal falo. A cada rato variaban la posición en la que mantenían sujeta a la chica, como si de una muñeca se tratara, permitiendo que pudiera ser penetrada de todas las formas posibles y, de paso, obteniendo acceso a nuevas zonas que seguir manoseando.



Tras la operación, retomaban con fuerza sus envites incrustando a la niñita en el duro falo una y otra vez en repetidos golpes secos.



Andrea estaba boca abajo, siendo empalada desde atrás mientras alguien la tenía sujeta por las piernas, tirando de ella, y haciendo que la penetración resultase incluso más violenta cuando sintió una fuerte convulsión en la columna y una explosión en su vientre que hizo que se derramara una abundante cantidad de flujo sobre el frio suelo del vagón mientras Andrea gritaba, aullaba y babeaba como una loca.



Nunca había creído que fuera capaz de correrse de ese modo y lo que sintió, para su sorpresa, fue un enorme agradecimiento.



Uno de los tipos que la mantenían sujeta, se había sacado la poya y lo primero que Andrea hizo, tan pronto como volvieron a depositarla en el suelo, fue comenzar a chupar esa poya con esmero. Quería devolverles el favor. Tan intenso había sido su orgasmo que ya ni recordaba al hombre del bigote que acababa de empalarla sin piedad hasta que éste vació sobre ella toda la carga que aún tenia acumulada.



Pero Andrea, desnuda y cubierta de semen, siguió chupando agradecida aquella poya hasta que hubo vaciado todo su contenido en su inexperta boca.



Pronto llegaron a la parada en la que se tomaba el transbordo al polígono y el vagón quedó otra vez vacío al completo. Únicamente restaban en su interior Andrea, que se esmeraba en limpiarse los restos de leche con unos clínex que había encontrado en su bolso y un chico que la observaba encogido desde una esquina del vagón.



La muchacha en un principio no reparó en él. No lo hizo hasta que ya había completado su operación de limpieza y se colocaba de nuevo su vestido, comprobando que no quedara en él ningún resto sospechoso. De pronto se fijó en aquél chiquillo que la observaba tímidamente desde la otra esquina del vagón.



Era consciente que acababa de ver la humillación a la que ella misma se había sometido y los tremendos poyazos que acababa de recibir. Sin embargo aquel muchacho seguía mostrando su timidez. Y muy a pesar suyo, sintió de nuevo la punzada del morbo.



El chico tendría poco más de 17 años y seguramente se dirigiría a una aula de estudio, a juzgar por la carpeta cargada de apuntes que traía agarrada del brazo. Cerca de su urbanización había una residencia para estudiantes universitarios y, probablemente, esa era el destino de aquel desconcertado adolescente.



Sin poder evitarlo, Andrea se acercó a aquél inocente chiquillo con una picara sonrisa en su rostro y, sin siquiera mediar palabra, le bajó el short y empezó a mamar su poya hasta ponerla dura como una estaca. El muchacho permanecía en shock, viendo como aquella chica elegante y bien formada engullía su poya sin miramientos enfundada en un caro vestido. Por un momento creyó estar soñando.



Andrea consiguió en un tiempo record que aquel niñato se corriera en su boca y volviera a tener la poya lista antes de llegar a su parada, con lo que aún pudo hacer unas cuantas sentadillas sobre el alucinado estudiante que la embestía como presa de una fiebre extraña. Cuando el metro se detuvo en su estación, interrumpió de pronto la follada y salió del vagón a toda prisa dejando a su amante completamente desconcertado. El morbo impulso a Andrea a volverse y pudo ver a como aquel chico se seguía machacando la poya a través de la ventanilla mientras el tren se alejaba.



No fue hasta poco antes de llegar a su casa cuando la muchacha comenzó a ser plenamente consciente de lo que había sucedido y a plantearse en qué podía llegar a convertirse su vida a partir de aquel momento. A medida que se acercaba a su casa, su miedo seguía aumentando. Se temía a sí misma y los tremendos horrores que aún podría albergar su febril imaginación. Pero no fue sino al llegar a su portal, cuando al fin las lagrimas acudieron a sus ojos y rompió a sollozar. Aún no sabía en qué se había convertido.








El poder de osvaldo (17: la tentación)



Aún era muy temprano cuando Andrea llegó a su casa y, tras comprobar que su hermanito aún dormía, fue directamente a su habitación a cambiarse mientras trataba de ordenar sus pensamientos. Enseguida fue consciente de que su coño ardía de nuevo, cada vez con más intensidad. Tenía toda la mañana por delante, así que trató de saciar su calentura mientras rememoraba los momentos que acababa de vivir en el metro.



Seguía sin comprender la fuerza que la había impulsado a comportarse de aquel modo. Aquel recuerdo la aterraba y, sin embargo, descubrió que aquella experiencia le había excitado más que ninguna otra que hubiera tenido a lo largo de su vida. Su mano hurgaba en sus secretos de un modo casi inconsciente aunque implacable y pronto empezó a abandonarse a sus sentidos.



Sus pensamientos se volvieron un magma incontrolable y su mente fue pasando de un recuerdo a otro hasta detenerse en las terribles escenas de incesto que aquel mocoso le había obligado a presenciar la noche anterior. De pronto su coño se vio desbordado de flujos mientras ella se recreaba en todo lo que había visto.



Recordó a su novio, con la expresión trastornada, embistiendo el coño de su propia madre y bramando mientras una densa espuma le brotaba a borbotones por la comisura de sus labios. Sus ojos reflejaban el frenesí de una mente que no está en sus cabales. Su poya, dura como la propia Andrea nunca antes la había visto, entrando y saliendo sin descanso de aquella temblorosa mujer con un frenesí más propio animales salvajes que de ningún ser humano.



Andrea todavía no era capaz de asimilar todas las escenas que estaba rememorando y, sin embargo, de su sexo seguía emanando flujo como si se tratara de un volcán a punto de estallar. Su mente revivió las humillaciones a las que su cuñada la había sometido, el intenso sabor de su coño y la sensación de sentir su propia mano hurgando en su intimidad como si de un extraño se tratara.



Estos recuerdos la aterraban pero, mientras pensaba en ello, su coño parecía licuarse entre sus dedos. Ante sus ojos volvió a mostrarse aquella perversa adolescente, a quién antaño llegó a considerar una niña modelo. Recordó como, después de correrse en su boca y obligarla a sorber hasta la ultima gota, aquella sucia niñata se había tumbado lánguidamente sobre el respaldo de la butaca para, sin necesidad de exigírselo, esperar a que su padre y, más tarde, su hermano dieran buena cuenta de todos sus ansiosos orificios.



Andrea fue obligada a contemplar atentamente la escena mientras frotaba su mojado chochito con las mismas ansias con las que ahora revivía aquel húmedo recuerdo. Recordaba que ella también acabó siendo brutalmente follada por los tres machos de aquella casa.



Pero, por algún motivo que desconocía, nada la excitaba tanto como los repetidos incestos que su cuñada había ejecutado impávidamente ante su atenta mirada. Y de pronto le sobrevino un pensamiento que hizo que su coño estallara en un salvaje orgasmo.



Tras aquella intensa explosión, Andrea volvió al fin en sí y, retirando su mano derecha de su palpitante entrepierna, observó los regueros de flujo que escapaban entre sus dedos, aún impactada por el pensamiento que había logrado arrancarle semejante explosión.



Pues la simple idea de que su hermanito estuviera inocentemente dormido a tan sólo unos metros de dónde ella seguía frotando su inflamado chochito había conseguido sacarla de sus cabales. Fue entonces cuando al fin comprendió las palabras de su amo. Sabía que lo que iba a hacer a continuación no se debía a las sugestiones de aquel niñato, él tan sólo había abierto la puerta, y ahora era su propia mente quién la impulsaba a cometer el peor de los pecados.



Y siendo al fin consciente de ello, se dirigió a la habitación de su hermano cubierta tan sólo por un minúsculo tanga y una camiseta ancha sin mangas que dejaba entrever sus pechos a cada movimiento. Pues ya no le importaba el desprecio que sentía hacia si misma, sólo contaba para ella las ansias por apagar el incendio que ardía en su entrepierna erizando toda la piel de su cuerpo.



Apenas eran las 8 de la mañana cuando nuestra joven amiga se deslizó en la habitación de su hermanito que seguía durmiendo a pierna suelta. Seguía sin estar convencida de lo que iba a hacer, como si no terminara de creérselo. Y sin embargo, oculta por la penumbra que reinaba en la habitación, se fue acercando lentamente al lecho en el que dormía su angelito.



No es que se saliera de lo normal el hecho de entrar en braguitas a la habitación de su hermano, ni siquiera estando él dormido. A menudo solían gastarse bromas y no sería la primera vez que irrumpía en su cuarto para despertarle de las formas más impensables. Pero esa mañana había algo en el ambiente que denotaba la diferencia entre aquella y cualquier otra visita que pudiera haber hecho a la habitación de su hermano, algo perverso.



A medida que Andrea se fue aproximando al lecho, escuchando de cerca la respiración pausada de su hermano, sintió como su pulso se aceleraba y su coño empezó a mojarse de verdad. Aún no había decidido como iba a actuar, así que se tumbó con suavidad en la cama, junto a su hermano pequeño, cuidando de no despertarle; quería aprovechar ese momento.



Se metió bajo las sabanas, acurrucándose contra aquel cuerpo dormido y sus manos pronto exploraron la suavidad de su piel adolescente. Sus caricias se aventuraban bajo el pijama del muchacho, recorriendo su espalda y el pecho, sorprendiéndose al sentir el tacto de una pujante musculatura aún en formación.



Pronto sus manos alcanzaron el pantalón del pijama y, tras inspeccionar cuidadosamente las firmes nalgas del chiquillo, se lanzaron finalmente a capturar su suculenta poya la cual, aunque dormida, ya había comenzado a reaccionar ante aquellos estímulos.



El coño de Andrea, para aquellos momentos, era un volcán en erupción y, al sentir el tacto de la poya fraternal entre sus dedos, sintió que su corazón iba a estallar y por poco le faltó la respiración.



Desde aquel momento sólo pudo pensar en poner dura aquella masa de carne que tenia entre manos, perdiendo la poca razón que le quedaba. Así fue como sumergió su cuerpo bajo las sabanas y empezó a chupar con esmero la tranca de su hermanito que seguía durmiendo plácidamente a su lado mientras su poya crecía y crecía.



Comenzó por succionar el capullo con suavidad, acariciando el glande con su lengua ya en el interior de su cálida boca y, a medida que fue adquiriendo consistencia, comenzó a recorrer con su lengua aquel miembro adolescente en toda su extensión. Pronto Andrea se encontró lamiendo una dura estaca que nada tenia que envidiar a la de un adulto.



Se sorprendió por lo mucho que se había desarrollado su hermanito sin que ella se diera cuenta, quizás demasiado ocupada en las superficialidades de su vida. Pero ahora todo había cambiado para ella y todo lo referente a su vida anterior le sonaba como poco más que un recuerdo lejano.



Cachonda como estaba, ya cerca del limite, Andrea siguió chupando con esmero aquella poya adolescente hasta que sintió como el semen de su hermano salía a borbotones inundando su boca y su garganta.



Aquel chiquillo debió creer que se encontraba en medio de un sueño erótico y, mientras soltaba toda su carga en la húmeda boca de su hermanita, dirigió inconsciente una de sus manos a la cabeza de su hermana sujetándola con fuerza mientras follaba violentamente su boquita de niña buena. A los pocos segundos se corrió abundantemente obligando inconscientemente a su violadora a tragarse hasta la última gota de lo que soltó. Tras esto dio media vuelta y se dispuso a seguir durmiendo.



Pero aquella joven diablesa no estaba dispuesta a que la situación quedara en tan poco y se abalanzo sobre el muchacho para despertarle de forma aparentemente inocente, como tantas veces habia hecho anteriormente. Empezó a hacerle cosquillas por todo el cuerpo, en las axilas, vientre y ombligo, dándole de vez en cuando algún toquecito a su miembro para comprobar que aún conservaba algo de su consistencia anterior.



El muchacho no tardó en despertar de un sobresalto y lo primero que vio al abrir los ojos fueron los firmes pechos de su hermana escapando a través de los laterales de su camiseta. Podía ver casi la totalidad de sus hermosas tetas y los pezones, apenas cubiertos por la fina tela, estaban tan erectos que se transparentaban a través de las misma como si pretendieran atravesarla.



Ante aquel imponente espectáculo, no pudo evitar que su poya saltara como un resorte ante la atenta mirada de su hermana. Quién no tardó un momento en agarrársela a través del pijama y sostenerla en su mano mientras le miraba directamente a los ojos con una expresión que no supo interpretar. Tardó aun unos instantes en reaccionar, demasiado impactado por la situación y, aunque intentó sacarse a su hermana de encima, no lo hizo con demasiada convicción.



Andrea, por su parte, aprovechó los movimientos producidos por aquel forcejeo para posicionarse mejor sobre el cuerpo de su hermano y, apoyando ambas manos en su pecho, fue escalando su cuerpo hasta sentir el duro miembro del adolescente presionando en su entrepierna. Entonces empezó un lento vaivén a lo largo de aquel tronco, sintiendo como resbalaba recorriendo su rajita, separada tan sólo por dos finas tiras de tela.



Pronto fue acelerando la cadencia de sus movimientos a medida que iba aumentando su presión sobre aquella dura poya que tanto ansiaba tener en su interior. Pronto el movimiento hizo que el miembro se saliera del pantalón a través de una abertura que tenía en el lugar de la bragueta, quedando directamente apoyada en las encharcadas braguitas de su hermana mayor que seguía restregándose como una perra en celo.



Su joven hermanito seguía paralizado por la mezcla de emociones que le producía aquella aberrante situación. Nunca antes había estado con una mujer que no fuera su hermana y el contacto con ella, hasta el momento, se limitaba a sus juegos infantiles. Ahora, sin embargo, sólo podía pensar en el tacto de aquel coñito que se apretaba contra su mástil, rezumando un embriagador aroma desconocido para él, mientras su mirada seguía fija en los dos globos erectos de su hermana saltando desafiantes a pocos centímetros de su cara.



Finalmente perdió el control y lanzó sus inexpertas manos sobre las duras tetitas de Andrea y comenzó a estrujarlas torpemente. Aquello fue la señal que su hermanita estaba esperando, con un rápido movimiento, apartó sus braguitas a un lado, se sentó sobre el vientre del joven ensartándose en su erección de una sola embestida y empezó a cabalgar sobre él como una verdadera amazona.



La poye de su hermanito no era especialmente grande, sin embargo Andrea experimentaba un placer desconocido hasta el momento.  Nunca antes había sentido el cálido abrazo del morbo y ahora sentía al fin liberarse sus mas oscuros instintos sumiéndola en un placentero infierno de sensaciones.



Las torpes manos de su hermano seguían martirizando sus sensibles pechos, haciéndola enloquecer por el morbo. Dirigió al joven una oscura mirada cargada de lascivia y, sujetando su escote con ambas manos, liberó sus duras tetitas ante la absorta mirada del adolescente que se lanzó a devorarlas sin piedad.



Andrea estaba en la gloria, completamente abandonada al morbo de la situación mientras sometía a su hermanito de las formas más obscenas que nunca se hubiera atrevido a soñar. Sin darse cuenta, empezaba a perder por completo los papeles. Su rostro contraído y sus ojos entornados habían transformado su expresión altiva en una grotesca mueca de placer mientras de la comisura de sus labios brotaba un denso reguero de saliva.



Enseguida supo cuando su hermano iba a correrse, sintió cómo su cuerpo se tensaba antes de eyacular y abrió los ojos para encontrarse con su mirada anhelante. Parecía asustado, como si aún no comprendiera bien lo que estaba sucediendo. Y aún y así su hermana no tuvo piedad. Puso ambas manos en sus nalgas y empujo su cuerpo con fuerza obligándole a penetrarla hasta lo más profundo.



Cuando estuvo completamente empalada, sujetó a su hermano por la barbilla y le besó en los labios invadiendo con su lengua la cálida boca del adolescente. Fue un beso húmedo, lascivo, que terminó de corromper la mente del menor. Y en pocos segundos se corría entre alaridos, vaciando su abundante carga en el interior de su hermanita que se relamía presa de un orgasmo monumental.








El poder de osvaldo (18: la familia crece)



Ya había oscurecido cuando salieron de la casa y, aunque no había demasiados vecinos en los alrededores, a Alfredo le incomodaba andar por la calle en pijama. No comprendía como no había visto ningún reparo en ello antes de salir ataviado de esa forma y, sin embargo, no se detuvo y continuo caminando en dirección a su coche.



No se dio la vuelta hasta llegar al vehículo y, al hacerlo, se sorprendió al ver la extravagante imagen que ofrecía su familia. La visión más extrema la ofrecía su mujer, Leticia, quién había salido de casa cubierta tan solo pon una fina bata de seda y un camisón que dejaba al descubierto una gran parte de su generoso escote.



Su hija Inés, vestía un pantaloncito corto de pijama que marcaba claramente los gruesos labios de su coño. Y su hijo, Fernando, quién ni tan siquiera parecía haberse molestado en abrocharse la cremallera del pantalón o la camisa, dejando al descubierto su pecho desnudo.



A pesar de la vergüenza que sentían, ninguno de ellos hizo el más mínimo comentario. No podían recordar lo que había sucedido hacia apenas unos minutos y su inquietud crecía a medida que aumentaban sus esfuerzos por recordar el más mínimo detalle de las últimas horas.



Tan sólo Inés era consciente de lo que estaba pasando. Y andaba en silencio junto a su familia con una perversa sonrisa en la boca como quién acompaña a los terneros al matadero, consciente de un final que ellos ignoran. Alfredo no pasó por alto aquella sonrisa, aunque seguía siendo incapaz de descifrar su significado.



Siguió conduciendo como un autómata, ni siquiera tuvo la necesidad de preguntar a dónde se dirigían, era como si por algún extraño motivo supiera ya de antemano dónde vivía ese tal Osvaldo al que acababa de conocer. Sentía que la situación se le escapaba de las manos cuando, de pronto, percibió un extraño movimiento en los asientos traseros.



Lo primero que vio fue la cara de su hijo reflejada en el retrovisor. Su expresión estaba descompuesta y parecía evidente su nerviosismo así como sus vanos intentos por disimular que algo estaba pasando. Ajustó el retrovisor en busca de su hija y sin embargo no la encontró. Fue necesario dirigirlo a la parte baja de los asientos para hallar a su hija agazapada devorando la poya de su propio hermano.



Quiso poner fin a la situación, pero se vio incapaz de formular palabra y, en lugar de eso, tan sólo sintió como su poya se endurecía formando un enorme bulto en su pijama. Y, a pesar de la frustración que sentía, no pudo siquiera ocultar su erección y se limitó a seguir conduciendo. Una última mirada al retrovisor le hizo toparse con la maléfica sonrisa de su AMO e hizo que su sangre se helara.



Con el paso de los minutos la situación se fue haciendo insostenible, se sentía incapaz de apartar la mirada del retrovisor y como su miembro se hinchaba hasta querer explotar y, aunque era incapaz de tocarse. Pronto se dio cuenta de que no era el único pendiente de la escena. Su mujer, Leticia, tampoco sacaba ojo del retrovisor y, a pesar de permanecer en silencio, su rostro pálido y sus mejillas enrojecidas hacían que su turbación fuera evidente para cualquiera.



Observó también cómo Leticia mantenía una mano enterrada entre sus piernas y, aunque esa zona permanecía oculta a la vista por los pliegues de su bata, no tuvo duda de que su mujer se estaba masturbando delante de todos. Ajustó de nuevo el espejo y fue entonces cuando vio con claridad como aquel tal Osvaldo no perdía oportunidad para sobar a su hija por todo el cuerpo.



Es posible que en otro momento aquella imagen le hubiera indignado, pero entonces hizo que su poya diera un respingo y deseo ser el quién estuviera manoseando a esa sucia adolescente. Y se odiaba a sí mismo por ello.



Cuando bajaron del coche, padre e hijo tenían las poyas tan duras que resultaban un espectáculo hasta para el que les viera de lejos. Fernando ni siquiera se había acordado de guardarse la poya, la cual lucia una impresionante erección, puesto que su traviesa hermanita se había esforzado en evitar que se corriera tan pronto.



En cuanto a Alfredo, ni siquiera había podido tocarse y su bragueta lucía ya una mancha del tamaño de Australia, a pesar de lo cual mantenía una erección del tamaño de una catedral, más que evidente por el bulto de su llamativo pijama. Se reconfortó con el hecho de que a esas horas no parecía haber nadie deambulando por aquella alejada urbanización. A pesar de lo cual , nada podía garantizarle que algún vecino no estuviera disfrutando de la llamativa escena desde la comodidad de su ventana.



Su sorpresa fue mayúscula cuando salió a recibirles aquella adolescente de dieciocho años que dijo ser la hermana de Osvaldo. Estaba desnuda de cintura para abajo, luciendo su rubio coñito ante la sorprendida mirada de sus invitados. Tan solo vestía un top apretado que marcaba de forma escandalosa sus puntiagudos pezones todavía en erección. El olor a sexo que emanaba del interior de la casa era evidente y pronto pudieron oír los gemidos que procedían de algún lugar tras los muros.



A Osvaldo le preocupó aquel cúmulo de imprudencias y, sin embargo, se deleito viendo como sus nuevos títeres entraban a regañadientes en su casa sin poder evitarlo, mientras trataban de mantener sus apariencias a pesar de lo extraño de aquella situación. Acompañó a sus invitados hasta el salón de su casa y les hizo acomodarse.



Desde lo alto de la escalera se escuchaba el inconfundible sonido del sexo, compuesto por el quejido de los muelles de la cama y un amplio abanico de golpes secos y gemidos. Todos actuaban como si nada extraño estuviera sucediendo y, sin embargo, la tensión se podía palpar en el ambiente. Muy a su pesar, a Leticia todo aquello estaba empezando a excitarla más allá de lo conveniente.



No comprendía como podían sus anfitriones ser tan descuidados. Era evidente que en aquella casa se estaba desarrollando una autentica orgia y todo en presencia de una menor a quién no parecía importarle pasearse desnuda en presencia de unos completos desconocidos. Lo que más le inquietaba era que todo el mundo siguiera actuando con la más absoluta normalidad. Y empezó a sentirse realmente incomoda.



Sus manos sujetaban inconscientemente el cierre de su bata, como si con ello pudiera ocultar los puntiagudos pezones que, muy a su pesar, se clavaban en la tela como tratando de perforarla. Su respiración se entrecortaba y, entre sus muslos apretados, un volcán se derramaba soltando lava como si estuviera a punto de estallar. Si al menos pudiera ver lo que ocurría en aquella habitación…



Su marido, Alfredo, no podía apartar la mirada del coñito virginal que la hermanita de Osvaldo mostraba impúdicamente. Cualquiera habría dicho que la chiquilla le tenía hipnotizado y lo cierto es que no se habría equivocado. Estaba tan absorto que ni tan solo se había molestado en disimular la escandalosa erección que pugnaba por romper los pantalones de su pijama. Osvaldo, enseguida se percató de ello y no perdió la ocasión para tensar aún más la morbosa velada:



"-Marta, creo que le has gustado a nuestro invitado. ¿Por qué no le haces un poco de compañía?”



E inmediatamente, la pequeña Marta, con la sonrisa de quién hace una travesura, atravesó la alfombra hasta el sofá y sentó su suave culito desnudo sobre el regazo del estupefacto adulto que permaneció inmóvil, preso de un terror irracional. Pero la chiquilla no perdía el tiempo y enseguida empezó a manosear la inflamada bragueta de Alfredo de la que pronto extrajo un duro falo que empezó a lamer de forma ostentosa a la vista de todos.



Padre e hija intercambiaron miradas durante unos segundos antes de que Alfredo perdiera de nuevo el control. La de este era una mirada suplicante, como tratando de suplicar el perdón de su hija por lo que iba a suceder. Y en ella había sin embargo una sonrisa lasciva y triunfal. Inés disfrutaba viendo a su padre, siempre tan serio y obtuso, caer irremediablemente en las oscuras redes de su perverso amo y saber que a partir de entonces seria por siempre un esclavo del vicio y la degeneración.



Su hermano, Fernando, no se sentía capaz de articular palabra y permanecía inmóvil, sentado junto a su madre sin comprender nada de lo que estaba sucediendo a su alrededor. A Osvaldo le agradaba ver a aquel pijo engreído completamente desarmado y a su merced.



No podía dejar de pensar en lo mucho que iba a disfrutar de su nuevo cuñado. Y le lanzaba miradas furtivas como si se tratara de un juguete aún sin estrenar. Por eso le dejó estar consciente durante toda la velada. Quizás así comenzara a hacerse una idea de lo que iba a ser su vida a partir de ese día.



Osvaldo permaneció inmóvil hasta ver como su hermanita tragaba la larga corrida del adulto. Quería ver si quedaba algún resto de culpabilidad en la mirada de su suegro pero en ella solo halló perversión. Sólo entonces sonrió satisfecho y, cogiendo a Inés de la mano la arrastro violentamente hasta las escaleras.



“-Ven, hay algo que quiero que veas.”



Osvaldo sintió la mirada anhelante de Leticia, quien cada vez tenia mas dificultades por ocultar su excitación. Sabia que ardía en deseos de ver lo que sucedía en el piso superior, pero no pensaba permitírselo, al menos no tan pronto.



“-Vosotros quedaos aquí y dejaros llevar.”



Y acompañó a Inés escaleras arriba hasta el umbral del que procedía la sinfonía de gemidos que les había acompañado desde que entraron a aquella casa. Lo que la joven encontró tras la puerta la dejó temblando de excitación. Como si de una fiesta sorpresa se tratará, allí estaban sus mejores amigas, Sandra y Helena esperándola con un gran regalo, aunque en este caso el regalo fueran ellas mismas.



Helena tenia un vibrador enorme metido en su recto mientras devoraba con ganas la poya de Antonio, el padrastro de Osvaldo. Una de sus manos frotaba con fuerza su coño mientras con la otra sujetaba aquel vibrador monstruosos manteniéndolo bien incrustado en culo. Parecía tan abstraída por el placer que ni siquiera vio entrar a su amiga.



A su lado Sandra, boca abajo, hundía su rostro entre las piernas de Maite. Al fijarse, pudo percibir algo que se movía debajo de su amiga hasta distinguir a un chiquillo que se aferraba goloso a su grandes tetas. Era Juanillo, el hermano pequeño de Sandra, quién al parecer también había sido invitado a la fiesta.



Frente a ellos estaba Laura, recostada en una butaca con el pantalón de su pijama a la altura de los tobillos mientras frotaba con fuerza su inflamado coñito. Parecía muy concentrada en el espectáculo y, sin embargo, fue la primera en percatarse de la llegada de su hermano y enseguida cayó a sus pies.



“-¡Oh, amo, por favor, necesito probar tu poya! Llevo ya días sin poder correrme de verdad”



Osvaldo se sentía exultante y no quiso decepcionar a su esclava quién, por otro lado, no le había dado ningún motivo para ser castigada. Así que sin mediar palabra, saco su poya y penetro a su hermana con un firme envestida a los pies de la cama.



No tardó mucho en correrse pero lo hizo de forma abundante y sin retirar la poya de su hermana quién, al sentir aquel liquido caliente y viscoso derramarse en su interior, tuvo una sacudida tan brutal que a punto estuvo de terminar soltando espuma por la boca.



Cuando hubo terminado con su hermana, se volvió hacia Inés y le ordenó con voz firme que se entregara a su padrastro. La joven sufrió un ligero shock, pues aún creía que iba a recibir algún trato especial. Lo cierto es que ya no creía tener orgullo, pero aquella última orden había conseguido hacerle sentir de nuevo la punzada de la humillación. Y eso la excitaba todavía más.



“-Acércate y ofrécete a él como la sucia puta que eres”



La punzada en su orgullo cada vez se hacía más intensa, pero Inés no pudo evitar insinuarse ante aquel cincuentón nada atractivo. Después, con paso lento,  se acerco al sillón que se encontraba junto a la cama y, dando la espalda a la audiencia, se inclinó completamente ofreciendo su tierno culito en pompa ante la ansiosa mirada de su suegro.



Acto seguido fue bajando su pantaloncito y arrastrando con él sus blancas braguitas hasta que dejó al descubierto su brillante y rubia rajita vista por detrás. La visión era verdaderamente tentadora y no tuvo que esperar mucho hasta sentir movimiento en sus espaldas.



Antonio apartó a Helena de un manotazo para que soltara su poya, realmente le apetecía correrse en el interior de aquella preciosidad. Se acercó a ella con cautela, pues sabía que ella no era como las demás.



“-¿De verdad puedo usar a tu novia, amo?”



“-Haz con ella lo que quieras, esta zorra aun tiene mucho que aprender.”



Aquellas palabras le dolían como puñales y, sin embargo, Inés permaneció estática en la misma postura hasta que sintió que unas manos sudorosas empezaban a explorar su parte posterior. Pronto fueron reemplazadas por una poya, no demasiado grande, pero dura como una piedra que empezó a abrirse camino en su encharcada gruta. Por el rabillo del ojo pudo ver como Osvaldo salía de la habitación dejándola a merced de aquel depravado.



Se quería morir aunque, a la vez, sentía mucho mas placer de lo que habría estado dispuesta a admitir. Y tan solo hicieron falta unas pocas envestidas más para que empezara a babear como la puta que siempre había sido en realidad. Comprendió que a partir de entonces no iba a ser más que una mascota en manos de cualquiera que su amo le ordenara y se corrió de una forma salvaje y brutal como nunca antes había experimentado.



A su lado, Maite gemía y ladraba mientras dos súcubos que antaño fueran las amigas de Inés, devoraban su coño como leonas. Mientras tanto, Juanillo había salido de debajo de su hermana y estaba trajinando su trasero con su pollita dura como una estaca.



Parecía tratar de penetrar a su hermana mayor, pero entre los nervios y la postura en la que estaba Sandra, no acertaba a encontrar el agujero y se limitaba a frotarse en ella. Cuando al fin consiguió meter su rabito, no lo hizo por el lugar que pretendía y, sin embargo, el sentir el estrecho y caliente culito de su hermana se sintió feliz de haber encontrado la cavidad perfecta.



Tampoco a Sandra pareció molestarle, se limitó a levantar la cabeza de aquel coño supurante para emitir un largo y grave quejido mientras deslizaba su mano derecha entre sus piernas para frotarse con fuerza su propia e hinchada raja.



Después volvió a hundir su cabeza entre las piernas de Maite y siguió lamiendo los jugos que emanaba a diestro y siniestro, mientras competía con la lengua de su amiga al capturar su clítoris o al hundirla en su gruta. Y no dejó de masturbarse con fuerza mientras su hermanito metía y sacaba la estrecha poya de su ano.



En el piso de abajo la escena no era muy distinta. En uno de los sofás, Alfredo sostenía a la pequeña Marta en volandas, envistiendo con su poya una y otra vez mientras la dejaba caer a pulso mientras apretaba aquellas finas nalgas. A la pequeña le encantaba ser follada por adultos y gemía como una fiera mientras se retorcía sus pequeños pezones puntiagudos.



Frente a ellos estaba Leticia, completamente espatarrada mientras su hijo, Fernando le comía el coño con fruición. Todo había ocurrido progresivamente. Los nervios les llevaron al acercamiento y el acercamiento al roce. Las ordenes del perverso hicieron el resto.



Pero Osvaldo había llegado en el momento clave cuando Fernando, incapaz de contenerse ni un segundo más, se abalanzó sobre su madre y le hundió la poya con una sola y profunda estocada.



Nuestro amigo no podría estar disfrutando más cuando, de pronto, sonó el teléfono y, por algún motivo, tuvo el presentimiento de que serían buenas noticias, al menos buenas para él. Cuando descolgó el teléfono y escucho la voz al otro lado, una perversa sonrisa iluminó de nuevo su rostro. Era Andrea, estaba llorando…








El poder de osvaldo 19: amigas íntimas



Helena llegó a su casa algo aturdida. Últimamente le resultaba imposible recordar dónde había estado o lo que había hecho, lo cual la tenía sumida en un estado de confusión perpetua. Es por ello que, a pesar de haberse convertido en la mayor zorra de todo el instituto, su mente seguía creyendo que nada había cambiado en su vida.



Helena saludó escuetamente a sus padres y corrió a encerrarse en su habitación. Al cambiarse le sorprendió encontrar una gran mancha de humedad en sus braguitas, pero por mucho que trató de esforzarse, no pudo recordar en que momento se había podido excitar tanto como para manchar la fina prenda.



Decidió no darle más importancia y, tras dejarlas con el resto de ropa, extrajo un nuevo tanga del cajón y se lo puso. A Helena le gustaba usar braguitas de niña, consideraba que los tangas y las bragas de encaje eran vulgares y hacían parecer a las mujeres unas putas. Pero hacia meses que únicamente usaba ese tipo de ropa interior que se clavaba en su rajita y en su culo haciéndola sentir incomoda a cada paso, incomoda pero también… excitada. Sobre aquel ajustado tanga únicamente se puso una camiseta de talla ancha que le servía de camisón.



Tras acomodarse, se dispuso a sentarse en el ordenador para mirar las redes sociales. Fue precisamente al abrir el Facebook cuando se encontró la primera sorpresa. Parecía como si alguien hubiera estado manipulando su computadora y, en lugar de su cuenta, en su pantalla se abrió un extraño perfil lleno de pornografía.



Lo primero que pensó es que se trataba de algún tipo de virus. Sin embargo, algo en el nombre del perfil llamó su atención: Putita H. “H”, como “Helena”, no podía ser una casualidad. Alguien le estaba gastando algún tipo de broma. Y de pronto uno de los enlaces llamó su curiosidad.



Se trataba de un video porno en el que se veía a una jovencita mientras era sometida a una salvaje sodomización. No fue capaz de reconocerse a sí misma en las imágenes, pero algo en aquella escena le resultaba terriblemente familiar. Y sin darse cuenta empezó a excitarse mientras se revolvía en la silla de su escritorio.



Paso un video tras otro viendo las mas variadas obscenidades, muchas de las cuales estaban protagonizadas por ella misma y, sin embargo, era incapaz de reconocerse. Su cuerpo empezaba a responder a la pornografía. Sus duros pezones se clavaban en la camiseta y tenia las braguitas tan mojadas que se le habían pegado a la piel dejando que se transparentaran los labios de su pequeño y abultado coño. Sus manos empezaban a explorar inconscientemente su cuerpo ansioso. Fue entonces cuando la vio.



Lo primero que llamó su atención fueron esos dos grandes pechos y la larga melena pelirroja. Mas tarde le vio la cara y la reconoció. ¡Era su amiga, Sandra! Le estaba comiendo el coño salvajemente a otra chica en aquel video. Helena no podía creer que su amiga fuera lesbiana. Fue entonces cuando sintió como su coño se incendiaba.



Su mano izquierda se había detenido en uno de sus pechos y lo mantenía apretado inconscientemente. La otra mano siguió divagando por su cuerpo hasta dar con su encharcada vagina. Se entretuvo un rato jugando con sus pringosas braguitas hasta que finalmente las apartó a un lado para poder chapotear alegremente en su coño.



Era incapaz de desviar la mirada de la pantalla mientras veía a su mejor amiga sorbiendo ansiosamente el coño de una desconocida. Su mano se había perdido ya bajo sus braguitas y dos deditos hurgaban insistentemente en su estrecha y supurante hendidura.



No perdió detalle del cuerpo de su amiga cuando ésta cambió de postura en la grabación, mostrando a la cámara sin ningún pudor su culo y su voluptuosa vulva peluda. A Helena se le hizo la boca agua al contemplar ese coñito, deleitándose con un primer plano de la rajita abierta de Sandra mientras hundía dos deditos en su propio coño encharcado.



Estaba a punto de correrse cuando alguien llamó a la puerta de su habitación. Se arregló como pudo, poniéndose de un tirón el pantalón de chándal que había dejado tirado sobre la cama, y se levantó para abrir la puerta sintiendo sus ya mojadas braguitas sobre su vientre.



“-Helena, cariño, tienes visita.”



Apenas pudo contener las respiración cuando vio aparecer a su amiga Sandra, con cuya imagen acababa de masturbarse. Todavía tenía las bragas calentitas y húmedas cuando invitó a su amiga a entrar en la habitación.



“-No… no te esperaba esta tarde.”- Helena sentía su lengua pastosa y una creciente incomodidad se fue apoderando de ella mientras sentaba a su amiga ante la misma pantalla que apenas unos minutos atrás había reflejado la escena lésbica que no conseguía olvidar.



“-Lo siento. ¿es que he interrumpido algo.”- Dijo Sandra, ajena a la turbación que estaba experimentando su amiga.”-¿Qué hacías?”



“-Na… nada… estaba mirando unos videos.”- La pobre Helena estaba tan turbada que no supo que decir más allá de disimular un poco la verdad. Notaba las braguitas adheridas a su coño causándole una sensación cálida y extraña, pero muy agradable.



Helena no podía dejar de mirar los dos grandes globos de su amiga que pendían bajo su fino vestido de tirantes. Se dio cuenta de que Sandra no llevaba sujetador y un extraño calor empezó a subir desde su entrepierna. Sandra, ajena a las lascivas miradas de su amiga, se había sentado ante el ordenador y, para el horror de su anfitriona, empezó a curiosear el escritorio de su Pc.



No tardó en encontrar las paginas porno que aún seguían abiertas en una ventana, se sorprendió al descubrir las guarradas que había estado mirando la mojigata de su amiga. Helena estaba paralizada por el temor a ser descubierta y fue incapaz de reaccionar cuando su amiga puso el primero de los videos. Aunque, extrañamente, Sandra no fue capaz de reconocerse en las imágenes.



El comportamiento de Sandra paso a volverse algo extraño, limitándose a mirar fijamente la pantalla mientras iba pasando uno por uno todos aquellos videos guarros hasta que apareció en la pantalla uno con una etiqueta en rojo donde se leía “nuevo”.



Sandra, pulsó sobre el video de forma mecánica y en la pantalla apareció su amiga, Helena, sentada en el mismo lugar donde ahora lo estaba ella misma. Helena enseguida reconoció la escena. ¡Eran las imágenes de hacía un momento! Y sin embargo, de nuevo fue incapaz de reaccionar. Se limitó a quedarse de pié, junto a su amiga, esperando que la pantalla mostrara lo inevitable.



Su vista seguía clavada en los impresionantes pechos de Sandra. A medida que la escena de su masturbación avanzaba en la pantalla, Helena vio como los pezones de su amiga empezaban a marcarse claramente en su vestido, grandes y redondos como dos cerezas.



De pronto Sandra, sin dejar de mirar la pantalla, empezó a revolverse en su silla, levantándose el vestido lentamente hasta descubrir su tanga negro. Esa visión encendió tanto a Helena que se lanzó desesperadamente sobre el escote de su amiga para empezar a mamar de sus grandes melones. Sandra por toda respuesta, se bajo el tanguita de un tirón y empezó a frotarse el coñito mientras gruñía, murmurando algunas cosas sin sentido.



Las manos de la rubia se confundieron con las suyas, ansiosas por explorar el cuerpo de su amiga. Y Helena empezó a masajear con vehemencia el chochito de su amiga, arrancándole pequeños gemidos a cada embestida. Pronto rodaron a la cama mientras sus lenguas se fundían en un húmedo y lascivo juego. Siguieron los besos y los abrazos hasta que la cabeza de la rubia fue a parar entre las piernas de la pelirroja.



Helena se fijo en la hermosa rajita que tenia frente a ella, cubierta tan sólo por una fina línea de vello pelirrojo. Pensó que aquel coñito le resultaba extrañamente familiar. Entonces, movida por un resorte invisible, sintió la necesidad de probar aquel manjar exquisito y empezó a devorar el coño de su amiga como si su vida dependiera de ello, arrancándole a Sandra un profundo gemido.



Siguió maniobrando en la cama mientras sorbía el supurante coño de su amiga hasta que su propio coño estuvo al alcance de la ansiosa boca de Sandra. La pelirroja de las grandes tetas no perdió la ocasión y, tras arrancar de un tirón el tanga de Helena, empezó a pasarle también la lengua a lo largo de la mojada rajita, deteniéndose de vez en cuando para besar su piel.



Helena sentía su cabeza dando vueltas por toda la habitación mientras un placer desconocido invadía su cuerpo con largas oleadas de fuego que la asaltaban desde su coño a cada lengüetazo que le propinaba su mejor amiga. De pronto sintió una descarga eléctrica atravesar su columna vertebral seguida de una excitación sin límites.



La suave lengua de Sandra había empezado a explorar su ano mientras mantenía su culito abierto con ambas manos. Se sentía flotar, como en un sueño. Y cuando, sin previo aviso, Sandra deslizó una mano entre sus piernas para meterle de golpe dos dedos bien hondo en su vagina, fue demasiado para ella y, sin poder contenerse, se corrió salvajemente retorciéndose sobre el cuerpo de su amiga que seguía lamiendo su culito con fruición.



El orgasmo de Helena fue largo y muy intenso. A punto estuvo de olvidar que sus padres tomaban tranquilamente el café en el piso de abajo y ponerse a gritar como una poseída, impulso del que a duras penas puso sobreponerse mientras una tras otra le sacudían las tremendas oleadas de un orgasmo único en su memoria.



Tras aquella agotadora sucesión de placenteras convulsiones, Helena abrió de nuevo sus ojos y vio ante ella el precioso coño abierto de su amiga. Sus gruesos y suaves labios se habían entreabierto ligeramente para dejar emerger un grueso e hinchado clítoris que apuntaba a su nariz exigiéndole atención. Así que Helena, cuando aún temblaba con los últimos estertores de su brutal orgasmo, se lanzó de nuevo a comer aquel coñito pelirrojo, atrapando en su labios la suave protuberancia de su amiga, quién seguía lamiendo tiernamente su ano, haciéndola estremecer de placer a cada rato.



No tardó en sentir como su amiga arqueaba la espalda bajo ella, señalando que su orgasmo se aproximaba. Entonces, movida por el instinto, hundió tres dedos en aquel coño hinchado mientras con su otra mano le pellizcaba con fuerza los pezones provocando en su amiga un orgasmo sólo comparable al que había sentido ella misma hacia apenas unos instantes. Cuando los espasmos de su amiga se volvieron incontrolables, Helena sacó al fin los tres dedos que mantenía incrustados en el jugoso coño de la pelirroja y pegó su boca a aquella vagina chorreante tratando de atrapar los fluidos que emanaban de ella sin ningún control.



Aquel sabor viscoso y dulzón en su boca no le desagradaba en absoluto y, aunque no se parecía en nada al semen de su novio, le resultó de nuevo extrañamente familiar.



Siguió lamiendo con cuidado todos los restos de aquel espeso fluido que habían quedado diseminados sobre los labios del coño de su amiguita y después la besó en los labios sintiendo en su lengua el sabor de su propio coño. Aquello las estaba calentando de nuevo y no tardaron en magrearse hasta volver a correrse mientras se pajeaban la una a la otra sin que sus lenguas cesaran de danzar entre ellas,



La tarde dio paso a la noche y la voz de los padres de Helena avisando a cenar pareció sacarlas de un sueño. Pronto no recordarían ni siquiera el haberse besado y, por supuesto, ninguna de las dos reparo en el piloto de la cámara web que seguía encendido desde que Sandra había entrado a la habitación, perfectamente enfocado a la cama que quedaba justo detrás de la silla del ordenador, produciendo un nuevo video de gran éxito en la red.



Durante la cena, ellas fueron de nuevo dos amigas convencionales como habían sido durante tanto tiempo. Antes de despedirse, hablaron de chicos e incluso tuvieron tiempo para criticar a sus compañeros de pupitre. Tan sólo al ir a besarse, ambas se extrañaron por lo peligrosamente cerca que sus labios se rozaron en ambas ocasiones. Aunque lo que sin duda más las turbaba fue la punzada que ambas sintieron en su entrepierna.



Aquella noche Helena volvió a masturbarse pensando en su amiga. Por desgracia para ella, no era capaz de recordar todo lo ocurrido durante aquella tarde. Únicamente recordaba esa dos enormes e increíbles tetas marcándose bajo el vestido de su amiga del alma.



Finalmente se corrió pensando en su amiga mientras clavaba sus dedos en su aún estrecha vagina. Le preocupaban sus nuevos sentimientos, pues sabía que no tenia posibilidades con ella (o al menos eso creía), así que se prometió no volver a pensar en ello.



Promesa que ya en el fondo sabía que no iba a poder cumplir.



Y mientras tanto Sandra, en su casa, pellizcaba fuertemente sus pezones mientras imaginaba que era la cabeza de Helena y no su propia mano la que estaba maniobrando entre sus piernas.








El poder de osvaldo 20: hermano consentido



Sandra llegaba tarde a casa una vez más. Hacia días que procuraba cenar fuera y alargaba lo más que podía la hora de regreso. Nunca había tenido problemas en casa pero últimamente prefería no coincidir con su hermano.



Juan, el hermano de Sandra, era unos años menor que ella y siempre habían mantenido una relación especial. Era pelirrojo igual que su hermana y tenía la cara cubierta de pecas, lo cual le daba una aspecto infantil a pesar de haber entrado ya en la adolescencia.



Siempre había sido un niño mimado y eso hacia que Juanito fuera un autentico dictador.Su hermana le idolatraba y él sacaba provecho de su buena disposición siempre que podía. Lo cual era muy a menudo, puesto que su hermana era la encargada de llevarle al cole, recoger sus notas y hacer de canguro. Sin embargo su relación en las últimas semanas había dado un giro extraño y oscuro. De la buena voluntad a la sumisión hay un paso, pero por mucho que pensaba, Sandra no era capaz de recordar cuando dio ese paso funesto.



Empezó por lavarle la ropa y hacer sus deberes como algo natural, un simple favor que su hermanito le pedía. Pronto era ella quién cumplía con todas las tareas domesticas del pequeño de la casa mientras éste jugaba a la consola sin preocuparse por nada. Al cabo del tiempo Sandra empezó a ser consciente de su incapacidad para oponerse a los deseos de su hermanito. Las veces que se quedaban solos, su hermano la obligaba a ir al videoclub para alquilar películas pornográficas a las que él, por su edad, no debería haber tenido acceso. Y Sandra cumplía sus órdenes sin rechistar.



Comenzó por alquilar las películas al azar, pero pronto empezó a elegirlas por las caratulas buscando las que le parecían más excitantes. Y siempre terminaba alquilando películas sobre lesbianismo y dominación. Al principio su hermano, que era muy tímido, se encerraba en su habitación para masturbarse viendo la película en la pequeña tele que tenia en su habitación. Se encerraba durante horas dándole a la zambomba y después le entregaba a su hermana el pijama lleno de lefa para que lo lavara.



Algunas veces había tenido que lavar hasta las sabanas por las manchas que dejabande las enormes corridas de su hermano. Era evidente que aquello no era adecuado para su edad y, a pesar de ello, se veía impelida a traerle, un día tras otro, aquellas películas llenas de morbo y perversión con las que pasaba las horas muertas. Y al fin llegó el día que Sandra esperaba y a la vez tanto temía en que su hermano le hizo una petición funesta.



“-Hermanita, quédate a ver la película conmigo.”



Y como tantas otras veces Sandra fue incapaz de resistirse a la voluntad de su hermano. Entro en silencio a aquella habitación pequeña y abigarrada, llena de posters y discos desordenados y se sentó en el único espacio que había libre, en una cama deshecha, junto a su hermano. No sabía bien lo que iba a pasar a continuación y podía oír sus latidos compitiendo en estruendo con su propia respiración acelerada.



Su hermanito también parecía nervioso y, tras poner tembloroso el DVD que Sandra había traído en la pletina de su consola, se sentó tímidamente algo encogido junto a su hermana y cogió el mando para darle al botón que iba a desatar aquella locura. Ambos hermanos permanecían inmóviles en la penumbra de la habitación, atentos a una pantalla en la que se sucedían las escenas grotescas.



Sandra, sin saberlo, había tenido buen gusto al elegir la película, provocando la sonrisa del dependiente del videoclub, que en ningún momento había apartado la vista de sus enormes tetas. Se trataba de un film sadomasoquista con cierto buen gusto en su depravación e incluso un cierto sentido del argumento con toques morbosos. Pero el contenido era mucho más extremo de lo que la pelirroja a simple vista hubiera podido imaginar.



Su coño se estaba empapando y el nerviosismo de su hermanito aumentaba a medida que el bulto en sus pantalones amenazaba con estallar. Al cabo del rato el pequeño Juanito fue perdiendo la vergüenza y empezó a masturbarse de forma ostensible apenas a unos centímetros de donde ella se encontraba. Comenzó a hacerlo de forma tímida, pero pronto fue ganando confianza, sacudiendo su poya delante de su atónita hermana, que permanecía  inmóvil.



A pesar de sus  esfuerzos, Sandra era incapaz de moverse. Quería acabar con su penosa situación y salir huyendo de aquella habitación sombría y maldita. Y, sin embargo, se veía incapaz de levantarse de la cama sudada y mugrienta de su hermanito adolescente. Pero eso no era lo que de verdad le preocupaba, pues sabía que no eran aquellas perversas imágenes reflejadas en el televisor lo que mantenían la humedad bajo su pijama sino la cercanía de la poya hinchada y venosa que su hermanito sostenía en la mano.



No podía apartar la mirada de aquella dura poya y se odiaba por ello. Su mirada iba divagando entre el enrojecido capullo que se agitaba entre los delgados dedos de su hermanito y esa expresión de placer llena de ternura que iluminaba su carita, entrecerrando los ojitos mientras se acariciaba su ya bien formado mastil.



Sandra trató de evitar que sus miradas se cruzaran, pero pronto unos ojos dieron con otros y entonces el pequeño, casi en un susurro, le pidió a su hermanita un nuevo favor con el que ésta, ni en sus peores pesadillas, jamás hubiera soñado.



“-Hazme una paja, por favor”



Aquello fue la gota que colmo el baso y Sandra se dispuso a poner fin de forma abrupta a aquella locura. No entendía como habían llegado a ese punto pero era evidente que la situación se les había ido de las manos. Le hervía la sangre y se dispuso a marcharse de allí al instante, pero antes pensó en abofetear a su hermano por su atrevimiento. Ya llevaba demasiado tiempo siendo un niño mimado y aquello le había hecho rebasar todos los límites.



Era innegable que ella tenía parte de culpa, pero ya tendría tiempo más tarde para recabar en ello, ahora era el momento de frenar a su hermano. Incluso llegó a alargar el brazo para estamparla en la mejilla de aquel pequeño depravado pero, en lugar de eso, vio horrorizada como su propia mano se afanaba en sujetar el duro falo, que empezó a masturbar suavemente logrando que derramara las primeras gotas de líquido preseminal.



Juanito manoseaba los grandes pechos de su hermana quien, tras vanos intentos de zafarse con la única mano que tenía libre, resignada, le dejaba hacer. Era como si estuviera demasiado concentrada en su tarea de masturbarle como para esforzar en detener sus ávidos tocamientos. Con el transcurso de los largos minutos, al fin derrotada, su propia mano fue a buscar los secretos de su encharcado pijama y empezó a frotarse ya sin disimulos.



Aquel no fue en absoluto un asunto aislado sino el comienzo de una serie de abusos y humillaciones a los que su hermano la sometía a cada momento en que tenía ocasión. De cara a los demás, era un ser encantador e inocente, un angelito al que nadie hubiera creído capaz de todas aquellas sucias acciones. Pero, cuando se quedaban solos, no perdía ocasión para sobarla, restregarse contra ella y muchas otras cosas que se habría visto incapaz de confesarle a nadie.



Y después vino aquella fiesta. No sabia porque había traído a su hermanito menor al cumpleaños de su amiga, aunque ella misma lo había pedido. Apenas recordaba nada de aquella fiesta infernal, había llegado a sospechar que alguien le hubiera puesto algo en la bebida. Y los pocos flashbacks que le llegaban, más propios de un sueño o una pesadilla que de la realidad, le daban escalofríos.



Ella procuraba no pensar en ello, pero era evidente que la actitud de su hermano desde entonces había cambiado. Antes era un mimado pero no tan perverso. Pero ahora explotaba cada segundo a solas para dar rienda suelta a sus mas oscuros pensamientos.



No podía negar que aquello la excitaba, pero el hecho de que fuera su propio hermano, con el que había convivido desde pequeña, el que le provocara todas esas deliciosas sensaciones la hacía sentir la más sucia entre las mujeres. Por eso, aunque era incapaz de negarse a las peticiones del pequeño, decidió pasar en su casa el menor tiempo posible para poder mantenerse alejada de sus deseos.



Se trataba tan sólo de una solución peregrina pero, a estas alturas, Sandra se veía incapaz de pensar con claridad. Y su determinación precaria parecía haber dado buen resultado hasta el momento. Pues las ultimas noches, cuando había llegado, su hermanito estaba distraído o durmiendo.



Sin embargo aquella última noche no tuvo la misma suerte que las anteriores y, nada más entrar, pudo ver que su hermano estaba despierto por la luz que la puerta entreabierta proyectaba sobre la pared del pasillo. Era imposible llegar a su cuarto sin pasar ante aquella rendija así que, de forma decidida trato de escabullirse haciendo el mínimo ruido posible. Pero al pasar ante la puerta del pequeño, éste pareció darse cuenta y todo se fue al traste.



“-¿Sandra? ¿Eres tú? …entra!”



Se sentía impotente ante las exigencias del más pequeño y entró con actitud sumisa. Sandra mantenía la mirada en el suelo y sus mejillas se habían enrojecido preguntándose lo que vendría a continuación.



“-Hola Juan. ¿Qué quieres?”



La pelirroja, avergonzada, hablaba con un hilillo de voz sin atreverse a alzar la mirada por temor a toparse con la de su hermano.



“-¿Tú qué crees? ¡Enséñame las tetas!”



Y Sandra, de nuevo impotente, tuvo sólo la autonomía suficiente para cerrar la puerta con pestillo antes de bajar los tirantes de su vestido para exhibir sus grandes melones antes la atenta mirada de l adolescente, quién ya se había sacado la poya para disfrutar a fondo del espectáculo. No podía negar que se estaba excitando ante el morbo de ver a su tierno hermanito meneándose la poya con la mirada fija en sus duros pezones y no pudo evitar preguntarse cual de los dos era el verdadero depravado. Entonces una pregunta la sacó de sus pensamientos.



“-¿Qué son esos moratones?”



Sandra fue la primera sorprendida al hallar aquellas claras señales que delataban los recientes lametones de su amiga que ella misma era incapaz de recordar. Y sin embargo respondió al instante como si de una autómata se tratara.



“-Parecen chupetones.”



“-¿Y quién te lo ha hecho?”



La voluntad de Sandra, cada vez más plegada a los caprichos de su hermanito, de pronto sintió la necesidad de escarbar en su memoria. No le fue fácil pero, tras varios esfuerzos, pudo visualizar la melena rubia de su mejor amiga aplastada entre sus firmes melones. Aún no era capaz de comprender, pero si logró contestar.



“-Ha sido Helena.”



La propia Sandra fue la primera sorprendida por su respuesta e inmediatamente vio como su hermano enloquecía aumentando el ritmo en que se acariciaba la poya hasta machacársela de forma febril. Su cara seguía siendo la de un niño, pero en su mirada ya no había más que lujuria y perversión.



“-Dime, ¿qué más te ha hecho? ¡Cuéntamelo todo!”



Sandra iba recordando lo sucedido a medida que su propia voz lo narraba. Fue como vivir por primera vez lo sucedido con su amiga del alma, oculto en su memoria hasta ese preciso instante. Y sin pudor describió con todo lujo de detalles como se habían comido los coños en casa de su amiga, compartiendo techo con sus propios padres. Y mientras le narraba los morbosos hechos, exhibía sus grandes melones descaradamente ante su hermano pellizcando a cada rato suavemente sus pezones.



El aún inexperto Juanito no tardó mucho en explotar y lo hizo derramándose sobre los voluptuosos pechos de su hermanita quién, a estas alturas, recibió gustosa su corrida.  Al terminar su narración, Sandra podía sentir sus braguitas empapadas desde la parte inferior de sus nalgas hasta el vientre. Estaba salida perdida.



“-Quiero que me enseñes a comer un coñito.”



Sandra no estaba preparada para esa petición. Realmente creía que, al menos por esa noche, su hermanito se conformaría con hacerla exhibirse como una puta sin que la  cosa tuviera que ir a más. Pero se equivocaba y, resignada, Sandra se quitó sus empapadas braguitas y, sin ni siquiera sacarse el vestido, se arremangó la falda y se plantó abierta de piernas mostrando su preciosa matita pelirroja bien recortada como si fuera un desafío ante su hermano.



Después fue guiando paso a paso al pequeñín sobre como convertir su montañita en un volcán. Pronto el enano de la casa le estaba arrancando unos gemidos que, si no hubiera estado mordiendo la almohada una y otra vez, sin ninguna duda habrían despertado a sus padres. Estaba desatada y, cuando sintió que iba a correrse, obligó a su hermano a detenerse para ponerse a cuatro patas con el vestido arremangado por la cintura.



“-Ahora prueba a comérmelo desde atrás.”



Sandra le había estado mostrando todos los puntos débiles de su anatomía y la lengua de su hermano, a pesar de su inexperiencia, estaba a punto de hacerla enloquecer. Ya totalmente ida, instruyó al pequeñín para que maniobrara también con su lengua en su estrecho ano y los gruesos labios de su dilatado coño mientras hundía sus delgados deditos en la vagina.



De vez en cuando, Sandra dejaba de pellizcar sus pezones y dirigía una mano a su entrepierna para estimular el hinchado clítoris que su hermanito mantenía abandonado con sus maniobras periféricas. Llegó un punto en que no pudo contener su excitación por más tiempo y se derrumbó suplicando al pequeño adolescente que la penetrara con vehemencia.



“-¡Follame, Juanito! ¡Follame fuerte!”



Y mientras suplicaba volvió la cabeza para dirigir a su hermano una mirada sucia y anhelante que ningún hombre habría sido capaz de resistir. Y el inexperto Juanito no era un hombre, sino un adolescente con las hormonas en ebullición. Un adolescente que no tardó ni un segundo en abalanzarse sobre su hermana con la poya en la mano para penetrar en ella, perdiendo su virginidad en ese instante gracias al cálido abrazo de aquél húmedo y ardiente coñito fraternal.



Ambos hermanos se embestían mutuamente mientras jadeaban como dos animales. A cada una de las duras embestidas de aquel adolescente enloquecido, Sandra salía a su encuentro con un golpe de cadera que hacía que la joven poya penetrara secamente hasta los confines más ocultos de su vagina. Buscaba aquella embestidas de forma febril, y siguió empujando hasta que su hermano hubo derramado la última gota de leche en su interior.



Después, algo confusa, se volvió a colocar el vestido y salió tambaleándose de aquella habitación maldita olvidando sus bragas mojadas que habían quedado tiradas en un rincón, dejando un charquito en el suelo.




Sus pensamientos eran un caos, divagando de su amiga a su hermano y a tantas y tantas veladas que por sí misma era incapaz de recordar. Tardó un buen rato en dormirse y al final lo hizo con un mano enterrada bajo su pijama mientras susurraba entre gemidos el nombre de su mejor amiga.





El poder de osvaldo 21: la niña de papá



Rafael Argüelles era un hombre disciplinado. Todos los días se levantaba a primera hora y, tras un breve desayuno, entraba en su despacho donde preparaba la jornada al milímetro y despachaba sus asuntos personales. Así había construido todo su imperio político y, en su más íntima consciencia, basaba todos sus logros en una férrea disciplina que nunca había quebrantado.



Su moral y su comportamiento tanto en público como en privado habían sido siempre intachables. También se había preocupado de que, al menos sus más allegados, fueran gente limpia e incuestionable. Podría decirse que seguía la máxima de Julio Cesar de que “la mujer del Cesar no sólo debe ser honrada sino parecerlo”.



Por eso siempre se había creído a salvo de escándalos. Al menos hasta aquella fatídica mañana en que recibió un correo anónimo titulado “cosas que debería saber sobre su hija”.



Estuvo un largo rato preguntándose si debía abrir aquel correo. Pues había algo en todo aquello que le hacia sentir profundamente intranquilo. Al fin se decidió a abrirlo, aún sintiendo que algo no iba nada bien. El mensaje contenía un breve texto acompañado por un video incrustado. Y Rafael se empezó a imaginar lo peor. El contenido del texto por sí mismo ya era estremecedor. En el podía leerse:



“-Nombre de la esclava: HELENA ARGÜELLES



-Modo de esclavitud: OBEDIENCIA ABSOLUTA



-Descripción: LA ESCLAVA DEBE OBEDECER CUALQUIER ORDEN DE CUALQUIER EMISOR. ES INCAPAZ DE NEGARSE A NADA.



-Características adicionales: LA ESCLAVA SE ENCUENTRA EN ESTADO DE EXCITACIÓN PERPETUA. SIEMPRE CACHONDA.”



Don Rafael empezó a reproducir el video de forma casi automática aunque pronto se arrepintió de haberlo hecho. En él aparecía su hija, Helena, luciendo uno de sus ceñidos vestidos en lo que parecían los servicios del instituto. Estaba rodeada por un grupo de adolescentes que la observaban impacientes. Don Rafael supuso que uno de ellos debía ser el responsable de la grabación. El audio no era muy bueno, aunque a través del tumulto, podía distinguirse como alguien le ordenaba que se levantase el vestido.



Helena pareció dudar por unos momentos, pero pronto comenzó a levantarse sensualmente la falda de su vestido hasta dejar al descubierto su fino y bien recortado coñito rubio que apareció claramente visible ante la cámara. Pronto aquel grupo de chiquillos comenzó a arremolinarse alrededor de la muchacha.



Ningún padre está preparado para ver a su hija humillada de una forma tan atroz. Pero para el sr. Argüelles, con su férrea moral conservadora, aquello fue como verse arrastrado al más cruel de los infiernos. Su pequeño angelito se había estado paseando por el instituto con aquel indecente vestido y sin ropa interior. Y ahora se exhibía en aquel video ante sus ojos mientras era manoseada por un grupo de preadolescentes de la peor calaña.



Contempló horrorizado como su pequeña parecía disfrutar con todo ello e iba buscando con sus manos los duros paquetes de aquellos chicos mientras era sobada de forma brusca por todo el cuerpo. En algunos momentos eran mas de cinco los que la rodeaban tratando de meter sus sucias manos por todos los huecos de su vestido.



Helena mientras tanto trabajaba en sus braguetas consiguiendo que uno tras otro se corriera en segundos. Algunos ya había eyaculado antes de que la muchacha llegase a liberar sus poyas. Otros lo hacían en su mano o sobre su vestido. Aunque llegó a meterse varias de aquellas herramientas en la boca, ninguno de esos chiquillos fue lo bastante audaz como para meterse entre sus piernas e hincarle la poya en su mas que mojado chochito. ¡¿Qué puede esperarse de unos pajilleros adolescentes?! A pesar de ello, lo que sucedía en aquel video iba más allá de la más perversa de las imaginaciones.



Cuando la muchacha hubo terminado sus tareas tenía lefazos por todo el cuerpo. Estuvo un rato limpiándose con la ayuda de un rollo de papel y, cuando terminó, fue ella misma quién se aproximó a la cámara y la apagó. ¡Ella había grabado toda la escena!



Don Rafael no salía de su asombro. No entendía por qué su hija habría hecho algo así. Creía conocer a su pequeña. Ella era como su madre, Beatriz. Su esposa, recientemente, había estado cerca de ingresar en el Opus Dei. Incluso la propia Helena parecía sentir cierta simpatía por “La Obra”. No, ella era incapaz de hacer algo así por voluntad propia. Pero entonces… ¿la estaban extorsionando?



Y a pesar de todos estos pensamientos negativos, el recto don Rafael era incapaz de apartar la vista de la pantalla. Vio el video entero casi por inercia y no fue consciente de la erección que tenía hasta que, al levantarse de su butaca, sintió la presión en su entrepierna tratando de reventar la bragueta de su pantalón.



Trató de darse ánimos diciéndose a sí mismo que aquello era normal después de las imágenes que acababa de ver, que él también era humano, etc. Pero ninguna de esas excusas hicieron que se sintiera menos culpable cuando, al cruzarse con su hija en la puerta del baño, su mirada se posó involuntariamente sobre aquel culito perfecto que se dibujaba bajo la fina tela del pijama.



Rafael estuvo toda la mañana nervioso. Tenía que hablar con su hija pero no encontraba la manera. Durante el camino en coche le estuvo preguntando si tenía algún problema. Haciéndole saber que podía contar con él. Pero Helena se limitó a mirarle extrañada. Era como si no supiera nada de lo que estaba sucediendo. Y eso confundió aun más a su padre.



Esa misma tarde, mientras esperaba a la salida del instituto, no podía dejar de preguntarse si algún niñato desalmado habría estado abusando de su pequeña en algún sucio urinario como en aquel video que seguía repitiéndose en su mente una y otra vez desde primera hora de la mañana. Pero al entrar su niña en el coche, tan altiva y risueña como siempre, volvió a sentir que todo aquello era imposible. Y sin embargo lo había visto con sus propios ojos.



De nuevo fue incapaz de sacar el tema y pasó el resto de la semana haciendo como si nada hubiera sucedido. Durante aquellos días, puso especial atención en examinar el comportamiento de su hija. Pronto se dio cuenta de que algo había cambiado en su pequeña. En primer lugar obedecía a todo lo  que él y su esposa le decían sin rechistar. Y aquello no casaba bien con su carácter.



Enseguida observó que cuanto más firmes y estrictas eran las órdenes que recibía más más fácilmente obedecía y que a menudo, al cumplirlas, se mostraba sumisa hasta el extremo. Su mujer parecía considerarlo una señal de madurez. Pero para él había algo más. Y no podía dejar de pensar en el término “esclava”.



Comenzó a darse cuenta que su altiva hija se ruborizaba cada vez que recibía una orden. Sus mejillas se teñían de un tenue color carmín y, algunas veces, podía ver sus puntiagudos pezones claramente marcados en sus camisas y vestidos. Pronto fue consciente de que su hija nunca llevaba sujetador y empezó a preguntarse si, como en el video, estaría también con el coño al aire.



No tardó en cambiar la forma en que Don Rafael veía a su hija, Helena. Era indudable que aquel misterioso secreto había levantado un muro infranqueable entre los dos. Pero también es cierto que, al observarla tan exhaustivamente estaba conociendo aspectos de su pequeña que nunca habría imaginado. Sin embargo lo que más le preocupaba era la forma en la que su propio miembro respondía cada vez que aquel video cruzaba por su mente.



Aprovechándose de la obediencia ciega que Helena parecía mostrarle, se aseguró de que su hija saliera lo menos posible de casa. No podía prohibirle que fuera al instituto, pero el resto de salidas quedaron restringidas. No podría decir que tener a su hija todo el día cerca le tranquilizara. Pero creyó que lo más prudente seria tenerla vigilada hasta que se aclarase la situación.



La ciega obediencia mostrada por su hija hizo que se volviera cada vez más estricto, llegando a un punto en que a su propia esposa le pareció exagerado. Sus órdenes tajantes provocaron más de una discusión, así que don Rafael aprovechaba los momentos en que estaba a solas con su hija, cada vez más frecuentes, para darle las instrucciones del día.



Una mañana, antes de llevarla a clase le exigió a su hija que se levantara la falda del vestido, tratando así de disipar sus sospechas. Estaba convencido que, si la atrapaba yendo sin bragas se negaría a hacerlo en redondo. Por eso no supo reaccionar cuando, sin oponer ninguna resistencia, Helena se subió el vestido descubriendo ante su padre su coñito desnudo.



Don Rafael permanecía inmóvil en su asiento con la vista clavada en la rubia mata de pelo perfectamente recortada que coronaba el pubis de su hija. Era incapaz de respirar. El rubor también era visible en los ojos de Helena quién, a pesar de ello, mantenía su falda levantada ante la mirada de papá. Finalmente la situación se zanjó con una nueva orden.



“-¡Ya es suficiente!”



Y, tras volver la falda a su sitio, los dos fingieron de nuevo normalidad hasta llegar a la puerta del instituto. Después se despidieron y cada uno fue por su camino. Aunque Don Rafael no llegó muy lejos antes de aparcar el coche en un descampado para machacarse frenéticamente la poya. Aquella fue la primera vez que se tocaba pensando en su hija, aunque no sería la última.



Desde aquel día, cada mañana antes de salir de casa obligaba a su hija a que le mostrara el interior de su vestido y siempre la cazaba sin bragas. Tenía que obligarla a subir a su habitación para ponerse un par de bragas. En muchas ocasiones, la vigilaba para comprobarlo personalmente.



La visión del delicioso coñito rubia de su hija empezó a convertirse en algo cotidiano para Don Rafael y, a pesar de que sus intenciones no eran malas, aquello empezaba a excitarle mucho. Sin quererlo, se estaba haciendo adicto a aquella situación morbosa y empezaba a ser consciente de hasta dónde llegaba el control que era capaz de ejercer sobre su hija. Pero aún quedaba algo en él que le retenía y le impedía ir hasta dónde su intuición le decía que podía llegar. Y cada vez que pensaba en ello, su poya palpitaba bajo el pantalón.



Entonces recibió otro correo electrónico como el anterior. De nuevo un mal presentimiento le invadió. Y lo que halló en su interior tampoco iba a gustarle. Aunque, de nuevo, no pudo apartar la vista de la pantalla, de nuevo con la poya dura.



Aquel video era más fuerte que el anterior. En él pudo reconocer el vestidito que su hija había llevado al instituto el día anterior. La escena se desarrollaba en el interior de una aula vacía. Junto a su pequeña podía apreciarse la presencia de un grupo de chicos de varias edades, algunos de ellos mayores.



De pronto su hija se levantó el vestido mostrando su coñito desnudo. Don Rafael dio un brinco en su asiento. Recordó que él mismo había inspeccionado a su hija antes de salir de casa, comprobando que iba cubierta, al menos, por un fino tanga de seda.



Pero al parecer hasta aquella escueta prenda era demasiado para su hijita, que habría aprovechado cualquier momento para quitarse la prenda. Don Rafael se maldijo a sí mismo por no haberse dado cuenta antes del engaño de su pequeña. Lo cierto era que se sentía tan culpable que era incapaz de mirar a su hija, temía ponerse cachondo. Y, más allá de sus inspecciones matinales, Don Rafael evitaba el contacto visual con su hija.



Sin embargo, ver su joven coñito de nuevo en la pantalla de su ordenador produjo en el adulto un efecto magnético que le impedía dejar de mirar. Aquella nueva escena que se desarrollaba ante sus ojos era considerablemente más dura que la anterior. Aunque todo se iniciaba de forma muy parecida, pronto se vio claro que aquellos chicos no eran como los niñatos del anterior video y, antes de que el conmocionado padre pudiera darse cuenta, aquellos degenerados empezaron a follarse a su hija por turnos ante su atónita mirada.



Podía oírse perfectamente a la pequeña Helena gimiendo cómo una puta mientras pedía más y más poya. Ni siquiera se molestaron en quitarle el vestido y la sostenían en volandas mientras uno tras otro la iban empotrando contra las paredes de aquel urinario.



Tras follarse a varios de aquellos gañanes, la propia Helena se dio la vuelta y se levantó el vestido, mostrando el culo a la cámara mientras inclinaba su cuerpo y separaba sus nalgas con ambas manos. En ese preciso instante, alguien cogió la cámara del lugar dónde se encontraba y se acercó a la chica para grabarla de cerca.



Don Rafael pudo ver de cerca los orificios de su hijita. En la pantalla de su ordenador podía verse el ano de la adolescente completamente abierto y formando una “o”. La imagen se completaba con la montañita de su coñito que sobresalía de la parte inferior de sus nalgas. A simple vista podía apreciarse que estaba empapado.



No tardaron mucho en empezar a follarse aquel culo. La imagen captó claramente como una dura poya empezaba a abrirse camino por el pequeño agujero de la rubia. Entonces quien sostenía la cámara se alejó y pudo verse una imagen general de la escena.



La cara de Helena era un poema. Tenía los ojos cerrados y las mejillas enrojecidas. No dejaba de resoplar mientras se relamía recorriendo ambos labios con su lengua. Una de sus manos sujetaba con fuerza el pecho que se le había salido al bajarse un tirante de su vestido, aprovechando para pellizcarse el hinchado pezón. Mientras tanto, su otra mano se mantenía enterrada entre sus piernas.



Llegado a éste punto, Don Rafael no pudo resistirlo más y, tras aflojar su cinturón, liberó el duro miembro de su pantalón y empezó a pajearse con furia. Se deleito viendo a su hija gozar mientras, uno tras otro, aquellos niñatos le reventaban todos los agujeros de su joven cuerpo. Se sentía culpable pero, aún y así, no podía soltarse la poya ante aquellas imágenes que empezaban a fascinarle.



Y entonces sucedió algo que le dejó helado. Alguien habló en la grabación e hizo que todo el mundo se detuviera al instante. Se trataba de una voz femenina y autoritaria. Era alguien joven y, a pesar de que no supo identificarla con exactitud, creyó conocer aquella voz. Entonces obligaron a su hija a ponerse en pié y hablar a la cámara.



“-Saluda a tu papá.”



Ordenó aquella voz.



“-Hola papá. Sé que acabarás mirando éste video. Espero que hayas disfrutando viendo en lo que me he convertido. Ya no seré nunca más esa cría arrogante que solía ser. Ahora soy una esclava y disfruto obedeciendo a todo lo que me pidan. Me gusta que me humillen y me obliguen a hacer cosas sucias. Si tu me lo pides seré también tu putita. Si no, te seguiré enviando estos videos para que puedas ver todo lo que te estas perdiendo.”



En los ojos de aquella rubia podía apreciarse una mirada vacía, parecía estar en trance o drogada. Don Rafael se había quedado en estado de shock al oír aquello. Permanecía inmóvil, con la poya tiesa firmemente agarrada en su mano y los ojos alucinados mirando fijamente la pantalla. El video se había cortado y, sin embargo, el adulto aún permaneció así durante largos segundos.



Entonces oyó a su mujer golpeando la puerta de su despacho y el sobresalto hizo que derramara toda la corrida que llevaba tiempo aguantando por encima de la mesa salpicando algunos documentos y poniéndose perdido el puño de su fina camisa de seda. Entonces aún con el pulso tembloroso, templó su voz y trató de parecer muy sereno en su respuesta.



“-Sí, cariño… ¿qué quieres?”








El poder de osvaldo 22: consciencia desbocada.



La joven Helena siempre se había sabido la chica más popular del instituto, tanto por su belleza y rendimiento escolar como por a extensa fortuna de sus padres. Pero en los últimos meses sus notas habían empezado a resentirse y, sin ser capaz de comprender los motivos, veía como lentamente iba perdiendo el respeto de los demás. O al menos así se sentía. No sé trataba de nada demasiado evidente, nadie se lo había dicho a la cara. Pero percibía una carga de desprecio en algunos de sus compañeros cuya causa no era capaz de explicarse.







Su personalidad tampoco era la misma. Sentía que había perdido toda su fuerza y se comportaba con todo el mundo de forma sumisa. Su obediencia ante cualquiera llegaba al extremo de verse incapaz de incumplir una orden directa, por absurda que ésta fuera.







La relación con su padre también había variado, volviéndose más oscura. No entendía los frecuentes cambios de humor de su padre ni por qué se estaba volviendo tan posesivo. Era cómo si por más que ella se esforzara en agradarle, las sospechas de su viejo no hicieran más que aumentar. Ni siquiera le había dicho de qué la acusaba.







Y por último estaba la cuestión de su libido. La joven Helena había pasado en pocos meses de tener una sexualidad normal tirando a pobre, algún dedito de vez en cuando y un aséptico polvete con el pijo de su novio, dos o tres veces por semana, en su coche o en casa de sus padres, a, de pronto, estar todo el día salida como una yegua en celo. Nada explicaba el motivo de sus ardores, pero desde el mismo instante en que se despertaba su coño estaba tan inflamado que tenía que pajearse varias veces para salir de la cama.







Sus faldas eran cada vez más cortas y sus pantalones más apretados. A menudo sus nalgas quedaban visibles ante las miradas indiscretas y, más de una vez, su joven y rubio coñito había permanecido al descubierto por culpa de su escasa y descuidada vestimenta. Otras veces vestía mallas o pantalones tan ceñidos que su vulva aparecía perfectamente dibujada en la tela, haciéndose más evidente aún que si hubiera estado desnuda.







No eran pocos los que, provocados por su escueta y desafiante vestimenta se acercaban a decirle todo tipo de groserías. Algunos, los más osados, se aventuraban, ocultos entre las multitudes, a explorar el aparentemente virginal cuerpo de la muchachas con sus manos, a veces torpemente, otras con asombrosa habilidad, arrancándole más de un gemido.







Aquellos humillantes episodios la excitaban más que nada en el mundo, por mucho que tratara de ocultárselo a sí misma. Algunas veces evidentes rastros de humedad aparecían visiblemente en su mallas y tejanos. Por ese motivo empezó a ponerse falditas cada vez con más frecuencia, aunque eso implicara acabar enseñando sus encantos al menor descuido.







A menudo se imaginaba a sí misma practicando todo tipo de actos obscenos con sus compañeros y profesores, e incluso con sus mejores amigas. Llegó a pensar que alguien podría haberla drogado. ¿Tal vez la comida? Y que alguno de sus compañeros, o varios, estaban dándose un festín a su costa, estando ella inconsciente. Eso explicaría también sus cada vez más frecuentes perdidas de memoria y los extraños sueños que la asaltaban de noche.







El momento de llegar a casa era sin duda el más tenso del día. El cambio de actitud que había sufrido su padre la asustaba como pocas cosas en el mundo. No entendía esas inspecciones matutinas en las que le exigía mostrarle su ropa interior ni cómo ella se prestaba a sus crecientes exigencias. ¡Y lo peor era que, una mañana tras otra, ella siempre olvidaba ponerse su ropa interior!







A pesar de que nunca la había tocado, podía notar las crecientes miradas de su padre clavándose en sus curvas a cada rato. Las repugnantes caras de salido que descubría en el rostro de su antes admirado progenitor perseguían a la muchacha durante el resto del día perturbando su tranquilidad. Por eso temblaba al llegar a casa cada tarde, habiendo perdido de nuevo sus braguitas y sin recordar gran parte de lo que había sucedido durante la mañana.







Aquella tarde, al llegar a casa, el silenció hizo que aumentara su inquietud acelerando los latidos de su corazón. Casi dio un salto al escuchar la voz de su padre llamarla a su estudio. Sus peores temores empezaban a confirmarse y a la pobre Helena le temblaban las piernas mientras avanzaba por el pasillo de su chalet, tratando de entallar la falda de su ceñidísimo vestido con la vana intención de ocultar su desnudez a la penetrante mirada de su padre.







Don Rafael lucía una expresión tranquila, aunque su colérica mirada dejaba traslucir la tormenta que estaba librándose en su alma. Helena se estremeció al verle, aunque era incapaz de dar media vuelta y marcharse. Se limitó a permanecer en la habitación y obedecer a su padre cuando con voz cavernosa le dijo:







“-Cierra la puerta y ven aquí.”







Helena avanzó hasta la butaca que su padre había señalado y se sentó en ella, quedando de frente a la pantalla del ordenador. Su padre permaneció de pié tras el respaldo. Helena se ruborizó al darse cuenta que desde su posición le ofrecía a su padre una inmejorable visión de su escote, pero se sintió incapaz de apartarse o taparse, al menos un poco, de la indiscreta mirada.







“-Ahora quiero que prestes atención y me expliques esto.”







Y don Rafael, sin más dilaciones, puso en pantalla aquél último video que llevaba todo el día torturándole. Lo había visto ya demasiadas veces. Nadie sabría jamás cuantas veces se había masturbado el viejo aquella mañana viendo follar a su hija en la pantalla de su ordenador. Era superior a él, como si una nueva droga infalible y perfecta hubiera entrado en su cuerpo para apoderarse de su mente.







Pero, a pesar de todo, era necesario reproducirlo una vez más. Necesitaba ver la reacción de su hija para poder entender lo que estaba pasando. O al menos eso creía. Quería que todo aquello hubiera sido tan sólo una treta, una broma pesada o algún tipo de chantaje. Deseaba con fervor que fuera su carrera y no su alma lo que estaba en juego. Aunque, en lo más profundo de su ser, empezaba a cuestionarse si realmente era eso lo que más deseaba.







La situación era de lo más extraña, padre e hija estaban viendo en silencio aquel sucio video cuya protagonista era la propia Helena, aunque ella era incapaz de reconocerse en la chica que aparecía en la pantalla. Y a pesar de todo, empezó a excitarse. No podía evitarlo, a la dulce Helena le excitaba el porno.







“-¿Puedes explicarme lo que estamos viendo?”







Helena pareció volver en sí y alzó su mirada para encontrarse con la de su padre atrapada en las profundidades de su canalillo. Sus pezones estaban erectos y empezaban a hacerse evidentes bajo la fina tela de su ceñido vestido.







“-Es una película porno, pero no entiendo porque me la enseñas”







Don Rafael no podía dar crédito a lo que oía. Una parte de él seguía pensando que todo aquello no era más que una comedia, algún tipo de chiquillada de su pequeña para atraer la atención de sus padres.







Pero aquello había llegado ya muy lejos y no estaba dispuesto a seguirle el juego a aquella niñata. Por otro lado, no sabía de lo que él mismo sería capaz si aquella locura se prolongaba mucho más.







“-¡Basta de juegos! Quiero oírtelo decir. ¡Quiero que reconozcas quién es la del video! Te lo ordeno”







Aquellas palabras fueron cómo una revelación. De pronto se desvaneció la venda invisible que Helena había llevado sobre sus ojos y al fin fue consciente de lo que estaba viendo. La impresión fue terrible. Su mundo se derrumbó de repente mientras la joven Helena rompía a llorar como una niña pequeña.







“-¡No puede ser! ¡Soy yo! ¡¿De dónde lo has sacado?!”







La seguridad de don Rafael empezaba a quebrarse. ¿Sería posible que su hija no recordara nada? ¿Acaso la habían drogado? Y las palabras “obediencia absoluta”, las mismas que estaban escritas en el condenado mensaje, no cesaban de martillear su cerebro. De algún modo empezaba a sospechar lo que se avecinaba, causándole una confusa y creciente presión en la entrepierna.







“-¡Cuéntame ahora mismo lo que esta pasando aquí!”







Helena sintió la necesidad de obedecer y, acto seguido, todo en su memoria pareció aclararse. En cuestión de segundos fue consciente del infierno en el que se había convertido su vida. Recordó uno por uno los abusos de sus compañeros e incluso de sus mejores amigas.







Recordó su amor por Sandra y su afición a la sodomía y la obediencia. Inconmensurables orgasmos en incontables orgías quedaron al fin fijados en su memoria, tantos y tantos momentos de los que sólo había conservado algunas imágenes fugaces.







Pudo explicarle a su padre todo el calvario que había pasado durante aquellos meses. Don Rafael escuchaba en silencio. Llegó a creer que podría ayudarla, pero a medida que la pequeña proseguía con su relato, sintió como toda la sangre de su cuerpo iba bajando a su poya para no volver a subir. En el fondo de su mente aún podía oír la voz de su hija en aquel maldito video:







“Si tu me lo pides seré también tu putita”.







Don Rafael comenzaba a sentir cómo fuerzas oscuras se apoderaban de su voluntad mientras aquella voz incesante susurraba “¿A qué esperas? ¡Ya es tuya!”. Trató en vano de concentrarse, rechazando esos pensamientos en favor de lo que creyó algo de cordura.







“-No te creo. ¡Demuéstramelo!”







Los ojos del adulto estaban inyectados en sangre y de pronto Helena sintió miedo por lo que podría estar pensando. Siempre había sido muy duro con ella y, a pesar de todo, su padre era la persona a la que más había admirado nunca, quizás la única.







“-Soy tu hija. ¡Por el amor de Dios! ¡¿Por qué no me crees?! Ya te lo he demostrado. ¿No es suficiente con mi comportamiento de estos días? ¿Por qué iba a grabar un video así? ¿No ves que me han estado utilizando? ¡Nunca has confiado en mí!”







Una lágrima partió de sus brillantes ojos azules, recorriendo su rosada mejilla, cerca de la comisura de sus labios. Miró a su padre con ojos de fierecilla asustada sin saber que con ello únicamente estaba incitando las ansias del depredador.







“-¿Así que no puedes evitarlo? ¿Sin importar cual sea la orden?”







La pregunta puso al fin sobre aviso a la pequeña que empezó a temerse lo peor. No se veía capaz de adivinar lo que su padre estaría pensando y de pronto entendió lo increíble que era su historia. Y, a pesar de todo, era la pura verdad.







“-¡Sí! Ya te lo he dicho ¿Cómo quieres que te lo demuestre?”







Los peores temores de don Rafael empezaban a confirmarse, ¿estaba su hija tratando de seducirle? Y de pronto este pensamiento, en sí morboso, empezó a tornarse en indignación al pensar el viejo que había sido tomado por tonto.







Su propia hija estaba tratando de jugar con él de forma burda, más propia de una niña que de la adolescente que era. No podía creer que le diera credibilidad a una fabula tan burda e infantil. Y, por algún motivo, en lugar de enternecerle, aquella chiquillada hizo que se enfiereciera aún más con su hija por su pobre desarrollo mental.







Don Rafael, como buen facha, era un perfeccionista con todo lo ajeno y, en especial, con los miembros de su familia. Su mujer y su hija debían ser intachables. Aunque ello implicara tener una vida sexual monótona y aburrida, tan sólo aderezada con sus esporádicas escapadas en las que, oculto en la noche, se iba de putas.







Por eso le enfadó tanto descubrir que su hija, además de ser una guarra, demostrase tan poca madurez mental. Tan cegado estaba por la rabia que llegó a olvidar lo dura que estaba su poya al ver aquel coño en pantalla. Así que, cegado por la rabia que sentía, decidió darle a aquella niña mimada una lección que no iba a olvidar.







“-¡Levántate el vestido! Cómo no lleves bragas te vas a arrepentir.”







No hay palabras que puedan describir la expresión de Helena cuando escuchó aquella orden. Aún le temblaban las piernas cuando se puso en pié y se levantó la falda desde un lugar donde su coño fuera claramente visible para su padre. Sabía que el viejo iba a estallar de rabia, pero era incapaz de desobedecer una orden tan clara.







“-Lo sabía. ¡Helena, eres una zorra!”







El viejo don Rafael no podía pensar con claridad. A pocos metros de su cara volvía a encontrarse el precioso coñito adolescente de su hija. Era una imagen que, aunque no quisiera admitirlo, estaba empezando a obsesionarle. Y aquella endiablada voz en su cabeza que no cesaba de atormentarle estaba empezando a anular sus defensas. Ya apenas podía pensar al mismo ritmo que latía su poya.







“-Pues si es así, ponte de rodillas y chúpasela a papá.”







Dos gruesos lagrimones surcaban aún los carrillos de la pequeña mientras se arrodillaba frente a su padre incapaz de afrontar su destino. Aún tuvo fuerzas para resistirse en un susurro mientras llevaba su pálida mano a la entrepierna de adulto.







“-Por favor… ¡no me obligues a hacer esto!”







Don Rafael parecía haber perdido el sentido de la realidad. Creyó estar soñando mientras veía como su pequeño angelito introducía una mano por la bragueta de su pantalón para extraer la dura verga que escondía. El frio tacto de la mano de su hija le arrancó el primer suspiro. Y de pronto sintió la cálida presión de unos labios rodeando su glande para dar paso a una húmeda boca.







De pronto el adulto creyó volver en sí, saliendo de su ensoñación, y se topó de lleno con la mirada suplicante de su hija. No podía creer lo que estaba pasando. Su propia hija estaba de rodillas, practicándole una felación y él era incapaz de evitarlo. Veía impotente cómo su instinto actuaba libremente. Era como si su propio cuerpo no le respondiera.







Las dos manos del adulto habían ido a posarse sobre la nuca de la jovencita y con sus caderas se follaba impúdicamente la castigada boca de su hija, provocando un sonoro chapoteo que llenaba el ambiente de toda la estancia. La chiquilla, en lugar de resistirse, parecía esforzarse en pasarle la lengua a cada rato devorando su poya como una auténtica profesional.







Don Rafael se maldijo una y otra vez por no detener aquello mientras su mirada se perdía entre los senos de su hijita. Con las embestidas, el escote de su vestido se había descolocado dejando sus dos firmes pechitos al descubierto con los pezones de punta.







El viejo trató de desviar su mirada cometiendo el error de posar sus ojos sobre el rostro angelical de su hija. La imagen de su pequeño ángel mancillado, con su rubio moño medio desecho, la expresión compungida y las mejillas sonrojadas, mientras su dulce boquita engullía una y otra vez su duro falo, era mucho más de lo que el veterano político era capaz de asimilar.







Sintió una descarga eléctrica que le recorrió de los tobillos hasta lo alto de la columna vertebral y una cantidad inconcebible de semen salió a borbotones de su palpitante estaca inundando de fluidos el esófago de su propia hija. Cerca estuvo de perder el conocimiento y por unos momentos creyó que iba a tener un infarto.







Pero, a pesar de la increíble cantidad de semen paterno que había tragado, Helena seguía mamando incansable aquella poya que no había llegado a soltar ni un segundo. Tal era su grado de obediencia que tenía que seguir mamando aun sabiendo ya que su padre había terminado. Por eso no se detuvo hasta volver a levantar aquel mástil. Tuvo que ser el adulto quién, en un achaque de cordura, la apartó de un manotazo forzando al fin que se detuviera.







“¿Qué haces? ¿Estás loca? ¿Es que no sabes parar?”







A estas alturas, ya no sabía muy bien cómo actuar. Acababa de derramar su simiente en los labios de su única hija y un creciente sentimiento de culpa empezaba a abrirse paso en su locura. Aunque, como ya era costumbre, enseguida hallo una justificación para su propia maldad. Seguía sin creerse ni una palabra.







“-¿Acaso no es esto lo que querías? Lo llevas buscando desde hace tiempo.”







Helena aún tuvo que tragar parte del semen que había quedado desperdigado en su boca antes de poder hablar. Lo hizo ya casi sin fuerzas, empezaba a importarle poco como acabará todo aquello.







“-¡Ya te lo he dicho! Sólo hago lo que me ordenas. No puedo hacer otra cosa.”







Aquello sonó más a una súplica o sollozo que a la respuesta cabal que el adulto esperaba. Ni por asomo iba a tragarse esa sarta de majaderías y, a pesar de todo su hija parecía empeñada en seguir con su absurda historia. Empezó a dudar de su salud mental.







“-¿Vas a decirme que no has disfrutado? ¡Contesta!”







Llegados a éste punto Helena no pudo contener la mirada y bajó la vista apartando sus ojos de los de su padre. Tenía que contestar, no había otra salida, y a pesar de ella opuso más resistencia incluso que cuando, segundos antes, se había rebajado a chupar ese sucio miembro. Pero no podía asumir la vergüenza que iba a conllevar su sincera respuesta, la única que podía salir de sus labios.







“-Sí, he disfrutado chupándole la poya a mi padre”







Inmediatamente, el falo del adulto dio un respingo ante aquella revelación. Se veía incapaz de prever las consecuencias de todo aquel sinsentido y, sin embargo, permaneció de pié, en su estudio, con su poya brillante y erecta sobresaliendo por la bragueta de su pantalón sin hacer nada por terminar con la situación.







Frente a él, su preciosa hijita, la joya de su familia, seguía de arrodillada en el suelo con algunos rastros de lefa todavía calientes resbalando por su bello rostro. Su poya volvía a estar como una estaca y sintió como las palabras salían por si solas de su boca.







“-Tócate para mí.”







Helena sentía como una auténtica batalla se libraba en su interior. Aquello era lo más humillante que le había sucedido en toda su vida, mas que nada de lo que hubieran podido hacerle ninguno de su compañeros de clase y, a pesar de ello, para su vergüenza, el morbo había hecho mella en la jovencita. Su perfecto coñito redondo le ardía como nunca. Por eso se sintió en parte aliviada al escuchar aquella nueva obscenidad de su padre.







Sus últimas esperanzas de resistencia se habían esfumado al escuchar su propia confesión. Ahora lo único que importaba ya para ella era llegar por fin al ansiado clímax. Por eso no titubeo al levantarse, ni siquiera cuando, tras sentarse cómodamente en el escritorio, se levantó la falda del vestido y separó las piernas para que su coño fuera bien visible a la ansiosa mirada de su progenitor.







Don Rafael contempló extasiado como su pequeña se humedecía con la lengua dos de sus finos dedos y, sin dejar de mirarle a sus ojos, los llevaba a su entrepierna para empezar a frotarse el clítoris como si su vida dependiera de ello. Su otra mano deambulaba entre sus pechos, martirizando alternativamente uno y otro pezón con su uñas.







Su pierna derecha se mantenía flexionada, con el pié sobre la mesa, mientras su otra pierna colgaba del escritorio haciendo contrapeso y ofreciendo al excitado papá una inmejorable visión del coño de su hijita abierto ante sus ojos de par en par. Su mano conocía bien el caminito que conducía al éxtasis y pronto empezó a jadear sonoramente. Y, a pesar de todo, aún hizo un último esfuerzo para hacer entrar a su padre en razón.







“-No… ¡mmmm! me esperaba esto de ti. ¡mmmm! ¡ahhhh! ¿Tú también… ¡mmmmm! ¡oh!, ¡oh!, ¡oh!… vas a usarme cómo si fuera una muñeca? Esperaba… mmm… más de ti… ¡ufff! Papa.”







Pero, por mucho que se esforzaba, nada de lo que dijera resultaba creíble mientras siguiera hablando sin dejar de masturbarse. A duras penas era capaz de contener los gemidos para decir mas de cuatro palabras seguidas. Le resultaba imposible mantener la compostura mientras su propio dedo corazón taladraba sin piedad su mojada hendidura, por eso no sonaba nada convincente.







El efecto, como era previsible, fue el contrario al esperado. El adulto pudo percibir el vicio que exhalaba la encendida mirada de su hija. Desde su punto de vista aquella zorrita no estaba haciendo más que provocarle una y otra vez, incitándole a abusar de ella mientras la muy desvergonzada seguía con su sucio jueguecito erótico.







“-mmm ¿No quieres que pare? ¡oh! ¡sí! mmm ¡Haz que pare papaaa! ¡Oooooh! mmm mmm ¡Haz que pare!”







Don Rafael, inmóvil, permanecía boquiabierto al comprobar hasta dónde podía llegar la depravación de su hija. Estaba tan nervioso que todavía no había reparado en que su poya volvía a estar erecta y sobresalía como una lanza de su pantalón. Tuvo que tragar saliva antes de volver a hablar. Estaba harto de juegos.







“-¿Es que acaso no estas disfrutando?”







Helena se había tumbado totalmente sobre el amplio escritorio, dejando su coño alineado con la pantalla del ordenador. No había dejado de tocarse ni por un momento. Mantenía sus dos piernas flexionadas junto al cuerpo mientras su mano chapoteaba incansable en su pegajosa y enrojecida intimidad.







Su otra mano ya había iniciado el camino que conducía a su más preciada cavidad, trazando suaves y placenteros círculos con su dedos alrededor de su culito. Alzó la cabeza antes de contestar, clavando su ardiente mirada en los ojos de su padre, que tenía la vista fijada en los duros pezones que asomaban al caer los tirantes de su vestido. La chiquilla apenas podía hablar.







“-mmm ¡No! rrr ¡ES muy humillante! ¡oh! ¡si! ohoooo! Pero me excita…. ¡ah! ¡ah! ummm …pero me excita. mmm Si sigo asi… mmm ¡oh! ¡ahhhh! mmm me, me… ¡me voy a correeeeeeer!”







Mientras hablaba, aquella chiquilla, había hundido el dedo índice de su manita izquierda hasta el nudillo dentro de su ano. Su otra mano no paraba de castigar su exultante chochito rubio que empezaba a mostrar los espasmos previos a una auténtica erupción volcánica.







”-¿Quién a dicho que podías correrte? ¿no has dicho que me obedecerías en todo? Vamos a ver si es verdad. ¡Ni se te ocurra correrte hasta que yo lo diga! ¡¿Me has oído mocosa?!”







Don Rafael escucho sus propias palabras y éstas le parecieron irreales. No se reconocía a si mismo. Por suerte, pensó, la bruja de su mujer no estaba en casa y tardaría aún mucho en llegar. Así que al fin decidió dar rienda suelta a la vena sádica que tanto tiempo llevaba pugnando en salir de su interior y apoderarse de sus actos.







Helena sentía como su orgasmo había quedado detenido en mitad del proceso provocándole un tremendo calambre a la altura de sus caderas. Era como si el tremendo placer que precede al orgasmo hubiera permanecido sin llegar a estallar, haciendo enloquecer a la joven. Tan absorta estaba en sus sensaciones que no percibió las maniobras de su padre al acercarse hasta que sintió cómo unas manos le sujetaban ambos muslos, manteniendo su coño expuesto.







Y a pesar del fuerte reparo que sentía, la joven estaba tan excitada que no necesitó una orden para alzar sus caderas en busca de la boca paterna. Necesitaba desfogarse como fuera, deshacerse de aquella embriagadora sensación tan incomoda como extremadamente placentera para hallar al fin la ansiada explosión.







La rasposa lengua del adulto la hizo enloquecer. No recordaba haber estado tan excitado ni siquiera bajo las ordenes de sus depravados amos anteriores. Y lo único que le importaba ya era su propio placer.







Dan Rafael estuvo un buen rato recreándose con el hinchado clítoris de su pequeña que, a estas alturas, estaba duro como una pelota de golf. De su coñito emanaba un espeso liquido blanquecino que el viejo engullía con fruición. Finalmente, embriagado por el aroma de su propia estirpe, se alzó con la dura poya en la mano y, deshaciéndose de sus molestos pantalones, la hundió, entre jadeos, en lo más profundo de su propia hijita.







Estuvo envistiendo a su retoño una y otra vez mientras la dulce rubita, abandonada a sus sensaciones, salía a su encuentro con su caderas para perderse en una bruma de incesante placer. Cada vez estaba más cercana al orgasmo y, sin embargo, el orgasmo no llegaba. Y al cabo del rato sintió, angustiada, cómo el falo paterno se hinchaba y palpitaba, derramando hasta la última gota de su simiente en su interior.







Aquello hizo que la pequeña, por un momento, volviera en sí profiriendo un tímido sollozo. Su padre, al oírla, retiro la poya de su interior provocando un obsceno sonido al sacarla. Después la obligó a ponerse en pié con gesto severo mientras le estiraba de los pelos y le plantó una sonora bofetada en mitad de la cara.







“-¡Eres una puta! ¡Mi propia hija!”







Helena se llevó la mano a la mejilla mientras sollozaba. Observó confundida cómo su padre, enfurecido, le dirigía todo tipo de improperios. El mismo que segundos atrás había estado abusando de ella hasta violarla, ahora quería hacerle cargar con todas las culpas.







Sentía una gran impotencia y unas irresistibles ganas de llorar. ¡Estaba tan humillada! Y lo más desesperante de todo era ser consciente de que su coño seguía pidiendo guerra a gritos.Y, en un último esfuerzo, trató de conseguir piedad.







“-¿Por qué me haces esto? ¡Yo no he podido evitarlo! Ya te lo he explicado. ¡¿Qué más pruebas necesitas?!”







Don Rafal estaba ya hastiado de aquella absurda historia a la que su hija recurría constantemente, tratándole de imbécil. Cómo tratando de ocultar que era ella quién había acorralado a su padre hasta obligarle a follarla. De algún modo aquella mocosa estaba intentando hacer que se sintiera culpable de lo que había pasado y, aunque los remordimientos ya estaban empezando a hacerse notar en su consciencia, no estaba dispuesto a olvidar que había sido ella quién le había arrastrado a tan lamentable situación. Así que se decidió por humillarla una vez más con sus atroces palabras.







“-Si de verdad eres tan obediente, ¿por que no te corres ahora? ¡Va! ¡Córrete para papá!”







El adulto fue lo más despectivo que pudo empleando el mismo tono que usaría al dirigirse a una niña pequeña. Creía que con aquello iba a dejarla descolocada y que, cómo mucho, reaccionaría haciendo alguna de sus guarrerías, ya le daba igual. Tras su segunda corrida empezaba a verlo todo de forma distinta.







Lo que no se esperaba es que su hija se derrumbara de pronto, nada más terminar de pronunciar esa frase. Sus rodillas se doblaron y la muchacha cayó al suelo mientras aullaba de placer y su cuerpo se estremecía en interminables espasmos, retorciéndose sin control.







Al principio creyó que fingía, pero más tarde el adulto empezó a dudar de la salud mental de su hija. La vio en el suelo retorcerse boqueando y babear cómo si tuviera un ataque de epilepsia. Sus manos, por un acto reflejo, habían ido directas a su coño, dejándolo de nuevo al descubierto. Entonces el adulto reparó en la abundante cantidad de flujo que se estaba derramando entre las piernas de la muchacha, dejando un claro rastro en la moqueta de su despacho.







Rafael Argüelles miraba embobado aquella macabra escena. No, su hija no podía estar fingiendo. Aquello era alguna clase de histeria. ¿Tal ves la hipnosis? Y mientras el adulto se hacía todas esas preguntas, su hija permanecía en el suelo tratando de recuperarse del tremendo orgasmo.







Demasiadas sensaciones para el adulto quién, cansado, volvió a sentarse de nuevo en la butaca en la que minutos antes había estado su hija. Frente a él, la pantalla del ordenador seguía reproduciendo el video causante de todo, una y otra vez. Cuando miró a la pantalla volvió a toparse de nuevo con el imborrable discurso de su pequeña a la cámara y la aquella misma frase que le había estado perturbando durante todo el día volvió a resonar en su interior.







“Si tu me lo pides seré también tu putita.”







Miró de nuevo a su hija, cómo tratando de asimilar aún lo que había pasado. Esta vez sintió cierta ternura e incluso compasión por ella, como si al fin estuviera comprendiendo cual era la situación en realidad. Aunque aún se resistía a aceptarlo.







“-Ven aquí pequeña, siéntate en mis rodillas. Quiero comprobar una cosa.”







Helena se sintió reconfortada ante el evidente cambio en el tono de voz de su padre. Acarició un poco su cuerpo, relajada después de aquella corrida descomunal. Y se puso en pié, ronroneando mientras trataba de recolocarse los pechos de nuevo dentro del vestido.







Sin mediar palabra, se sentó obediente en el regazo de su padre cómo lo hacía cuando era una niña. Aún podía sentir como los restos de semen resbalaban de su vagina y, mezclándose con sus propios jugos, se iban deslizando por su rajita hasta mojar sus muslos y su vestido. Pudo sentir como el miembro de su padre crecía de nuevo mientras éste le susurraba al oído.







“-Hazlo otra vez. Vuelve a correrte para papá.”







Y la joven engreída volvió a sentir como su coño estallaba en una inacabable sinfonía de sensaciones que la hacían vibrar y expulsar jugos al mismo tiempo. Sintió que iba a desfallecer cuando sintió la rasposas manos de su padre recorrer todo su cuerpo cómo tratando de averiguar lo que en él estaba pasando.







Primero inspeccionó sus duras tetas puntiagudas metiendo sus rudas manos por debajo de los tirantes del vestido de su pequeña. Sus pezones parecían a punto de estallar mientras su pequeña se retorcía sin parar en un interminable orgasmo.







Más tarde llevó sus manos a la entrepierna de la chiquilla, sorprendiéndose por la cantidad de liquido que la jovencita seguía derramando. La interminable corrida ya había traspasado la fina tela del vestido de la chiquilla y estaba amenazando con arruinarle el pantalón. Tras meter una mano bajo la falda de su retoño, pudo comprobar hasta que punto estaba caliente su pequeña. Y la sacó empapada, desde la punta de los dedos hasta palma.







Continuó pajeándola y martirizándole los pezones hasta que verificó que su pequeña había terminado de correrse. Después la miró a los ojos y hallo en ellos las más absoluta sumisión. Estaba empezando a creer de verdad en todo aquello, por extraño que pudiera parecer.







En la pantalla, de nuevo, volvía a empezar el video y, esta vez, el viejo, se fijó mejor en los detalles. Percibió esa mirada extraña en los ojos de su pequeña. Tampoco se le escapó que continuamente estaba recibiendo ordenes de una u otra persona. Y, por ultimo, lo que más llamó su atención fue el pequeño corte que había en la grabación justo antes de que Helena soltara su discurso de sumisión.







Al fin empezaba a tener sentido toda la historia. Alguien había estado manipulando a su hija y la había convertido en aquello. ¿Pero quién había sido? Y, ¿por qué? Aunque de algún modo esas preguntas iban perdiendo importancia a la vez que aquella maldita voz volvía a abrirse camino en su cabeza:







“Si tu me lo pides seré también tu putita”







El adulto volvió a sentirse como extranjero en su propio cuerpo mientras contemplaba, impotente, como sus propias manos soltaban las duras tetitas de su pequeña tan sólo para volver a desabrochar su pantalón y soltar su sucio y erecto falo de nuevo ante su pequeña.







“-Límpiame la poya con la boca y trágatelo todo.”







Un largo gruñido escapó de sus labios cuando volvió a sentir los labios de su hijita rodear su capullo. Había estado con bastantes prostitutas, pero nunca ninguna le había hecho nada que pudiera compararse a las sensacionales mamadas que le estaba regalando su hijita. El honorable don Rafael se veía incapaz de controlarse a sí mismo y ya ni siquiera la culpa iba a ser capaz de frenarle.







“Al menos nadie lo va a saber nunca.”







Así se decía a sí mismo mientras su mano se perdía de nuevo en el escote de su pequeña. No tardó en explotar otra vez, derramando hasta la última gota en aquella boquita que tantas otras veces había tenido que alimentar, aunque jamás de forma tan placentera.







Entonces una loca idea asaltó su mente y, mientras su hijita seguía sacándole brillo a la herramienta, decidió contestar aquel correo electrónico que tanto placer le había proporcionado y, sintiendo aún la cálida lengua jugando con su enorme glande, se dispuso a escribir una sentida respuesta.







“Gracias por éste regalo. Siempre les estaré agradecido. Quedo a vuestra disposición. Atentamente –Rafael Argüelles-“








Y tras darle al botón de enviar, obligó a Helena a ponerse en pié mientras le tiraba del pelo y le hundió de un sólo golpe el dedo corazón hasta el fondo del culo. El adulto había perdido por completo los papeles pero ya le daba igual. Tiró de la rubia cabellera, retorció el dedo que había clavado entre las suaves nalgas y diciéndole todo tipo de obscenidades la obligó a venirse una vez más.





El poder de osvaldo 23: secretos de familia.



Sandra se despertó con el coño en llamas. Todavía conservaba en su labios un agrio sabor a semen. La noche anterior, como tantas otras, su hermanito le había obligado a chupársela hasta vaciarse en su boquita. Y ella se había tragado toda su corrida sin rechistar.



No conseguía entenderse a sí misma. La situación era humillante y seguía degradándose cada vez más, sin embargo, por mucho que lo intentara, era incapaz de oponerse a los deseos de su hermano. Y, muy a su pesar, la situación empezaba a gustarle.



No podía negar que todo aquello la excitaba más que nada de lo que hubiera experimentado en su vida anterior. Se sentía sucia y humillada. Y eso la ponía a mil. Nunca se había masturbado tanto como durante aquellas últimas semanas. Sentía que se iba a deshidratar de tanto correrse y, aún y así, no se quedaba satisfecha hasta sentir la larga, estrecha y muy dura poya del pequeño Juanito clavándose en su hambriento y excitado coño.



Cada vez disfrutaba menos de los asépticos y desangelados polvos que le echaba su novio las pocas veces que conseguía mantener su erección. Y la excitación de la joven muchacha no paraba de crecer exponencialmente. Comenzó a modificar sus hábitos de forma inconsciente. Lo cierto es que Sandra nunca había sido demasiado recatada. Sin embargo, sus faldas y sus escotes empezaron a acortarse cada vez más hasta reducirse a su mínima expresión hasta el punto de empezar a llamar la atención por la calle.



No es que antes hubiera pasado desapercibida. Sus enormes y bien formados pechos adolescentes, unidos a su larga melena pelirroja y sus grandes ojos verdes, siempre habían hecho estragos. Pero, últimamente la cosa se estaba yendo de madre y empezaba a escapar a su control. Cada vez eran más los hombres que se acercaban a susurrarle asquerosidades al oído sin que pareciera importarles su temprana edad. Algunos llegaron a propasarse tanto con la chiquilla que habrían estremecido al mismo marques de Sade.



No había día en que alguien no aprovechara las aglomeraciones de la hora punta para recrearse con los atributos de la pequeña lasciva. Nunca profirió un sonido, ni una sola queja. Se limitaba a dejarse hacer cada vez que un desconocido posaba sus manos o su paquete sobre ella, sin importarle si lo hacían de forma más o menos disimulada. Y, en mas de una ocasión, ella misma los buscaba.



Su coño siempre estaba mojada, manteniéndola en un estado de excitación febril. Aprovechaba cualquier momento para desfogarse, desde primera hora de la mañana, utilizando para ello sus manos o cualquier objeto que tuviera a su alcance. Pero lo único que conseguía era estar cada día más cachonda.



La mayoría de sus recuerdos seguían reprimidos, pero estaban haciendo meya en el subconsciente de la pelirroja. Cada vez que pensaba en su novio o sus amigas miles de imágenes obscenas cruzaban por su mente sumergiéndola de nuevo en su particular ensoñación. No había compañero o compañera suya de clase a quién no visualizara teniendo sexo en las más variopintas formas y posturas. Era como si conociera su olor, su sabor.



Por supuesto ella no sabía que había saboreado ya muchas veces todas y cada una de aquellas poyas y aquellos coños. Era como si su cuerpo tratara de avisarla de lo que estaba sucediendo y de lo mucho que le gustaba en realidad su nueva vida. Y así fue como, progresivamente, su vida se había ido adaptando a los condicionantes que le habían sido dados.



Osvaldo le causaba una especial turbación. Recordaba muy bien el poco respeto que ella y sus amigas habían mostrado siempre por el chico. Sin embargo, ahora era incapaz de pensar en él sin llegar a marearse de la excitación. Le veía como una fuente inacabable de placer y depravación. Sentía que haría cualquier cosa que él le pidiera por retorcida que fuera, pero no era capaz ni de hablarle. En lugar de eso se limitaba a exhibirse ante él, insinuándose a todas horas, como una vulgar puta de carretera. Y lo único que conseguía eran algunas miradas fugaces a sus atributos.



Osvaldo ya había tenido tiempo para disfrutar de aquel joven y voluptuoso cuerpo. Ahora prefería observar como su esclava evolucionaba por sí misma con los condicionantes que Inés le había introducido. Se recreaba viendo como su amada quebraba la voluntad de sus amigas, transformando su personalidad al gusto de su nuevo amo, un gusto perverso.



Sandra se pasaba el día tan cachonda que comenzó a reproducir en su vida consciente todas las atrocidades a las que sus manipuladores compañeros la habían inducido. Empezó por cogerle el gusto a humillar al estirado de su novio. Enseguida se dio cuenta que aquel panoli era incapaz de dejarla y dio rienda suelta a sus mas bajos instintos. Le gustaba comportarse como una puta con todo el mundo cuando estaba con él y, en más de una ocasión, terminó por tener sexo en su presencia.



También se insinuaba con sus amigas a todas horas. Llegó a tener más de una discusión con Helena por este motivo. Su amiga, siempre tan estirada, también había sufrido un cambio espectacular en los últimos meses. Parecían excitarle aquellos juegos, aunque nunca dejó que pasara de unos roces aparentemente no tan casuales.



Otra historia fue lo que sucedió con Inés, la auténtica artífice de todo, quién enseguida descubrió que le daba mucho más morbo dejar que su amiga le comiera el coño conscientemente, después de suplicarle, que cualquier otra cosa a la que hubiera podido obligarla.



Pronto no hizo falta inducirla a nada, pues era ella misma quién perpetraba con gusto todo tipo de actos obscenos. No tardó en observar que podía doblegar la voluntad de sus compañeros para su propia conveniencia como hacía su hermano con ella. Y pronto aceptó como naturales todas las cosas que en ese instituto pasaban.



Cada noche esperaba con ansia a que su padre se durmiera para recibir a su hermano, quien venía a someterla de todas las formas imaginables. Era incapaz de negarle nada ni de ocultárselo. Él sabía perfectamente como quería ser tratada. Y nada le ponía más que ver a su tierno e inocente hermanito rebajándola como a la peor de las putas. Follaban todos los días. Ella siempre se dejaba dominar. Pero aquella mañana su excitación desbordaba todos los límites. En su mente aun guardaba aquél último polvo y la imagen de un sueño del que no sabía si era un recuerdo o un producto de su imaginación.



Llevó su mano hasta la parte superior del pantalón de su pijama y lo encontró tan mojado que la tela se había adherido a su piel. Un fuerte olor a sexo y excitación invadió la atmosfera al retirar las sabanas de su cama. Sandra estaba inspeccionando el alcance de la mancha de humedad que había producido en su pijama, la cual prácticamente le llegaba a medio muslo. No pudo reprimir el impulso de introducir una mano por debajo del elástico de su pantalón para tantear la zona afectada, frotando con fuerza su enhiesto clítoris que ya amenazaba con estallar a una hora tan temprana.



Deslizó dos dedos en su encharcada vagina y empezó a chapotear en su cueva mientras pensaba todo tipo de guarradas. Se imaginó a su querido padre mirándola, poya en mano, y eso le dio un morbo descomunal. También fantaseaba con su hermano jodiendo a su propia madre. Sus dedos entraban y salían de su coño a gran velocidad. Pero enseguida supo que con eso no tendría bastante. Así no se iba a correr. Necesitaba a su hermano.



Normalmente Juanillo no se arriesgaba a visitarla por las mañanas, a menos que su padre estuviera de viaje, pues sí bien iba a acostarse siempre temprano, también se levantaba igualmente pronto. Pero aquel día Sandra ansiaba tanto su ración de poya que salió en busca de su hermanito sin importarle lo que pudiera suceder.



Avanzó silenciosamente por el pasillo de la casa hasta alcanzar la habitación en la que su hermano aún dormía. Todo estaba en silencio y la pelirroja pensó que no había peligro, pues su padre seguía sin dar señales de levantarse. A pesar de ello puso sumo cuidado al abrir la puerta de la habitación y avanzó, ajustando la puerta tras de sí para evitar hacer ruido al cerrarla.



Frente a ella, su hermano estaba tumbado de lado en su cama, con las sabanas tapando su cuerpo hasta la cabeza. Al verle dormido, nadie habría dicho que aquél chavalín fuera capaz de doblegar a un bombón como su hermana.



Sandra entró en la habitación ronroneando como una gatita. Miró a su hermanito con ternura y, lentamente se fue acercando al borde de su cama. Permaneció ahí unos momentos, viendo como su hermanito descansaba, ¡estaba tan mono! Iba a desistir de su propósito cuando sintió como el chiquillo se revolvía en la cama, destapando parcialmente su cuerpo y dejando la parte inferior al descubierto. Su cara y su torso quedaban cubiertos por la sabana que se había enrollado en su torso, dejando el resto expuesto,  y su poya, aún en reposo, se marcaba claramente bajo la tela del pijama.



Aquello la envalentono a alargar la mano y palpar esa masa de carne que no tardó en liberar de su pantalón. Se sentía la más sucia de las mujeres, pero eso no impidió que se recostara en la cama y se metiera en la boca aquel pene dormido, degustando el aroma a coño con el que ella misma lo había embadurnado la noche anterior.



Estuvo chupándo la poya de su hermanito en silencio durante unos minutos, sintiendo como crecía en su interior, mientras se acariciaba lentamente por encima del pantalón. Cuando sintió que su hermano empezaba a despertarse, aceleró el ritmo de su mamada hasta que al fin sintió las manos del adolescente sujetándole la cabeza con fuerza, entonces supo que había despertado. Ésta vez era distinta, le gustaba tener el control.



“-Mfmmmm, Sandra, ¿qué haces?”



Para Juan fue todo un shock despertarse con su hermana mayor enganchada a su poya. Lo cierto es que ya había interiorizado que podía hacer con ella lo que quisiera, pero aquello estaba escapando a su control. Y al mirar a su hermana a los ojos, con su poya metida en la boca, se dio cuenta de lo bonita que en realidad era.



“-¿Que te pasa, hermanito? ¿No te gusta?”



Aunque solo fueran unos segundos los que Sandra tardó en volver a agarrar su poya, se le hicieron eternos. Por eso, en lugar de contestarle, la cogió por el pelo obligándola a tragarse su falo hasta el fondo de la garganta. Pero Sandra no estaba dispuesta a ceder el control y siguió mamando con fuerza hasta que la mano de su hermanito dejó de sujetarla.



Iba haciendo pequeñas pausas en su felación para luego volver a chupar con más fuerza. Quería llevar a su hermano hasta los límites de la excitación. Cuando sintió que iba a correrse le apretó fuerte la poya por la base, interrumpiendo su hermano y con una voz de salida que resultaba apenas reconocible empezó a susurrarle obscenidades al oído.



“-¿Vas a follarme hermanito? ¿Vas a hacerme tu putita?”



Estaba mirando a su hermano fijamente a los ojos mientras desabrochaba la parte superior de su pijama, liberando sus duras e hinchadas tetas ante la atenta mirada del adolescente. Después dio media vuelta, y gateó sobre la cama hasta postrarse ante su hermano a cuatro patas de modo que su culo y su coño quedaban expuestos ante el menor, así como la gran mancha de humedad que se apreciaba en su pijama, más espectacular si cabe vista desde atrás, en esa postura.



Sus sensuales pechos colgaban firmes apuntado hacia el suelo con sus duros pezones. Sandra miró a su hermano con ojos de infinita depravación mientras deslizaba la goma de sus pantalones sobre sus nalgas hasta medio muslo, mostrando su gran coño supurante a unos pocos centímetros de la cara de su hermano menor.



Para Juanito aquel fue el momento culminante de toda una serie de acontecimientos que para él empezaron muchos años atrás, cuando su hermana empezó a desarrollarse. Siempre había estado obsesionado con ella, desde bien pequeño. La había espiado en infinidad de ocasiones cuando se cambiaba o cuando traía a sus novios a casa. Aunque, por muchas pajas que se hubiera hecho pensando en ella, nunca imaginó que llegaría un día como aquel.



Se sentiría por siempre agradecido a Inés, su ángel, su salvadora, sin la cual nunca habría osado ni soñar en todo aquello. Ella fue quién le explicó como podía someter a su hermana, como manipularla hasta doblegar su voluntad. Y, aunque sabía muy bien que su ama vendría algún día a reclamar su deuda, al pensar en su hermana ofreciendo su sexo mojado, sintió que valía la pena.



El pequeño Juan estuvo contemplando aquel glorioso coño durante unos minutos. Su hermana tenía un coño grande y majestuoso, coronado por dos gruesos labios exteriores y una mata de pelo rojizo perfectamente recortada. Vista desde atrás, con la perspectiva privilegiada de la que en ese momento estaba gozando su hermanito, podía apreciarse perfectamente la humedad que emanaba de su enrojecida hendidura, resbalando por su vulva.



“-¡Vamos, cerdo! ¡¿a qué esperas?! ¡lléname el coño de leche!”



Sandra tenía la voz tan ronca por la excitación que sus palabras parecieron más un gruñido que una súplica, pero cumplieron con su función. Aun no había terminado la frase y ya estaba empalada con la durísima herramienta del “chiquitín”.



Juanillo le tiraba del pelo y le apretaba fuerte los pechos. Le susurraba tremendos insultos. La llamo “golfa” y “puta”, como a ella le gustaba. Y, aunque procuraron no hacer nada de ruido, la cosa se les fue de las manos, alertando a alguien más en la casa.



El pequeño Juan tenía la vista fija en el enorme trasero de su hermana, hipnotizado por la manera en que su poya era engullida por aquel coño hambriento. Por eso, aunque estaba de frente, no pudo ver como se abría la puerta que daba al pasillo.



Sandra, en cambio, pudo ver como aquella puerta se abría y a su padre emergiendo tras ella. El shock les dejó a ambos paralizados mirándose frente a frente, al contrario de Juanito, que siguió embistiendo a su hermana como si no hubiera un mañana. Fue entonces cuando se vio superada por el morbo de la situación y empezó a mover sus caderas saliendo al encuentro de su hermanito y acelerando las embestidas hasta lograr que se derramara al fin.



Los dos hermanos se corrieron al unísono y, esta vez, Sandra no hizo el más mínimo esfuerzo por contener sus alaridos mientras se corría salvajemente en presencia de su padre. Le miró fijamente a los ojos mientras sentía a su hermano vaciar su carga en ella hasta llenarla por completo. No le estaba mirando como lo haría una hija, lo hizo con lascivia, con vicio, como si fuera una perra en celo.



Sólo entonces el adulto reaccionó.  Se veía claramente superado por las circunstancias. Encendió la luz de la estancia con el interruptor que tenía a su izquierda y empezó a increpar a sus hijos visiblemente nervioso. No paraba de gesticular.



“-¡Juan! ¡Sandra! ¡¿Se puede saber que estáis haciendo?! ¡¿Es que os habéis vuelto locos?!”



Para Juan aquello fue el fin del mundo.  De un salto fue a parar al final de la cama y trató de cubrirse los genitales con un cojín. Estaba pálido como una hoja de papel y sus ojos temblorosos no cesaban de divagar entre su padre y su hermana. Al contrario que Sandra, quién no pareció ni inmutarse y se limitó a sentarse en la cama con las piernas cruzadas, mostrando su coño abierto ante su padre.



Aquello era demasiado para el adulto quién, muy a su pesar, empezaba a ser consciente de la creciente presión que pugnaba por manifestarse bajo su propia bragueta. Se sintió perdido y, saliendo de la habitación, optó por cortar la situación de raíz.



“-¡Os quiero listos en cinco minutos! Tenemos que hablar.”








El poder de osvaldo (24: Tarde de tutorías)



El adulto avanzaba como un zombi por los pasillos desiertos de aquel instituto. Su entorno se le antojaba teñido por un halo de irrealidad, en parte debido a la tormenta de sensaciones que se alojaba en su interior. No podía sacarse de la cabeza la escena que había presenciado la noche anterior. La expresión perdida de su hija, Sandra, mientras su propio hermano la penetraba una y otra vez, era como una pesadilla que se repetía en su memoria. Y, justo al día siguiente del traumático descubrimiento, le llamaron del instituto para que acudiera esa misma tarde por un tema relativo a sus hijos, a los dos. 



“-Es un tema delicado, sería mejor que pudiéramos comentarlo en persona.” 



Eso era todo lo que le habían dicho sobre el asunto que iban a tratar. Estaba aterrorizado, especulando con las posibilidades de que la llamada tuviera alguna relación con su reciente descubrimiento. De todos modos, aunque aquello no tuviera nada que ver con el secreto que le atormentaba, a cualquiera se le haría difícil mantener una tranquila charla sobre la educación de sus hijos después de haberles visto follar entre ellos. Así que aquél era el último lugar del mundo en el que querría estar en ese momento. 



Tan metido estaba en sus pensamientos que no reparó en las múltiples señales de que algo extraño estaba pasando en aquel instituto. No se fijó en las expresiones ausentes de los pocos estudiantes con los que se cruzó. Tampoco prestó atención a los murmullos que surgían esporádicamente del interior de las aulas ni a la monótona e incomprensible letanía que se repetía constantemente por el sistema de megafonía. 



Desde que entró en el edificio se había sentido como transportado, empujado a lo más profundo de sus pensamientos. De algún modo consiguió encontrar la sala de profesores y, al llegar, alguien le dijo que su mujer había empezado la reunión sin él. 



“-Querrá decir mi exmujer.” 



Por mucho que trataba de ocultar su malestar, su incomodidad era más que evidente. La secretaria que le atendía enseguida se hizo cargo de la situación. Trató de calmarle y le invitó amablemente a sentarse en la salita de espera mientras terminaban la reunión. Ni siquiera se molestó en esperar su respuesta, directamente le acompañó hasta el lugar. 



Todavía no se había dignado a mirar a la persona con la que estaba hablando. De pronto se dio cuenta de lo hermosa que era aquella secretaria, llamaba mucho la atención para el trabajo que desempeñaba. Sin embargo, pensó que la ropa con que iba vestida era más propia de una prostituta que de alguien que trabaja con adolescentes. Llevaba un pantalón corto tan ceñido que, por poco, no mostraba, además de sus nalgas, los labios de su vagina.  



Sin duda las cosas habían cambiado mucho desde que él estudió, pero… ¿tanto? 



La sala de espera estaba en un cuartito rectangular sin ventanas, con tres sofás distribuidos en forma de “L”. En él había algunas personas esperando en silencio, así que ninguno de los asientos quedaba enteramente libre. Al volverse para mirar dónde iba a sentarse, descubrió la preciosa sonrisa de una mulatita que estaba sentada en el sofá de su derecha. 



Se miraron unos segundos y, antes de que pudiera decir nada, la chiquilla se incorporó y se apartó a un lado para hacerle sitio, sentándose en las rodillas de su acompañante. No pudo evitar fijarse en las curvas que dibujaba su uniforme escolar. Aunque estaba un poco entrada en carnes, la chica lucía un cuerpazo espectacular, con un culo grande y redondo y unas enormes y compactas tetazas que destacaban aún más debido a su corta estatura. 



Lo cierto es que, de no ser por la faldita a cuadros y el lugar en que estaban, nunca habría adivinado que aquella muchacha estuviera en edad de ir al instituto. Es decir, que tuvo que hacer un enorme esfuerzo para dejar de mirarle las tetas antes de que alguien lo notara. Le ponía nervioso no controlar su lívido. 



Lo peor fue que, al recostarse en el respaldo, se dio cuenta de que la falda de la chica se había levantado al sentarse y quedaba colocada de un modo que, desde dónde él estaba, podía verle perfectamente las nalgas y el tanga azul que llevaba. Casi inmediatamente empezó a sudar, tratando de desviar la mirada.  



Intentó distraerse observando a las otras familias que esperaban en aquella habitación. 



En el sofá que había junto al suyo, se sentaba una señora de mediana edad con sus dos hijos, un chico y una chica, que contarían con una edad parecida a la de sus propios hijos. No es que les sobrara espacio para sentarse, pero estaban los tres tan pegaditos que le pareció que aquello rozaba los límites de la decencia.  



El cuadro lo completaba una parejita que se sentaba en la butaca del fondo, algo más estrecha. Sin ninguna duda eran madre e hijo, pues el parecido entre los dos resultaba evidente. Ella tendría unos cuarenta y pocos años. Era delgada y su escote insinuaba unos pequeños, pero bien formados pechos. Tenía un bonito rostro, pecoso y de facciones finas. Llevaba el pelo recogido en un elegante moño y lucía un sencillo vestido Lacoste.  



Junto a su madre, por no decir encima, había un chico pelirrojo de expresión tímida. La cabeza del chiquillo había resbalado sobre el torso de la elegante mujer hasta quedar apoyada directamente sobre uno de sus pechos. Tras contemplarles por un rato, al adulto le dio la impresión de que aquella mujer no llevaba sujetador. Y, enseguida, se avergonzó de haberle mirado las tetas descaradamente a una madre en el colegio. 



Se sentía sobreexcitado, muy tenso, y había algo en el ambiente que le inquietaba. Fue por la suma de detalles que iba observando en aquellas personas. Como la forma casi imperceptible en que la muchacha que se sentaba a su lado estaba moviendo las caderas sobre los muslos de su papá, cada vez más cerca de su ingle. O las miradas furtivas que aquel hombre lanzaba discretamente sobre el culo de su propia hija cada vez que podía.  



También estaba el asuntillo que se traía entre manos el adolescente que había en el sofá de su derecha quien, oculto a las miradas, parecía mover sus manos sospechosamente entre el respaldo y las mujeres que le acompañaban. Resultaba imposible sondear las caras de póker que mantenían tanto su madre como su hermana.  



En cuanto a la respetable señora que yacía con su hijo en el rincón de aquella sala, habría jurado que las manos del muchacho no cesaban de ascender por sus muslos, subiendo ligeramente la falda de su vestido. 



En un momento dado pensó que estaba desvariando. Sin duda, lo vivido la noche anterior le había trastornando aún más de lo que podía suponer. Ahora creía ver señales de incesto en todo lo que le rodeaba. No podía evitar pensarlo, a pesar de que sabía en el fondo que probablemente no era real.  



Trató de evadirse intentando descifrar la cacofonía que repetían incesantemente los altavoces del instituto. Estaba claro que el sistema se había averiado. A ratos, parecía escucharse alguna palabra inconexa entre aquel barullo de sonidos. Aguzó el oído y pudo llegar a distinguir varias de esas palabras hasta hilvanar una frase completa. 



“-Obedecer es placer.” 



Fue prestándole más atención hasta que, finalmente, comprobó que se trataba de varias frases en secuencia repitiéndose al unísono, como si se hubieran mezclado varias grabaciones. Y así, frase a frase, pudo ir descifrando el contenido de la misteriosa emisión. Y se escandalizó al comprobar que no contenía más que obscenidades. 



“-Obedecer es placer. Placer es obedecer. Obedecer es placer, placer es…” 



 “-Estas caliente. Estas excitado. Estas cachonda. Estas excitada...” 



 “Follad!¡Follad! ¡Follad!¡Follad!” 



“-La familia unida, folla unida. La familia bien, folla también.” 



No podía creer lo que estaba escuchando y, sólo entonces, fue consciente de que algo realmente extraño estaba pasando en aquel instituto. Volvió a mirar a su alrededor, analizando su entorno esta vez con nuevos ojos y confirmó que, lo que estaba sucediendo, no tenía nada de normal. Y los actos de incesto, aunque discretos, le resultaron al fin evidentes. 



La mulatita que se sentaba a su lado restregaba ahora su enorme culazo de escolar directamente sobre la entrepierna de su papaíto sin ningún disimulo. No se escondían, el acto era evidente. Y la muy puta había empezado a gemir claramente.  



No reaccionó hasta ver como la negrita deslizaba una mano por debajo de su culito para acariciarle el paquete a su padre. Aquello fue demasiado. La indignación que sentía le obligó a intervenir. 



“- ¡Oiga! Córtense un poco, ¿no? Además… ¿no será esta su hija? Porque igual hay que avisar a la policía… ¡Qué poca vergüenza!” 



Lo cierto es que, después de aquella escena, esperaba que se iba a crear una situación violenta. Pero la reacción de los presentes le descolocó por completo. Todos le miraban con cara de alucinados, como si hubieran visto a un extraterrestre. Nadie se movió. 



El primero en hablar fue el padre de la negrita. Obligó a su hija a hacerse a un lado para incorporarse y, con aire tranquilo y relajado, se encaró a nuestro protagonista. 



“-Hace mucho que no vienes por aquí, ¿verdad? Creo que te va a sorprender cuánto han cambiado las cosas en éste instituto.” 



Si sus palabras resultaban inquietantes, mucho más lo era su sonrisa. Nuestro amigo quiso levantarse, pero una orden se lo impidió. No entendía lo que sucedía. Estaba empezando a asustarse. Miró a los ojos de aquel hombre corpulento que se le acercaba peligrosamente y halló en ellos un brillo que le hizo sentir que no tenía escapatoria. 



“- ¡Así me gusta! Ahora vas a estar quietecito un rato mientras te explico cómo están las cosas. Verás, sé que te costara de creer, pero ahora todos obedecemos a un mocoso, un alumno de este mismo instituto. Todos le servimos en sus retorcidos caprichos, desde la directora, hasta el último alumno, pasando por el personal y la asociación de padres. A los que le servimos bien, nos da ciertos privilegios. A mí, por ejemplo, me deja estar consciente y follarme a esta preciosidad de hija que tengo a todas horas. Otros no tienen tanta suerte. Y tú, como todos los demás, has caído en su trampa y estás bajo su poder desde el mismo momento que atravesaste la puerta del instituto.” 



Apenas podía creer lo que estaba oyendo. Las palabras le sonaban distantes, como en un sueño. Todo era un disparate y, nuestro aturullado amigo, empezó a plantearse que lo que estaba viviendo no era real. Tal vez fuera un sueño o una pesadilla de la que no conseguía despertar. Decidió tomar una actitud pasiva. 



“- Ya no estás tan envalentonado, ¿eh? ¿No dices nada? Bien, veo que empiezas a aceptar la situación. No te preocupes, estoy convencido que esto te va a gustar tanto como a mí. Pero, primero, tienes que aprender las reglas.” 



No pudo prever a que se refería con eso de “aprender las reglas” hasta que vio como aquel hombre se acercaba a él y se abría la bragueta. No podía a creer lo que estaba a punto de pasar.  



“- Supongo que te la habrán chupado alguna vez, ¿verdad?”  



Sus ojos se clavaban en él como estacas. Algo en su interior le obligaba a responder. Se sentía indefenso, desnudo. Asintió. 



“- S-sí, a veces.”  



Inmediatamente se avergonzó de haber contestado de forma tan sumisa ante aquel desconocido, pero no podía evitarlo. Sus ojos seguían fijos en él, como si quisieran atravesarle. Se sentía completamente subyugado. 



“- Entonces tendrás tus preferencias, como todo el mundo, ¿no? ¿Sabes cómo te gusta que te la chupen? ¿Lo tienes claro?” 



Ésta vez puso todas sus fuerzas en evitar contestarle, pero fue en vano. Apenas hubo terminado de procesar la pregunta, ya estaba asintiendo con la cabeza. Y, enseguida, una afirmación brotó de sus labios de forma humillante. 



“- Sí, las tengo.” 



Su agresor estaba exultante. Se notaba que disfrutaba del acto de someterle, de humillarle. Se tomó un tiempo para sacar su polla erecta del envoltorio de su pantalón y plantársela a su nuevo esclavo en la cara. Ambos sabían perfectamente lo que iba a pasar, pero tuvo que ordenárselo para que todo comenzara. 



“- Como ya te estarás imaginando, ahora vas a hacerme una mamada. Pero no será cualquier chupadita de tres al cuarto. Quiero que me la comas igual que a ti te gustaría que te lo hicieran. Vas a hacerme la mejor mamada de tus sueños. Y, si quedo satisfecho, igual hasta te llevas un premio antes incluso de conocer al amo. Empieza. ¡Ahora!” 



Una lágrima resbaló por la mejilla de aquel cuarentón amargado mientras vivía, impotente, como su propio cuerpo reaccionaba inmediatamente a la orden recibida. Se arrodilló frente a el imponente miembro y, lentamente, fue aproximándose a él hasta que lo tuvo a pocos centímetros de su boca.  



Un fuerte olor a sexo invadió sus fosas nasales recordándole las innumerables veces que, en los últimos meses, había tenido que masturbarse en su soledad. Aquel aroma le hizo pensar en sus manos cubiertas de semen y, por primera vez, fue consciente de que estaba a punto de probar la corrida de otro hombre. 



“- Hazlo.” 



No hizo falta más. Nadie le sujetó la cabeza. No tenía un arma apuntándole. Fue él solito quién, sin poder evitarlo, cogió la palpitante herramienta en su mano derecha y empezó a lamerla desde el inicio de los huevos hasta la punta del capullo. 



Es imposible describir la imagen que daba aquel hombre canoso y bien vestido, de rodillas en mitad de la sala, sacando toda su lengua por debajo del bigote para lamer con esmero el tronco de aquella gran polla.  



Era un espectáculo digno de contemplarse. No se le olvidó ningún detalle. Lamió con devoción aquel tronco mientras acariciaba los testículos con su mano izquierda. De vez en cuando, guardaba su lengua para metérselos en la boca y los chupaba con ganas. Era presa de su propia fantasía. Así es como siempre había soñado que se la chuparan, aunque su exmujer siempre se negó a metérsela en la boca.  



Ahora él se veía obligado a darle a un extraño lo que nunca recibió de su esposa. Y aquello no había hecho más que empezar. Con tantas atenciones, la enorme verga no hacía más que crecer y endurecerse a cada lengüetazo, aunque ya pareciera haber llegado a su máxima expresión. Pero aquél carroza seguía dándole cera. 



La sintió palpitar en sus labios y, sólo en ese momento, abrió la boca y empezó a devorar el capullo. Movía la cabeza hacia adelante y atrás, de forma que la herramienta entrará y saliera de su boca a toda velocidad. La aprisionaba entre sus labios, rodeándola con su lengua al entrar y, al salir, le daba una buena pasada al capullo. 



En definitiva, se marcó una mamada de las que hacen historia. Tan bien lo hacía que no tardó en sentir cómo el rígido objeto de sus atenciones palpitaba y se estremecía como si estuviera a punto de estallar. Lo que iba a suceder a continuación estaba bien claro. 



Hizo ademán de apartarse, pero, entonces sí, una mano se lo impidió agarrándole fuertemente por la nuca y obligándole a engullir de nuevo la sucia y durísima herramienta.  



“- ¡De eso nada, listillo! Vas a tragártelo todo.” 



En pocos segundos, sintió como una catarata de líquido, viscosa, caliente y espesa, se derramaba en su boca hasta llenarle por completo y, por poco, ahogarle. Temía ese momento. Creyó que sería traumático y que el sabor de la lefa le iba a hacer vomitar.  



Pero no fue así. Para su sorpresa y su vergüenza, aquel sabor dulzón, no le desagradó en absoluto. Cuando todo terminó, se dio cuenta de que tenía una erección tan potente que sus propios pantalones empezaban a lastimarle. 



Se quedó ahí mismo, inmóvil, de rodillas en el suelo, mientras algunos restos de semen le resbalaban por la comisura de sus labios, manchándole la barbilla y el bigote. Estaba desorientado, perdido, como si aún no comprendiera del todo lo que acababa de suceder.  



“- ¡Joder! ¡Vaya mamada! ¡Te has ganado un premio, tío! Te voy a dejar que hagas lo que quieras un rato con mi hija. ¡Ya me he fijado en cómo le mirabas el culo! ¡¿Y tú querías darme lecciones de moralidad!? ¡Mira que eres hipócrita! Si no la chuparas tan bien te mandaría a la mierda.”  



El resto de asistentes no habían permanecido ajenos a la fiesta y, en cada una de aquellas reuniones familiares, parecían competir por cuál era la más desenfrenada.  



La mujer gordita que se sentaba a su lado, tenía la cara enrojecida y sudorosa por la excitación. Se había subido la falda hasta el ombligo y una mano se movía frenética bajo sus bragas que, más que mojadas, se veían encharcadas. Con su otra mano se dedicaba a sobar morbosamente a su hijo adolescente, alternando las caricias en su pecho con las monumentales sobadas que le dedicaba a sus nalgas.  



Parecía entregada a la morbosidad del acto. A cada rato, intentaba sobarle también la poya a su hijo, tanto el durísimo tronco como los huevos. Pero no siempre podía ya que, al mismo tiempo, su propia hermanita le estaba dedicando al muchacho una mamada comparable a la que acababan de presenciar. 



En la butaca del fondo, la elegante mamá había sacado sus tetitas de cabra por la parte superior del vestido y se las ofrecía a su hijo para que mamara de sus erectos pezones. Al mismo tiempo, masturbaba suavemente al chiquillo de forma que la considerable polla del joven adolescente resultara visible para todos.  



Aquella madre exhibicionista parecía estar disfrutando al mostrar el erecto sexo de su hijo en público. No tardó en deslizar la cabeza entre las piernas de su retoño y empezar a chupársela de forma ostentosa mientras se sujetaba el pelo con ambas manos para hacer más visible la operación. Y le exprimió hasta la última gota. 



El único que no se movía era nuestro protagonista, quién seguía en shock, preguntándose aún si aquello era un sueño o una pesadilla. Sus ojos volvieron a posarse en la polla que acababa de devorar, ya flácida, y sintió como una ola de calor le invadía. 



Después fijó su mirada en aquella negrita escultural que seguía abierta de piernas a pocos centímetros de su cara. Ni si quiera se había molestado en quitarse el tanga, pero ahora éste se había hecho a un lado y su mano chapoteaba en su peludo y abultado chocho. No pudo evitar fijarse en los regueros de flujo que resbalaban hasta sus nalgas. 



Aquella imagen le excitaba, pero estaba tan aturdido por lo que acababa de pasar que fue incapaz de hacer nada. De nuevo tuvieron que ordenárselo para que reaccionara. 



“- Tío, eres un caso aparte. ¿De verdad te lo voy a tener que mandar? Muy bien, alarga la mano y tócale de una vez el culo a mi hija, que lo estas deseando. Así, ¡muy bien! Sóbala a consciencia. ¿No ves cómo disfruta? Así, ¡genial! ¡Ahora las tetas!” 



La piel de aquella jovencita era más suave de lo que habría podido soñar. Él se limitó a seguir las instrucciones al pie de la letra. Se consoló al pensar que no era él el culpable de profanar aquella inocencia. ¡Era tan joven! Aunque sin duda lo estaba disfrutando. 



El primer contacto con sus nalgas fue como un fogonazo en su interior. Su miembro dio un saltó que por poco hizo estallar la cremallera que lo contenía. Después le acarició los pechos y la cuquita. Lo disfrutó tanto que le temblaba el pulso a causa de la excitación. 



“- Veo que te está gustando más de lo que querías admitir. Pero me sigues pareciendo un hipócrita, siguiendo mis órdenes al pie de la letra como si no hubieras roto un plato. ¡Pero antes bien que le has mirado el culo a mi hija! Bien, te diré lo que vamos a hacer. Ahora quiero que le hagas a mi hija todo lo que has pensado antes. Porque sé que algo te habrás imaginado. ¡Eres un viejo verde!  Así que ahora vas a hacérselo delante de mí.” 



Al oír aquello se quiso morir. La farsa había terminado. Recordaba perfectamente lo que se le había pasado por la cabeza al verla. ¡Esa maldita fantasía de dominación que llevaba atormentándole desde hacía meses! Era un enfermo y ahora no iba a poder evitarlo. 



Cogió a la negrita de los hombros y, tras obligarle a levantarse, empezó a sacudirla violentamente. Al cabo de poco empezó a golpearla mientras la manoseaba. Alternaba bofetadas, tirones de pelo y azotes en el culo con los intensos sobeteos que dedicaba a sus pechos, a su coño y a sus nalgas. No se estuvo de nada mientras la abroncaba. 



“- ¡Eres una puta y una calientapollas! ¿Te crees que es normal ir así vestida? ¡¿Qué te has pensado?! ¿Crees que puedes ir por ahí excitando a los hombres sin que te pase nada? ¡Pues te vas a enterar! ¡Contra la pared, puta! Quítate las bragas.” 



En realidad, aquel tanga se había desviado tanto de su trayectoria original que no era en absoluto necesario quitárselo para hacer lo que quisiera con su coño y su culito. Pero le daba un morbo terrible ver a aquella chiquilla bajarse por él las bragas. Cuando la tuvo desnudita de cintura hacia abajo la obligo a ensalivarle la polla, le hizo darse la vuelta, y se la metió enterita en el culo de una sola estocada ante la atónita mirada de su padre que no daba crédito a lo que veía. 



“- ¡¿Qué le está haciendo a mi hija?! ¡Señor! ¡Y parecía tonto hace un rato! Es usted todo un depravado. Ni siquiera yo me he atrevido a darle tan duro en su ano. Se siente bien, ¿no?” 



Pero en la situación en que estaba, nuestro amigo era incapaz de pensar o de atender a nada que no fuera ese estrecho y palpitante agujero que comprimía su hinchada manguera. Nunca en toda su vida se había follado un culito, aunque siempre lo había deseado.  



Aquella era la sensación más deliciosa que jamás había sentido y sus cinco sentidos estaban concentrados en taladrar sin piedad a la indefensa muchacha mientras le manoseaba groseramente los pechos. Ella al principio se quejaba un poco pero no tardó en empezar a gemir cómo una guarra. Su padre los miraba excitado mientras se pajeaba en silencio. 



La inhumana excitación que sentía, junto con el hecho de llevar más de un año sin echar ni un triste polvo, hicieron que nuestro amigo no tardara más de cinco minutos en llenarle el culo de semen a la negrita. Tan sólo cuando hubo terminado y vio a la muchacha doblada, con su ojete irritado escupiendo un reguero de leche, fue consciente del crimen que había consumado a la vista de todos. Y entonces se encontró con la furiosa mirada de su progenitor. 



“- ¡Muy bien! Ahora que sabemos la clase de cerdo que eres puedo tratarte adecuadamente. ¡Contra la pared! Vas a recibir lo que has dado.” 



Las piernas le temblaban mientras se giraba lentamente hacia el muro en el que acababa de empotrar a la tierna muchacha. Aprovechó para echar una última ojeada a aquella sala.  



El ambiente se había caldeado mucho en su entorno. La madre del vestido Lacoste, llevaba el vestido arremangado por encima del ombligo y sujetaba el borde su falda con una mano mientras hacía sentadillas sobre su hijo, consiguiendo que su joven poya la penetrara a presión. En todo momento mantenía visible su coño, bien recortadito, para que todo el que mirase pudiera ver como engullía la tranca de su pequeño. 



La escena que tenían más cerca era quizás más grotesca. La pequeña estaba a cuatro patas, recostada sobre el sofá y su cabeza desaparecía bajo las enormes faldas de su madre. A juzgar por la expresión de esta, le estaba pegando una impresionante comida de coño. Al mismo tiempo, su propio hermano se la follaba salvajemente desde atrás. De forma que la única parte de su cuerpo que quedaba a la vista era su torso y la parte inferior de sus pechos. Su piel era fina y blanca como la nieve. Sus gemidos, constantes. 



Finalmente, nuestro hombre se rindió a lo inevitable y, tras doblar su cuerpo contra la pared, volvió a bajarse los pantalones y le ofreció su culo a aquel desconocido sin molestarse a esperar su mandato. Estaba decidido a dejarse llevar. Por un momento se preguntó cómo sería ser sodomizado. ¿Le iba a doler? ¿Tendría un orgasmo? ¿Sufriría una erección instantánea? ¿O tal vez sería un trauma imposible de superar? De todos modos, estaba convencido de que no tardaría en comprobarlo. 



Pasaron unos segundos que se le hicieron eternos hasta que, de pronto, se abrió la puerta y entro la hermosa secretaria, sorprendiéndole con el culo en pompa y los pantalones bajados. No acabo de entender lo que sucedió a continuación. De pronto la secretaria se dirigió hacia ese animal que estaba a punto de encularle y le obligó a retroceder tan sólo con la mirada. Entonces le habló tan despectivamente como si se tratara de su mascota. 



“- ¡Ya te hemos dicho que a los nuevos no puedes tocarlos! Ese honor no es para ti.” 



“- No ha sido culpa mía… ¡él me ha provocado! 



El pánico enseguida se hizo evidente en el rostro de su interlocutor. Nuestro amigo observaba en silencio, con los pantalones bajados. No estaba entendiendo nada de lo que sucedía, aunque no se perdió detalle de la pintoresca conversación. 



“- No olvides que tus privilegios se los debes a la sumisión incondicional que has demostrado. Pero tu libertad tiene un precio. Siempre supiste la desobediencia no iba a ser tolerada, pero, aún y así, has incumplido las normas. Ahora aceptarás el castigo.” 



“- ¡No! ¡Espera! Yo no quería… ¡¿Qué me vais a hacer?! 



Todos en la habitación permanecían inmóviles, habían dejado de follar y de tocarse, aunque no habían variado las obscenas posturas en las que estaban y permanecían expectantes ante aquella discusión. La chica que le lamía el chumino a su madre aprovechó la situación para salir de debajo de su falda y espatarrarse en el sofá, en una postura en la que pudiera seguirle ofreciéndole el chochito a su hermano sin perderse detalle de lo que pasaba, aunque dejando a su madre desatendida. Y la mulatita a la que acababa de encular se retorcía incomoda en el sofá, colocándose bien el tanga mientras toda la lefa que tenía acumulada en su esfínter seguía resbalando por su culito.  



“- De momento está terminantemente prohibido tocar a tu hijita. ¡Ese lujo ya terminó! Patricia se quedará con nosotros. Tu nuevo estatus es el de “putita”, a partir de ahora tu única función será dar placer a hombres y mujeres. Suplicaras que te dejen satisfacerles y tan sólo podrás alcanzar un orgasmo si logras que se corran, al menos, tres veces. Sólo serás capaz de mantener una erección mientras te sientas realmente humillado. Espero que disfrutes tu nueva vida. Y, ahora, sal de aquí y búscate una buena verga para chupar. ¡Deprisa” 



La expresión de aquel hombre se había transformado completamente. El mismo rostro que, apenas unos minutos antes, había mostrado tanta seguridad que llegaba a ser irritante ahora sólo se leía el vacío. Su sumisión y su entrega parecían completas. Salió de la sala como un autómata y se perdió por los pasillos en busca de algo que pudiera meterse en la boca. No parecía la misma persona había estado a puntito de violarle. 



“- Disculpe la espera, Sr. Ferrer. La directora enseguida le atenderá en su despacho. Su familia ya está preparada. Espero que disfrute de su visita.” 



Aún no se había repuesto de su experiencia anterior y empezó a preguntarse qué sería lo siguiente. Cada vez tenía más claro que aquello no podía ser real, pero, por algún motivo, no conseguía despertarse de su delirio. Se estremeció al pensar lo que querría decir con aquello de que su familia ya estaba “preparada”. No tardaría en comprobarlo. 



Su polla ya estaba dura antes incluso de llegar a su destino. Fantaseaba imaginando lo que aquel sueño depravado estaba a punto de ofrecerle, aunque nada le había preparado para lo que iba a encontrarse. Cuando finalmente entraron en aquél despacho sintió como si acabaran de abrirse ante él las mismas puertas del infierno. 



La escena que se encontró en el despacho de dirección no era, en absoluto, peor que lo que acababa de suceder en la salita de espera. Sin embargo, el impacto que tuvo en él fue mucho mayor al estar su familia involucrada. Fue tal la impresión que sintió que se olvidó de pestañear e incluso de respirar durante casi un minuto entero. 



Lo primero que vio fue a su exmujer, de espaldas a él, inclinada sobre el escritorio mientras su propio hijo se la tiraba. Vestía tan sólo unas medias con liguero y un sujetador negro que había quedado a medio torso, dejando sus redondos y bien formados pechos completamente al descubierto.  



Pegado a su trasero estaba su hijo, Jorge, con los pantalones por los tobillos mientras embestía a su madre incansablemente. La taladraba a un ritmo lento con arremetidas firmes y constantes. Parecía querer atrasar el orgasmo. Sin duda su hijo estaba más experimentado de lo que habría imaginado nunca. 



Al mirar hacia la mesa encontró a su hija, Sandra, completamente desnuda y abierta de piernas sobre el escritorio. En la postura en la que estaba tumbada, con el culito levantado, le ofrecía a su madre todos los secretos de su intimidad mientras ésta le devoraba el coño. 



La escena la completaba la directora del instituto. Una mujer madura que, a pesar de sus años, conservaba un buen físico. Lucía un conjunto de lencería negra. Estaba de pie, a un lado de la mesa, inclinaba su cuerpo completamente sobre la muchacha, e iba alternando entre comerle la boca y lamer las enormes tetas de la pequeña Sandra. 



Aunque, en un primer momento, no reparó en él, al otro lado del escritorio, contemplando la escena desde la butaca de dirección, había también un chico joven al que no conocía pero que puede que al lector le resulte familiar. Se trataba de Osvaldo. No fue consciente de su presencia hasta que el muchacho le habló. 



“- ¡Bienvenido a mi mundo! Dime, ¿te gusta lo que ves?”